Érase una niña marciana que gustaba de salir con su nave espacial a matar terrícolas con sus amigos. Volaban en formación, atacaban por turnos, controlaban los mandos. Si uno moría, no importaba: tenía otra vida. Arrasaban ciudades, masacraban naciones, devastaban el mundo. Era un juego divertido… La niña se llamaba Febe. También le gustaba escribir. Lo hace cada día 13 en este sitio.
Tras lo inevitable del lento devenir de los planetas, en concreto del vuestro, está a punto de llegar el fin de otro año, el advenimiento de una nueva década, el avance siempre ascendente de los números y los propósitos inconclusos. Desde mi pequeño y triste satélite saturnino os observo cada ciclo y me doy cuenta de que os caracterizáis recurrentemente por una serie de patrones.
En concreto me he fijado especialmente en lo mucho que tendéis a ansiar lo que no tenéis, llegando a mitificarlo, a desearlo con furia y desgarro, a soñarlo indefinidamente con el único fin en muchas ocasiones de despreciarlo una vez conseguido. Para ser más directa, el caso más curioso de vuestros anhelos ocultos siempre ha resultado ser el codiciaros los unos a los otros.
Por supuesto, dicho rasgo aparece recurrentemente en todas las manifestaciones artísticas que concebís, llegando a generar historias, personajes y momentos cargados de emoción y fuerza poéticas. Claro que sobre todo ello reina siempre una concepción de ideal, de búsqueda, de romanticismo, pero no debe olvidarse que todo ello ha de ir siempre asociado a la inevitabilidad de la tragedia.
Pensemos en algunos casos típicos en videojuegos. Quizá el más característico y arcano, algunos dirán que machista, otros que tradicionalmente natural, es el del mito del héroe que salva a la princesa de un malvado monstruo o dragón. Mario y Peach en Super Mario Bros , Link y Zelda en Legend of Zelda , o Dirk y Daphne en Dragon’s Lair son los ejemplos clásicos más representativos.
En esta línea retro tampoco quiero dejar de mencionar a Mr. y Mrs. Pac-Man, que entre pastillas y fantasmas se perseguían continuamente por laberintos oscuros. Muy romántico. Tanto como el conocido argumento del gorila gigante que rapta a la bella damisela. No, no hablo de King Kong, sino de Donkey Kong y Pauline.
A medida que en los videojuegos se han sucedido historias cada vez más completas, alcanzando la complejidad argumental del cine o la literatura, el concepto del amor perseguido, imposibilitado por agentes externos o nunca resuelto del todo también ha ido evolucionando o alcanzando una mayor diversidad de opciones.
Citando un ejemplo significativo de compañía que podría decirse que abusa de la excelente combinación de aventuras y romances, más concretamente juegos de rol dotados de mucha trama y ambientación, tenemos Square Enix, que ha enriquecido la lista de grandes parejas con las tiernas historias de amor de la saga Final Fantasy (Cloud y Aeris en el VII, Squall y Rinoa en el VIII, Tidus y Yuna en el X) y Kingdom Hearts (Sora y Kairi).
¿Pero qué pasa con otros casos no tan deliberadamente manifiestos? ¿Acaso no hay también amores platónicos, prohibidos, no declarados o que se salgan de lo convencional? No sólo existe el caso “chico-conoce-chica” que se aman por siempre jamás. De hecho, mis queridos terrícolas, queráis reconocerlo o no, todos tenéis un lado oscuro que os lleva a desempeñar pasiones más recónditas y socialmente menos aceptadas.
En la saga Resident Evil se dan bastantes combinaciones posibles, encuentros que podrían haberse resuelto mucho mejor en un restaurante italiano con una sonata de violín que en mitad de una horda de zombies de la que sobrevivir. Todos sabemos que Chris Redfield no busca desesperadamente a Jill Valentine en la quinta entrega sólo por compañerismo. Claro que después veremos que también le gustan las tostadas como Sheva.
Leon Kennedy en la segunda parte de la saga deja una puerta abierta a una Ada Wong con la que surgirá más adelante una fuerte tensión sexual entre ambos. Claro que también en la cuarta entrega los más enfermos pueden apreciar insinuaciones pederastas con Ashley. Por último, la incestuosa no correspondida pero idealizada pasión de Albert Ashford por su hermana Alexia en el Code Veronica es penosamente hermosa.
Más casos curiosos. En los juegos de lucha se dan multitud de personajes interrelacionados de uno u otro modo, como el de la pesada Mai Shiranui de Fatal Fury que persigue sin descanso a su amado Andy Bogard. En la misma línea tenemos a Sakura persiguiendo a Ryu por todo el mundo en Street Fighter .
Como ejemplo no heterosexual y cargado de controversia, tenemos a las dos mercenarias lesbianas Hana Tsu Vachel y Rain Qin de Fear Effect 2: Retro Helix , donde aparecían en posturas provocativamente sexies y manifiestamente entregadas.
Por último hablemos de las parejas que han sido un tanto forzadas más por cuestiones de marketing que por otra cosa. Si bien Mario tenía a Peach, Nintendo decide sacarse de la manga una Daisy para que el pobre Luigi no se sienta solo. Asimismo SEGA hace lo propio también con su mascota Sonic regalándole una encantadora Amy para jugar a las carreras de erizos, ya que ella lo persigue afanosamente sin que él dé muchas muestras de interés.
A modo de conclusión y cierre, no seré yo la que os hable del amor o de sus formas, ya que por muchos milenios de historia en el que habéis estado investigándolo, siempre cometéis los mismos errores, así que no tiene sentido.
Para nosotros los marcianos todo es más sencillo: fusión, destrucción, multiplicación. No necesariamente en ese orden. No hay más.
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“No hay disfraz que pueda largo tiempo ocultar el amor donde lo hay, ni fingirlo donde no lo hay.”
La Rochefoucauld, François de
“Al contacto del amor todo el mundo se vuelve poeta.”
Platón