Érase una niña marciana que gustaba de salir con su nave espacial a matar terrícolas con sus amigos. Volaban en formación, atacaban por turnos, controlaban los mandos. Si uno moría, no importaba: tenía otra vida. Arrasaban ciudades, masacraban naciones, devastaban el mundo. Era un juego divertido… La niña se llamaba Febe. También le gustaba escribir. Lo hace cada día 13 en este sitio.
Es un hecho bien sabido que los humanos tenéis un cerebro limitado. Muy limitado, de hecho. Precisáis del razonamiento y de un determinista sistema de causa-efecto para comprender las cosas que suceden a vuestro alrededor. Y eso en caso de que consigáis percibirlas, que hay tanto que se os escapa a eso que llamáis sentidos… Si por último os fallan esos métodos que decís científicos, recurrís a la fe. No es mala alternativa del todo. A veces es incluso la más probable o la más creíble.
Y pese a ese supremo triunvirato de cuidado raciocinio, imperialismo sensorial y socorrida fe, al final ninguno de los tres cuenta más que la magia de la ilusión: cuanto más adornado quede el mundo, por más falso y enajenado que resulte, más os quedáis con él. Es el encanto de la estética por encima de todas las cosas.
Por todo esto, todo producto encaminado a su venta y máxima difusión que además alcanza cierto grado de complejidad, necesita ser explicado o comprendido, pero también bien maquillado y dotado de atractivo para esos mismos sentidos de los que tanto os fiáis y tanto os engañan. Para el caso de los videojuegos esto se traduce en dos únicas prendas de vestir.
Hablemos de moda. De cómo van vestidos los videojuegos cuando se exponen en las estanterías de las tiendas. De las cajas que los contienen y de los manuales que los acompañan. En una palabra, de todo lo que no es el juego pero que también forma parte de él. Aunque en la mayoría de los casos no se valore, por ser la parte del mismo con la que no se juega.
¿Pero si no se juega con ello, para qué vale? Pues para tentar a comprarlo, para suscitar el deseo de tener esa caja en casa, aunque lo de dentro no se lo merezca (cosa que no suele ser así en la mayoría de los casos). Para darle un toque de distinción. Para lo mismo que una buena presentación en un plato de alta cocina. Para enseñarla a las visitas. Para todo eso vale.
El envoltorio del caramelo
Los primeros videojuegos ofrecían por fuera un aspecto bastante estándar. Casi siempre teníamos un formato de caja inamovible de cada plataforma (fuese videoconsola o PC), donde la forma no era lo importante. Eso sí: la portada era una maravilla, en muchos casos. Artistas de gran talla han ilustrado no pocos títulos. Para el caso concreto español, es de obligado cumplimiento mencionar a Luis Royo en multitud de trabajos en las cintas de casette de la compañía Dinamic para Spectrum: Cozumel, La Aventura Original, Navy Moves, Heavy Metal ...
Los juegos de antes no gozaban de la calidad gráfica en pantalla de los de ahora, así que había que recurrir a estos embellecimientos en el plano físico. Claro que no siempre fue así, pero era un recurso que decreció a medida que mejoraron los gráficos de juego. Obviamente, el público al que iba dirigido el título también influía en el aspecto más infantil o adulto, más realista o excéntrico, etc. Como hoy, claro está.
Ahora parece que las cosas vuelven a lo de antes. Microsoft apuesta por las cajas metálicas y con relieve como las de Bioshock o la saga Halo, y en otras compañías las ediciones de lujo y coleccionista están a la orden del día. No es de extrañar en esta nueva generación de videojuegos en que, ya acostumbrados a la altísima calidad gráfica y piratería (que también ha influido sobremanera), se hace de nuevo necesario el dotar a un título de una atrayente vestimenta exterior.
El recetario de cocina
Para qué servía cada botón, el aviso acerca del riesgo en enfermos de epilepsia o una breve historia sobre los personajes y el argumento del juego, son cosas que no pueden faltar en los manuales de videojuegos tanto de antaño como los más actuales. Claro que la pregunta aquí es: ¿Alguien se lee los manuales, o todos se ponen a jugar directamente sin mirarlos ni hacerles el menor caso?
Desgraciadamente suele ser el primer caso el que predomina. Pero debido a ello, también en los manuales surgen auténticas obras de arte. El ya citado Navy Moves incluía planos, un sobre lacrado de aspecto confidencial en el que figuraban las letras “Top Secret” y un listado de claves y códigos de oficiales para aburrir; Vampiro La Mascarada – Redención tenía en su manual descripciones de los clanes vampíricos y magníficas ilustraciones extraídas del juego de rol original; a Resident Evil 2 lo acompañaba un librillo cuyas páginas interiores daban casi más miedo que el propio juego.
Es cierto que todo jugador debe jugar para aprender a manejar su personaje. Que el juego debe contar toda la historia que sea necesaria. Pero al margen de eso algunas compañías tienen también ilustradores y redactores realmente buenos que hacen que te apetezca leer el manual antes de acostarte o incluso llevártelo en el autobús para ir al trabajo. Y no es una exageración. Que merezca la pena o no, ya depende de cada uno, porque gracias al manual el jugador puede disfrutar del trasfondo del juego en cualquier otra parte que no sea el salón de su casa.
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Lo que está claro es que os gusta lo bonito. Que coméis con los ojos, que la mujer maquillada llama más la atención que la que tiene la cara recién lavada, que un traje viste mejor que un chándal y que los estereotipos estéticos venden. Modas. Os encantan. No sé si es algo que me revienta o que me hace reír, pero pese a que mil y un ejemplos más os podría dar de este hecho en videojuegos, prefiero irme hasta el mes que viene.
Además, me voy de compras a por un vestido nuevo antes de que cierren y al salón de belleza a hacerme un tratamiento de estelas de cometa.
Quiero estar guapa. Más todavía.
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“La belleza perece en la vida pero es inmortal en el arte.”
Leonardo Da Vinci
“Yo he visto mujeres feas que tratadas son hermosas.”
Félix Lope de Vega y Carpio
2008-05-13 21:35
“Las mujeres de hoy en dia, todas andan muy pintadas; pero si las ves lavadas, parecen papas peladas”
Pakistoteles