La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.
A mi hay cosas que me parecen especialmente escandalosas, aunque acepto, con mal disimulada resignación, que a otros, que suelen ser muchos más que yo, les importen un pimiento. Que Rita Barberá se presente para un sexto mandato municipal, como anunció en Madrid hace unos días, me parece negligible: una tradicionalista carlista debe aspirar no solo a seguir la tradición, sino a transubstanciarse ella misma en tradición (creo que secretamente desea que la muerte la sorprenda “en acto de servicio”, presidiendo una mascletà fallera, o recriminando a una trabajadora que ejerza su libertad de expresión). Que prácticamente propusiese el anticatalanismo valenciano como modelo para el anticatalanismo español me parece tardío: ya lo aprendieron cuando el boicot al cava catalán. Tampoco es que me ocupe demasiado la incoherencia de un discurso que demoniza a quienes critican la política y los políticos en nuestro país al tiempo que reconoce que su desprestigio está bien fundamentado en “lo indefendible” de determinadas actuaciones y escándalos como el de EMARSA, de la que ella es, por mucho que lo niegue, responsable política directa. “Cosas de políticos, mamá”, que diría aquel niño hijo de matemática atea a quien su madre preguntó por qué se santiguaba cuando entraba al campo a jugar a fútbol. “Cosas de futbolistas, mamá”. Ni siquiera me molesta en exceso el empeño de la derecha española por apropiarse del prestigio (que no de las ideas) de destacados intelectuales republicanos como Ortega, Azaña o Marías, aunque (y disculpen la expresión que el letrado hijo de este último seguro que mejoraría) a sus legítimos herederos no les haga ni puta gracia.
Lo que me parece inmoral es que nos crean tan ignorantes como ellos. Dijo Barberá que dijo Marías: “España es el país más inteligible de Europa, lo que pasa es que la gente se empeña en no entender”. Un poco más leídos sí lo somos. Si Rita Barberá hubiese leído a Julián Marías, se hubiese guardado muy mucho de citarle en su charla. Dudo mucho que Marías dijese jamás una frase que, por otro lado, circula profusamente por internet, y que tiene la pinta de ser una mala digestión de un resumen editorial de España inteligible: razón histórica de las Españas. El objetivo de Marías en el libro es hacer inteligible una España que ha convertido en tópico su ininteligibilidad. En mi opinión, Marías asimila lo mejor de la reflexión española sobre la identidad nacional desde el 98 hasta que escribe el libro en 1985, pero es incapaz de ponerse en el lugar del otro. Y, como me decía hoy un compañero de instituto, en la España contemporánea los catalanes son “el otro”, por encima incluso de los vascos. Para la España anterior al desastroso final de siglo XIX, el otro eran las colonias. A partir de entonces, replegada sobre si misma, busca y encuentra su “otro” en Catalunya. Madrid pasa de competir como villa y corte con otras villas y cortes indianas, a ser una ciudad burguesa que compite con otra ciudad burguesa, Barcelona.
Como no tengo intención de reiterar mi posición sobre el tema, nótese el eufemismo que en mi juventud se utilizaba para hablar de la droga, apuntaré solamente que creer que la independencia de Catalunya es especialmente perjudicial para mi País Valenciano no me impide creer que la vía por la que transita el problema de la relación entre Catalunya y España es de doble dirección. Y que esa reflexión sí se ha hecho desde Catalunya (Joan Fuster, por ejemplo: Marías habría matizado bastante su posición si lo hubiera leído), mientras que el resto de España permanece anclada en una mala digestión de una mala digestión de Ortega.
Y no se me escapa la mezquina omisión del pronombre final en la cita de Barberá. En su versión más difundida, la cita dice: “…lo que pasa es que la gente se empeña en no entenderlo”. Que España es inteligible. Tal y como lo dice Barberá, está diciendo que la gente es imbécil, que no quiere entender, en un contexto en el que poco antes y poco después se escandaliza de que la sociedad repruebe la actuación de sus políticos.
Puede que, efectivamente, la gente se niegue a entenderlos.