Érase una niña marciana que gustaba de salir con su nave espacial a matar terrícolas con sus amigos. Volaban en formación, atacaban por turnos, controlaban los mandos. Si uno moría, no importaba: tenía otra vida. Arrasaban ciudades, masacraban naciones, devastaban el mundo. Era un juego divertido… La niña se llamaba Febe. También le gustaba escribir. Lo hace cada día 13 en este sitio.
Hoy me he despertado contenta. Tengo un secreto dentro de mí y os lo voy a contar. Resulta que he descubierto un planeta escondido en una galaxia tan lejana que si tuvierais que calcular su distancia con vuestros patéticos sistemas métricos y vuestras primitivas computadoras explotaríais todos los circuitos del planeta. ¿Que qué hay allí? Nada menos que el último y definitivo gran salón recreativo del universo.
¿Cómo lo he encontrado? Esclavizando a un viajero interestelar solitario y sacándole la información con los cariñosos métodos interrogatorios de la encantadora Pequeña Febe. Resulta que hay un lugar donde van a parar todos los videojuegos que alguna vez poblaron bares y cafeterías, aeropuertos o universidades y, por supuesto, salones recreativos. Existe un poderoso extraterrestre que colecciona todas esas reliquias como las auténticas obras de arte que son, no solo por dentro sino también por fuera.
Aunque no lo creáis, esto forma parte de vuestro pasado, y la industria del videojuego ha sufrido una evolución en su corto periodo de vida en el que ha influido este fenómeno que hasta ha desatado polémicas y no está carente de examen sociológico. Aunque no os lo merezcáis por estar poco a poco destruyendo tales catedrales del arte, voy a contaros los tres puntos más importantes que la existencia de las máquinas recreativas han originado.
Preludio: Belleza y consolidación
Al principio las máquinas recreativas empezaron a aparecer tímidamente en bares, cafeterías, universidades y otros entornos similares como un entretenimiento adicional. Poco a poco adquirieron protagonismo hasta el punto de concentrar considerables cantidades de jóvenes que no iban a pedir una cerveza sino a echar una moneda por diez o veinte minutos de diversión. Por alguna razón inexplicable, no había barrio que no tuviera un bar con alguno de los míticos Snow Bros, Tumblepop o Street Fighter II, entre otros.
Tras su éxito, nacieron las salas recreativas, esos lugares donde se reunían grandes máquinas preparadas específicamente para el juego que contenían, donde hasta el más simple de ellos tenía el puesto y las condiciones que merecía: incrustado en un mueble con una pantalla enorme, un joystick por el que se acumulaba a diario el sudor de decenas de manos y unos botones de colores tan grandes como fichas de póker. En algunos casos, también podía verse un volante de coche, unos pedales, una pistola u otra infinidad de periféricos.
De hecho, los muebles de muchas de estas máquinas se construían específicamente para el juego que albergaban, ya que los controles eran completamente adaptados. En esta línea se recuerdan títulos como After Burner II, que tenía una cabina de vuelo con un asiento que oscilaba según los movimientos del avión; o Daytona USA, que se jugaba en un coche completo con palanca de cambios y pedales de acelerador y freno incluidos.
Estos centros de entretenimiento generaron toda una tendencia a la relación social en torno a las máquinas que los poblaban tanto de competitividad como de colaboración. Se concertaban reuniones de jugadores, se organizaban torneos, se establecían reglas no escritas (como la de dejar una moneda en el marco de la pantalla, indicando el turno del siguiente jugador), se jugaba en grupo o por separado, se superaban nuevos records, etc. En una palabra, se podían hacer amigos cara a cara (no por Internet, que era algo apenas concebido), conociendo gente con algo en común: la pasión por los videojuegos. Eran otros tiempos.
Ludio: Caída y desprestigio
Pero todo eso ya no existe. No al menos del mismo modo. Aún quedan algunos de estos lugares en el mundo, pero no tienen la misma fuerza que tuvieron hace tan solo una década. Quizá Japón o Estados Unidos son los únicos países que siguen conservando salones recreativos a la vieja usanza, aunque la esencia de los mismos sigue igualmente no siendo la misma. Digamos que ahora las cosas han cambiado.
Remontándonos a sus orígenes, los salones recreativos llegaron a ser repudiados por padres desconfiados que acusaban estos lugares como mercados de venta de estupefacientes. En algunos casos muy puntuales era medio cierto, pero yo misma llegué a visitarlos en alguna de mis incursiones a vuestro patético planeta y a mí nadie me ofreció nada si yo no lo pedía. Entraba, echaba mi moneda, consumía mi crédito y me iba por donde llegaba.
Evidentemente no fue solo esto lo que echó abajo estos centros de reunión de amantes del octavo arte. Los tres puntos clave que marcaron el cierre de un salón tras otro y su progresiva desaparición pueden resumirse en:
Posludio: Decadencia y reminiscencia
¿Y qué queda ya de todo eso? Pues en gran medida tres cosas. La primera es una buena colección de nostálgic@s que siguen satisfaciéndose con los emuladores rememorando las ingentes cantidades de dinero que se dejaron en aquellas máquinas, cuando los conceptos de “conseguir la mayor puntuación” o “pasarte la máquina con un crédito” o el de “ganar una vida extra” eran realmente importantes. Tanto es así que no pocos de ellos construyen sus propios muebles para sus casas o hasta los compran ya hechos y a medida.
Pero debo decir que no todos los salones han desaparecido. Todavía pueden verse algunos en centros comerciales con máquinas de baile o de disparos. Sin embargo apenas quedan ya de esos lugares donde antes se podía echar la tarde entera con veinte duros, entre pinballs, futbolines y, por supuesto, videojuegos.
Y esta es la realidad. En un alarde de eso que llamáis progreso o avance tecnológico, matáis otras manifestaciones del arte, asesináis las formas o decapitáis todo cuanto creáis con el advenimiento de nuevas expresiones de lo que jamás llegaréis a alcanzar. Quizá ellas sean nuevas viejas cabezas de turco a cercenar, pero es que no sabéis conservar vuestros logros. Qué bien se os da involucionar a veces, qué bien todo lo contrario otras, mis paradójicos terrícolas.
Hablando de destripar, acabo de acordarme de mi prisionero. Tal vez debería dejar que se marchara y no torturarlo más. Tal vez debería indultarlo y buscarme otro planeta que arrasar u otra criatura con la que jugar.
Tal vez no.
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“El verdadero progreso es el que pone el avance tecnológico al alcance de todos.”
Ford, Henry
“El hecho de ser habitados por una nostalgia incomprensible sería, al fin y al cabo, el indicio de que hay un más allá.”
Ionesco, Eugéne
2008-10-13 14:45
Pues va a tener razón Ionesco, nostalgia a raudales. Encargar a los “mayores” que te compraran un cigarro suelto, entretener al encargado pidiéndole cambio o cualquier tontería para que tus amigos pudiesen inclinar el pesado futbolín más allá de lo razonable hasta que salían las bolas, deslizar la tapa de cristal de un pinball para llevarnos las bolas “de recuerdo”. Eso sí, previamente había que encalarlas en la parte superior del tablero lo cual no estaba al alcance de cualquiera… Bueno, y también jugábamos de vez en cuando :-)