La fotografía no ha muerto, sólo ha cambiado de formato. Sus valores y normas tampoco han desaparecido, sino que se han actualizado y nos obligan a mirar el mundo de otra manera. En Profundidad de Campo, cada día 23 repasaremos su evolución en un intento por demostrar que las dudas que origina son similares tanto cuando hablamos de megapíxeles y Photoshop como cuando hablamos de daguerrotipos y granos de plata, y explicaremos cómo interpretar un arte y oficio que, a su vez, interpreta el mundo para nosotros.
Hace varios días, unos amigos y un servidor decidimos poner fin al verano realizando una última escapada a la playa. A tal efecto, llevé conmigo un macuto extra conteniendo dos o tres cámaras de fotos, algo que hago siempre que salgo de la ciudad y que no sé si es atribuible a todos los aficionados a la fotografía o sólo a una obsesión mía. Sin embargo, tanta cámara y tanto carrete fueron insuficientes, porque si bien se cumple siempre la regla de que basta no llevar ninguna cámara encima para que ocurran cosas fotografiables, existe también un corolario inverso a la misma: no por mucho llevar equipo vas a encontrar siempre algo en lo que usarlo.
Así pues, después de un excelente día en lo personal pero precario en lo fotográfico, emprendimos el camino de vuelta por la tarde. En el coche, observando la carretera por el retrovisor del copiloto, me gustó la luz del ocaso y saqué el móvil para hacerle una foto (esto es algo que tampoco sé si le pasa a todos los fotógrafos o sólo a mí, pero el caso es que no puedo evitar hacer fotos a todo lo obvio que se me planta delante; es superior a mí): abrí una aplicación, elegí un efecto, subí el resultado a Facebook como buen usuario dos punto cero, y volví a lo que estaba haciendo, esto es, intentar dormir.
Horas después, recibía un comentario que me sorprendía: un amigo pensaba que la imagen procedía realmente de una cámara de fotos analógica. La confusión me sorprendió: ¿tan bueno era el efecto de la aplicación que había hecho pasar una imagen tomada en un teléfono móvil por una de una cámara tradicional?
No es algo que debería sorprendernos tanto: al fin y al cabo ya resulta difícil distinguir una imagen procedente de una cámara réflex digital de una analógica. Un teléfono móvil no es más que otro dispositivo, otro recipiente, por así decirlo, del sensor y el objetivo. Mi teléfono no medirá más de doce centímetros por su lado largo y contiene una cámara de cinco megapíxeles; uno de mis acompañantes playeros tenía otro con capacidad para disparar a doce megapíxeles, dos más que mi réflex digital, la que tengo que llevar en un macuto. Y con esto hablo sólo de la imagen, no ya del filtro: lo que no viene integrado en la aplicación de turno se puede conseguir como plug-in para Photoshop con sólo buscar unos minutos por internet. Efectos polaroid, lomográficos, de proceso cruzado, con grano y hasta con las rayitas y manchitas propias de un escaneo descuidado. El origen de la fotografía se desdibuja, lo cual puede ser bueno, porque potencia la imagen por encima del método, pero también puede llegar a banalizarlo un poco.
En la primera columna que escribí en Libro de Notas les propuse que contaran cuántas cámaras fotográficas había en ese momento en su casa, desde la vieja réflex del abuelo que hay guardada en el armario hasta la webcam más petarda de cualquier netbook con aspiraciones. El teléfono móvil entraba dentro del juego, pero lo que yo ignoraba era que la verdadera pregunta es cuántas cámaras hay en su teléfono móvil.
Mi teléfono es pequeño, no es de última generación y aunque tiene un sistema operativo potente se nota que a la compañía le ha costado hacer que funcionara dentro de un cacharro tan minúsculo, porque la estabilidad no se encuentra entre sus puntos fuertes. Algunas aplicaciones dentro del inabarcable mercado no se encuentran disponibles, y aún así cuento con varias destinadas a la fotografía: sin contar con el propio software del aparato, en mi menú hay siete aplicaciones distintas para realizar fotos; una de ellas contiene otras seis cámaras con sus respectivos efectos; dos o tres de ellas cuentan con una lista de filtros tan grande que a veces me aburre bucear entre ellos; tengo una cámara polaroid y otra que crea panorámicas. Algunas de estas aplicaciones son versiones gratuitas, lo que indica que existen otras de pago que añaden a todo esto media tonelada de filtros, efectos, formatos y chorradas (no sabía, lo juro, que existían tantas aplicaciones para engordar la cara de tus amigos). En resumen: dentro de un teléfono móvil no más grande que un paquete de tabaco tengo más cámaras de fotos que en toda mi habitación.
El otro detalle a tener en cuenta es que la mitad de estas aplicaciones cuentan con su propio sistema de difusión, permitiéndo con un sólo toque subir la foto a cualquier red social que se desee. Así, navegando contínuamente en un mar de imágenes, no es que sea difícil distinguir entre la paja y el grano, es que es casi imposible.
Todos sabemos a qué preguntas conduce esto: ¿es fotografía “de verdad”? ¿cuánto falta para que estas aplicaciones entren en el terreno de la fotografía “seria” (bueno, ya hace tiempo que sabemos que ha pasado)? ¿cuál es el límite? , y un largo etcétera que originará las respuestas de siempre. Curiosamente, navegando por Flickr me encuentro con grupos que promueven la fotografía de móvil pura y dura, la que consigues con la cámara que ya te viene en el teléfono, sin filtros ni aplicaciones ni nada que altere las posibilidades del aparato, en la misma manera en que muchos otros fotógrafos rechazan el uso de photoshop y otros retoques digitales. No hay debate sobre lo legítimo de su uso dentro de la fotografía y sus géneros (algunos serios, intocables, más papistas que el Papa), sino que se centra en la legitimidad dentro del propio marco de la fotografía móvil.
Si aquí hay una lección, ésta es que la fotografía, sus métodos, sus intenciones, es demasiado inabarcable como para delimitar qué se puede hacer y con qué o de qué manera. Ya lo era antes que sólo había que discutir entre película de blanco y negro o de color, y lo es mucho más ahora que cualquier electrodoméstico puede venir con una lente Carl Zeiss incluída. Joan Fontcuberta ya hablaba de todo esto en su manifiesto postfotográfico y lo dijo bien claro: el debate no son los límites que se están quebrando, sino el alcance de ésta ruptura. Ya no estamos hablando sólo de fotografía hedonista.
2011-09-24 00:36
Una muy interesante y abierta visión sobre la manida discusión de los límites de la fotografía. Un saludo!.