Arístides Segarra es escritor. Anteriormente ya fue construyendo Estilo familiar en Almacén. Estilo familiar dejó de actualizarse en octubre del 2006.
El lector amable, a quien no presumo por ello menos entendido en ciencias pardas, ya debe saber que no hay peor desastre que un deseo cumplido, el “juicios tengas, y los ganes”, el finalismo en los objetivos vitales que el gitano nómada tuvo necesariamente que menospreciar para sobrevivir cotidianamente. Que en el aprendizaje a través de los procesos y las experiencias que conlleva la persecución de nuestros paraísos se halla lo mejor que la vida puede ofrecernos tampoco es, por otro lado, una novedad, aunque bajo ese rótulo nos lo presenten en las macrolibrerías en las listas de “no ficción”, i.e. “autoayuda”: ¿recuerdan el chiste? ¡qué bonito loignorito! Más les valiera haber leído antes y mejor a tanto comedor de barritas energéticas de habilidades sociales y mentales.
Abandono la diatriba, que me acabo repitiendo más que mis propios criticados, aunque venga al propósito, pues no debo esperar que ni este artículo ni esta columna cambie la naturaleza sublunar y libere de golpe al mundo de la locura, la vanidad y la afectación.
Mi niña va a tener un hermanito, o hermanita, como ella misma puntualiza. Su madre está embarazada, aclaro, para quien pudiera sospechar de mi chochez o de la juventud de mi mujercita. La continuidad biológica ya la he resuelto a mi gusto con Irene, y los compromisos familiares ancestrales de dotar a la familia de heredero masculino que transmita el apellido los delegué, para mi satisfacción y la de mi cuñada, en mi hermano pequeño.
Irene ha reaccionado con explícita alegría, sabia resignación y miedo soterrado. He soportado la primera y no seré yo quien traspase al lector, no ya amable, sino bondadoso, tal sobredosis de excitación infantil en una niña que adora los bebés. Sobre el disfrute de la segunda y el padecimiento del tercero me explayaré un poco más, ya que al cabo son más enriquecedores. O si no, más curiosos.
Por ejemplo, que a sus casi ocho años mi niña ya haya hecho el aprendizaje de la evitación del deseo inútil. Gran logro que espero, con mi ayuda, que la lleve a transitar más a Cicerón que a Buda. Ante la siempre eludible pregunta que mi mujercita no resistió la tentación de hacerle: “¿y tú qué prefieres, un hermanito o una hermanita?”, Irene le dio todo un baño de estoicismo: “Me da igual, porque si yo quiero un hermanito y después es una hermanita, o al revés, la verdad es que no depende de mi ni de nadie. No vale la pena querer una cosa o la otra. Mejor esperar a ver lo que viene.” Para que luego digan que los hijos sólo dan disgustos.
Pero los dan. So savage winter catches / the breath of limber things. A Irene le cuesta mucho dormirse últimamente en mi casa. No se siente segura, dice. Tiene miedo. Cree que puede haber alguien bajo la cama cuando está boca arriba, y a su espalda cuando está de lado (“No tenemos miedo porque soñamos con un tigre. Soñamos con un tigre porque tenemos miedo” ¿Dónde dijo esto Borges?). Sólo mi presencia y mi contacto hasta que se duerme la calma y le permite conciliar el sueño. Además de la pérdida de hábitos a la hora de conciliar el sueño tras el descontrol vacacional en una niña de padres separados que no ha dormido más de dos semanas seguidas en la misma habitación y en la misma cama en todo el verano, hay algo más. ¡Crece tanto! Crece tanto que ya está llegando al aprendizaje de la soledad y del silencio, y pronto llegará a la comprensión del horror, de su proximidad, e incluso de su cotidianeidad.
Está entrando en esa etapa que precede la pubertad, en que la progresiva aprehensión del mundo en su complejidad nos hace conscientes de nuestra finitud y de nuestra impotencia como individuos. Llega el final de la inocencia con la muy reciente muerte de su abuela materna, con la sueña constantemente hasta el punto de confundir sueño y vigilia sin que al parecer su madre haga gran cosa por poner orden en su cabecita,y con la llegada de su nuevo hermano, o hermana. Tendrá que asumir responsabilidades. Su madre, toda delicadeza y oportunidad, nada más comunicarle la noticia ya le dijo que tendrá que pasar más tiempo jugando sola en su cuarto porque ella y los demás estarán ocupados atendiendo al bebé. La primera noche que me quedé con ella tras saber la buena nueva, le dije que era normal que tuviese miedo, yo también lo tenía a su edad, y que menuda suerte que su padre podía quedarse con ella hasta que se durmiera, porque mi madre no podía quedarse conmigo. ¿Por qué papá? Porque éramos, somos, cuatro hermanos, y no podía quedarse con cada uno hasta que se durmiera cada uno. ¿Y a partir de ahora mi madre ya no podrá estar conmigo?
Pero, ¿por qué decir más? Todos vivimos enredados en cuerdas de arpón. Todos hemos nacido con ronzales en nuestros cuellos; pero es sólo cuando somos sorprendidos por el imprevisto y brusco momento de la muerte que comprendemos los silenciosos, sutiles y siempre presentes peligros de la vida. Y si usted es un filósofo, aún sentado en un bote ballenero no sentirá en su corazón más terror del que sentirá sentado al atardecer frente al fuego de su hogar con un atizador, y no con un arpón, a su lado. Creo que cuando acabe Harry Potter le leeré Moby Dick.
2007-11-26 23:24
Tal cuento no es infantil es inutil y es lo peor. Yo creo que el tal amable didector es un hueon