Arístides Segarra es escritor. Anteriormente ya fue construyendo Estilo familiar en Almacén. Estilo familiar dejó de actualizarse en octubre del 2006.
En el ínterin he estado en París. Hay muy pocas cosas que sacien más y mejor mi glotonería de conocimiento que viajar. Lo adoro. Agiliza el cerebro hasta límites que desconocía previamente. Notas que todo encaja mejor en tu mente, que las aristas se suavizan, que la información fluye. Pero lo dejo que me pongo místico, y eso me faltaba. Mi amadísima mujercita, hablando de la iniciación de Irene a París, sugirió que primero se desbravara viniendo en una excursión del colegio, y después nosotros, en otro viaje, le enseñaríamos la ciudad que debe amarse. Me negué. Quiero que la iniciemos nosotros. Quiero que descubra aquella maravilla con nuestra guía y sostén. No puedo dejar en manos de semejante azar que ame París, como no lo haré con Londres. Ya ven, he vuelto con el corazón partido.
Y más si apenas llegar compro Le Nouvel Obs. Leo, en un número doble navideño que incluye un dossier titulado “Dios y la ciencia: el nuevo choque”, lo siguiente, firmado por André Langaney, genetista y profesor de la Universidad de Ginebra y del Museo Nacional de Historia Natural, en el que dirige el laboratorio de Antropología Biológica:
“Los reinos de la política o, hoy en día, del dinero y los medios de comunicación, decretan a menudo “fatwas” contra los avances científicos susceptibles de poner en cuestión sus certezas. El siniestro ejemplo de la “teoría de las dos ciencias” de Lyssenko, en la cual la genética fue condenada por ser una “ciencia burguesa” y prohibida durante decenios en la URSS, y como consecuencia de la cual los brillantes genetistas rusos de principios del siglo XX terminaron en el exilio o en el gulag, vale tanto en cinismo y crueldad como los tiempos de la Inquisición: Dios no es necesario ni para la fe ni para la perversión.”
La Generalitat Valenciana, en la persona de su conseller de Educación, Cultura y Deportes, irrumpió el pasado día 23 de diciembre de 2004 en la reunión de la Academia Valenciana de la Lengua (entidad creada mediante una ley de consenso entre los partidos mayoritarios con el fin de sacar del debate político el tema de la lengua) que había de aprobar un dictamen reconociendo los nombres de valenciano y catalán para denominar la lengua hablada en una parte del territorio de la Comunidad Valenciana. Amenazó a los académicos prácticamente con el cierre de la institución y con hacerles rendir cuentas penales si se atrevían a aprobar, como parecía probable, el mencionado dictamen. Ni para la fe, ni para la perversión, aunque éstos sí crean en él.