La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.
Roger Colom, miembro fundacional de Libro de Notas, inauguró en Buenos Aires, a finales de septiembre, una muestra de la Biblioteca Popular Ambulante, un proyecto que le y lo ha ocupado durante los últimos años, y que él mismo define como “más de dos años de trabajo casi obsesivo tratando de crear una idea de Buenos Aires a través de su basura, de lo descartable, de los discursos que recorren las calles en busca de nuestra atención como parásitos en busca de huésped.” Asistí a sus primeras formulaciones durante el verano de 2011, y seguí su evolución entre el correo y la videoconferencia que nos mantienen unidos desde que Roger se instalara en Argentina en el mismo año en que comencé mi colaboración con Libro de Notas, en 2007.
La amistad no impidió que me sintiese particularmente honrado cuando Roger me pidió que escribiese uno de los textos del catálogo de la exposición. Aunque ya fue publicado en el blog de Roger, creo que el texto debe constar entre los que alguna vez se publicaron en Libro de Notas por razones que, al menos a mi, me parecen obvias.
Nada que decir, sólo mostrar
La Biblioteca Popular Ambulante asume la derrota de la ciudad como espacio de autorrealización y libertad, como espacio de la utopía democrática. Pero lejos de pelear por la reversión de una pérdida irreparable, asume que el futuro se construye con los cuerpos que yacen entre las ruinas de ese sueño de redención universal. Se construye con pequeñas victorias que ya estan ocurriendo, aunque en un espacio heterotópico, incluido en el espacio normal de la ciudad, pero sujeto a sus propias leyes, ajenas e incomprensibles a la misma ciudad.
La BiPA es una heterotopía en la que seres humanos, cosas, pensamientos y sueños son exactamente lo mismo, y en la que las leyes que los relacionan emergen del nuevo contexto en que las sirve el recolector poético de material de mundo, los libros de la BiPA. Los libros redistribuyen los cuerpos abandonados a su suerte y los ofrecen de nuevo al mundo liberados de la máscara de lo banal, recuperada así la resistencia que todo cuerpo debe oponer a su observador. Al fin, los cuerpos vencen.
Esos cuerpos son las cosas que el gran sueño ha digerido y vomitado sobre su superficie, al paso y sin pausa, sólo parcialmente metabolizadas. Detritus. Literalmente, todo aquello que está desgastado, lo dejado de lado, lo que resta, las ruinas. Nuestro legado. Es decir, nuestra cultura.
Basura, objetos, imágenes, deseos, hastíos, desafíos, felicidades obligatorias y voluntarias, gente, ropa, colores, paraísos, calles, negros, carteles, volantes, papeles, cartones, publicidad, propaganda, putas, cafés, billetes de lotería, volantes de comida, envoltorios de alfajores, cucharas de helado, tarjetas del subte y boletos de transporte público reaparecen, así, a nuestros ojos para formar el registro del detritus. Nuestra cultura, la que nos ampara y autoriza.
La BiPA es spinoziana: Dios o la naturaleza o el libro (Deus sive natura sive codex). Si en Borges existen libros formados sólo por la letra R en infinita repetición, en la BiPA cada blíster es un blíster realmente existente, extraído, como objeto encontrado, de su contexto en una operación violenta que se ejerce no en nombre de la inmortalidad, sino del reconocimiento, y lo pone (y lo expone) al mundo en su materialidad, estableciendo dentro del libro y con otros libros nuevas relaciones con sus símiles y con sus disímiles. “El libro de los azules encontrados en la calle” es el nuevo contexto de “El libro de los negros encontrados en la calle”, que a su vez es el nuevo contexto de los libros de carteles políticos arrancados. Una cadena de retroalimentación de sentido que convierte la basura en cultura, y viceversa, como en “El libro del estío, el hastío y el desafío de pasárselo bomba a/en toda costa (y otras felicidades obligatorias)” en donde accedemos, finalmente, al Colom más singular, al moralista que nos conmina con el humor y la ternura con que un caníbal guisaría a un lactante (Benjamin).
Los libros de la BiPA son baratos porque lo barato es político. En las relaciones de poder que atraviesan nuestra cultura y nuestra sociedad, basadas en la oposición entre un fuerte y un débil que se necesitan mutuamente, en el que cada uno de ellos cumple un papel en la gigantomaquia del poder, la BiPA pone la dialéctica en suspenso y apuesta por la basura, los desechos, los detritus, lo regurgitado por la ciudad, y por los propios habitantes de la ciudad. También en su realidad material de segundo grado: papel desechado, cubiertas recicladas, carpetas y hojas del papel escolar más común, son una impugnación de las relaciones de poder que en la dialéctica entre lo rico y lo pobre, lo caro y lo barato, el arte y la artesanía, el original y su reproducción mecánica, otorgan poder y dominio. Sólo lo barato nos hace iguales como observadores e iguales como ciudadanos.
En la BiPA, pues, los libros no son una forma de convertir un afuera en un interior aislado, sino que suponen un nuevo contexto para los objetos aún no encontrados, aún no violentados culturalmente. En realidad, esa es la misión del arte, recontextualizar la realidad, ejercer la deambulación incesante entre un interior y un exterior. Cumplen así, los libros de la BiPA, el mandato deleuziano de que un libro sólo existe gracias al afuera y en el exterior. Los libros de la BiPA no iluminan el mundo, esa vieja idea platónica, sino que son el mundo, o la naturaleza, o dios. Son la política de la Biblioteca Popular Ambulante.