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Profundidad de campo por Adrian Daine

La fotografía no ha muerto, sólo ha cambiado de formato. Sus valores y normas tampoco han desaparecido, sino que se han actualizado y nos obligan a mirar el mundo de otra manera. En Profundidad de Campo, cada día 23 repasaremos su evolución en un intento por demostrar que las dudas que origina son similares tanto cuando hablamos de megapíxeles y Photoshop como cuando hablamos de daguerrotipos y granos de plata, y explicaremos cómo interpretar un arte y oficio que, a su vez, interpreta el mundo para nosotros.

La imagen y las mil palabras

Durante toda esta semana pasada, previa a las elecciones municipales y autonómicas, el país se ha visto conmocionado por una reacción social a la situación de crisis tanto económica como política, reacción que ha tomado forma en la concentración ciudadana en las plazas significativas de muchas ciudades españolas.

Sin querer entrar en todo el meollo político e ideológico que ha supuesto y en las consecuencias que ha generado tanto en el resultado electoral como en aspectos más abstractos de la sociedad española, en Profundidad de Campo nos gustaría tratar el valor de la imagen fotográfica en toda esta spanish revolution.

Los primeros días de concentración y protesta pillaron a las fuerzas políticas completamente desprevenidas, cosa que no impidió que sus líderes se lanzaran a los micrófonos a expresar tímidas opiniones que reflejaban la incertidumbre generada. Los medios de comunicación, sobre todo los más allegados a los partidos, tampoco supieron cómo interpretarlo y arrojaron análisis poco certeros, a la espera de tener algo más de información que ayudara a situar a los indignados dentro de un marco político y, a partir de ahí, estructurar un discurso al respecto.

Como era de esperar, la toma de las plazas se ha tomado de una manera muy distinta según el filtro que cada formación política ha querido darle. Desde conspiraciones izquierdistas en la sombra hasta identificación simbólica con las protestas para recabar votos, todo manifiesto, declaración o comunicado surgido de las famosas acampadas ha sido desgranado, reinterpretado y manipulado con la única función de que se ajuste a la opinión que algunos medios y partidos han querido ofrecer de cara a sus propios seguidores y electores.

Sin embargo, lo que ha traspasado fronteras y generado respuesta en el resto del mundo no ha sido sólo lo que se decía, sino también, y de manera más poderosa, lo que se mostraba. A través de la red, en Facebook, Twitter y Flickr la comunicación no ha sido tanto verbal como icónica. Por cada manifiesto firmado, por cada eslogan de protesta, se han enviado cientos de fotografías mostrando a todos la aglomeración de ciudadanos en las plazas. En Sevilla, donde reside el que les suscribe, había más cámaras de fotos y teléfonos móviles que pancartas, todo con un mismo objetivo: hacer llegar a todo el mundo el grito de protesta.

La recopilación de imágenes que se muestra en la publicación digital The Atlantic es el mejor ejemplo: se muestra no sólo la respuesta masiva a la movilización, sino también el modo de vida adoptado por aquellos que han tomado la plaza, sus rutinas, su organización y sus formas. Por encima de las opiniones emitidas desde las asambleas o de las interpretaciones hechas por un tertuliano periodístico que lo ve todo desde su poltrona, las imágenes desmienten todo rumor y refuerzan el concepto de movilización ciudadana al margen de colores y posicionamientos políticos. La cantidad de imágenes difundida y compartida a través de las redes sociales ha sido tal que los medios de comunicación, tan interesados siempre en hacer sus recuentos particulares de manifestantes, no han podido dar más que algunas cifras simbólicas, en letra pequeña, teniendo que dejarle espacio a unas fotografías que tumban cualquier suposición.

¿Es esto una buena noticia? Por supuesto. Al igual que en su día los editores de publicaciones como Life o Harper’s Bazaard dieron forma al fotoperiodismo al dejar que en sus artículos hablara más la imagen que la palabra, durante toda esta semana pasada el papel de la imagen ha tomado un papel preponderante en la información, de la misma manera que en su día ocurriera con las revoluciones de la Primavera Árabe. Si bien el fotoperiodismo nunca ha terminado de morir como se le auguraba, sucesos como éste le han ayudado a quitarse un poco el sambenito de la manipulación y el trucaje digital. A esto contribuye que no es un fotoperiodismo vinculado exclusivamente a fotógrafos acreditados por medios de comunicación interesados en mostrar esto o aquello, sino uno realizado por el propio ciudadano que, haciendo uso de las redes sociales y sus propios dispositivos, envía información al resto del mundo sin pasar por filtros editoriales ni decisiones comerciales. La revolución pude que no sea televisada, pero a buen seguro será fotografiada.

Adrian Daine | 23 de mayo de 2011

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