La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.
La pasada semana deplorara las llamadas constantes a rebato por la muerte de de lo que muchos consideran los pilares de la cultura occidental, a saber, el libro, la autoridad que emana de él y el modelo de alta cultura que ha configurado desde la aparición de la imprenta hasta nuestros días, y que en buena medida ha sido imitada por el arte y su concepción de la obra hasta su unificación en la ideología de las Bellas Artes.
Hoy me propongo hacerles partícipes de una preocupación que parece contradecir mis reflexiones de la semana pasada, pero que en realidad son su complemento, por si alguien cree que el remedio está en la exaltación acrítica de la vida, entiéndase la novedad tecnológica. Y lo digo porque más de uno tenemos la sensación de que el debate público está atrapado de nuevo en un dualismo estéril. Cabría poner muchos ejemplos de una y otra postura, pero bástenos uno de tontuna exaltación que, justamente por no provenir de un jovenzuelo en estado de pre-resaca o post-resaca, sino de Inma Tubella, rectora de la Universitat Oberta de Catalunya, socióloga, co-directora con Manuel Castells de un estudio estadístico sobre los usos tecnológico-culturales de los jóvenes, ofrece un plus de autoridad que, en este caso concreto, me voy a permitir cuestionar. No es que no diga verdades como puños, sino que extrae de esas verdades consecuencias que en absoluto son evidentes.
Es verdad que los jóvenes están abandonando el medio predominante de distracción de masas durante la segunda mitad del siglo XX y se están volcando en Internet: ¿cabe deducir de ellos que “la revolución de los medios se cuece en las habitaciones de los jóvenes”? Es un hecho que hay un uso cotidiano de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) entre ellos. ¿Dibuja eso una “práctica más independiente, personalizada y activa, opuesta al uso más familiar, colectivo y pasivo de la televisión”? me permito un apunte: puede que, en la historia de la cultura, la televisión haya sido un episodio efímero (comparado con el reinado del libro) y anómalo (por su pasividad), pero fundamental en el transvase de la sociabilidad presencial o directa a la inmaterial o diferida que caracteriza la red. Ahora, esa sociabilidad continúa teniendo las mismas características y las mismas funciones que antaño tenía la partida de cartas en el bar, la cháchara bajo el emparrado y los paseos por las afueras del pueblo al atardecer. Lean, a propósito de ello, el post de Christopher Rodríguez en Letras Libres, o mejor, el artículo que le sirve de fuente, ¿Y cómo va “la muerte del libro”?, de Michel Melot en la revista Istor, quien, por cierto, acaba de publicar un libro sobre ese caricaturista más antiguo que la pana, Honoré Daumier.
Pero esa sociabilidad comunitarista a la que he aludido en sus aspectos más amables tiene su envés en los juegos infantiles en la calle destinados a establecer pautas de menosprecio y agresión, y los destinados a establecer jerarquías de poder y sumisión, y incardinadas en los ejes que la sociedad adulta establece en torno a la identidad y la exclusión, la aceptación y el rechazo, lo común y lo extraño. Todo parece indicar que los jóvenes han encontrado con Facebook, Flickr, MySpace, Mininota, Twitter, instrumentos nuevos, sí, más refinados, sin duda, de mayor alcance, para continuar haciendo lo mismo. Para Tubella parece que socializar y ser útil son equivalentes. No lo discuto, pero no en un sentido moral. Socializar es ser útil a la sociedad, pero la sociedad, como la historia ha demostrado, no siempre es buena para el hombre.
“¿Recuerdan a McLuhan cuando definía los medios como nuestras extensiones tecnológicas? Pocos le entendieron”, dice Tobella, y me temo que ella tampoco. Para McLuhan lo que se extiende ya está en nosotros, es alguna de nuestras facultades físicas o psicológicas. Si utilizamos a McLuhan, cosa que me parece del todo pertinente, las TIC en los jóvenes extienden su sociabilidad, vuelve obsoleta la individuación, recupera el lugar común (el punto de encuentro metamorfoseado: la calle, la plaza…) y nos revierte a las formas sociales de la tribu. Maximalizo, ya lo sé, pero habrá que dejar los divinos detalles para luego.
No es ajena a todo este entramado la exaltación de la juventud como virtud moral, heredera del precepto laico de la bondad innata del hombre pre-paradisíaco (hay que ver lo que le cuesta morirse al buen salvaje de Rousseau). La juventud puede que esté más informada y más activa pero ¿es más independiente? ¿Está más formada? ¿Está más instruida? Me atrevo a decir que el individuo no nace, se hace. Y los síntomas de que en el tránsito hacia la cultura y la sociabilidad digital el individuo tiene más difícil conseguir autonomía personal. Confundir, pues, el intercambio comunicativo con el hecho de compartir con los otros, el intercambio interesado con la cooperación, la inmersión social con la creación, y la exhibición con la difusión me parece, como mínimo, desventurado. Y aunque cualquier reequilibrio entre nuestros sentidos (vista, oído, tacto) que produzcan las nuevas tecnologías dará, sin duda, origen a un cambio cultural, es dudoso que de ello salga un hombre moralmente nuevo. Y es de valores morales de lo que habla Tubella cuando pide que les cedamos el paso.
2008-04-07 23:15
Josep, tanto este artículo tuyo como el anterior, Sabor a muerte, me han gustado mucho. Y tendría mucho que charlar, a ver si saco un momento más largo.
Gracias por los enlaces, también.
Un beso.