Arístides Segarra es escritor. Anteriormente ya fue construyendo Estilo familiar en Almacén. Estilo familiar dejó de actualizarse en octubre del 2006.
El lector amable que ha seguido esta columna desde su comienzo en Almacén puede que valore esta pequeña nota íntima que hoy le ofrezco, que no contiene nada que suscite el interés general, sólo apreciable, por tanto, por mis amigos y mi niña, que antesdeayer me hizo sentirme orgulloso y, al tiempo, reconfortado. Orgulloso porque fue capaz de superar sus propias limitaciones, miedos y vergüenzas que, aunque infantiles, muchos adultos nunca superan. Reconfortado por cuanto aprecié, egoístamente sin duda, que su capacidad de autosuperación tenía algo que ver con las cosas que, sin prisa pero sin pausa, le inculco cada día. Añada el lector amable el amor que, lejos de las místicas paterno-filiales que imperan en nuestra sociedad, mi hija no espera por el mero hecho de existir, sino que se gana con esfuerzo, con voluntad, e incluso en ocasiones, con rabia.
Permítame el lector amable que le diga que antesdeayer mi mujercita y yo nos casamos. En la intimidad más estricta que nuestras fuerzas y nuestras voluntades han sido capaces de mantener. Si me permiten la maldad les diré que las bodas en este país me parecen, por sus excesos y su boato, un aborrecible sustitutivo de la fama, un momento de gloria comprado en un todo a cien de lujo asiático, un producto industrial que, si no se le opone un espíritu libre y un trabajo ímprobo, apisona la más mínima intención de salirse de la norma. No lo conseguimos del todo: a pesar de ser sólo veintiocho personas, acabamos en un salón de banquetes que, a caballo entre el respeto por una tradición inventada y la comodidad de lo hecho en serie, se saltó nuestra voluntad tanto como pudo. Y pudo bastante: a pesar de que un solo camarero bastaba para servirnos, su entrada iba acompañada indefectiblemente por una música ad hoc tan espantosa como cualquiera de ustedes puede imaginar sin esfuerzo, culminando con la entrada del postre a ritmo de “bacalao”. Tuve que aplicar todas las fuerzas físicas de que disponía en aquel momento para lograr que mi mujercita no abandonase el banquete de inmediato, y al camarero le asistió la suerte que la bonita espada con que nos forzaron a desvirgar la tarta nupcial momentos más tarde aún no había llegado a las manos de mi amada. Irene no dudó en reclamar para si los muñequitos que la coronaban, Barbie y Kent de porcelana barata, con tan buena mala suerte que, momentos más tarde, resbaló con ellos en las manos decapitando al novio. La alegría de mi mujercita, que un instante antes había incitado a la niña para que se llevara la figurita a casa de su madre, más que nada por perderla de vista, fue truncada por el innecesariamente diligente maître que ordenó a un camarero que reemplazase los muñequitos rotos por unos nuevos. Tuve que esconder la espada.
Pero la pequeña ceremonia que oficializó ante la administración nuestra realidad familiar, tan íntima, como digo, que nos casó nuestra cuñada, me ofreció algunos regalos para el espíritu tan inesperados que los plasmo aquí para mi propio recuerdo, el de mi niña y el de mi mujercita. La emoción de mi padre, el inmenso cariño de mi hermano, la presencia del amigo, y sobre todas las cosas las bellísimas palabras que mi niña leyó, a sus seis años, con dicción vacilante pero con voz firme, y la emoción que nos embargó a los tres cuando no pudimos sino agradecerle su amor incondicional no ya por mi, sa va de soi, sino por la mujer que su padre eligió como esposa.
2004-12-11 23:05 Primero: ¡enhorabuena!, sobre todo porque veo que has sabido aprovechar un momento tan ridículo.
Segundo: ya era hora de que formalizáseis esa situación tan irregular, que yo pensaba todos y cada uno de los días lo pecaminoso de esa convivencia tan alejada del amor de dios. Ahora ya podeis moriros, que no estáis en pecado.
Un abrazo a ambos.
2004-12-11 23:57 Ay Marcos, lamento comunicarte que seguimos y seguiremos en pecado ante Dios, puesto que fue civil la ceremonia y así se quedará hasta que la muerte nos separe, amén.
2004-12-12 11:17 Que disgusto… pero no, no estáis en pecado, que dios es comprensivo y entiende que en los nuevos tiempos las uniones pueden ser civiles… lo que importa es que se haya consagrado vuestro matrimonio de alguna manera. En pecado estaríais si usaseis algún anticonceptivo, pero no lo haréis, ¿verdad? Gozaréis carnalmente de vuestro amor afrontando las hermosas consecuencias que trujere.
Porque si me entero de que no es así, convoco ipso facto al Consejo de Accionistas de LdN y te hecho de la plantilla. A ver de qué vives entonces.