Érase una niña marciana que gustaba de salir con su nave espacial a matar terrícolas con sus amigos. Volaban en formación, atacaban por turnos, controlaban los mandos. Si uno moría, no importaba: tenía otra vida. Arrasaban ciudades, masacraban naciones, devastaban el mundo. Era un juego divertido… La niña se llamaba Febe. También le gustaba escribir. Lo hace cada día 13 en este sitio.
Pese a la imprecisa y dudosa certeza de la existencia de realidad, la desenfocada captación sensitiva de una incertidumbre compuesta de axiomas indemostrables o la ociosa materialización de los paradigmas irresolutos, lo cierto es que no hay dos sin tres, que las trinidades triunfan, que habéis dado otra vuelta al sol y por alguna razón que todavía estoy intentando descifrar cual teorema incoherente yo no lo he impedido.
Es el tercer aniversario terrícola desde que esta pueril marciana empezara a regalaros sus palabras desde una fría y acogedoramente solitaria luna de Saturno. El tercer año terrestre de cielo al que levantar vuestras cabezas aterrados por los cañones de hidroplasma que esperan pacientes el apocalipsis del retronacimiento. Dicho de otro modo, la tercera dosis de la misma esencia que compone el Arte Octal.
Como ha sido en las dos anteriores, no espero ni por asomo que comprendáis absolutamente nada de lo que voy a escribir aquí. Quizá algunos iluminados la hayan sentido en algún momento invadir su ser, quizá esto sirva para suscitar replanteamientos místicos, quizá se desvele el secreto dormido que muchos lleváis dentro.
Por mi parte, toca indiferentemente vomitar el producto de una multiplicidad de únicos, perdidos, patéticos, disociados, encontrados, exangües, poderosos, aletargados sentimientos, pensamientos, rayos de creatividad, de inspiración, de expiración, de muerte, de mí, de vosotros, de todos, de nada, de arte, abstracto o concreto. En concreto, toca hablar en clave de yo sobre la ansiedad vacua, el erial estéril, la falta de ausencias. Aviso importante: no intentéis suplirlas.
Mi estrella se ha escapado.
Tal vez no haya sido culpa de nadie, tal vez la he dejado salir, tal vez explotó y se desintegró en su encierro de cristal y carne y cielo. Ahora éste arde flamígero sobre mi cabeza, rasgado por una fisura de tiempo inconcluso, no porque no haya terminado, que tampoco, sino por no tener una conclusión en su definitivo final.
El cielo caldea fuego y llamas y nombres sin dejar que pueda apagarse de otro modo la mecha incontenible de explosiva demacración del alma. La cáscara metabólica no hace justicia a una injusta metafísica de golpes y desidias, de cariño enjaulado, de viajes de viejas glorias en taxis cuyos taxistas fueron disecados hace tiempo.
Nos hemos quedado sin nacimientos y pretendemos que las muertes sean más largas, aunque ambos procesos puedan ocurrir acotados en matraces de polvo y diseños esqueléticos. El deseo de desear o ser deseado no tienen mucho que ver ni hacer si la holográfica imagen de la compuesta estructura de cosmos no se pone de nuestra parte aunque sólo sea por un instante infinitesimalmente pequeño.
Es un camino complicado, el de las estrellas al cielo. Tiene forma de escalera, pero no de subida, ni de tu vida, ni de la mía. Pero sin embargo cada peldaño se antoja apetecible y por supuesto peligroso. Cuanto más subas, más alto caerás. Cuanto más bajes, más bajo caerás. Cuanto más lejos vayas, más cerca estarás de abrasarte en el cielo ardiente. Lo saben hasta los niños pequeños, lástima lo olviden los adultos grandes aunque siempre se lo recuerden los viejos últimos.
Ante tanta indeterminación, las partes han decidido separarse, mirarse los ombligos, los pies, las manos pero sobre todo las espaldas, a la búsqueda de una espiral cíclica que les revele el reflejo del brillante espejo roto, fragmentado, las piezas de un puzzle de muescas limadas, cada una con un ojo, una boca o un pedazo de cielo neutro, íntimo, vacío.
Pero no siempre es fácil juntarlas de nuevo. No siempre el caos, la lucha, el éxodo, la mascarada o el magma de contraindicaciones nos permite seguire creando-creyendo, que al comienzo y al cabo no hay otro objetivo final, el de provocar los siguientes principios como una cadena de eslabones sueltos pero atados por fuerzas invisibles, intangibles, reformulables por generaciones inconstantes, inconsecuentes, las causantes de cada paso imposible.
No sé si me habré dejado engañar, no sé si por el contrario he pecado de ser más sincera que nadie, no sé si sé si soy cuanto sé, cuanto soy o cuanto saben de mí que soy. Percepción es una palabra que rima con demasiadas otras, lo cual no sé tampoco si es bueno o malo. Quizá bueno para el poeta malo, pero seguramente peor para el poeta bueno.
