La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.
Cuando hace dos años escribía (y aplaudía) la ruidosa renuncia de Santiago Sierra al premio nacional de Artes Plásticas, destacaba el valor artístico de la acción como reconocimiento a cuantos han decidido que su ser en el mundo consista en un enfrentamiento constante con el cumplimiento de las expectativas creadas, con los consensos afables, con el arte que dice lo que sus espectadores quieren oír. Las formas estentóreas con las que Sierra se opuso al confort artístico institucionalizado fueron, en cualquier caso, coherentes con su ethos artístico.
La renuncia de Javier Marías ha sido mucho más normal. Renuncia inmediata seguida de rueda de prensa vespertina de la que nadie pudo extraer un titular escandaloso. Dijo mucho menos de lo que ya había dicho tiempo atrás sobre las razones de su renuncia: Marías la abordó como un deber penoso, apesadumbrado por tener que repetir lo que cualquier lector atento de su obra ya sabía, ajeno a la necesidad mediática de reactualizar constantemente los enunciados. ¿Tanto cuesta de entender que Marías no quiera estar en una lista que incluye a Carrero Blanco (1947), y no incluye a su padre?
La normalidad de Javier Marías, coquetamente premeditada, dejó sobre la mesa, sin embargo, un envite trascendente: ¿qué sentido tiene un premio nacional de literatura en un país como España? Y aquí es donde enlaza Sierra con Marías. El primero denunció en 2010 que un premio institucional es un intento de apropiación del prestigio del premiado por parte de un estado necesitado de legitimación. Si eso era cierto hace dos años, no hace falta explicar cuanto más lo es ahora.
Y, como ya dije a propósito de la renuncia de Sierra, “el galardonado del año que viene tendrá serias dificultades para conseguir que su actitud ante el premio sea, en ella misma, una obra de arte que conmueva. Una nueva renuncia será un gesto agotado, y la aceptación, prácticamente una forma de colaboracionismo.” Marías, que se desentendió astutamente del precedente con un “creo que en Literatura nunca había pasado”, y optó por una renuncia de perfil bajo que acabó convirtiéndose, también en cuanto a la imagen que transmitió, en una serena defensa de la coherencia personal.
Y sigo preguntándome, como hace dos años: ¿qué hacer a partir de ahora? Puede que en esto Marías haya marcado un camino que obliga a los demás a definirse, a explicarse tanto si lo aceptan como si no. A partir de ahora todo es significativo: una renuncia por supuesto, pero también una aceptación con explicaciones o sin ellas.
Y el primero en abrir la boca ha sido Marcos Giralt para decir, más o menos, lo mismo. Que tanto a los ganadores futuros como a los ganadores pasados los ha dejado vendidos. Bien hecho.
2012-10-27 20:15
Creo que Giralt se equivoca. Marías rechaza un simbolismo contenido en un premio antes que ejercer de demagogo al donar el dinero (estatal) a organizaciones a las que el propio estado les niega lo que necesitan. Es un buen gesto, el suyo. Nunca pasa nada, o al menos no con los premios donde asumimos que están vendidos o no había otra opción, y ahora, alguien dice no.
2012-10-28 02:37
No creo que los sucesivos premiados estén vendidos para el año que viene. Un acto aislado es una anécdota o una extravagancia, que se puede ignorar, o fingir que se ignora.
El que puede dejar vendidos a los venideros es el del año que viene si hace lo mismo: porque entonces el tercero tendrá que decidir si crea una tradición o deja la renuncia en anecdota.
Porque tres veces ya son una tradición que hay que justificar saltarse. Pero una no.