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La guillotina-piano por Josep Izquierdo

La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.

Atrapados en la nostalgia

El lector amable que el pasado agosto no tenía nada mejor que hacer que leerme recordará que ya hablé de la nostalgia como fenómeno cultural y psicosocial, y auguraba (esto de los augurios se me empieza a dar demasiado bien) que “ahora y en los próximos años el fenómeno cultural dominante será la nostalgia.” Ni yo mismo pensé que poco más de un mes después los acontecimientos nacionales y globales me permitirían reafirmar mis tesis. Porque tanto la reciente ola de violencia antiamericana como la manifestación independentista de Barcelona durante la Diada rezuman nostalgia.


La nostalgia es la añoranza de un hogar que ya no existe o que no ha existido nunca, un sentimiento de pérdida y desplazamiento. Pero como decía en el artículo del tres de agosto, y tomando inspiración de nuevo en Svetlana Boym, la nostalgia es un estado mental que bien podría definirse como una rebelión contra la idea moderna del tiempo de la historia y del progreso. El nostálgico desea borrar la historia y convertirla en mitología, privada o colectiva: desea revisitar el tiempo como hacemos con los lugares, rehuyendo la rendición a la irreversibilidad del tiempo que infesta la condición humana. La nostalgia, aunque no le es exclusiva, se ha fortalecido con la globalización hasta convertirse en la otra cara de la misma moneda, en un anhelo de una comunidad con memoria colectiva, esto es, en la añoranza de continuidad en un mundo fragmentado, un mecanismo de defensa contra nuestros acelerados ritmos de vida y trastornos históricos. La nostalgia es también una abdicación de la responsabilidad personal, una vuelta al hogar libre de culpa, y, en buena medida, una derrota ética y estética.


Las contra-revueltas que bajo la cobertura del antiamericanismo están teniendo lugar en el mundo árabe no son un conflicto entre la blasfemia y la libertad de expresión: la restricción de la segunda en nombre del respeto a los sentimientos religiosos, como en el caso de la ley aprobada por la Gran Bretaña en 2006 (con la lúcida y activa oposición de Rowan Atkinson, por ejemplo), no ha conducido a un punto de encuentro, sino que fue vivida por los partidarios de la tipificación penal de la blasfemia como una victoria, y una justificación. Y aunque nos guste la idea del conflicto de civilizaciones, ese conflicto no está en la restricción o no de las libertades individuales, sino que esa restricción es un producto secundario de la nostalgia como mal du siècle. No es la ofensa al profeta, sino el cuestionamiento de la dimensión utópica de la nostalgia: el cuestionamiento de que sea posible una restauración transhistórica del hogar perdido. Para el integrismo musulmán esa patria perdida es el Profeta y su tiempo.


El independentismo catalán tal y como se expresa últimamente comparte con el islamismo radical la creencia en la reconstrucción del hogar, de la patria ideal, perdida en una edad dorada anterior al naufragio de la independencia política. La crisis económica como consecuencia de la globalización incentiva la correlación entre lo personal (la pérdida económica y de estatus) y la memoria colectiva (la pérdida de la independencia). Pero olvidan, olvidamos, porque como catalán me incluyo, que el presente no sólo es consecuencia del pasado, sino que un presente traumático crea el pasado al proyectar sobre él nuestros duelos o nuestros fracasos, recreándolo como exorcismo de nuestros miedos y frustraciones.


Se me dirá que me equivoco, que es una cuestión de identidad nacional o de supervivencia económica y social. En el segundo caso creo firmemente que atribuir la desoladora incidencia de la crisis económica exclusivamente al conflicto con el resto del estado español es, como se dice en catalán, fugir d’estudi (no hacer tu trabajo), y en los términos en que hablábamos antes, una abdicación de la responsabilidad personal y colectiva en la crisis que padecemos. Como si la burbuja inmobiliaria no hubiese existido en Catalunya, o sus causas hubiera que atribuirlas a una suerte de económico quintacolumnismo españolista. Por lo que respecta al primero, esto es, la identidad nacional, Susan Steward dice que la nostalgia, en su dimensión de vuelta al pasado y por tanto su repetición, es la repetición que se duele de la inautenticidad de toda repetición, y niega la capacidad de ésta para definir identidades. Lo mejor del nacionalismo catalán se preocupó de instalar el concepto de identidad en un proceso de revisión crítica permanente que generaciones posteriores a Joan Fuster o Gabriel Ferrater, por poner un par de ejemplos, se encargaron de esclerotizar.


Debemos gestionar un mundo en donde el malestar global empieza a superar el límite de lo tolerable. Algo saldrá de todo esto, aunque sea difícil imaginar el qué, o el cómo.

Josep Izquierdo | 14 de septiembre de 2012

Comentarios

  1. Dr Zito
    2012-09-15 12:45

    No creo que lo que pasó en la diada tenga nada que ver con la nostalgia. No es un nacionalismo ese esencialista, que busca reconstruir una arcadia. Es un nacionalismo de presente y futuro constreñido. Y su valor precisamente es que no busca refugio sino que busca un porvenir. Se estará de acuerdo o no con lo acertado que ese porvenir puede ser, pero una expresión tan transversal y plural como esa no estaba basada en ninguna reivindicación de raíces o esencias.

  2. Josep Izquierdo
    2012-09-15 14:10

    Yo creo que busca un porvenir que le sirva de refugio, lo cual sustrae fuerzas para actuar sobre la realidad: ¿por qué reivindicar un futurible hipotéticamente mejor, a través de un mecanismo de dudoso éxito (la independencia) y no centrarse en lo que se puede hacer aquí y ahora? ¿Queremos ser independientes para montar Barcelonas World? El ejemplo es paradigmático porque implica dejar para cuando seamos independientes la lucha contra la especulación inmobiliaria y financiera, la corrupción, y tantas otras causas, mucho más complejas incluso. Yo creo que eso también es nostalgia: nostalgia del futuro, una forma de nostalgia mucho más cool para quienes tanto sufrimos ahora.


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