A esta altura, hemos tomado nota sobre una realidad: la red de redes, como ámbito de intercambio y construcción colectiva de sentido, no prosperó. O al menos, no prosperó como lo esperábamos. Los nodos de la red, donde podían llegar a enlazarse discursos (o comentarios) para generar un nuevo sentido, y darle continuidad a un entramado de pensamiento dialógico, o al entramado de un diálogo pensado, han sido sustituidos por la coincidencia momentánea, y rápidamente cambiante, de lo que es etiquetado para llamar la atención de las audiencias. Mientras duró el intento aquel, qué duda cabe, la experiencia fue muy buena. Vamos, que la hemos disfrutado a pleno, y hemos aprendido mucho en esos menesteres, y además nos han quedado unos vínculos virtuales bien entramados para adelante.
El signo del hashtag, esa grilla, ese espacio vacío para el tatetí de la casualidad, hoy día es el signo del nuevo tiempo de las redes: un tiempo en el que no hay más tiempo que el limitado para la frase rápida, la invectiva, el aplauso, el insulto, la confirmación de un gusto o un disgusto. A veces, la astucia, el acierto en la frase, el chiste bien hecho, la idea ocurrente. En ese espacio delimitado por la grilla del «tres en línea» puede darse la coincidencia de dos personas o de miles, un alineamiento circunstancial que puede fascinar a los concurrentes del auditorio virtual, tal como fascinaban los eclipses a las culturas primitivas. Un alineamiento que, en todo caso, sucederá como algo efímero o viral. La nota, o la noticia, se contagia rápidamente y, rápidamente, la grilla queda en blanco, para que uno tras otro puedan volver a inscribir su pequeño círculo, su pequeña cruz y ver si aciertan en el juego. Y acierten o no, poco quedará instantes después; poco, o nada. Esto también se puede disfrutar, aunque dudo que se aprenda mucho en ese juego, y más dudo de que se puedan establecer vínculos duraderos.
Si lo dicho anteriormente tiene visos de realidad, si efectivamente estamos tomando nota sobre algo que acontece en el mundo virtual con la (a)normalidad de los cambios climáticos, si la red 2.0 es, o fue, una vía muerta, la pregunta que sigue es: ¿vale la pena seguir anotando, escribiendo, archivando bajo sus viejas reglas? Me gusta pensar que uno lee de verdad una nota solo cuando la relee. Me gusta pensar que en el hiato entre la primera vez que se lee una nota y la segunda (o la enésima, da igual), recién ahí, se construye sentido, vale decir, el lector es consciente de que lee lo que ha leído y que ha leído más de lo que podía leer en lo anotado y en lo vuelto a anotar. En ese sentido, la temporalidad de la lectura es ajena a la nueva dinámica de las redes de audiencias: en estas nadie vuelve sobre sus pasos. Nadie relee nada. No es grave.
Y es que esto, esta nueva virtualidad de las redes (¿sociales?), es tan circunstancial como lo fue el primer intento de construcción de sentido que encararon los prosumidores de la red 2.0. Prosumidores, sí, nosotros, también nosotros, los que estamos hace años alrededor de este Libro de Notas, los que lo leíamos, los que posteábamos en él, como estuvieron tantos otros que hacían sus cosas a la vez por aquí o por allá. Y entonces, si se escribe para que otro lea (y relea), ¿sobre qué escribiremos aquí, y ahora, y en adelante? ¿Qué nuevas redes tramarán nuestras lectoescrituras virtuales?
En su libro Resistir. Insistencias sobre el presente poético, Eduardo Milán mentaba «la obligada reivindicación de un mutismo siempre latente en todo poeta». Quiero creer que el silencio en el que entra este Libro de Notas a partir de ahora tiene algo de esa reivindicación. No se trataría, entonces, de un viaje sin retorno. No se trataría de quemar las notas. Como una vez me dijo un viejo maestro: vos metele, que algo siempre queda.
Me gusta pensar que aquí se sembró mucho, incluso contra las asperezas de los malos tiempos. Y que el actual tiempo, no menos malo que los anteriores, es tiempo de barbechar. Quedará aquí un puñado de notas para ser (re)leídas. Un puñado de notas puestas en remojo, pero no por el temor de lo que pueda haberle sucedido al vecino, sino porque las legumbres de un nuevo intento de abrir mundos requieren, también, que parte de lo cosechado crezca hasta estar a punto para una mejor cocción.
Mientras tanto, podremos jugar al tatetí, sin afán de ganar y sin temor de perder: y es que allí se trata de un juego en el que los jugadores atentos siempre empatan. Un juego que, a la larga, es aburrido.
¿Círculo o cruz? Ustedes siguen. Y yo.
]]>¿Y si le preguntas a mi hermano?
Allá por 2006 le lancé esta sugerencia a Marcos Taracido, que en aquel momento estaba reorganizando Libro de Notas, por entonces ya una de las páginas “veteranas” de la internet española. Marcos necesitaba apoyo para las exigentes tareas de edición y subida de contenidos, requeridas para mantener viva y como referencia la web. No era consciente de que con esa frase iba a desencadenar la constitución de uno de los equipos editoriales más enérgicos, ricos y fructíferos que han ocupado la red durante los últimos siete años.
Tanto tiempo ha pasado, sí, y aquella web que nació como Diario de los mejores contenidos de la red en español (una declaración de intenciones arriesgada y por la que cosechó no pocas críticas) fue evolucionando con rapidez inusitada, multiplicando el número de temas y columnistas de cosecha propia, creando una editorial para aquellos textos que desbordaban el espacio marcado por los límites de la pantalla, desarrollando una web hermana destinado al público infantil y juvenil que alcanzó rápidamente un éxito que sorprendió a sus propios creadores. Marcos y Alberto han conseguido que la marca Libro de Notas se asocie inmediatamente a calidad en la escritura y en lo escrito, y bajo ese sello el lector es consciente de que nunca se va a encontrar algo que le deje indiferente. Tanto es así que en innumerables ocasiones ha bastado una recomendación en la web para que otro espacio en internet adquiera un impulso desmedido.
Por Libro de Notas ha pasado gente que ya triunfaba o que luego ha triunfado en su campo y es algo que sus editores (y yo también, como mirón corrector) enarbolan con excesiva discreción y, a la vez, con indisimulado orgullo. Científicos, musicólogos, lingüistas, psicólogos, gastrónomos, ilustradores, fotógrafos, divulgadores y, por supuesto, poetas y narradores han ocupado estas páginas (¿pantallas?) con diligencia y respeto exquisitos por el formato de la web y su periodicidad, que eran las únicas condiciones que se les pedía, pues en LdN nunca se ha censurado ni recortado un texto, y los ha habido muy polémicos. Hemos tenido articulistas invitados y traducciones de otros medios que amablemente nos autorizaron para poder difundir en nuestro idioma material que creíamos que merecía la pena que traspasara sus fronteras. Libro de Notas ha crecido también con las redes sociales, encontrando en ellas una prolongación de sus tareas por difundir aquello que consideran digno de visitarse, digno de leerse, simplemente interesante; ya fuera una web de cortos, el blog de un cuentacuentos o la labor callada y poco conocida de mentes pensantes, que en el laberinto internauta español abundan y merecen difundirse. Y todo esto día a día, sin faltar ninguno desde lustro y medio; en el caso de Marcos, más de una década. Sin cobrar y sin pedir nada a cambio.
Y lo mismo que ha habido editores fieles y diligentes, también se ha formado detrás y delante una base de lectores creciente en número y en entrega. Las reacciones recibidas ante el anuncio de su cierre sobrepasan día a día a Marcos y Alberto. Lo sé porque los conozco muy bien, incluso excepcionalmente bien, y esa química crepitante entre la poética serenidad de Taracido y el carácter cuasivolcánico de Haj-Saleh ha cuajado de forma tan impecable que me resulta imposible creer que no vayan a inventarse algo dentro de poco tiempo donde dar salida a ese imparable impulso creativo. Porque, además, la realimentación proveniente de sus lectores y seguidores agita esas mentes hasta niveles no mensurables y, con toda seguridad, pondrán en marcha nuevos proyectos o recuperarán algunos que se habían quedado en meras ideas, en algún caso por falta de viabilidad o, simplemente, de tiempo para llevar a cabo.
Libro de Notas cierra por cansancio de sus creadores; no hay más, no hay menos, no hay razones ocultas ni segundas intenciones. Simplemente se decidió que el proyecto había alcanzado su final, lo cuál puede ser discutible por todos los ángulos que uno quiera pero, al final, es una decisión que ha de comprenderse y aceptarse. Yo les entiendo muy bien: ya he perdido la cuenta de cuántas veces me propusieron tener una sección fija y lo rechacé porque no iba a ser capaz de garantizarles la periodicidad (traducción: vago redomado, pero sólo en mis ratos libres) y, aunque colaboré en tantas cosas como pude, era perfectamente consciente de todo el trabajo que palpitaba detrás de la web. Porque ahí funcionan corazón y cerebro con una sincronía que ya quisiera para sí un atleta olímpico, y los mimbres del éxito continuo y creciente del organismo vivo que acabó conformando Libro de Notas parten, fundamentalmente, de ello.
Siempre me he sentido parte de Libro de Notas y disfruto como pocos (excepto Marcos y Alberto) los éxitos que ha obtenido. Por eso también me es muy difícil escribir este texto, más bien flojito, que no puede en ningún caso reflejar los sentimientos que me atraviesan ante el final de este proyecto. Hoy, a la hora del cierre, miro a Marcos y Alberto —virtualmente, pues en internet cercanía y distancia son conceptos confundibles— y la tristeza se combina con una sonrisa ladeada preguntándome qué se estará cociendo ya bajo sus cráneos. Sea lo que sea, espero que me dejen formar parte, aunque sea como ahora, como la falange del dedo meñique de otro nuevo proyecto que busca, y encuentra, la excelencia dentro de la red.
]]>Cada vez que leo la marca de ese inodoro
pienso que está escrita al verre, como tantas cosas
y tanta muda, muerte accidental o caída en un sitio
por donde nunca pasa nadie.
Han caído el sol y la bolsa. Uno camina por aquí
sin ver la luz, oscuridad en la oscuridad de pleno día
en calle estrecha bajo edificios altos y un silencio
que ha sido silenciado: como cuando un regalo recibido
se hace tan tuyo que no piensas ya en quien te lo hizo.
Andando por estas calles, ¿se trata de tocarlo todo
por lo menos una vez en la vida? Y mientras, ¿dejaremos
de esconder nuestras pobrezas? Oí que habían matado
a una mujer por aquí, pero fue en otro lugar
con el mismo nombre. Me quedé en ese instante
de conquista cuando uno logra no pensar nada
y luego el resto del tiempo se queda pensando
en no pensar, en cómo sería eso.
