La fotografía no ha muerto, sólo ha cambiado de formato. Sus valores y normas tampoco han desaparecido, sino que se han actualizado y nos obligan a mirar el mundo de otra manera. En Profundidad de Campo, cada día 23 repasaremos su evolución en un intento por demostrar que las dudas que origina son similares tanto cuando hablamos de megapíxeles y Photoshop como cuando hablamos de daguerrotipos y granos de plata, y explicaremos cómo interpretar un arte y oficio que, a su vez, interpreta el mundo para nosotros.
Ante todo, un disclaimer: la columna de este mes tenía como tema algo muy distinto, pero en las últimas dos semanas he recibido, entre familiares y amigos, más de media docena de consultas sobre qué cámara comprar como regalo de navidades. Esta es una pregunta a la que se ha resignado acostumbrado toda persona que se dedique de alguna manera a la fotografía, igual que nuestro amigo informático se ha hecho a la idea de que tendrá que dedicar quince minutillos de nada a ver qué narices le pasa a nuestro portátil. A la cuarta o quinta pregunta formulada de la misma manera (“Tú que sabes de esto, a ver si me aconsejas qué cámara comprar que sea baratita”) me di cuenta de que quizás este era un tema más apropiado.
Si son ustedes de los que se dan los regalos el 25 de Diciembre, probablemente esta columna les sirva de poco ya que a estas alturas estará todo comprado y empaquetado. Si por el contrario están esperando al día de Reyes, quizás esto les dé alguna pista sobre qué cámara comprar a ese hermano/sobrino/pareja sentimental, etcétera.
Para empezar, la respuesta es simple: en el fondo, cualquier cámara es válida para lo que ustedes quieran.
Tal aseveración no es un ejercicio de relativismo ni un ensalzamiento del fotógrafo por encima del utensilio, sino una realidad. Actualmente en el mercado hay una saturación de productos suficiente como para haberse regularizado a sí mismo de manera espontánea y haber dejado los pequeños matices que los diferencian en eso, matices. Además, el contínuo avance de la tecnología provoca que lo que antes (y con antes me refiero a dos años escasos) nos podía parecer una exageración se haya convertido en estándar. Para muestra, un botón: en la página web de cierta cadena comercial la cámara más barata viene con 10 megapíxeles, algo que mi réflex digital ostentaba hace tres años como motivo justificado y novedoso para apoquinar mil eurazos. En este tipo de situaciones recuerdo la anécdota que me contó un profesor de fotografía, que se compró la primera réflex digital de Nikon por seis mil euros y UN megapíxel. Poco tiempo después, ese megapíxel se volvía viejuno en comparación con otras cámaras con mayor capacidad y un precio más ajustado. Las cámaras, como los móviles, hay que comprarlas teniendo muy en cuenta que el tiempo las pone en su lugar mucho antes de lo que nos gustaría.
Algunos apuntarán que equiparar una cámara compacta de menos de cien euros con una DSLR sólo por los megapíxeles está muy cogido por alfileres, y están en lo cierto. Mi querida Pentax sigue dándole mil vueltas aunque sólo sea por la capacidad de tener dos tipos de autoenfoque. Pero afrontemos esto: en cada categoría de cámaras fotográficas existen pocas diferencias. A menos que quieran ustedes grabar vídeo, el nuevo canto de sirena para vender últimos modelos (porque, honestamente, llega un momento en el que aumentar ciertas especificaciones resulta obsceno) y que tanto ha revuelto el río para cierto sector del mundillo. Pero aquí hablamos de hacer fotos.
Para un servidor, y quizá aquí lleguen los desacuerdos de verdad, hacer una foto de calidad técnica requiere pocas cosas: un objetivo competente, un control intuitivo de diafragma y obturador, y unos sistemas de enfoque y medición fiables. Y ya. El resto (y aquí meto los puntos de enfoque, los modos de disparo, los tipos de compresión, los sistemas de estabilización y un largo etcétera) no son sino ayudas para que el fotógrafo tenga más fácil un aspecto de su trabajo. De nuevo, esto no es purismo sino economía. Cada uno requerirá de su cámara lo que tenga que requerir. Yo hablo de un nivel básico de hacer fotos, no de hacer fotografía de boda con una cámara compacta de seis megapíxeles.
En este sentido, las diferencias son aún más ligeras. El 90% de las réflex digitales incluyen un objetivo al que podríamos llamar “la lente por defecto”. Posee una apertura normal y cubre todos los rangos, desde el angular hasta el teleobjetivo, con comodidad, sin esforzarse mucho. La apertura y el diafragma se suelen controlar mediante dos rueditas o un sistema de ruedita + botón, así que aquí la palabra clave es la comodidad. No se compliquen: busquen la cámara que mejor les caiga en las manos. Los objetivos serán idénticos, los números en las especificaciones varían muy poco.
Las compactas son un terreno aún más sencillo. Objetivos fijos (aunque ahora empiezan a surgir las compactas con objetivos intercambiables, algo que empieza a asemejarlas a las réflex digitales de gama más baja, difuminando cada vez más las barreras entre unas y otras), aperturas generosas (dado el obligado zoom) y pantallas gigantescas. Punto. Olvídense de los megapíxeles en una cámara cuyas fotos rara vez pasarán de Facebook o del marco digital, y mucho menos de una ampliación media. Las compactas sufren aún más de la superpoblación en el mercado porque aquí sí que hay una guerra por dominar el mundo cada vez más amplio de gente que quiere una cámara de fotos y no piensa ni en el formato de archivo ni en el sistema de zonas ni en si la lente la manufactura Carl Zeiss, sino que sólo necesita algo que haga un porrón de fotos que poder compartir. En este sentido, ya el móvil le come mucho terreno a este sector por la inmediatez de publicar una foto en varias redes sociales segundos después de haberla tomado. Estas redes sociales no suelen tener un buen sistema de compresión de imágenes con lo cual, ¿para qué preocuparse de si tiene el mayor número de megapíxeles posible o si el sistema Cuatro Tercios crea verdaderas obras de arte?
Concluyendo: a la hora de comprarse o regalar una cámara de fotos, no se agobien comparando datos técnicos, porque el trabajo de una boda no va a salir mejor ni peor con una cámara que dispare la ráfaga un segundo más rápido. O la diferencia entre un objetivo de marca reconocida y uno más genérico no va a ser distinguible desde un perfil de Tuenti o un marco digital. Esto no es un atentado contra las revoluciones técnicas que nos ofrece el sector cada seis meses ni un alegato nostálgico por los viejos tiempos del negativo. Es, más bien, un querer decir que las cámaras ya hacen las fotos bien, y el resto es más una cuestión de gustos y comodidades que de necesidades.
Pasen unas felices fiestas.