La fotografía no ha muerto, sólo ha cambiado de formato. Sus valores y normas tampoco han desaparecido, sino que se han actualizado y nos obligan a mirar el mundo de otra manera. En Profundidad de Campo, cada día 23 repasaremos su evolución en un intento por demostrar que las dudas que origina son similares tanto cuando hablamos de megapíxeles y Photoshop como cuando hablamos de daguerrotipos y granos de plata, y explicaremos cómo interpretar un arte y oficio que, a su vez, interpreta el mundo para nosotros.
Hace un par de meses salió a la venta en España una edición en DVD llamada Contactos que reúne una treintena de documentales sobre el trabajo de varios grandes de la fotografía a través de la hoja de contactos de sus fotografías más memorables.
Inciso: una hoja de contactos no es más que una copia en papel de los negativos de un carrete fotográfico, y en ella vemos a tamaño reducido desde la primera foto hasta la última. Su uso era prácticamente obligado no tanto por la facilidad que daba para elegir la toma perfecta comparándola con las demás, como por una cuestión archivística: la hoja de contactos servía como punto referencial a la hora de querer localizar determinadas fotos entre la marea de negativos que forman el archivo del fotógrafo.
Más o menos al mismo tiempo que la salida del DVD, sino un poquito antes, salía al mercado un libro enorme titulado Magnum. Hoja de contactos con el mismo propósito de mostrar al público los métodos y procesos de los grandes fotógrafos de la agencia. Como dice la descripción del libro, su lectura nos desvela qué imágenes fueron fruto del azar y cuáles surgieron a través de una toma exhaustiva de fotografías y una acertada edición posterior. Tanto el libro como el DVD son delicias para los amantes de la fotografía.
Resulta curiosa, sin embargo, la voluntad para sacar a la luz las vísceras de un medio que ha sido tan cuestionado cada vez que se han revelado detalles de cómo ciertas fotografías o trabajos resultaron ser menos espontáneos de lo que se creía, o más artificiosos de lo que se esperaba de ellos. Ya hablamos aquí de fotógrafos como Eugene Smith y su trabajo sobre el villorrio español montado el milímetro, o sobre Robert Capa, eternamente cuestionado por la frágil veracidad de la que puede ser la foto más famosa de la historia. Hay muchos más, claro: la célebre foto de Doisneau de dos supuestos enamorados besándose que resultó estar planificada, la poca vergüenza de Weegee al alterar o añadir elementos a sus célebres fotografías de cadáveres… La historia de la fotografía está trufada de fotógrafos con una visión particular de la ética y la estética fotográfica. ¿Nos produce una mejor o peor impresión el trabajo de Joel-Peter Witkin una vez sabemos que su manera de conseguir los cuerpos para sus fantásticas composiciones no era, en muchos casos, ni la más legal ni la más respetuosa? Estas preguntas, lo sé, apuntan a otro tipo de debate del que se puede extraer de las hojas de contactos, peor en esencia acaba siendo el mismo: el de la destrucción de los mitos de la fotografía.
¿Qué mitos? La fotografía digital acabó con uno: los retoques, los postprocesos, la alteración a posteriori de las imágenes. Durante un tiempo se articuló cierta defensa con respecto al mérito de procesar las imágenes en el cuarto oscuro con herramientas mecánicas frente a la holgazanería de apretar varios botones para conseguir lo mismo, pero poco a poco se va consensuando la realidad de que ya mucho antes del megapíxel se retocaban las fotos.
¿Cuál es el mito al que amenazan las hojas de contacto? El mito de la visión del fotógrafo, la duda sobre su percepción, su talento y su visión del mundo. ¿Realizaba Cartier-Bresson muchas imágenes de un mismo momento hasta encontrar su instante decisivo? ¿ Son las fotos de Martin Parr tan espontáneas como parecen o se deben a un proceso de selección exquisito?
¿Realmente importa?
