La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.
La gira mediática de Zapatero para presentar sus memorias tiene mucho de final de partida, pero hasta ahora no me había llamado la atención. De hecho, ni siquiera pensaba hablarles de esto: pensaba, para despedirme, en algo más poético, y, en mi humilde opinión más político por tanto, que hablarles del trasfondo de la entrevista al expresidente en El Intermedio, pero anoche pensé que esta discusión vehemente aún debía decirse en Libro de Notas, y aquí me tienen echando a la basura lo escrito y reescribiendo en la madrugada.
Hasta ahora, como digo, sabía por tuiter de las memorias/explicaciones de Zapatero, y basta. Mi interés no alcanzaba mayores metas, y eso en parte era debido al medio: en tuiter difícilmente alcanzas a apreciar el discurso que subyace en una declaración aislada, en el estúpido comentario tópico que te costará una montaña de tuits, retuits y favs como martillazos sobre el mismo clavo. Así que hasta ayer no escuché con atención el argumentario de José Luís Rodríguez Zapatero en defensa de su gestión como Presidente del Gobierno.
Y la conclusión no puede ser más desoladora: entiendo por qué le odiamos, y entiendo por qué le quisimos “puesto que de dos modos es la vida / la palabra tienen un ala de silencio / el fuego tiene una mitad de frío”, que dijese Neruda. Sus decisiones biopolíticas nos encandilaron, pero el fracaso político y mediático de Zapatero es también, y especialmente, el fracaso de la izquierda neoliberal de la que era epígono y alarde.
Zapatero expuso anoche, con meridiana claridad y con meridiana desfachatez, las razones de ese fracaso. A la pregunta de Sandra Sabatés sobre los dilemas de un gobernante, y si el principal era “no caer prisionero de la economía”, Zapatero respondió que “en buena medida la política en el mundo globalizado en el que estamos depende mucho de la economía y la economía no depende de las decisiones del gobierno. Depende de los mercados, depende de la globalización, depende de Europa, depende de Ángela Merkel…”. Y siguió: “me reconozco en la retirada de las tropas de Irak porque es un compromiso que no depende de otra voluntad, como la ley de matrimonio homosexual [decisiones biopolíticas, añado yo]: nadie te va a condicionar, no es como la economía. Crear empleo no depende de un decreto o de una ley que yo pueda firmar. Las decisiones que dependen de un acto libre de voluntad autónomo, que no tienen un condicionante económico son las que a mi juicio se pueden analizar con más claridad en la trayectoria política. Ahora bien, todo el mundo es consciente que en la economía intervienen muchos factores, mucho más que lo que pueda ser la decisión, la voluntad autónoma de un gobernante”. Y a la pregunta del presentador, “¿por qué siempre ganan los mercados?”, Zapatero respondió que no, pero que sí, y que la culpable de todo era que el Banco Central Europeo seguía las directrices ordoliberales emanadas de Alemania. Preguntado por si era posible revertir la dependencia de la política respecto de la economía respondió que sí, pero que eso habría un campo de debate porque el pensamiento económico dominante aún es que la política no intervenga el la economía, “dejar a los mercados plenamente libres, al comercio plenamente libre, que la política no meta las manos en la economía. Sin embargo cuando la economía falla, miramos a la política: ah, ha fallado la política. Este es un juego dialéctico permanente.”
Efectivamente, ese es un juego dialéctico permanente, pero no eterno: tiene sus orígenes y su evolución, y ahora asistimos a su decadencia intelectual, que, por desgracia, no es su decadencia como poder. Ese juego dialéctico, aunque Zapatero lo disimule, trata sobre quién debe controlar a quién: o controlas o eres controlado.
Según el modelo de pensamiento económico ordoliberal alemán, la competencia está por encima de todas las cosas, y los gobiernos existen para garantizar que así sea. Si la competencia funciona, es decir, si el mercado es capaz de moderar internamente el libre juego de intereses económicos, todo irá bien. Foucault resume esta corriente de pensamiento dominante: “A grandes rasgos, podemos decir: gracias al cielo, la gente sólo se preocupa por sus intereses, gracias al cielo los comerciantes son perfectos egoístas y entre ellos son contados los que se preocupan por el bien general, pues, cuando empiezan a hacerlo, las cosas comienzan a andar mal” (Nacimiento de la biopolítica). Y, yendo más lejos, que “el gobierno no sólo no debe interferir en el interés de nadie; es imposible que el soberano pueda tener sobre el mecanismo económico un punto de vista capaz de totalizar cada uno de los elementos y combinarlos de manera artificial o voluntaria. La mano invisible que combina espontáneamente los intereses prohíbe, al mismo tiempo, toda forma de intervención y, más aún, toda forma de mirada desde arriba que permita totalizar el proceso económico.” Y ése es el punto en el que Foucault sitúa el nacimiento de la biopolítica: cuando al soberano (y esto incluye al pueblo soberano) ya no le queda otra acción posible que el control de la nuda vida de los ciudadanos, y entonces las únicas decisiones posibles, y la única separación efectiva entre políticas de derechas y de izquierdas es si nos largamos de Irak, si legalizamos el matrimonio homosexual o no, si liberalizamos o restringimos el aborto, and so on.
Pero hay trampa. Y la izquierda cayó en ella. Cuando aceptó el principio económico de no intervención y se dedicó a la biopolítica en lugar de a la política, creyendo que el espacio económico estaba cancelado para la acción en ambos bandos, firmó un armnisticio claramente desventajoso. A la política de izquierdas sólo le quedaba la biopolítica, pero las decisiones biopolíticas de la derecha continuaban teniendo un objetivo político (entendamos aquí: un objetivo de control económico) clarísimo: todas ellas contribuyen a reforzar la autonomía del ámbito económico sobre el político. Y no es casual que tumben determinadas decisiones biopolíticas de la izquierda, y otras no. El matrimonio homosexual sobrevive porque es bueno para la economía, y punto. Repasen conmigo: las consecuencias de la restricción del aborto tienen que ver con sacar a determinadas mujeres (pobres, claro) del mercado laboral. La apuesta por la meritocracia educativa con la consolidación de una clase baja económicamente rentable. La privatización de la sanidad con la subordinación de la salud pública al mercado laboral, porque tendrás más oportunidades sanitarias si eres un trabajador productivo. Y las restricciones a la libertad comunicativa (desmantelamiento de la televisión pública independiente) y la ley de seguridad ciudadana con la docilidad que el libre mercado necesita para que los mecanismos económicos sean invisibles, un elemento imprescindible para el desarrollo del capitalismo. Y pueden seguir ustedes mismos.
La derecha no da puntada sin hilo, mientras la izquierda cree que puede coser con hilos quiméricos. Y no. Así pasa después, que nos quedamos desnudos a la mínima, como el falso Zapatero bailando con el exclusivo sostén de un bañador estilo Borat: la metáfora risible de la impotencia, la indigencia intelectual y en algún grado, de la cobardía política.
Les espero, a partir del próximo diecisiete de enero, en el nuevo sitio de La guillotina-piano, donde Fernando Villavert y yo mismo seguiremos amando y odiando, con infinitos matices, cuanto nos rodea.