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Opiniones misceláneas por Pablo Muñoz

Prefacios juveniles, reseñas de media tarde, lecturas a tiempo parcial… Un intento meridiano de soñarse columnista, por supuesto. Aquí vienen a leerse libros, a recomendarse unos cuantos y a discutir(los).

¡Señor, cuán tontos son estos mortales!

Jonathan Franzen Freedom
bq. Farrar, Straux & Giroux, Nueva York, 2010

Otra novela de Jonathan Franzen. Y otra historia, claro está, familiar. De una familia de clase media norteamericana. Es parecida a la anterior aquella en la que una corrección (o varias) daban pie a un drama familiar de prisiones (corporales, culturales, psicológicas) variadas que definían un estado más o menos histérico de un país.

Hay, por supuesto, una larga sombra en estas novelas y es la de John Updike. En su tetralogía del Conejo, a través de un punto de vista casi estrictamente varonil y heterosexual, aunque no exento de toda la crítica, el dolor y la consecuencia que esta perspectiva implica, narraba con no poca inteligencia la historia de una familia a través de las décadas y de como la evolución de su país no era una manera de salpicar sus vidas sino viceversa, sus neurosis eran también una manera de vivir y de participar en su propia narrativa.

Pero sobre todas las cosas, Updike estuvo interesado en esa conciencia, como buen lector de Marcel Proust. Así que emprende aquí el escritor Franzen otro camino bien distinto. Para empezar, no hay un lenguaje sensual, perceptivo: el idioma inglés tal y como se declina en esta Freedom es cristalino, dolido, aunque léxicamente variado jamás se permite morosidad o calma.

Para continuar, juega el autor con la vulgaridad de un modo insospechado, también lo suficientemente inspirado como para que se malinterpreten sus intenciones. Esta historia gira alrededor de tres personajes, Richard Berglund, su esposa Patty y su amigo, el rockero Richard Katz. El pequeño de los Berglund, Joey, ofrecerá disgustos mientras que la evolución del triángulo amoroso dará para una historia intensa y resuelta con formidable emotividad.

En un momento de la historia, Patty comienza a leer Guerra y Paz de Tolstoi. Han creído ver muchos críticos una manera que tenía el autor de inscribirse en una narrativa del siglo diecinueve, cuando la maniobra, no por hábil y publicitaria, no podría ser más incorrecta. Freedom es una novela de tipos vulgares, y en eso es tremendamente norteamericana y por lo tanto raramente tolstoiana, quien escogía a sus personajes por todo cuanto tenían de especiales.

Es cierto, Katz es una estrella del rock de carrera tardíamente despegada y también Richard Berglund tiene un gran proyecto ecológico con el que dar carpetazo a tantos años de meditación y frustración respecto a la historia política. Hacen, o intentan hacer, grandes cosas, pero no son míticos, ni son los más importantes: Franzen subraya de ello cuanto de vulgar hay en los proyectos, siquiera por las concesiones, por los intereses empresariales en juego y por lo automático.

La novela tiene un lenguaje cristalino, y solamente se permite una voz, una voz impostada pero dolorosa y cercana. Es Patty, en confesión a su psquiatra en segunda persona, quien será la única capaz de hablar. Y es en ella donde se explica la diferencia radical, la corrección y la libertad, si se me permite la broma, respecto a la novela anterior.

Porque Patty cambia. Todos los personajes de Franzen comienzan alineados, cuando no realmente condenados a ser quienes son. Toda la novela gira alrededor de eso: en la competencia entre nosotros, en la búsqueda de una identidad en el capitalismo tardío, hay también un dolor identitario que nos hace ser inevitablemente.

Pero hacia las emocionantes páginas finales, Franzen intuye un final bello y emocionante sin que prometa un mundo mejor, ni tan siquiera un mañana mejor. Pasada ya la juventud, pasado ya el tránsito de la edad adulta hacia la madura, los personajes por vez primera deciden. Deciden saber quienes fueron y quienes ya no volverán a ser.

Han redescubierto la compasión, no en busca de algunos Dioses, o del libre mercado o de la rebelión interna como forma de angustia, sino como manera verdaderamente espiritual de decidir. Ha decidido por vez primera ella pero con ella, y no a través de ella, lo han hecho los dos hombres de su vida. Y por primera vez, con los personajes, entendemos el descanso, el suyo y nunca el nuestro, y albergamos una feliz sospecha, la de que será el mundo, el de las personas corrientes, un lugar donde haya todavía cabida para las decisiones, las buenas decisiones, frente a las malas causas.

No es poco, y es lo que resuelve Franzen en su historia.

Pablo Muñoz | 19 de junio de 2013

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