Arístides Segarra es escritor. Anteriormente ya fue construyendo Estilo familiar en Almacén. Estilo familiar dejó de actualizarse en octubre del 2006.
A veces hay que decir cosas que no complacen. Cosas que no están en el breviario de ideas comunes. A veces la medicina es amarga. A veces hay que nadar contra la marea, y cazar la liebre con un toro. ¿Y por qué cito a Arnaut Daniel, el maestro del más grande lloriqueador, es decir, del más grande lírico que la humanidad ha dado? Vea, vea el lector amable que no me duelen prendas, y que Petrarca puede presidir mi ara sacrificial sin que por ello deje de exhibir mi rechazo al sentimentalismo:
Ma pur sì aspre vie né si selvagge
cercar non so ch’Amor non venga sempre
ragionando con meco, et io co llui.
¿A qué trae todo esto? Pues a que andaba yo ciertamente cabreado a propósito del pifostio que se tienen montado algunos a costa de las víctimas. Y de lo que cuesta explicarles a los niños, que hacen su vida entre nuestros comentarios y nuestras prédicas, que la justicia no puede, no debe complacerlas. Que las leyes no deben tener ese objeto. Muchos principios constitutivos de la democracia se quiebran si eso sucede: nada impediría que existiese una justicia personalizada en función de la victima y no del crimen, lo cual supone retrotraerse al antiguo régimen, como mínimo: el sueño de cualquier totalitarismo.
V. S. Naipaul lo expresa con claridad: “Es necesario odiar al opresor y temer al oprimido”. Nada más cierto. Yo mismo sería temible como víctima, y no dudaría en utilizar los métodos de mi opresor. Hay excepciones, sin duda: una de ellas, la generosidad de las víctimas del franquismo durante la transición española. Es la línea que separa la civilización de la barbarie. Y la necesaria didáctica política al respecto brilla por su ausencia. Son días tristes para la democracia liberal, sobre cuyos principios Raimundo Ortega escribe en el último número de Revista de Libros:
“[Fukuyama] olvida la existencia de diferencias fundamentales y más hondas entre la filosofía de la democracia liberal y la de doctrinas pretéritas como el comunismo o actuales como el islamismo integrista. Y la más evidente de esas diferencias es que la democracia siempre ha supuesto que las personas pueden entenderse por encima de las fronteras religiosas, nacionales, culturales o económicas y, de esa forma, llegar a acuerdos sobre los cuales asentar una autoridad pública limitada pero firmemente respetada. En las sociedades así configuradas, la fuerza no constituye un elemento característico de las relaciones sociales, sino un último recurso. Por lo tanto, en la ética democrática los compromisos y las concesiones mutuas no son excepciones a un principio general sino medios habituales —que precisan instituciones y procedimientos para su plena realización— para llegar a acuerdos qué serán siempre más satisfactorios y duraderos que los alcanzados mediante el engaño, la ruptura de los compromisos adquiridos o el dominio de unos pocos sobre la mayoría.”
Me preocupa que nadie les explique esto a los niños, tanto que hablamos sobre la delimitación de las responsabilidades entre la escuela y los padres. En ese ir y venir se pierden muchas cosas, y temo que ésta sea una de ellas. De todos modos, por si hay duda, creo que es tarea de la escuela, que es a quien incumbe formar ciudadanos. Para los padres quedan las personas.
2005-05-15 13:45 Exacto, muy brillante. Me he hartado de intentar explicar eso en conversaciones familiares o amistosas. Si a mí me matan a una hija intuyo que pediría no la pena de muerte para el asesino, sino una lenta y lo más dolorosa posible tortura que durara días y días, pudiendo ser yo el que ejecutase finalmente al individuo. Precisamente por eso ha de haber una justicia que evite los impulsos de las víctimas, el ojo por ojo, la barbarie. Por eso las víctimas, cualquier víctima, ha de ser escuchada, consolada y respetada; pero no ha de ser la base de la norma jurídico-legislativa de un país.
Saludos.
Saludos.