Uno siempre imagina, al oír estas cosas, a los amigos
que han muerto por violencia y quisiera
rescatarlos, traerlos un día a casa a tomar una birra
bajo la higuera: conversaciones que nunca ocurrirán
y siempre vuelven. Fantasmas. Y quizá
los fantasmas que mejor nos acechan
sean los de conversaciones pasadas, amistades
que se han disipado con el tiempo, los cambios
de ciudad—siempre otra un poco, un mucho, más allá.
Anoche en la terraza y esta última ola de calor
hablábamos tú y yo del fin de un mundo
y comienzo de otro. Se levantó un viento leve
que venía fresco del Río y nos callamos. No recuerdo
si volvió el calor o quedó fresco el aire.
Me gusta ese silencio.
Este mes hacen veinte años de la muerte de Anthony Burgess, el reputado escritor británico. Como modestísima contribución a la celebración de esta efeméride escribimos ya en otro sitio sobre La Naranja Mecánica, un artículo que ahora acompañamos con esta reflexión sobre la influencia de la música en su escritura. Seguramente sean sus composiciones musicales la faceta creativa menos conocida de este personaje verdaderamente renacentista. Mayor injusticia supone este olvido cuanto que Burgess fue un compositor bastante potable dentro de la tradición clásica británica, por lo común mediocre. Basta recordar el epíteto que los alemanes se reservaban para Inglaterra: «la tierra sin música». Las partituras de Burgess siguen siendo, en medio de este erial real o imaginario, un tesoro por descubrir. Ojalá este texto contribuya a despertar, dentro de los límites posibles, una curiosidad que hoy apenas puede saciar YouTube o cualquier sistema de música on-line.
Amén de católico sobre todo, Burgess fue compositor musical clásico. Sobre el Ulisses y sobre Cyrano hizo sendas operetas, una para la BBC y otra para Broadway, cuya calidad estética me reservo el beneficio de valorar para mí mismo. Quien calla otorga. Mi silencio viene motivado por el carácter epigonal, la profunda impronta de Edward Elgar, el carácter alimenticio de sus encargos. Quien quiera escuchar a Burgess, que ponga algún anuncio de helados o contemple desfiles militares, triste resquicio para los compases (neo)clásicos del siglo XX. Allí (en los desfiles, en los anuncios) pueden hallar fragmentos de Edward Elgar, uno de los compositores británicos peor conocidos (¡cuánto mal ha hecho la música pop!), cuya primera sinfonía encantaban a Burgess cuando anciano. When he was young, cosas de la vida, gustaba más de las Pomp and Circumstances Marches. Como saben, todo escritor canónico tiene una descripción hiperbólica sobre su formación, una profecía de su vocación, una mitología de su profesión, una historia increíble —para que nos entendamos— sobre el capullo que apuntaba maneras y luego deviene en flor. El retrato del artista adolescente burgessiano, sin embargo, no cuenta con poemas escritos a los 10 años o con premios literarios comarcales durante la adolescencia, sino con sonatas compuestas y perdidas durante la II GM. No en balde, Anthony estuvo reclutado y acuartelado en Gibraltar, a la espera de la embestida patriótica del Generalísimo, cuyos recortes de cintura entre el Eje y los Aliados —jugador de chicas, perdedor de mus— bien valieron 40 años de dictadura. Las liras inglesas hicieron que en 1942, gracias a Dios y a la diplomacia americana, no hubiera que llegar a las manos. Ese peñasco no merece la muerte de nadie.
Y menos la de Anthony.
Ahora en serio, music was his passion. Una pasión compartida, claro. Fue Kubrick quien tuvo la idea de la novela más musical de Burgess. Solo pensar en ello me pone —por utilizar un eufemismo— los pelos como escarpias: una partitura sobre Napoleón y su época, ¿se imaginan? Y lo mejor del asunto es que la idea (miento: no fue invención de Kubrick) encontró ejecución por partida triple: primero Ludwig van Beethoven, luego los epígonos escribidores y grabadores. Kubrick necesitaba mucha pasta para grabar lo que más tarde sería Barry Lyndon. Muchos medios técnicos y localizaciones apabullantes se requerían. Burgess, por el contrario, tenía suficiente con su propio ingenio. Fueron bastantes unos meses para tener listo el guion, que Kubrick rechazó, como hacía siempre en calidad de escritor frustrado. Burgess rehízo el material bajo el rótulo de la Sinfonía Napoleónica: una novela escrita según la pauta de composición de Beethoven. Se puede decir —sin ánimo de ofender— que los royalties de La naranja que Warner Bross nunca llegaría a embolsar, Burgess se los cobró en ideas más tarde.
Total, que la proverbial agilidad literaria de Burgess también tenía mucho de musical y de sonora. El chico llevaba en la sangre la indiferencia hacia los continentes, el trabajo mediante variaciones y ritornellos, la falta de miedo ante la repetición de los temas. Y cuando digo continente, me refiero a los códices, por supuesto. Para Burgess la división de sus escritos en volúmenes con tapas, índices y títulos solo tenía sentido monetario. Él escribía y punto. En una ocasión, ante una crítica negativa que señalaba la «media cocción» de cierta novela suya, especuló con la posibilidad de volver la historia de nuevo. No una continuación. No. Si Goethe pudo saquear de la cultura popular las aventuras de Fausto, empeorando el original según Chesterton, ¿por qué no atracar de nuevo las propias ideas? El tiempo apremia / las cuestiones permanecen. El desdén de Burgess hacia todo aquello que no fuera creación (y maquillar una obra por el nombre —disculpen las molestias— no lo es) llegaba hasta límites encomiables. Ante la amenaza de llamar una novela suya de otra forma (el título inicial de Earthly Powers era The Instrument of Darkness y luego The Princie of the Powers of the Air), Burgess no tuvo más remedio que encogerse de hombros. Por él, como si los editores prefieren enumerar las obras maestras, en lugar de bautizar los productos de consumo literario con el fetiche del nombre propio y el ritual de los elogios críticos. Novela no. 21 por Anthony Burgess, ¿qué me dicen?
Un lema —pensaba— con cierto gancho comercial.
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Este mes hacen veinte años de la muerte de Anthony Burgess, el reputado escritor británico. Como modestísima contribución a la celebración de esta efeméride escribimos ya en otro sitio sobre La Naranja Mecánica, un artículo que ahora acompañamos con esta reflexión sobre la influencia de la música en su escritura.
Todo aquel que ha visto cine iraní se ha preguntado en algún momento si las películas que tanto se celebran en los festivales internacionales son productos culturales de consumo interno o solo funcionan como material exportable. Habrá casos y casos, supongo. En el caso de Irán, no olvidemos, la sensibilidad estética de la mayoría no solo está acotada por criterios de rentabilidad económica, como en todas partes, sino también por una censura estatal que ejerce sus labores sociales con mucho celo: garantizar, perpetuar y reproducir la ignorancia son básicamente la tarea de estos señores. Con la Iglesia hemos topado: Jafar Panahi y Mohammad Rasoulof, dos realizadores del país, fueron condenados hace poco a seis años entre rejas por conspiración y propaganda. Atrás quedan los días dorados de Muhammed Jatami. En los últimos años han llegado a un punto muerto el acercamiento y el entendimiento hacia el séptimo arte promovido por este Obama de Persia desde el Ministerio de Cultura y la Fundación Farabi. Las propuestas de Jatami, igual que las iniciativas reformistas de su homólogo americano, fueron entonces un bluff para los más jóvenes, pero dieron pingües resultados mediáticos. Gracias a la financiación pública se llegó a proyectar en las salas Nobat-e Asheghi (1990), de Mohsen Makhmalbaf, la primera cinta oficialista importante construida sobre una trama amorosa. ¿Los mártires de la Revolución in love? La idea caló hondo. Al carro del intimismo subvencionado muchos se sumaron, incluido Abbas Kiarostami en los 90, hasta que lo personal devino político y las actrices sin velo aparecieron como hongos en pantalla. Las autoridades censuraron Copia certificada (2010), su antepenúltima grabación. Dictaron como castigo dos años sin grabar en Irán. Uno nunca será profeta —está claro— en su propia tierra.
Hay una película, entre las permitidas por el Régimen, que parece muy inofensiva pero en verdad constituye una amenaza mortal larvada; cualquier censurador con cierta sesera la hubiera prohibido de inmediato. Hablamos de Nader y Simin. Una Separación (2011). El título no parece presagiar ningún componente subversivo, cierto. De cajón fue además el modelo de distribución: una vez estrenada en Teherán, comenzó a rular por los festivales, recibiendo los parabienes tanto de los Carlos Losilla (cosa cantada) como de los Carlos Boyero (sorpresa inesperada) de la crítica fílmica. El solapamiento entre los reseñistas de gacetilla y los teóricos de Cahiers no solo supuso la firma de un armisticio entre enemigos mortales de necesidad, muy divididos hasta entonces en sus juicios sobre el cine iraní, sino que además propició que la indudable calidad estética de la película fuera premiada tanto en el Festival de Berlín como en los Globos de Oro. Cierto es que Asghar Farhadi, el realizador de la película, no recibió subvención estatal alguna, tuvo problemas con motivo de unas declaraciones en apoyo de los represaliados y a punto estuvo de no poder rodar nada, pero finalmente la cinta fue distribuida por Filmirán sin problemas. He aquí el error fatal de la censura.
Pero volvamos a Nader y Simin.
Y también contemos, con ánimo de espoilear, el arranque de la historia. Simin quiere emigrar pero Nader tiene que cuidar de su padre vegetal, en estado de alzheimer avanzado, y acuerdan el divorcio. Termeh, la hija de 11 años tiene que tomar la decisión, pospuesta durante toda la película, de conceder su custodia a uno de ambos. Como sabemos más adelante, ora vive con su padre (durante tres cuartos de la cinta) ora se marcha con su madre (momento importante donde marcharse significa respaldar la versión paterna de los hechos) siguiendo siempre el objetivo de no separarlos. Para cubrir las labores del hogar, Nader contrata a Razieh, una casada cuya silueta está siempre oculta tras el chador, la vestimenta tradicional en Irán. La señora tiene que trabajar porque su esposo, Hodjat, está hasta las cejas de deudas y tiene un carácter compulsivo. Por cierto, la forma que tiene Hodjat de golpearse la cabeza ante el infortunio será, junto con las escapaditas del abuelo gagá en plena mañana, uno de los detalles memorables de la película: el punctum de actuaciones impecables en ambos casos.
