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Estilo familiar por Arístides Segarra

Arístides Segarra es escritor. Anteriormente ya fue construyendo Estilo familiar en Almacén. Estilo familiar dejó de actualizarse en octubre del 2006.

Porque lo digo yo, que soy tu padre II

Como le adelanté la semana pasada, amable lector, expongo y comento aquí los dos ejemplos que anuncié, modelos que enuncian leyes básicas del comportamiento tribal. No lo llamaré fascismo-leninismo para no desviar demasiado la atención del fondo del asunto, y, porque a pesar de los evidentes puntos de conexión (que podemos resumir, sólo a nivel teórico, en la confusión entre el Volksgeist, la voluntad popular y la política), los gobernantes españoles a que me referiré carecen de marco teórico (i.e. ideológico) más allá del mantenimiento de su estatus gubernativo.

La zafia polémica sobre la denominación del Valenciano/Catalán está produciendo perlas de excremento político dignas de tesis doctoral en Antropología Social. Esteban González Pons, conseller-portavoz del gobierno de la Generalitat Valenciana, y exconseller de Cultura y Educación, afirmaba a propósito de los intentos de conciliar lo sentimental-identitario con lo científico que “hacer prevalecer la ciencia sobre la democracia es muy peligroso”. Sí, sí, como lo leen. Imaginen el efecto de semejante afirmación sobre cualquier docente que ejerza en este bendito país: ¿habrá que consensuar las tablas de multiplicar? ¿someter a referéndum la credibilidad de la llegada del hombre a la luna? ¿Para cuándo una ley que obligue a la escuela valenciana a explicar también, o sólo, la teoría creacionista sobre el origen de las especies?

Pero semejante afirmación no puede inscribirse inocentemente en el Libro de Oro de la escatología al lado del “bichito” de Rosón o de los “hilillos” de… ¿fue Rajoy? No hay inocencia cuando el superior directo del conseller, el Presidente de la Generalitat Valenciana, afirma a continuación que “Esto (léase la filiación lingüística del Valenciano/Catalán) no es una cuestión filológica, sino de historia, de tradición, de sentimiento y de ley”. Porque lo digo yo, que soy tu padre. Pocas veces he oído o leído una manifestación más clara de los fundamentos del espíritu tribal, y de los mecanismos de la cohesión social, pero las he oído más veces, en los últimos días, en una pendant de declaraciones que finalmente se desbocaron. El mismo conseller-portavoz mencionado supra, declaró que “si admitimos la sustitución del debate político por el científico estamos negando al pueblo su legitimidad para la autonomía”. ¿No ilustran suficientemente estas declaraciones la situación actual de nuestro país en I+D? ¿Este señor ha afirmado de verdad que la Ciencia socava los fundamentos de la democracia? Por si alguno de ustedes alberga dudas, lean la siguiente declaración del susodicho interfecto: “El debate científico se plantea en términos absolutos, no admite matices, el paradigma es verdadero o falso. Y en esos términos se mueven todas las ciencias. También la del Derecho o la Ciencia Política. Pero cuando un pueblo en el ejercicio de su libertad decide sobre sus señas de identidad, no está haciendo ciencia, está haciendo democracia”. Ay, el pueblo, el pueblo, el espíritu del pueblo, el Volksgeist!

Con todo, no puedo obviar la responsabilidad de la sociedad que tolera, asiente, aplaude y/o jalea declaraciones y actos semejantes, feliz de su credulidad, de su fanatismo y su irracionalidad. La tribu arropa a quien fomenta la intolerancia, impide el acuerdo y el consenso y, con ello, destruye los fundamentos de la convivencia en libertad y de la democracia, dos conceptos que atacan la cohesión tribal. El siglo XX ha estado marcado por personajes que sedujeron a su pueblo con teorías pseudocientíficas sobre la raza o la etnia, o con mistificaciones históricas para justificar un nacionalismo excluyente y agresivo. El siglo XXI no los ha visto desaparecer.

Permítame el amable lector que cite in extenso un artículo de La Vanguardia del nueve de agosto de este año. Creo recordar que el autor era Xavier Hervás, pero no lo anoté en la libretilla de notas que comparto con Irene:

“Las esencias y los espíritus son un chollo, porque ofrecen la gran ventaja de ser un objetivo en sí mismos ya que, por alguna razón que no interesa explicar bien, todo se les debe a ellos. Al carecer de entidad, es decir, al no tener existencia ‘real’, no pueden hablar, y deben hacerlo a través del gurú, del sacerdote o del líder milenarista que les interpreta. Son muy útiles. Los valores de la ciencia y los de la democracia son concordantes y en algunos casos indistinguibles. La ciencia y la democracia empezaron en el mismo lugar, y no es casualidad. La ciencia democratiza porque confiere poder a todo aquel que se toma la molestia de estudiarla y prospera con el libre intercambio de ideas. La irracionalidad, las afirmaciones inverificables que apelan a misteriosos poderes fuera del control humano, son la antítesis de la democracia, ya que no permiten la comprensión cabal y el entendimiento razonado entre las personas. Como dijo C.F. Volney: ‘Debe eliminarse todo efecto civil de las opiniones teológicas y religiosas’”.

¡Qué gran teólogo perdió la Iglesia y ganó la política con Eduardo Zaplana, que recriminó al presidente del gobierno durante la comparecencia en la comisión de investigación del 11M: “Hechos no, señor Zapatero, opiniones”!

Pero no se vayan todavía. Aún hay más. La semana que viene.

Arístides Segarra | 31 de diciembre de 2004

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