Arístides Segarra es escritor. Anteriormente ya fue construyendo Estilo familiar en Almacén. Estilo familiar dejó de actualizarse en octubre del 2006.
Sobre el referéndum del 20F ya dije cuanto debía en el momento de su convocatoria. No deseo repetirme, así que ruego al lector amable que lo lea si tuviese algún interés, y en todo caso me permita añadir que la campaña no ha aportado nada que me pareciera de un mínimo interés. Ni una sola mención a la tecnocracia bruselense, a la deslocalización, al supranacionalismo y la soberanía nacional, al requisito de unanimidad en la toma de decisiones sobre política exterior, al probable ingreso de Turquía en la Unión… Nada. Las insuficiencias que señalan mis amigos del no pierden peso ante la ganancia en río revuelto que preveo de mis enemigos.
Puede que mi principal queja sobre la llamada Constitución Europea es que ya es vieja antes de ser aprobada, pues delinea el statu quo con profesionalidad tecnócrata. Huele a rancio, carece de ambición, nos habla de la Europa que somos, y no dice nada sobre la que seremos en un momento en que la ambición es tan necesaria, por inexistente, que incluso duele. Pero no es más halagüeña la postura de quienes la denuncian por antisocial mientras asisten perplejos a la destrucción de las categorías sociales y la minorización de la economía como Deus ex machina. ¿Por qué mi joven vecino, carne de empleo precario, posee un BMV y yo, persona culta, con laureles académicos y empleo estable de por vida no podría comprarlo aunque quisiera? Porque él paga menos impuestos que yo. ¿Por qué la Constitución Europea consagra implícitamente el nefasto principio de excepcionalidad cultural, imponiendo así aranceles ideológicos y por tanto primando la escasamente competitiva industria del ocio europea (léase cine, y tutti quanti)? ¿Por qué nadie habla de ello?
Y aquí me paro, que aún votaré que no.