Hasta aquí una historia familiar convencional. En cualquier producción mainstream, la moderna Simin, con su alocado intento de promoción social, podría haber sido una bruja; sus hiyab de colores habría sido la diana de todas las chadoristas que vieran la cinta con mala cara, mientras se compadecen del mísero destino de Razieh. La justicia divina tiene senderos impenetrables, pero el arte de hacer cine también. En lugar de forzar la antítesis entre la divorciada y la sacrificada por su marido, para más tarde decantar la balanza de las emociones hacia uno de los bandos contendientes, el desarrollo del argumento otorga a cada personaje un espacio moral propio, una legitimidad particular sobre sus actos, por muy errados que sean. Así, Leila Hatami encarna con especial calidez el personaje de Simin, el rival más débil del planteamiento argumental, mientras que la entrega de Razieh hacia su familia no se acentúa sino que queda oculta tras una religiosa y necesitada pobreza. En primer plano quedan los personajes masculinos debatiéndose entre las mentirijillas por una buena causa de Nader y lo impulsivo de Hodjat contra su propio bien. Mientras tanto, Asghar Farhadi realiza una elipsis magistral, eliminando todos los detalles sobre la primera estancia de Simin en el extranjero, recuperando la figura y el origen de toda la trama, la separación de un matrimonio bien avenido, cuando la película ha cambiado de género. Una hora más tarde, el asunto no es la familia moderna, sino un presunto asesinato. Farhadi nos ahorra así unos conflictos de pareja donde ambos tienen mucho que perder ante un público cuya identificación simbólica con todos los personajes, cuya imparcialidad hacia los diversos conflictos suscitados, cuya comprensión de las situaciones complejas resulta crucial para sostener la atención durante 120 minutos sobre seis actores (dos matrimonios y dos hijas) y sobre dos escenarios (la casa y el tribunal).
—¿El tribunal?
En efecto, el tribunal. Y es que el film salta en un momento del dilema privado a la trama policial. Allí donde el espectador pensaba estar asistiendo a unos detalles curiosos de la vida iraní, un retrato de costumbres donde las devotas no pueden trabajar como asistentas de los ancianos seniles porque la religión sanciona la presencia desnuda del hombre y la bajada de pantalones resulta inevitable debido a la incontinencia urinaria de los mayores; allí donde las niñas pequeñas juegan con la bombona de oxígeno de los ancianos y esos mismos ancianos bajan —nadie sabe cómo— a comprar el periódico, a ser atropellados y rescatados; allí mismo, sobre esas mismas escenas apenas recordadas se instala durante la segunda hora de visionado la sospecha, el suspense y el misterio. Que venga Hitchcock y lo vea. No conozco mejor MacGuffin que este. Hacer que el espectador gafapasta se relaje, que piense que está entre los suyos, que los próximos minutos seguirán siendo intrascendentes, que el cámara tirará a la steadycam y a los planos largos, que podremos continuar medio aburridos hasta el final. Y entonces sucede: Nader llega a casa, halla a su padre atado a la cama y medio muerto; Razieh se ha marchado en horario de trabajo y regresa unas horas más tarde; Nader la despide acusándola en falso de haber robado, y ante la negativa de marcharse, la empuja escaleras abajo; Razieh tiene un aborto, estaba preñada de 16 semanas. ¿Infanticidio o nada de eso?
De repente entra en juego el estatus moral del feto, cuestión delicada en los países de herencia católica y no digamos ya en el Golfo. De fondo tenemos, no olviden, el asunto de la autoridad y el respeto que dimanan los mayores. ¿Por qué vincular el destino del matrimonio Simin-Nader con la supervivencia de ese vegetal inerte y mudo que todos llamamos Abuelo? Desde una perspectiva cerebralmente antropocéntrica, solo los seres con conciencia avanzada tienen valor moral, y por tanto, las acusaciones que se lanzan Simin-Nader y Razieh-Hodjat («Casi matas al abuelo» versus «Mataste a mi hijo») carecen de sentido. Dicho crudamente, los fetos de cuatro meses y los abuelos sin memoria, según esta posición, son pura carne para hacer chóped. Algo errado habrá en este punto de vista —digo yo— cuando juzgamos hasta cierto punto válidas las razones de ambos bandos. El dilema está sobre la mesa. Pero está, como todo aquí, hecho papilla por los sucesos. Nos tragamos con cuchara, como si fuera un thriller, una reflexión teórica sobre la justicia y la verdad. Si los agraviados demuestran ante el juez que el empujador (Nader) tenía noticia del estado de la empujada (Razieh) la pena puede oscilar entre los tres años entre rejas o los 40 millones de riales. Hodjat considera el embarazo como una realidad evidente, cuya Verdad se descubre a plena vista, y reclama que Nader jure sobre el Corán su ignorancia. De poco valen estas tretas del Ancien Régime, que apelan a cierto sentido del miedo divino y de la evidencia presencial metafísica, ante una judicatura comprometida con la verosimilitud procedimental. El imputado es inocente hasta que se demuestre lo contrario. Nader, por si fuera poco, no teme mentir con tal de salvar el pellejo. Y vaya si lo hace.
Hay una escena que captura, en una sola imagen, esta oposición entre la inminencia y el procedimiento, contrapunto desarrollado durante toda la parte final, donde las pruebas, los juramentos y las declaraciones van estrechando el cerco sobre Nader; claro que sabía del embarazo, pero nadie se acuerda del todo, y menos aún el espectador. La escena en cuestión se produce mientras Nader y Termeh esperan en el pasillo que antecede a la sala del juicio, un tórrido cuartucho donde los interrogatorios se producen a medio metro de distancia. Típica apariencia de un imputado: Nader tiene esposada su muñeca con la muñeca de un policía/soldado (los policías iraníes, haciendo honor a la verdad, tienen pinta de soldado). Termeh, aunque no secunde con ganas ningún credo, parece apreciar muy mucho el valor de la sinceridad, ese sustituto moderno del honor, y todavía tendremos tiempo de verla llorar cuando la falsedad se imponga, en variadas y repetidas ocasiones, sobre el decir las cosas abiertamente. Total, que la hija reclama la promesa del padre. El padre accede y, en señal de verdad de la buena, levanta la mano derecha, arrastrando la muñeca del _policia/soldado y quedando ambos con las falanges en vertical.
—¿Tú también?— pregunta Nader.
Tu quoque, que dicen en otra lengua, no sé muy bien cual. Magnífico interrogante para subrayar el conflicto entre los dioses del hogar y los de la ciudad. Esta es la crítica invertida potente que avanzaba más arriba. No tienen por qué coincidir, dice Sófocles en iraní, el Alá de estar por casa y la religión oficial de Estado. En el caso de Antígona el problema era el espíritu revanchista de las leyes en relación a los traidores, cuyos cadáveres quedarán sin sepultura en el exterior de la polis, mientras que el caso inverso resulta cierto para Nader y Simin. La imparcialidad del proceso judicial propicia, en una situación nada kafkiana, que la inocencia de quien se sabe culpable pueda continuar hasta mañana. Y de ahí la poderosa crítica contra un sistema político donde el Corán sostiene la Constitución, la Constitución sostiene el Código Civil, el Código Civil permite que los fieles salgan en ocasiones perdiendo.
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Hay una película, entre las permitidas por el Régimen iraní, que parece muy inofensiva pero en verdad constituye una amenaza mortal larvada; cualquier censurador con cierta sesera la hubiera prohibido de inmediato. Hablamos de Nader y Simin. Una Separación (2011). El título no parece presagiar ningún componente subversivo, cierto.
David Frost, que murió el pasado sábado 31 de agosto durante un crucero en el que había dado poco antes una charla sobre su carrera, no sólo fue una persona compleja, sino también una figura importante en la televisión británica —y, por extensión, en la mundial—, así como una de las personas más controvertidas que jamás haya pasado por ella.
La tradicional nota biográfica hablaría de sus padres y su formación, pero en realidad es más interesante hablar de él cuando entró en la universidad, no por despreciar esa vida familiar y la posible influencia que la educación metodista ejerció sobre él, sino porque fue cuando empezó a ser conocido y reconocible.
Quizá lo más sencillo sea empezar con algo que contaba en su biografía y que ha sido muy usado para hablar de él: A su llegada a Cambridge se encontró con las casetas del magazine artístico de la universidad y de su grupo de teatro, Granta y los Footlights respectivamente, y pensó en lo que le gustaría editar la revista y ocuparse del grupo. Cuando, tres años más tarde y un título en Inglés después, abandonó la universidad, había sido editor de la Granta y secretario de los Footlights.
Esta historia se puede complementar con lo que el escritor Humphrey Carpenter contaba en That Was Satire That Was , su magnífico libro sobre el nacimiento y desarrollo del fenómeno conocido como el boom de la sátira británica, que explica que, poco después de unirse a los Footlights, el grupo fue a realizar una actuación en un pueblo vecino y se encontró con unos cartelones que anunciaban David Frost presenta a los Footlights aún siendo él un completo desconocido.
No sabemos hasta qué punto es esto cierto, aunque sí que su carrera posterior demuestra lo mucho que le gustaba poner su nombre en todas partes. Posiblemente uno de los mayores motivos de crítica, aunque no el mayor, porque para eso debería vencer a tres comentarios mucho más graves: su ansia trepista, su giro interesado a posiciones más cómodas en cuanto se notó suficientemente asentado y, sobre todo, su capacidad para apropiarse del trabajo ajeno.
Todo ello a la vez explicaría sus múltiples choques con uno de los grandes del humorismo británico, Peter Cook, a quien Frost vio actuar por primera vez durante sus años universitarios y empezó en ese mismo momento a imitar, dentro de sus capacidades. Es decir, ofreciendo una versión más sencilla y blanda de lo que Cook hacía, algo que podría pensar que no llevaría a ningún lado pero que consiguió auparle a lo más alto gracias al antes mencionado auge de la sátira. El espectáculo Beyond the fringe, en el que Cook estaba actuando con gran éxito —y la compañía de Dudley Moore, Alan Bennett y Jonathan Miller—, había logrado un gran éxito; también el club que había abierto en Londres, The Establishment. Y ahora preparaba a la vez dos movimientos de ampliación: dar el salto a Estados Unidos y preparar un programa para televisión. El programa propuesto no acababa de despegar, así que decidió irse a Estados Unidos con el equipo. Mientras ultimaba los detalles, la BBC acabó de decidirse a lanzar un programa satírico, That Was The Week That Was —conocido comúnmente como TW3—, en el que esperaban que Cook pudiera colaborar, aunque fuera un poco antes de irse a USA y, quizá, que pudieran participar los cómicos de su establecimiento.
