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La guillotina-piano por Josep Izquierdo

La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.

Sabor a muerte

Philip Roth proclama la muerte del lector, del buen lector. Y para que no haya dudas sobre la autoría del magnicidio (asesinato de una figura prominente de la política, en este caso cultural), denuncia que “las pantallas nos ha derrotado”. ¿”Nos”? ¿A quién? ¿Al Philip Roth escritor, o al Philip Roth lector? ¿A ambos por separado? ¿Al Philip Roth lector/escritor como ente indisociable? ¿A un grupo socio-cultural definible a partir de unas características comunes, en el cual Philip Roth se incluye? Y si éste es el caso, ¿el magnicidio es un fenómeno natural o humano? Es decir: ¿Es asimilable a las grandes extinciones pasadas, causadas pero no queridas, naturales, pues? ¿O es un genocidio? ¿Se trata de la “solución final audiovisual” que ha pergeñado el oscuro poder económico para eliminar cualquier oposición a su mundo de consumo feliz? Y por ende: ¿el lector, el buen lector, es un dinosaurio o un judío, un trilobites o un armenio, un neandertal o un hereje? Y si el lector americano ha muerto, ¿el lector español es un nonato o un aborto?

Creo que se nota mucho que me tienen harto con tanto elogio fúnebre. Y no porque crea que el género (pues de eso se trata, de un género literario, el Planctus, adaptado a los tiempos) no pueda ser cultivado con dignidad y con provecho para quien lo lee, o que no haya dado ejemplos insignes en el pasado (qué es el Quijote sino la parodia de un elogio fúnebre del “buen lector” de novelas de caballerías, Qué es el Tristram Shandy sino una parodia del “buen escritor” de la novelística inglesa del XVII y XVIII), sino porque pasamos de la “muerte de la cultura” a la “cultura de la muerte” con una inconsciencia francamente lamentable. La novela ha muerto, el lector ha muerto, la poesía ha muerto, el libro ha muerto, la muerte de la literatura académica, la muerte de la edición académica, la muerte del libro, la muerte de la crítica literaria, la muerte de la razón, la muerte de la alta cultura, y unos cuantos muertos más que, a fuer de muertos, olvido. En el ámbito cultural, empieza a haber escasez de suelo para tanto enterramiento, y habrá que ir pensando en tumbas en multipropiedad: novela, poesía, y teatro a una. En la tumba del libro en general habrá que sacar previamente los huesos del libro académico para hacer sitio. Para enterrar a los escritores con los críticos tendremos un problema: unos querrán yacer eternamente con sus amados y otros serán capaces de resucitar con tal de lo contrario. Y la razón y la alta cultura ocuparán mucho sitio, pues qué menos que construirles un mausoleo a cada una.

En cualquier caso el problema con los heraldos de la muerte es que su mismo anuncio es una declaración jurada de resentimiento y autocomplacencia, un “¿por qué no nos quieren?” que su misma actitud se encarga de responder. Frente a la extensión de una cultura media basada en la psicologización y la identidad, favorecida por los medios de difusión que le son propios, es decir, ante la pérdida de estatus de la alta cultura, que ya no es un modelo para sus inferiores, nos dedicamos a quejarnos porque se acaba la fiesta en lugar de elaborar un discurso propio que responda mejor que otro a las necesidades humanas. Reaccionamos contra una realidad viva cuyas perspectivas de futuro y cuya fuerza la hacen ajena a nuestros requerimientos de protección y consuelo. Pero si necesitamos ser protegidos y consolados, es que nuestro reino no es de este mundo. Murámonos, pues, y abandonemos este valle de lágrimas camino del paraíso de la irrelevancia.

Josep Izquierdo | 28 de marzo de 2008

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