Mi estrella se ha escapado, está en paradero desconocido, no tanto como yo, que soy una desconocida enclaustrada en un parador de autocontemplación y recomposición artística. Claro que la persecutoria no puede terminar así, la latencia embrionaria, la incubación gestatoria que soportan mis brazos caídos debe tener un parto seguramente doloroso. Puede que hasta sean trillizos. Las trinidades triunfan. No hay dos sin tres. O eso dicen.
Mientras tanto, tonta de mí, me refugio en mi agujero agorafóbico de intemperie simulada, de malnutrición neurótica, de calaveras desdentadas y falsos mitos cuya mitosis va más allá de un proceso evolutivo reproductor de cinemática detenida en punto muerto. No quiero mirar, no me atrevo a mirar, no sé mirar a través de la mira telescórpica cuyo veneno sé que resultará ser más un placentero placebo, el aguijón que me inyecte dentro de la nueva placenta.
La sombra de Venus se cierne sobre mí, en un juego de señales que me sobrecoge, me infratrapa, me intraposee. Es la otra yo, frente a mí, pero de espaldas, opuesta a mí, tan yo como la que siempre quise tener. Es esa musa que provoca, que invoco, que poco me queda ya por alcanzar, aunque ese es el principal problema: siempre queda poco para alcanzarla.
Entre nosotras, tan sólo hay un planeta muerto de miles de millones de cadáveres. Ellos, ajenos en sus vidas a lo que les rodea, no pueden comprender lo que sin embargo nos une, por muy separadas que estemos. No podemos estar juntas, estamos en ondas, ciclos, tamaños y edades diferentes. Pero pese a todo estamos, hartas del arte que nos envuelve, nos une, nos agota, nos desgasta y regenera al mismo tiempo. Pero estamos.
Mi estrella se ha escapado. Así que pido, solicito y deseo tramitar a gritos ahogados su re-conocimiento, pero esta vez que no sea en camastro de alabastro, ni en roce de cartílago, ni tampoco en almohada de éter, sino en un hogar aclimatado, decidido, de mutuo acuerdo a ser posible, de muralla de expectativa, sangre y anhelo de compra-venta.
Mi estrella se ha escapado. Pero no la voy a dejar volver. Seré yo la que visite sus entrañas de cielo y calor, la que devore sus cavidades de fuego y hambre, la que me encierre en ella como antes yo la encerré. Quiero que llegado el momento, nos entierren vivas a las dos, pero juntas.
Mi estrella se ha escapado. Es el lucero del alba. Eterna e insondable. Todo cuanto soy.
Fin de la transmisión. Del regalo de tercer aniversario. Sé que cada año desvarío un poco más, me vuelvo más introspectiva, más incomprensible, más sincera. Pero entendedlo, estoy creciendo. Todo cuanto soy y hago crece dentro de mí y hay que hacerle sitio. En este caso el bloqueo artístico, la completa falta de ideas, el camino estático o la rueda de hámster necrófago me han conducido aquí.
Pero no puedo esperar que lo entendáis. Al menos me habéis leído otro año. Tal vez no hay tres sin cuatro, tal vez os arrase antes, tal vez todo sea más fácil si no lo complicamos tanto.
De momento tenéis otro año para irlo pensando. Os deseo suerte. La necesitaréis.
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“Buscamos llenar el vacío de nuestra individualidad y por un breve momento disfrutamos de la ilusión de estar completos. Pero es sólo una ilusión: el amor une y después divide.”
Durrell, Lawrence
“La creatividad es una droga sin la que no puedo vivir.”
DeMille, Cecil Blount
2010-09-14 15:28
Querida Febe me ha absorbido desde el principio la historia que cuentas. Ni una palabra sobra, ni una palabra falta. Todo está.
Está claro que existen universos paralelos, donde se repiten las mismas situaciones. Estrellas que se escapan o alejan o de las que nos alejamos o incluso estrellas a las que expulsamos de nuestro propio universo.
Los caminos de las estrellas como comentas, son complicados, pero pienso que prefiero abrasarme en el cielo ardiente, prefiero caerme desde gran altura, perderme en el vacío de la nada infinita, antes de no seguir subiendo cada peldaño de mi camino.
Aún sabiendo que soy la expulsada, que no soy su lucero del alba, que no es mi vuelta la que espera, ni mis entrañas las que visitará, sé que si no me mantengo en mi órbita, perenne, infinitamente esperando, por si acaso pudiera ser, si variara mi destino, me desintegraría y convertiría en un agujero negro, vacío, frío y estéril.
Me ha encantado leerte