Mientras tanto, David Frost había sido visto por un joven productor del programa, Ned Sherrin, haciendo una parodia del Primer Ministro británico Harold Macmillan que le resultó magnífica. Se trataba de la versión que Frost hacía de la imitación de Macmillan que Cook había convertido en un clásico instantáneo —realizándola incluso delante del propio Macmillan— y gracias a la cuál logró el trabajo. Y ya que había logrado el puesto, Frost procedió a sugerirle una comida de trabajo para darle algunas ideas: básicamente, la necesidad de que el programa tuviera un presentador, el propio Frost, con apenas 23 años. Algo que consiguió porque, como decía uno de los antiguos compañeros de la universidad, la principal habilidad de Frost era su inagotable y entusiasta capacidad para vender a Frost.
Considerado originalmente como co-presentador, tras un par de pruebas logró ser el presentador único y, tras un par de traspiés, que se dedicara sólo a presentar el programa y no a tratar de actuar de ninguna otra manera. TW3 se convirtió en un éxito instantáneo en 1962 y le garantizó una enorme popularidad, sobre todo aprovechando el estallido del escándalo Profumo. Lo que no logró es que las lenguas de doble filo de la sátira le respetaran: Peter Cook consideró que se le habían mangado varios chistes e incluso la forma de contarlos, por lo que decidió cesar cualquier colaboración con el programa, y en la revista Private Eye —auspiciada en parte también por Peter Cook— se describió a David Frost como The Bubonic Plagiarist, un mote que le acompañaría durante el resto de su carrera cómica.
Con la llegada de 1964 la BBC decidió quitar el programa —que ya había causado un par de revuelos en la institución— por tratarse de un año electoral. Frost recibió un programa en el que se pretendía diluir la idea de TW3, quizá incluso a su presentador, porque en Not So Much a Programme, More a Way of Life, que es como se llamaba, o NSMAP que es como lo abreviaba la BBC, Ned Sherrin decidió que iba a tener tres presentadores. Además de Frost se encargarían de presentar el satirista William Rushton —que aún no era Willie— y P. J. Kavanagh, poeta, actor y un poco de todo. La contraofensiva de Frost fue tratar de acaparar todo el tiempo de pantalla posible y hacer de menos a sus compañeros. A Rushton le importaría bien poco, pero con Kavanagh hubo serios roces que hubieran llevado a este último a dejar el programa de no ser por la intervención de Rushton, convenciéndole de que dejaran a Frost hacer lo que quisiera y aprovecharan la oportunidad de sentarse a un lado y recibir sueldo de presentador sin tener que trabajar.
El programa, que cuanto más poder lograba Frost más intentaba en parte replicar el éxito de TW3 sin hacer lo mismo, fue pese a todo un fracaso, algo que nuestro presentador aprovecharía para culpar a los demás y convencer a la BBC de que le diera un programa para él solo. Uno para el que utilizará alguna de sus mejores cualidades, como la capacidad para reconocer el trabajo ajeno, y también su capacidad para apropiárselo y, desde luego, poner su nombre al invento. Así nació en 1966 The Frost Report, posiblemente el programa inglés con más talento en su sala de guionistas. Porque repartidos entre los guionistas y los cómicos del programa se encontraban entre otros Marty Feldman, Frank Muir, Denis Norden, Barry Cryer, Dick Vosburgh o Anthony Jay —el cocreador de Sí, Ministro —, además de los futuros miembros de grupos cómicos Bill Oddie y Tim Brooke-Taylor de The Goodies, Ronnie Barker y Ronnie Corbett que serían Los dos Ronnies y, por supuesto, el pequeño grupito compuesto por Graham Chapman, John Cleese, Eric Idle, Terry Jones y Michael Palin. Que, por si hay algún despistado en la sala, pasarían a ser conocidos como los Monty Python.
Gracias a lo cuál fueron capaces de hacer sketches tan brillantes como éste sobre las clases sociales:
Que no ha dejado de ser reinterpretado , como tantas otras de sus creaciones. El programa contribuyó a acrecentar la fama de Frost y su posición dentro de la sátira británica, además de permitir despegar a multitud de jóvenes creadores. Y aquí esos jóvenes creadores, que no dudaban en hablar de la capacidad de Frost para autopromocionarse y usar como propias las ideas ajenas tampoco dudan en señalarle como alguien que les ayudó. John Cleese, por ejemplo, ha contado que gracias a Frost le subieron los pagos por sketch escrito de 2£ a 24£ y que no dudaba en animar a trabajar en grupos o solos, según se sintieran más cómodos, favoreciendo y alentando la creación de todos esos grupos. Mientras el resultado final fuera bueno no le interesaban tanto los métodos de trabajo seguidos.
El cierre de The Frost Report en 1967, tras sólo dos años, logró dispersar a todos estos cómicos y le dio la oportunidad a Frost de hacer lo que quería. Que en esos momentos era montar junto a unos conocidos su propio canal de televisión, la London Weekend Television, o LWT, que operaba dentro de los grupos de la ITV y que le permitió tener su primer programa en el que además de su apellido apareciera su nombre: The David Frost Show. Y, de paso, dejar de ser presentador para conseguir un puesto más activo, el de entrevistador en The Frost Programme.
Mientras tanto, esos humoristas que habían trabajado con él, como los Monty Python, aprovechaban su propio programa para unirse a los que hacían mofa de los estilos y maneras super super de Frost:
David Frost seguía ocupado en vender su propio nombre y, aprovechando que era su propio jefe, vendió también su programa en Estados Unidos para el Group W, es decir Westinghouse Broadcasting, que había estado trabajando con la NBC y luego se uniría a la CBS, pero en aquel momento funcionaba de manera independiente.
En sus entrevistas durante esta época seguiría los modos y maneras de otros compañeros suyos a los que se acercaría para hacer su propia versión; en este caso a la forma de Bernard Levin de debatir y oponerse a la gente que le iban poniendo enfrente en TW3 y NSMAP. Eran entrevistas en las que más le valía al entrevistado ir preparado para responder a cualquier cosa, daba igual que fuera un líder fascista, un primer ministro o un artista como John Lennon…
En 1970, con apenas 30 años, consiguió su primer nombramiento de la reina. La posibilidad de ser su propio jefe y el contacto con los ricos y famosos, con los que por fin empezaba a mezclarse con normalidad, fueron relajando su carácter. Sus entrevistas pasaron a ser un departir de una manera más amable con la gente, haciéndoles preguntas más inusuales por lo cotidiano que por lo incisivo. Él siguió produciendo esos programas, como ya había hecho con las entrevistas de la BBC que fueron primero Frost on Friday y luego Frost on Sunday y hasta Frost on Saturday, y también Frost Over America, The David Frost Revue o David Frost Presents the Guiness Book of World Records, David Frost Salutes the Beatles…
Fue en ese momento en el que se encontró con la posibilidad de realizar la entrevista a Richard Nixon que tanto se ha comentado estos días. No hay como una película que jugó fuerte a los OscarsTM para hacer que la gente recuerde. El programa en sí se llamaba, por cierto, David Frost Interviews Richard Nixon. Pero podemos mirar un ángulo distinto. Debido a la imposibilidad de conseguir que ninguna cadena lo emitiera y a la falta de anunciantes que se quisieran asociar, Frost acabó siendo propietario de las grabaciones. Grabaciones para las que había negociado los temas —incluyendo, obviamente, el Watergate— y había confiado en poder sacar algo de ellas. Y ya sabemos que lo hizo.
Después de eso siguió con sus entrevistas, se casó con la viuda de Peter Sellers, provocando aún más chistes sobre su manía de apropiarse de todo lo que pertenezca a un cómico de éxito. Al cabo de un año se separaron y poco después él se casó con Lady Carina Fitzalan-Howard, hija del Duque de Norfolk, en lo que sólo podríamos considerar Una irónica aproximación a la carrera de David Frost. Él siguió con sus entrevistas y con algún otro programa, conduciendo Through the Keyhole, un show que presentaba una casa de famoso sin decir qué famoso era porque eso era lo que tenían que descubrir otros tres famosos invitados. La audiencia lo sabía y aplaudía según lo cerca que estuvieran sus ideas.
Pero su fuerte seguirían siendo los programas de entrevistas: a celebridades, a políticos (todos los Primeros Ministros ingleses de 1964 a la actualidad y los Presidentes estadounidenses desde el 69 al 2008; sólo le faltó Obama) y a prácticamente quien le diera la gana, siempre con una idea de los invitados de clase alta… Incluso escribió Millionaires, Multimillionaires and Really Rich People, hablando de la gente que conocía, se hizo íntimo de Sir James Goldsmith y Sir Evelyn de Rothschild, y su relación con el Príncipe Carlos y Diana era tan buena que ella fue la madrina de su hijo menor. Para 1993 logró un escalón más en el reconocimiento regio y logró el Knight Bachelor que le permitía usar el Sir.
El resto de lo que hizo —incluido su trabajo televisivo— le sirvió para mover su carrera de productor iniciada con sus programas, lo que le valió un crédito como productor en series y películas de lo más variado, desde The Slipper and the Rose a Rogue Trader, pasando por otra biografía como Leadbelly o Dynasty; no la serie sino una del oeste con Stacy Keach y Harrison Ford.
En 1993 regresó a la BBC para un nuevo programa de entrevistas, Breakfast with Frost, donde éstas habían llegado ya a un grado de autocomplacencia y mansedumbre tal que varios críticos —incluido los de Private Eye— lo llamaban Bedtime with frost. Algo que no cambió cuando decidió relanzar su imagen en 2005, cerrando su programa para cambiarse en 2006 a Al Jazeera el mismo año que se estrenaba la obra de teatro de Peter Morgan Frost/Nixon, que dos años más tarde sería llevada al cine, logrando más candidaturas que premios pero, sobre todo, catapultando su reconocimiento.
Como decía al principio, la de David Frost es una figura controvertida. Un personaje movido fundamentalmente por la necesidad de reconocimiento y que no dudaba en usar lo que otros desarrollaban para seguir subiendo. Pero era más que eso, también era alguien que sabía reconocer y premiar la capacidad creativa, que podía reunir lo que necesitaba para triunfar y se mostraba incansable para conseguir sus metas. Que decidiera aprovechar el auge de la sátira británica para subir significó también que ayudó a difundirla, descubrir nuevos talentos y promocionarlos; que se pasara a las entrevistas significó muchas oportunidades para escuchar a gente interesante. Su último programa en Al Jazeera, The Frost Interview, fue con Marc Andreessen, el creador de Netscape; si miramos en los archivos hay un poco de todo… Y no sólo eso, también demostró los beneficios de ser el dueño de los programas en los que se interviene —sobre todo si el programa es lo suficientemente sencillo para poder llevarlo a otro canal—. Quizá no sean las cualidades más admirables, o quizá nos pese más su lado oscuro, pero lo que es innegable es que ha logrado que todo el mundo conozca el nombre de David Frost.
