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Cristo en el país de las maravillas

Marcos Taracido

Al principio uno no consigue encajarlo; busca y rebusca, pero no es capaz de encontrar el hilo que relacione y explique el fenómeno de ver cómo un Gobierno democrático, aconfesional y moderno financie, publicite y expanda lo sobrenatural. En los últimos tiempos hemos asistido a la emisión en Televisión Española de un programa dedicado a las ciencias ocultas —paraciencias—. Lo grave no es el programa en sí, que también, sino el hecho de presentarlo como un documental, es decir, como a una serie de carácter informativo, didáctico y educativo (RAE dixit). Vamos, que se le vendía a los espectadores, con el dinero de todos, que la presentación nebulosa y débil de ovnis, espíritus y demás fenómenos para anormales —no hay errata— son tan reales, rigurosos y doctos como la filmación de una cópula entre leones. Agarro un extremo del hilo. Desde hace unas semanas asisto atónito las tardenoches de los domingos a la oficialización altárica del horóscopo. En un programa emitido en hora de máxima audiencia, presumiblemente para toda la familia, y en un ambiente de absoluta seriedad, un brujo esperpéntico procede a vaticinarnos toda clase de eventos y sucesos en lo relativo al amor, el dinero y la salud, y la profecía surge de unas habas caídas sobre el tapete, las borras del café y demás culinarias. Tiro de la madeja. Oigo como en un noticiario de RNE dedican 5 minutos a dar la noticia de la muerte de María Gómez Cámara, al parecer dueña de la casa de Las caras de Bélmez. El redactor explica, sin atisvo de crítica y mucho menos de mofa —recuerdo el programa de los añorados Gomaespuma, en el que cedían la voz a Miguel Blanco para que contase sus historias del más allá, mientras ellos se burlaban descaradamente de todo lo que oían, haciendo ruidos de fantasmas y cacofonías— cómo en esa casa aparecían una y otra vez caras perfiladas en el suelo sin explicación científica alguna; para rematar, añade que se espera que ahora dejen de aparecer, porque la teoría más aceptada es que los rostros eran producidos ¡por la fuerza psíquica de la dueña! Así, agarrándome fuertemente a mi trozo de hilo, noto la presencia de Pueblo de Dios, Últimas preguntas, Testimonio y El día del Señor , los programas que Televisión Española dedica a la religión y en los que se habla de hombres que ascienden a los cielos, de espíritus santos e, incluso, se celebran ceremonias televisadas en las que se reza a seres sobrenaturales y se les piden cosas. En este estado de semitrance percibo el final del hilo: veo al Presidente visitando asiduamente al Papa, veo a la Ministra de Educación elevando la religión en las escuelas al estatus de las matemáticas o la literatura; veo a los científicos emigrando como lo hacían los obreros gallegos en el siglo XX; veo el diálogo y la plaza tomadas por el exabrupto y el monolito. Se confunde espiritualidad con religión; se confunde desconocimiento con misterio; se confunde Gobierno con poder. Cada quien escoge sus mitos y sus dioses y decide dónde pone los altares o con quién mira a las estrellas. Ha de ser respetado. Pero el Estado no debe inmiscuirse. El Estado no puede utilizar los medios públicos para expandir la desinformación y las supercherías. Aunque será más fácil gobernar a un país acostumbrado a no pedir explicaciones, a esperar milagros y a afrontar su futuro de acuerdo a lo que de él le dicen las líneas de la mano.
Marcos Taracido | 05 de febrero de 2004

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