Prefacios juveniles, reseñas de media tarde, lecturas a tiempo parcial… Un intento meridiano de soñarse columnista, por supuesto. Aquí vienen a leerse libros, a recomendarse unos cuantos y a discutir(los).
Isaac Rosa El Vano Ayer
Seix Barral, Barcelona, 2004.
Cuesta explicar lo que supone para cualquier lector más o menos joven acercarse a la literatura de los autores españoles nacidos en los sesenta y setenta, y hacerlo a la de Isaac Rosa. Es cierto que gran parte del carpetazo —generacional, experimental, teórico— fue dado ya por autores de tan variada estética y sabia como Juan Marsé, Luis Goytisolo, Juan Benet o Miguel Espinosa; pero lo que más cuesta de contar sin parecer demasiado excitado es el vuelco que suponen, después de tal carpetazo, una serie de novelas más o menos distintas, pero talentosas, en las que tanto el idioma como la composición novelística se unen a una rumiación política de altura y con ellas se ayudan a explicar pasado, presente y hasta a recuperar una parte —aunque sea infinitesimal— de nuestro futuro.
Eso es lo que hace o hizo o seguirá haciendo El Vano Ayer a los lectores más o menos curiosos que se acerquen a ella: un texto lleno de energía y combate y originalidad heterogénea, nada complaciente consigo mismo como con el mundo (literario) que viene a habitar y los lectores saben que no van a encontrar nostalgia alguna —y en eso la novela es francamente extraña— y sí grandes dosis de rabia —y en eso la novela es ejemplar— y también magníficas, largas y exuberantes dosis de estilo —y en eso la novela es tan original como hermosamente imperfecta—.
El Vano Ayer admite muchas lecturas, y una de ellas, dialéctica, la pondría a dialogar con su predecesora, Soldados de Salamina de Javier Cercas y la interrogaría acerca de las posibilidades expresivas de la novela y de como esta puede resolver la conciencia histórica en tiempos fracturados.
Cercas y Rosa parten de la misma premisa —hay una memoria rota, incompleta— pero llegan a conclusiones distintas. Cercas cree que mientras exista la imaginación —la imaginación incluso en una historia casi certera— será posible no tanto una reconciliación como la idea humana de que en medio de la histeria, la ira y el asesinato entre pares hubo momentos para que la compasión, la renuncia y hasta el heroísmo tuvieran sentido. La verdad sea dicha el Cercas de la envolvente y brutal Anatomía de un instante propone una lectura muy distinta a la de su anterior obra y se acerca algo más a los postulados de Rosa, aunque levemente.
Rosa, en cambio, cree que cualquier tentativa de hacer relatos históricos más o menos mayoritarios tiene siempre una contrapartida; un relato dominante que establece de manera tácita una verosimilitud y combate no tanto contra los hechos como contra esa naturaleza seductora que hace que cualquier relato gane crédito y por eso, en reiteradas ocasiones, se parodia y mofa y desmitifca cualquier atisbo de resultar creíbles.
El relato que Rosa imagina es el de un profesor llamado Julio Denis y el de un estudiante André Sánchez y la presunta relación que ambos mantuvieron durante las protestantes universitarias en plena era tecnocrátia del franquismo. El profesor Denis es, por supuesto, un traidor y un soplón, y el modélico líder estudiantil tuvo con él una conexión escasa, pero su olvido resulta indignante en la medida en que su caso no resuelve con la llegada de la democracia.
Lo interesante es que el escritor, dando paso a diversas perspectivas que más que dialogar se interrumpen o se corrigen, pone en marcha una narración que no se cansa con contar sino que necesita, todo el tiempo, corregir, dudar, ensayar, y criticar. La sátira es un arma feroz, e inspirada resulta la apropiación que hace Rosa de diversas fuentes, textos y citas con un admirable efecto narrativo.
Es cierto, en El Vano Ayer hay más instantes de vida que personajes genuinamente vivos, y así, evocando al Julio Cortàzar que nos enseñó que “nunca sabremos como contar esta historia”, Rosa nos muestra que el problema es que si no lo sabemos nosotros, alguien nos lo hará saber y quien lo haga no será, sencillamente, alguien con todos esos matices que pertenecen, al menos por el momento, a su literatura, una que se ocupa del recuerdo y para ello concede al menos el recuerdo de un futuro novelesco menos predecible y tópico, algo más dolido e inteligente.
Lo prometía Àngel Gonzàlez, quien aparece de un modo inesperado y sutil en la novela, en su poema “El Futuro”: Pero el futuro es otra cosa; pienso: tiempo de marcha, acción, combate, / movimiento buscado hacia la vida.