Padres, madres, lectores amables: hay que leer la reseña que Joyce Carol Oates hace en el Times Literary Supplement del libro Huck’s Raft: A history of American Childhood, de Steven Mintz, en Harvard University Press a $29’95, por si les interesa; yo, después de leerla, casi que no, pero la propia reseña ha sido un bálsamo para el alma del padre culpable en la noche en que ha debido hablar con su hija porque las notas han bajado en el segundo trimestre. Ayuda que el hilo conductor sea Huckleberry Finn: en una época en que la inmadurez piterpanesca domina los mitos infantiles, es agradable recordar que existen otros modelos, aunque el mío fuese más bien Tom Sawyer.

“Es curioso que, habiendo sido todos niños, apenas sepamos qué es la infancia. ¿Una afección biológica? ¿Un lapso de tiempo? ¿Un constructo social? ¿Un post-desarrollable compendio de mitos en permanente evolución que representa las proyecciones de la sociedad, de sus ideales y ansiedades, sobre los más jóvenes y los más vulnerables de sus miembros? Como nuestros recuerdos personales son probablemente muy informales, los tomamos en muchos casos de los álbumes de familia y fotografías, de los cuentos familiares y las ofuscaciones tanto como de la memoria directa. De ese modo nuestra historia colectiva de la infancia se convierte en sentimental y simplificada, una suerte de nostalgia de dibujos animados por un pasado idealizado que jamás ocurrió. Como Steven Mintz arguye en esta exploración de cuatro centurias de la infancia americana, a menudo fascinante, y masivamente documentada: “no ha existido nunca un tiempo en que la abrumadora mayoría de los niños americanos fueran bien atendidos y su experiencia fuese idílica. Tampoco la infancia ha sido una edad inocente para la mayoría de los niños”.

“La balsa de Huck es un título inspirado para un libro que deconstruye imágenes, prejuicios, “sabiduría”. En la sobrecubierta hay lo que parece ser una ilustración de Huckleberry Finn, sólo y felizmente despreocupado en su balsa sobre el legendario Mississippi, en algún momento de mediados del siglo XIX; sin embargo, la fotografía es de Charles Lindberg haciendo rafting en el Mississippi, c. 1912. Éste es el argumento del profesor Mintz: que las fantasias americanas sobre la infancia se refuerzan con tales imágenes idílicas, y conducen a la novela de un país de nunca jamás en el que los niños y los jóvenes adolescentes gozan de una libertad ilimitada y no son explotados ni abusan de ellos sus mayores. Tal vez Mark Twain compartiera algo de la idealización de la infancia de Jean Jacques Rousseau, por cómo valoró la Naturaleza sobre la hipocresía de la sociedad, además de la dolorosa evidencia que su pequeño héroe, Huckleberry Finn, es “un niño que ha sufrido abusos, cuyo padre, el borracho del pueblo, le golpeaba por ir a la escuela y aprender a leer”. En Hannibal, Missouri, en los tiempos de Huck, antes que la guerra civil destruyera la esclavitud sureña, la vida, para muchos americanos, fue probablemente repugnante, brutal y corta: incluso entre la clase media, aproximadamente uno de cada cuatro niños moría durante la infancia, y uno de cada dos antes de cumplir veintiún años. La noción de una infancia prolongada, “dedicada a su educación y libre de responsabilidades adultas, es un hallazgo muy reciente, y algo que no se convierte en una realidad para la mayoría de los niños sólo después de la segunda guerra mundial”.

Encontrarán el resto en el TLS de esta semana. ¿Que por qué tal vez no lea el libro? Lean, lean la frase final de la reseña: es puro veneno vertido en una copa de Martini.