Cuando compramos el DVD de una película encontramos en él un completo making of de la producción: detalles de cómo se rodó tal o cuál escena, tomas falsas (basadas mayoritariamente en la repetición de escenas), curiosidades del rodaje, y un largo etcéra diseñado para satisfacer la curiosidad del espectador. Básicamente, se nos desgrana el proceso de elaboración de una película. Y sin embargo, revisándola, difícilmente nos preguntaremos si nuestras escenas favoritas necesitaron de muchas tomas hasta que a alguno de los actores le sonó la flauta. Ignoramos que quizá esa escena del beso apasionado está ahí porque el director la eligió tras innumerables intentos por conseguir la toma perfecta. Nos resistimos a creer que esa maravillosa interpretación no surgiera a la primera del talento del actor, sino de un arduo proceso de ensayo y error hasta encontrar el punto idóneo.
Con la fotografía pasa igual. Nos es difícil asimilar que la imagen que vemos en una monografía o una exposición vaya precedida de media docena de tomas adicionales que no pasaron el corte para ser mostradas por el autor. Viendo las hojas de contacto, más de uno resta méritos al fotógrafo tras comprobar que la foto que lo encumbró no es más que una entre varias muy parecidas, como si la capacidad de elegir cuál de ellas es la que mejor refleja su visión no tuviera el mismo mérito que hacer la foto.
Esta hoja de contactos pertenece a Diane Arbus. Son doce fotos que la fotógrafa lanzó a un niño que vio jugando con una granada de plástico. Gastó un carrete entero dándole indicaciones al chaval, y en la hoja podemos ver cómo la inicial tranquilidad con que éste se deja hacer fotos va dando paso a un estado de nerviosismo porque esa señora no deja de hacerle fotos y él lo que quiere es seguir jugando con sus amigos. La foto elegida por Arbus fue la primera a la izquierda de la fila superior, la que muestra al niño agarrando la granada con una mueca desesperada, harto de que no le dejaran en paz.
Diane Arbus se caracterizó por tomar retratos de una América underground, de unos habitantes al límite de la realida que reflejaban su visión de la América más cotidiana. Para muchos, esta hoja de contactos demuestra que la América fotografiada por Arbus no era tanto una percepción como una imposición: ese niño había llegado a dar esa imagen tan potente por causa de la propia fotógrafa y no por otra cosa.
De la misma manera, las hojas de contacto muestran no sólo los múltiples intentos por conseguir la foto deseada, sino también los múltiples fallos a la hora de fotografiar: desenfoques, reencuadres, mediciones mal hechas… El mito del fotógrafo de visión aguda e implacable parece resquebrajarse tras cada fotograma desechado. También lo equipara un poco a la fotografía digital y a uno de los ataques más duros que se le hace siempre, el de la capacidad de hacer un montón de fotos a partir del que elegir la imagen.
Las hojas de contacto son un elemento indispensable del trabajo de un fotógrafo, y con la llegada del digital no han dejado de utilizarse: ya hay programas que cogen la idea y la potencian para conseguir una mayor accesibilidad al archivo fotográfico. Nos desvelan, además una verdad incontestable sobre la fotografía, nada exclusivo de ella, sino de cualquier arte u oficio: el talento sólo puede ser potenciado por el trabajo, por el ensayo y la práctica. Un fotógrafo (un pintor, un escultor, un actor, un arquitecto, un camarero) podrá tener la mejor visión del mundo pero sólo podrá plasmarla a través de sus fotografías. Y cuantas más haga, mejor.
2012-03-21 16:03
Completamente de acuerdo. Personalmente estoy a favor de que la imagen fotográfica se “manipule”, especialmente en el momento de la toma. La fotografía, a pesar de lo que parece, no es algo objetivo que capta la realidad tal cual es, sino un medio subjetivo que refleja la realidad a través de los ojos de su autor. Es curioso que determinados aspectos como el encuadre y el punto de vista no se consideren manipulación, pero la selección entre varias tomas o la dirección del sujeto a fotografiar sí. Si un relato puede contar una historia basada en la realidad de una forma subjetiva, ¿por qué no puede hacerlo la fotografía?