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El día 26 de noviembre tuve la oportunidad de asistir “Conversaciones en la Pedrera”, un ciclo de conferencias organizado por Obra Social CatalunyaCaixa . Esta iniciativa tiene como objetivo que diferentes personalidades del mundo de la cultura y el pensamiento reflexionen en voz alta y compartan con los asistentes su particular visión de la actualidad.
En esta ocasión Miquel Berga, profesor de literatura inglesa de la facultad de humanidades de la Universidad Pompeu Fabra, ejercía de anfitrión para Julian Barnes. Este novelista británico fue premiado con el prestigioso premio Booker en 2011 por su novela “The sense of an ending” después de haber estado nominado otras tres veces en un periodo de casi 25 años.
Se presentó un hombre alto, de nariz picuda y ojos brillosos que cuenta con una impresionante producción de novelas y ensayos, la mayoría de los cuales han sido traducidos al castellano.
Precisamente con el tema de la traducción abrió Miquel Berga el dialogo. “¿Cree usted que nos entenderemos?” preguntó en pulcro catalán el profesor. Tras una pausa concentrada (mientras Julian escuchaba la simultánea y un interprete de lenguaje de signos acaparaba un excesivo protagonismo) , el escritor asentía pensativo y comenzaba a explicar la dificultad de traducir un texto literario cuando ya era todo un reto escribir en el idioma propio y ser capaz de encontrar la “phrase juste” o incluso la “mot juste”.
Pronto los temas se fueron desplegando como abanicos, presentados con seria gravedad por el profesor y respondidos con cierta sorna, como restando importancia, por un elocuente Barnes.
Por momentos explicaba cómo de niño comenzó a escribir a modo de excusa para no tener que hablar en público. Para alguien tímido como él era imprescindible “escribir como si mis padres estuvieran muertos”. Toda la primera parte de la charla giró en torno al acto de escribir, los motivos para hacerlo, metodología o fuentes de inspiración mientras se sucedían las menciones a ilustres figuras de las cultura británica tan dispares como John Cleese (antiguo miembro de los Monthy Python) o Jane Austen (a quién el autor no soportaba de joven).
En el momento central de la conversación Barnes defendió con pasión su recomendación aceptar los propios puntos débiles a la hora de escribir. “Odio el clima en los libros” explicaba. “No me gusta cuando una tormenta recalca la zozobra psicológica de un personaje ni esas absurdas descripciones de las nubes. Por eso en mis novelas no hablo del clima a no ser que sea absolutamente imprescindible.” Entre risas mencionaba que incluso tiene una novela titulada “No Weather”
El profesor Berga recalcó la gran influencia de la literatura francesa en la obra de Barnes, especialmente de su espíritu flaubertiano y él puso cara de aburrido. Apuesto a que eso se lo dicen siempre.
Ya casi había pasado el tiempo y aún había muchos temas en el tintero: la actitud ante la muerte, su celosa defensa de la intimidad, su hermano el filósofo, su condición de eterno nominado al Booker…
Barnes se mostró agudo, divertido, profundo y respetuoso. Espiritual y agnóstico explicó que no creía en Dios pero que lo echaba de menos.
Así terminó la conferencia que había congregado a suficiente gente como para llenar del todo el auditorio de “la Pedrera”, un espació mágico que por si sólo ya vale la visita.
Por mi parte, con este texto ya acabado, tengo esperándome en la mesilla “El sentido de un final”, la traducción española de la breve novela premiada que va a redimirme de mi condición de advenedizo que ahora confieso: antes de asistir a la conferencia no había oído hablar jamás de Julian Barnes.