Puede estar contento.
]]>Traducción de Manuel Haj-Saleh del artículo The Hole in Our Collective Memory: How Copyright Made Mid-Century Books Vanish, The Atlantic (30/06/2013).
Un libro publicado durante la presidencia de Chester A. Arthur tiene más posibilidades de editarse hoy que uno publicado durante la era Reagan.
El año pasado escribí acerca de una investigación muy interesante llevada a cabo por Paul J. Heald en la Universidad de Illinois, basada en software que rastreaba una selección al azar de libros en Amazon. En aquel momento sus resultados eran sólo preliminares, sin embargo eran a pesar de todo alarmantes: Había tantos libros disponibles de la década de 1910 como de la de 2000. El número de libros de la década de 1850 era el doble de los de la de 1950. ¿Por qué? La protección del copyright (que abarca a los títulos publicados de 1923 en adelante) había arrollado a los libros de mediados del siglo XX, sacándolos de las estanterías y alejándolos del público lector.
Heald ha concluido ahora su estudio y la foto, si bien más detallada, es esencialmente la misma: “El copyright se correlaciona de forma significativa con la desaparición de obras antes que con su disponibilidad”, escribe Heald. “Poco después de que las obras se crean y se forma una propiedad sobre ellas1, tienden a desaparecer de la vista sólo para reaparecer en cantidades significativamente mayores cuando entran en el dominio público y dejan a sus dueños”.
El gráfico superior muestra la interpretación más simple de los datos. Revela, sorprendentemente, que existen considerablemente más ediciones nuevas disponibles de libros de la década de 1910 que de la de 2000. Ediciones de libros que entran en copyright se encuentran disponibles en más o menos la misma cantidad que los de la primera mitad del siglo XIX. Los editores simplemente no publican títulos bajo copyright excepto si son muy recientes.
Pero éste no es un retrato completamente veraz de cuántos libros diferentes están disponibles, porque para los libros que están en el dominio público, a menudo existen muchas ediciones distintas, y la muestra aleatoria probablemente los sobrerrepresenta. “Después de todo,” explica Heald “si se mete un ISBN al azar [en] Amazon es más probable que se obtenga Los paraísos perdidos de Milton (con 401 ediciones y 401 números de ISBN) que Una Mujer de Egipto de Lorimer (una edición y un ISBN)”. Encontró que, de media, los títulos en dominio público tenían una mediana de cuatro ediciones por título (la media era de 16, pero muy distorsionada por la presencia de un pequeño número de libros con cientos de ediciones. Por esta razón, los estadísticos consultados por Heald recomendaron utilizar la mediana). Heald dividió el número de ediciones en el dominio público por cuatro, obteniendo un gráfico que compara el número de títulos disponibles.
Heald afirma que la foto sigue siendo “bastante impresionante”. La década más reciente parece mejor, en comparación, pero la depresión del siglo XX aún resulta notable, seguida de un ligero “boom” durante las décadas más recientes, cuando las obras entran en el dominio público. Presumiblemente, como escribe Heald, en un mercado sin la distorsión del copyright estas gráficas mostrarían “una curva en descenso bastante suave desde la década de 2000-2010 hasta la década de 1800-1810, basándose en el supuesto de que las obras se vuelven menos populares según envejecen (y, por tanto, menos deseables para comerciar)”. Pero eso no es todo lo que vemos. “En vez de eso” prosigue, “la curva cae abrupta y rápidamente, y luego rebota significativamente para libros que actualmente están en el dominio público y se editaron inicialmente antes de 1923”. ¿La conclusión de Heald? El copyright “hace desaparecer a los libros”; su caducidad los devuelve a la vida.2
Los libros a los que esto afecta de forma más grave son los de las décadas más o menos recientes, como los 80 o los 90, que supuestamente tienen el hueco más grande entre lo que satisfaría una cierta noción abstracta de lo que interesa al público y lo que en realidad está disponible. Heald escribe:
¡Ésta no es una curva que caiga suavemente! Los editores no parecen tener voluntad de vender sus libros en Amazon durante más allá de unos pocos años tras su publicación inicial. Los datos sugieren que los modelos de negocio de la edición hacen desaparecer a los libros bastante poco después de su publicación y mucho antes de su entrada prevista en el dominio público. Las leyes de copyright, entonces, retrasan su reaparición mientras tengan dueño. En el lado izquierdo de la gráfica, antes de 1920, la caída presenta una curva decreciente más suave en relación con el tiempo.
Pero incluso esta gráfica puede subestimar los efectos del copyright, puesto que la comparación asume que se ha publicado la misma cantidad de libros en cada década. Por supuesto, éste no es el caso: la creciente alfabetización, sumada a los adelantos tecnológicos, implican que se editan muchos más libros por año en el siglo XXI que en el XIX. El número exacto por año durante los últimos 200 se desconoce, pero Heald y sus ayudantes pudieron alcanzar una aproximación bastante buena apoyándose en el número de títulos disponibles para cada año en WorldCat, un catálogo bibliotecario que contiene el listado completo de 72.000 bibliotecas en todo el mundo. Después normalizó su gráfica con la década de 1990, que es la que vio el mayor número de títulos publicados.
Con estos cálculos, los efectos del copyright parecen extremos. Heald afirma que el estudio sobre el WorldCat mostraba, por ejemplo, que se habían publicado ocho veces más libros en la década de 1980 que en la de 1880, pero que hay grosso modo los mismos títulos disponibles en Amazon para las dos décadas. Un libro que se publicara durante la presidencia de Chester A. Arthur tiene más probabilidades de encontrarse disponible hoy que uno publicado durante la era Reagan.3
Los defensores del copyright han sostenido durante mucho tiempo (con éxito) que mantener el copyright en los libros asegura a sus dueños un beneficio sobre su propiedad intelectual, y que ese beneficio es un incentivo que “asegura la disponibilidad y una distribución adecuada [de los libros]”. Los indicios, por lo visto, dicen lo contrario.
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Notas de traducción:
1 En el original, “proprietize”, palabro que no encuentro recogido ni en el Oxford.
2 En el original es un juego de palabras con “expiration”, que significa expiración (muerte) y caducidad.
3 Chester A. Arthur fue presidente de los EEUU entre 1881 y 1885. Ronald Reagan fue presidente entre 1981 y 1989.
]]>Hay un fenómeno en el mundo de la creación que se da muy pocas veces y cuando ocurre me parece alucinante: la extensión de un talento hacia otros. Por ejemplo, Bob Fosse. Fosse era un coreógrafo, probablemente el mejor, y gracias a ese talento acabó dirigiendo películas que encima eran cojonudas. Hay pocos casos similares, como Chaplin, que creó su estrellato a partir de su talento de hacer reír ante cualquier situación.
No entiendo bien el fenómeno. Quizá a ninguno de los dos se le daba bien hacer cine, y gracias a su desarrolladísimo sentido del ritmo y los tiempos, sólo intuian cómo progresar a partir de determinados golpes de efecto. O tal vez ocurre todo lo contrario, que eran unos excelentes narradores y su especialización original amordazaba su capacidad, sin que ellos lo supieran.
La especialidad donde más se ha dado este efecto de que un micromanager se convierta en macromanager es la animación. Los animadores profesionales son expertos en un momento, que puede durar segundos.Tienen en su cabeza todas las variantes, todas las posibilidades. Y los mejores acaban ascendiendo hasta dirigir películas enteras. Y quizá por eso el salto en animación es especialmente decepcionante. Hay muchos que fracasan estrepitosamente. Un buen violinista no tiene por qué ser compositor.
Por ello, cada vez me flipa más la figura de Ray Harryhausen.
Vio King Kong con 13 años, y se obsesionó tanto con aquella magia que rezumaba, que decidió dedicarse a buscarla el resto de su vida. Practicó por su cuenta. Aprendió. Y en pocos años ya estaba trabajando con los creadores del gorila. Y con el tiempo ocurrió un fenómeno inaudito: era tan bueno que las películas en las que colaboraba eran cada vez más suyas, pero él no llegó a dar ese salto a firmarlas enteras. Su labor, cuando ya tenía cierto renombre, era proponer historias, y hasta dibujarlas. No era el director el que le pedía una secuencia. Él se la proponía al director y al guionista. Ellos ya se encargarían de justificar motivaciones. Luego, a la hora de rodar, iba a las jornadas clave para sus escenas y asumía la dirección. Él era el único que sabía exactamente qué material necesitaba. Nadie más podía obtenerlo. Y como era el mejor, como las películas acababan llevando su sello, le dejaban el tiempo necesario. Cuando se iba, seguían rodando las partes aburridas: el beso de la chica, los consejos del mentor… nada que a él le interesara. Su sitio no estaba ahí.
Su sitio estaba en esas pocas secuencias, que luego se convertían en el buque insignia del género fantástico. Eran cortometrajes incrustados en grandes películas. Criaturas fantásticas convivían con humanos, peleaban por ellos o contra ellos, pequeñas piezas que convertían en grande una aventura que, en su ausencia, tendría de épica lo que un carnaval en la playa.
Y salvo muy contadas excepciones, lo hizo solo. Su máxima ayuda era un asistente que activaba la cámara para un fotograma cada vez que se lo pedía, al otro lado del estudio. Animaba unos segundos al día, y tardaba varios meses en concluir sus secuencias. Pero eran completamente suyas, y las tenía en la cabeza mucho antes de rodar. Rara vez se equivocaba. De algún modo, las había animado antes en su cabeza, el proceso de plasmarlo en cámara era un trámite que resolvía con paciencia.
Cuando uno ve hoy en día un corto de animación, tiene serias posibilidades de encontrarse una historia escrita por un animador, no un guionista. La calidad de la animación y la de la trama son dos universos independientes, porque no todo el mundo tiene ese talento multidisciplinar de Chaplin y Fosse. En animación lo tienen Lasseter, Selick y pocos más. Harryhausen fue consciente desde el principio de que sus inquietudes iban encaminadas a la emoción épica, y no quiso renunciar al control minucioso de esos momentos de oro por tener que atender a todo lo demás. No necesitaba prestar atención a cómo se generaba esa tensión ni a sus secuelas
Harryhausen era el micromanager del clímax.
Vio King Kong con 13 años, y se obsesionó tanto con aquella magia que rezumaba, que decidió dedicarse a buscarla el resto de su vida. Practicó por su cuenta. Aprendió. Y en pocos años ya estaba trabajando con los creadores del gorila. Y con el tiempo ocurrió un fenómeno inaudito: era tan bueno que las películas en las que colaboraba eran cada vez más suyas, pero él no llegó a dar ese salto a firmarlas enteras.
