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Opiniones misceláneas por Pablo Muñoz

Prefacios juveniles, reseñas de media tarde, lecturas a tiempo parcial… Un intento meridiano de soñarse columnista, por supuesto. Aquí vienen a leerse libros, a recomendarse unos cuantos y a discutir(los).

Aunque puede que sea pequeña, ella es feroz

Mireia Pérez La muchacha salvaje
SinSentido, Barcelona, 2011.

La ficción es la siguiente: una mujer más o menos cavernícola, más o menos prehistórica, se marcha de su tribu y deja sola a su hermana. En su viaje solitario, se encontrará con muchos peligros, violencia, sexo, asesinato y los placeres de la caza. Aunque al final no aprenda lección alguna, no hará otra cosa que seguir viajando hacia delante, en busca de un sitio en el que sus capacidades recién adquiridas le permitan ir construyendo alguna cosa.

La ficción de este tebeo es deliberadamente delgada, así como su estilo gráfico, que tiene todo ese rango de influencias francesas que ya han comentado muchos de sus críticos, especialmente Sfar entre todos ellos. Se ha dicho y se ha explicado que este es un debut muy prometedor y sorprendente, pero no se ha dicho que la historia, casi reducida al mínimo, esquiva la cursilería y no el sentimiento, fomenta la inteligencia y no la simplificación, cuestiona las maneras de contar y quienes son los dueños de las historias y no certifica la imposibilidad de las ficciones por coartadas de metaficción.

Sin embargo, esas influencias estilísticas son bastante asumibles porque no son conceptuales, ni en modo alguno afectan de verdad a lo que la autora quiere representar que, sospecho, es una historia del feminismo al margen del feminismo, por lo que el tiempo en el que transcurre la historia (y la lectura del propio tebeo) establece unos juegos lo suficientemente interesantes como para esperar con bastantes expectativas el segundo volumen.

La hermana pequeña del relato, uno de los contrapuntos más interesantes, no aborda el asunto sentimental sino que propone un punto de lectura a partir de los roles. La muchacha salvaje, por otra parte, descubre los placeres del sexo salvaje sin que ello la impida ser consciente de los peligros de la sumisión y se rebela también contra la opresión cuando aparece.

Mientras el segundo volumen decide como continuar esta historia, las preguntas que nos hacemos no son las de siempre sino que están llenas de nuevos interrogantes. ¿Nos alimentamos siempre a costa de lo que otros lograron con violencia? ¿Hemos construido las mejores sociedades a través de una fluidez que se logra solamente a través del desarraigo?

La muchacha salvaje no pretende ser una alegoría y, sin embargo, sus mecanismos dramáticos no eluden la mirada ni la participación: el lector es devuelto a ese estado de inteligencia asilvestrada en el que todo es posible.

Pablo Muñoz | 19 de febrero de 2013

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