Traducción de Manuel Haj-Saleh del artículo The Business of Literature, The Virginia Quarterly Review (89/2).
A medida que la tecnología desconcierta al modelo de negocio de los editores tradicionales, la industria ha de imaginar nuevas formas de atrapar el valor de un libro.
I.
Uno de los déficit notables en la cuenta particular tanto de los editores de libros como de los negocios en internet es la conciencia sociohistórica. Que así debería ser con internet no es sorprendente, por la inclinación de tantos populares comentaristas tecnológicos a teleologías triunfalistas o progresistas — una tecnología que sustituye a otra, una compañía que se carga a otra, el indiscutido dominio de IBM, más tarde la indiscutibilidad de Microsoft, seguida, por ese orden, por AOL, MySpace, Facebook, etcétera. La implacabilidad de la ley de Moore se extrapola desde la potencia de procesado hacia el orden social. Análogamente, la mayor parte de las discusiones actuales sobre la economía del libro raramente van más atrás de la Era Dorada de la edición americana de los años 50, con la británica quizás algo más alejada en el tiempo, hasta los 30.
Si bien muchas historias sobre el libro incorporan investigación empírica seria — La imprenta como agente de cambio de Elizabeth Eisenstein es un ejemplo épico—, posiblemente tres de ellas son las que han hecho el mejor trabajo al aplicar ese rigor a la edición contemporánea: Los mercaderes de cultura, de J. B. Thompson; La era tardía de la impresión de Ted Striphas, una serie de casos de estudio centrados particularmente en el minorista; y Capitalistas renuentes, de Laura Miller, que está casi completamente dedicado a la faceta minorista. La mayoría del resto de relatos sobre el negocio contemporáneo de la literatura son autobiográficos, hagiográficos o historias de la literatura, evitando tanto el negocio como su economía. Así que, ¿por qué estudiar un negocio que es sui géneris, que ni siquiera es realmente un negocio… que, como América, es excepcional?
Son los Excepcionalistas, aquellos que reclaman para sí la toga de defensores del libro, los que precisamente minan a éste afirmando que es un mundo en sí mismo, necesitado de protección especial; que su fragilidad frente a la Bestia o al bárbaro de turno (Amazon, Internet, los cómics, la novela, la imprenta, el analfabetismo, la alfabetización, por nombrar un puñado de presuntos culpables del declive cultural) requiere de aislamiento, como el chico canijo al que se le esconde del patio del colegio y sus matones. ¿Quiénes son estos Excepcionalistas? Creo que hemos leído ya a todos, así que contendré a mis hombres de paja y daré como ejemplo a Sven Birkerts, quien, en su introducción a la reimpresión de Las elegías de Gutenberg, escribe que “la ficción está siendo atacada por la no ficción” —y eso a pesar de todos los datos que demuestran que la ficción está floreciendo de forma desproporcionada en el formato digital. Más problemática, sin embargo, es la caracterización del libro como “contratecnología”. Se podría contraponer el libro a muchas cosas, pero la tecnología no sería una de ellas. El libro no es contratecnología, es tecnología, es la apoteosis de la tecnología — como la rueda o la silla.
La edición es una palabra que, como el libro, es casi, pero no exactamente, un intermediario para el “negocio de la literatura”. Las crónicas actuales de la edición tienen a la industria tan amenazada como al libro, y la suposición es que si se pierde la edición, se pierden buenos libros. Sin embargo lo que tenemos justo ahora es un sistema que produce gran literatura a pesar de sí mismo. Hemos llegado a creer que esa actividad editorial creadora de gustos y descubridora de genios, acoplada a la selección, empaquetado, impresión y distribución de libros a los minoristas, es el núcleo del valor de la literatura. Creemos que nos protege de la vergonzosa complacencia de un exceso de libros al insistir en una dieta rigurosa y abstemia. Las críticas a la edición se centran a menudo en su naturaleza corporativa o capitalista, arguyendo que el móvil de un beneficio retrasa decisiones que podrían de otro modo basarse en méritos puramente literarios. Pero el capitalismo per se y las fuerzas del mercado que tanto lo animan como lo presuponen no son el problema. En realidad son los que nos trajeron la existencia de la literatura y del autor.
La historia del libro como tecnología —el libro como tecnología revolucionaria y perturbadora— debe ser contada de forma honrada, sin triunfalismo ni derrotismo, sin esperanza ni desesperación, tal y como Isak Dinesen nos aconsejaba escribir. Un gran desafío a la hora de producir semejante crónica, sin embargo, es la “heurística de la disponibilidad”. Éste es un modelo de psicología cognitiva, propuesto por primera vez en 1973 por el premio Nobel Daniel Kahneman y su colega Amos Tversky, que describe cómo los humanos toman decisiones basándose en información que es relativamente sencilla de recordar. Las cosas que recordamos fácilmente son aquellas que suceden con frecuencia, y de ese modo la toma de decisiones basadas en los ejemplos que tenemos al alcance de la mano parecería tener sentido. El sol sale todos los días; de esto inferimos que el sol sale cada día. Un pavo se alimenta a diario; de ahí se infiere que se le alimenta cada día… hasta que, de repente, deja de hacerse. La heurística es estupenda hasta que deja de serlo. Una persona ve varias historias en las noticias acerca de gatos que saltan desde árboles altos y sobreviven, de modo que cree que los gatos son muy robustos ante las caídas largas. Este tipo de reportajes tienen una prevalencia mucho mayor que aquellos en los que el gato muere por la caída, que es lo que normalmente ocurre. Pero como de eso se informa menos, no es algo que quede fácilmente al alcance de una persona como para que se forme una opinión sobre ello.
La edición es tremendamente sensible a la heurística de la disponibilidad por dos razones significativas. Primero, porque antes de las innovaciones recientes, los manuscritos no publicados no se encontraban disponibles para su análisis. De modo que el universo de conocimiento que tenemos acerca de los libros, la literatura y la edición excluye al universo de libros que nunca se publicaron. Igualmente excluye a la mayoría de aquellos libros que fueron fracasos comerciales o de crítica. No se ven los libros que no se venden, ni en las estanterías de las librerías, ni en las casas de nuestros amigos, ni en las listas de los diez más vendidos, ni en Twitter, ni en el Times (de Londres, de Nueva York, de Irlanda), etcétera.
Hay libros en nuestro acervo ahora, como Hojas de Hierba, que se autopublicaron, y otros, como Moby Dick, en su momento fueron ignorados pero reaparecieron gracias a un golpe de suerte. La novelista Paula Fox publicó, desapareció y volvió a publicar. Su reaparición es un triunfo de la edición. ¿Pero qué pasa con todas esas Paulas Fox no redescubiertas? O, ya que estamos, ¿qué pasa con todos los libros que publiqué en Soft Skull durante la década de 2000 que habían sido rechazados por diez, veinte, treinta, sesenta editores? ¿Y qué pasa con los manuscritos que yo rechacé en Soft Skull y que vería posteriormente publicados por editores de prestigio, grandes y pequeños? ¿Es esto una prueba de la efectividad del sistema existente para producir y distribuir literatura? Parece bastante claro que, aun haciendo todo lo que podemos, nuestro resultado es tanto una prueba de lo horrible del sistema como de sus fortalezas. Como le pasaba a Patty Hearst, no podemos soportar el considerar la alternativa.
Cuando se habla de “el sistema” refiriéndose al negocio de la literatura, tradicionalmente éste ha sido identificado con el capitalismo. Críticas más recientes del sistema se han centrado en la serie de fusiones que comenzaron en la década de 1960 y engendraron, a lo largo de treinta años, la configuración de la edición que ha subsistido durante los últimos veinte años: Los Seis Grandes. La propiedad de éstos se originó primero por su tamaño y, después, por la tendencia a la sinergia (en realidad, ésta era más que nada un eufemismo utilizado por los jefes para construir imperios, típicamente a expensas de los accionistas, un fenómeno que tiene más que ver con la naturaleza humana que con el capitalismo). Hoy día, sólo Simon & Schuster permanece dentro de una estructura (CBS Corporation) concebida como un híbrido de sinergias para el entretenimiento. El resto de sinergias se han deshecho y han sido reemplazadas por una lógica de escala, ahora a nivel multinacional —propiedad de alemanes, franceses y británicos, como se hace notar con frecuencia y cierta mala leche, aunque nunca ha quedado claro por qué los alemanes, los franceses o los británicos habrían de ser más desdeñosos que los americanos con las prerrogativas literarias. En realidad, hay pocas pruebas de que cualquiera de estos procesos haya hecho más o menos probable que lo que se publique sea “de calidad”. Lo que se publica, se publica, y de ese conjunto escogemos reconocer lo que reconocemos, y decimos que el sistema produce estas obras reconocidas porque, bueno, están disponibles.
II.
¿Cómo era el negocio de la literatura antes del libro? Había palabras, eso seguro, y había cultura. Había libros y había escritores. Se les pagaba, de hecho. Muy bien. Pero pocos autores de hoy cambiarían la vida del escritor del siglo XXI por la de uno del siglo XIII.
Más aún, el papel del escritor antes de Gutenberg era simplemente el de transcribir. El propósito del escritor no era reinventar el lenguaje —sin negar la existencia de fueras de serie como Virgilio. Los escritores no eran líderes de opinión, ilusionistas de otros mundos, amalgamantes de la emoción y la estética. Los escritores eran las máquinas a través de las cuáles se reproducía y difundía la palabra de Dios. O, como mucho, el conocimiento que los humanos habían acumulado hasta ese momento — los mitos, las leyendas, lo que hoy se conoce como “sabiduría popular”. Capturaban el almacenamiento del saber humano hasta la fecha. El escritor era la imprenta. Como mucho se podría decir que el escritor era un representante de su generación porque, y esto bastante literalmente, el escritor reproducía fielmente las historias y creencias de su tiempo. Así era el trato: un trabajo de por vida, sin hacer nada excepto escribir, pero uno era, en palabras de los académicos que estudian este período, un “trabajador escriba cualificado”. Un amanuense.
El advenimiento del libro, en el sentido de un conjunto de páginas impresas y encuadernadas, resultó un desastre económico para el escritor. Fue John Henry avant la lettre, el obrero suplantado por la máquina (si bien sin sudor durante otros cuatrocientos años). No estaba claro por entonces cuál sería el impacto de la imprenta sobre la religión (al eliminar el monopolio de la Iglesia para reproducir e interpretar la Biblia), sobre el arte (permitiendo la innovación en la representación de objetos tridimensionales que se extenderían por todo el mundo; en otras palabras, el Renacimiento), y sobre la ciencia. En este último caso, la imprenta, esencialmente, hizo posible la ciencia al permitir que se reprodujeran los experimentos mediante la introducción de la refutación, la habilidad para demostrar que algo era incorrecto. Sus efectos necesitaron de más de cien años para empezar a desarrollarse (y aún no han terminado de hacerlo).
Si la demanda de escritores se había diluido, ¿no supondría eso una atrofia equivalente del suministro? Una de las formas en las que puede ser útil un análisis económico de la literatura es para ver dónde falla a la hora de explicar el comportamiento. Tal y como los humanos hacen cuando se trata del conocimiento, de la cultura y de la incipiente expresión personal, nos pusimos a la altura de las circunstancia. Conforme las imprentas se popularizaron, se congregaron a su alrededor académicos, poetas, filósofos. La provisión de escritores no disminuyó en modo alguno. Los establecimientos con imprentas en el siglo XVI se volvieron un imán para la gente que tenía algo que decir, como lo fueron los cafés del siglo XVIII que los sucedieron.
En toda Europa surgió una diversidad de regímenes de algo semejante al copyright, cuyo propósito principal era la censura —para contener las “grandes enormidades y abusos” de “los dyversos, polémycos y desordenados individuos que profesan el arte o mysterio de la ymprenta o la venta de libros”, tal y como se pronunció la Camera Stellata de Inglaterra. El segundo objetivo era conseguir el equivalente comercial del copyright para un cartel de negocios que acordaban no competir entre ellos, así como incrementar sus precios a la hora de reproducir los escritos. Durante buena parte del siglo XVII, las imprentas con licencia ganaban un retorno en su inversión estableciendo de mutuo acuerdo que no se iban a piratear los libros entre ellas. Entonces, en 1710, con el Estatuto de la Reina Ana, el Parlamento inglés se arrogó el derecho a regular este cartel. El copyright es una concesión legislativa de un derecho limitado al monopolio de la reproducción de una secuencia determinada de palabras (y, más tarde, de imágenes y sonidos, y hoy en día, en algunos países, números y movimientos). Nació del propio interés de las empresas y luego se reglamentó cuando el gobierno intentó equilibrar las prerrogativas tanto de los débiles como de los poderosos, con el fin de mantener el equilibrio social. El estatuto reconocía que se necesitaba establecer un equilibrio en torno a las necesidades comerciales del impresor y la necesidad social de minimizar los monopolios de explotación, tal como hizo la Constitución de los Estados Unidos a finales del siglo XVIII. En ambos casos, el quid pro quo estaba muy claro. El título del estatuto de 1710 era “Una Ley para la Promoción del Aprendizaje, mediante el Otorgamiento de Copias de Libros Impresos, en los Autores o Compradores de tales Copias, durante los Períodos que en ella se mencionan” y la disposición sobre el copyright en la Constitución de los EEUU dice explícitamente que existe “para promover el progreso de la ciencia y de las artes útiles”.
Hasta hoy, el copyright no contempla ciertos desafíos: ¿Hay demanda por parte de los lectores de la sin par estructura de palabras del escritor? Además, el escritor puede tener el monopolio en esa estructura, pero ¿tiene realmente los medios para reproducirlas? En tanto que éste se circunscribe al individuo que crea las palabras, está claro que el propósito del copyright se ajusta a la entidad que puede reproducir esas palabras, que puede fabricar y comercializar algo vendible. Lo que el copyright asegura es que existe un retorno potencial de la inversión para el impresor o el editor. Proporciona una garantía al autor, no de que se le va a publicar, no de que va a ganar dinero, sino sólo de que puede publicarse, que podría haber editores que pueden publicar su trabajo. Ciertamente, la ley británica otorga expresamente el derecho sobre el autor o bien el “comprador”, refiriéndose al impresor; cuando se escribió la cláusula de copyright de los EEUU, sólo se mencionaba al autor. ¿Por qué no se otorgó al autor desde el principio? Martha Woodmansee, una investigadora de Literatura y Derecho que ha escrito exhaustivamente acerca de la invención de la autoría, señala que incluso Alexander Pope, el primer gran beneficiario de este nuevo modelo de negocio y la primera persona que se ganó la vida con la venta de sus libros en vez de gracias al mecenazgo, continuaba viéndose a sí mismo como un cauce más que un genio. Woodmansee escribe:
En un pasaje familiar de su “Ensayo sobre la Crítica” (1711), Pope afirma que la función del poeta “no es inventar novedades, sino expresar de forma fresca verdades consagradas por la tradición.”:
El verdadero ingenio se viste innatamente de ventaja;
Lo que a menudo se pensó, pero nunca se expresó tan bien;
Algo cuya verdad encontramos convincente al verla,
Que nos devuelve la imagen de nuestra mente.
La idea que tenía Pope de sí mismo era aún la de un transmisor de cultura, no su creador. Para crear, inventamos el genio.
Para consumar realmente la transformación del escritor desde el escriba hasta Dios y para establecer unos principios culturales además de económicos, tuvimos que inventar al Autor. Woodmansee ofrece una explicación exhaustiva de cómo la teoría estética de los románticos alemanes provee los fundamentos filosóficos de la autoría; Mark Rose, en su Autores y Propietarios: La invención del Copyright (1993), hace lo mismo para la escritura y la edición en lengua inglesa. Rose enfatiza cómo la construcción de la autoría fue necesaria para mantener el copyright —“lo que finalmente sostiene el sistema [de copyright], pues, es nuestra convicción acerca de nosotros mismos como individuos”. Pero el recíproco es también cierto — el valor económico que se deriva de explotar el monopolio del copyright garantiza la construcción de la autoría para obtenerlo.
Ya a principios del siglo XIX los dos elementos clave del modelo de negocio de la literatura eran el propio negocio (copyright) y la literatura en sí (el genio). La innovación continuó rápidamente. Los avances en la impresión misma (más grande, más rápida, con más colores) junto con la fabricación relacionada y los avances en la distribución (más rápida, de más tirada, de mayor alcance), significaron una penetración más profunda de los libros dentro de la sociedad, entretejidos en el día a día. En 1930, con el incansable esfuerzo de los editores por encontrar una demanda a su oferta, se hicieron con el archigenio de las relaciones públicas, el “padre de la propaganda”, Edward Bernays. Como lo describe Ted Striphas en su excelente La Edad de Oro de la Impresión (2009), citando a Larry Tye:
“Dondequiera que haya estanterías”, razona [Bernays], “habrá libros”. Así consiguió que respetables personajes públicos apoyasen la importancia de los libros para la civilización, y luego persuadió a arquitectos, a contratistas y a decoradores para que montasen estanterías en las que guardar los preciados volúmenes.
Fue una señal, hace casi cien años, de que el libro empezaba a conseguir lo que la mayor parte de la tecnología no iba a lograr jamás: el poder de desaparecer. Si se entra en la sala de lectura de la Biblioteca Pública de Nueva York, ¿qué se ve? Portátiles. Los libros, como las mesas y las sillas, han reculado al fondo del escenario de la vida humana. Esto no tiene nada que ver con la aseveración de que el libro es contra-tecnológico, pero el libro es una tecnología tan persistente, tan repetida con frecuencia y sobre la que se innovado tanto, tan desgastada y pulida durante siglos de contacto humano, que ha alcanzado el estatus de Naturaleza.
Lo que hay que entender de forma particularmente crucial es que a los libros no se les metió a rastras, gritos y patadas dentro de cada nueva zona del capitalismo. Los libros no sólo son una parte y una parcela del capitalismo de consumo, sino que virtualmente lo iniciaron. Son parte del combustible que lo pone en marcha. El crecimiento del modelo en cadena de los libros ofreció a la gente del siglo XX la oportunidad para denunciar la “ultramarinización” [groceryfication] de las librerías, contradiciendo completamente la realidad, como Striphas esboza en La era tardía de la impresión(1) —citando a Rachel Bowlby— que la librería es, en realidad, el modelo para los supermercados:
En la historia del diseño de tiendas fueron las librerías, por extraño que parezca, las precursoras de los supermercados. Éstas, entre todos los tipos de tienda, utilizaban estanterías que no estaban detrás de mostradores, con el género organizado para echarle un vistazo y para lo que todavía no se llamaba autoservicio. Igualmente, mientras que los productos de marca y sus envases característicos no existían aún o eran muy escasos en la venta de alimentos, los libros tenían cubiertas que se diseñaban a la vez para proteger el contenido y para atraer al comprador; eran productos exclusivos con autores identificables y títulos nuevos.
Hay otros ejemplos de innovación significativa puestos en marcha por los editores: la máquina expendedora de libros de bolsillo inventada por el fundador de Penguin, Allen Lane, en 1937, para una mejor distribución a la gente que iba en tren al trabajo, es el ejemplo más encantador—, pero lo importante es que los libros no están sentados y gruñendo en la clase turista del avión que va al futuro. Están en la cabina del piloto.
III.
Al llegar el siglo XX los libros, ahora más baratos y disponibles en más lugares, habían tenido efectos sociales y políticos mucho más allá de lo que el propio negocio de la edición era capaz de embridar y explotar. Los libros extendieron ideas tales como la distribución equitativa del capital social, cultural y económico —precisamente los recursos necesarios para leer y escribir un libro. La edición americana de la década de 1950 consistía con demasiada frecuencia en hombres blancos de la Ivy League(2) que se publicaban unos a otros —Mad Men en chaquetas de tweed. Pero en el siglo XX la G.I. Bill, la expansión de la educación (en general, pero en particular la universitaria), el movimiento por los Derechos Civiles, la descolonización de África y Asia, el feminismo… todos ellos experimentaron un avance gracias al poder de la literatura e incrementaron de manera espectacular el número de seres humanos que habían leído suficientes libros como para (a) querer leer más y (b) poder imaginarse a ellos mismos escribiendo uno.
En su mayor parte, sin embargo, las innovaciones técnicas y de modelo de negocio en la literatura se daban sólo de un lado, facilitando mucho más los medios para leer un libro que para escribirlo. Las décadas de 1970 y 1980 trajeron la gestión de la cadena de suministros. Los libros fluían desde las imprentas a los minoristas con incluso menos obstáculos. Los mayoristas reponían rápidamente sus inventarios de libros de éxito porque podían compartir información con los editores y los impresores más rápida y exhaustivamente; por su parte los minoristas podían confiar en los editores y mayoristas para que les repusieran cuando los libros “volaban de las estanterías”.
Pero esto también trajo arrogancia. Cuanto más eficientes parecían los sistemas, más editores había dispuestos a llevarlos a conseguir mayores economías de escala. Sí, la gestión del inventario se había diseñado para decirte lo que querías menos y qué necesitabas más, pero sobre todo se usó para esto último. Esto no era en absoluto algo exclusivo de los libros. El mundo también se ha vuelto mejor a la hora de permitir a la gente comprarse una mesa que para hacérsela. De hecho, desde los tiempos medievales hasta los modernos, se ha vuelto más fácil comprar comida antes que fabricarla, comprar ropa antes que tejerla, tener asesoramiento legal antes que conocer las leyes, recibir cuidados médicos antes que coserse una herida.
Y entonces la cosa se desmadró. El número de títulos editados había crecido enormemente desde la invención de la imprenta, pero se iba a volver todavía más espectacular. Esto no viene de 2007, cuando Amazon presenta el Kindle, ni de 1993, cuando se inventa el primer navegador web popular. Si se mira dónde empieza realmente el aumento significativo del número de títulos, nos remontaremos a finales de la década de 1980: a Julio de 1985, cuando una compañía llamada Aldus, que recibe su nombre del gran impresor veneciano Aldus Manutius, presenta el PageMaker. Se pone el PageMaker en un Mac, el Mac en una nueva cadena de copisterías llamada Kinkos, se alquilan ambas cosas por seis dólares la hora y ya tienes la Edición 2.0. Prueba A: Soft Skull Press, un editor fundando en una Kinkos en 1993, y que yo dirigí desde 2001 hasta 2009. Más pruebas: los cientos de miles de fanzines, panfletos y libros producidos desde entonces, muchos de los cuales engendraron pequeños negocios de medios de comunicación, revistas y editoras de libros. El número de títulos en EEUU creados por los editores tradicionales de libros impresos se incrementó de unos 80.000 por año en la década de 1980 a 328.259 en 2010.
La abundancia, como realmente ocurre, es un problema mucho más grande a resolver que la escasez, o como lo presenta Clay Shirky, “La abundancia rompe más cosas que la escasez”. Aprendimos a manejar la primera fase de la abundancia en los libros: inventamos el copyright, construimos un negocio viable para fabricarlos y distribuirlos, inventamos al autor con el fin de simplificar las opciones. No necesitamos leer todas las palabras, solamente las de estos diez importantes autores. Ésta fue la primera puñalada de la humanidad a la escasez artificial, lo suficientemente astuta como para que olvidásemos que era un ardid. Vonnegut ya apuntó los contornos de esta fase de Revolución Industrial en el negocio de la cultura antes y con más contundencia que la mayoría… y de su final es lo que estoy ahora haciendo la crónica. Hablando en Bluebeard a través de su protagonistas, el pintor Rabo Karabekian, escribe:
Había nacido, evidentemente, para dibujar mejor que la mayoría de la gente, tal y como la viuda Berman y Paul Slazinger habían nacido evidentemente para contar historias mejor de lo que la mayoría de la gente es capaz. Otras personas nacen, evidentemente, para cantar y bailar y explicar las estrellas del cielo o hacer trucos de magia o ser grandes líderes o atletas, etcétera.
Creo que podría retroceder al tiempo en el que la gente tenía que vivir en pequeños grupos emparentados —quizás cincuenta o cien personas como mucho. Y la evolución, o Dios, o lo que sea organizaba las cosas genéticamente para que las pequeñas familias salieran adelante, para animarlas, de modo que todos pudieran tener a alguien que contara historias alrededor de una fogata por la noche, y alguien que pintase dibujos en las paredes de las cuevas, y algún otro que no tuviera miedo de nada, etcétera… [Un] esquema como ese ya no tiene sentido, sencillamente porque un talento del montón se ha devaluado por culpa de la imprenta y la radio y la televisión y los satélites y todo eso. Una persona con un talento normalito, que hace mil años hubiera sido considerada un tesoro para la comunidad, tiene que tirar la toalla e ir hacia otra línea de trabajo, ya que las comunicaciones modernas le ponen en competencia diaria nada menos que con los campeones del mundo.
El planeta entero puede ahora tirar adelante razonablemente bien con quizá una docena de protagonistas absolutos en cada área del talento humano. La persona con un don dentro de la media tiene que conservar su talento bajo llave hasta que, por decirlo de algún modo, él o ella se emborrache en una boda y empiece a bailar claqué sobre la mesita del salón como Fred Astaire o Ginger Rogers. Tenemos un nombre para estas personas. Les llamamos “exhibicionistas”.
¿Cómo reverenciamos a tales exhibicionistas? Les decimos a la mañana siguiente: “¡Uau, sí que estabas borracho anoche!”
La economía de la reproducción analógica de la cultura llevó inexorablemente al exhibicionista. Es mucho mejor, económicamente, tener el menor número posible de autores, el menor número de títulos. Idealmente habría un editor con un título… llamémosle la Biblia. Independientemente del hecho de que no habría competencia en material de lectura, la Biblia tendría un beneficio máximo simplemente porque en la fabricación analógica el coste marginal siempre decae (es decir, el coste de imprimir cada libro adicional baja). Así que si el precio permanece igual, cuanto más se imprima y se venda más beneficio habrá. El negocio de edición de libros impresos más rentable de todos sería el de una sociedad en la que todo el mundo leyera el mismo libro.
La salida PostScript del PageMaker (que más tarde se convertirá en el más familiar “PDF”) minó el modelo de la Revolución Industrial, comenzando la fase digital y post-industrial de la abundancia, a pesar de que, al mismo tiempo, parecía que reforzaba el modelo industrial al reformarlo. Las imprentas independientes podían hacer archivos digitales y enviarlos a las imprentas de offset. Aún tenían que entenderse con la economía clásica de escala de la impresión analógica, pero no tenían que habérselas con el complicado, inaccesible y arcano mundo de la linotipia tradicional. El número de editores comenzó a aumentar, al igual que el número de títulos, ya que la creación de un título (por el editor, naturalmente, no por el autor) se hizo significativamente más barato y comenzó a deshacer de manera ciertamente sutil el análisis, por otra parte exacto, de Vonnegut acerca del negocio de la cultura. El genio cantante de ópera necesitaba sistemas para distribuir su genialidad tan extensamente como fuese posible, y el sistema de copyright combinado con la reproducción analógica lo facilitaba. Y para los minoritarios también era cada vez más fácil ser ese amante de la vanguardia o de la música antigua o de lo teatral o de lo local o de lo familiar (la grabación de tu madre cantando ópera). Las minorías fueron impulsadas por el crecimiento del modelo de supertienda de las librerías. La librería independiente tradicional almacenaba 5.000-10.000 títulos, por lo que sólo podía comerciar las novedades y el fondo de un número limitado de editores. Pero una Barnes&Noble o una megatienda Borders podían tener 50.000 o 60.000 o incluso ¡70.000 títulos! Ciertamente necesitaban de esa oferta minoritaria para rellenar sus estanterías. Irónicamente, mientras que las imprentas independientes, alternativas y literarias denunciaban los abusos de las megatiendas, las megatiendas resultaban cruciales para su existencia.
Y tal es la transformación digital del negocio de la literatura. Y precede a una transformación equivalente del negocio de la música durante quince largos años. No fue hasta mediados de la década de 2000 que se pudo crear un master digital que tenía la mísma alta calidad que el de un sello discográfico; es decir, hasta que la industria musical consiguió lo equivalente a una auténtica edición electrónica. Sin embargo, el MP3, el medio de consumo de música digital, precede al Kindle, el primer modelo viable de consumo digital de textos largos.
Bajo un modelo de publicación digital, mientras que el coste de crear el texto no varía, el modelo para reproducir ese texto para el consumo masivo es completamente diferente. El coste marginal es cero: cuesta igual de poco producir la copia número mil millones que la segunda copia. Por mucha abundancia que llevara la reproducción analógica a los libros y otros elementos culturales, la reproducción digital lo hace muchísimo más; no porque cambie los recursos necesarios para crear, sino porque cambia lo que se necesita para reproducir. El copyright, si bien se instituyó nominalmente para promover la creación de una obra, tiene como único propósito lógico el estimular la reproducción de esa obra. Lo que vemos constantemente en la sociedad es que la gente no necesita de estímulos para crear, sólo que los negocios quieren métodos con los que se pueda minimizar el riesgo al invertir en la creación.
Richard Stallman ha defendido que el chollo del copyright es que el pueblo cede un derecho que realmente no puede utilizar. Hasta hace poco era más caro copiar un libro que simplemente comprarlo. De modo que cuando la sociedad acordó conceder a los autores y editores el monopolio, fue un buen trato. Ahora que la gente puede hacer copias de algo, están cediendo un derecho que podrían en realidad disfrutar… o, más bien, el pueblo ha empezado a hacer copias igualmente, independientemente del trato anterior; una especie de anulación del jurado. Como con cualquier ley que pierde el consentimiento del gobernado porque ya no refleja la lógica de la sociedad, la ley no se deroga, simplemente se ignora. Es desplazada al pasado, como las leyes que prohibían a los cerdos entrar en los saloons, o la venta de alcohol los domingos, o el adulterio, o el matrimonio interracial.
¿Cuál es, por consiguiente, el negocio de la literatura que viene si el público lector, guste o no guste, está haciendo copias de todo?
El método primario de copia en el siglo XX —fabricar, distribuir y ubicar cualquier objeto— apenas tiene doscientos años. Hay una buena razón para creer que aquél fue un período anómalo de la historia humana, no sólo para los libros y la música, sino para un amplio rango de la producción humana. Consideramos la impresión 3D, actualmente en la fase de desarrollo como hobby, en buena medida como el ordenador a principios de los 70. Es un artilugio que imprime cosas en tres dimensiones, lo que en su momento quería decir prototipos de cosas en plástico extruido (cepillos de dientes, martillos, piezas mecánicas), pero ahora cada vez se aproxima más al objeto real. En un sentido es pura ciencia-ficción. En el otro es simplemente un regreso a la sociedad pre-Revolución Industrial, donde las sillas, las herraduras y la ropa se hacían todas dentro del pueblo.
En ambos sentidos este fenómeno, un desplazamiento de la (re)producción en masa a la producción personalizada se había ya anticipado en el libro, con la tecnología de impresión bajo demanda. La primera impresora 3D fue la impresora láser. De nuevo vemos que el libro no es la antítesis de la tecnología, sino su apoteosis — en la vanguardia de cómo aplicar avances en la tecnología para producir nuevos modelos de negocio. ¿Quieren otra anticipación de los libros? Prueben con el crowdfunding, con Kickstarter con su referente más conocido, lo que es efectivamente idéntico al modelo de suscripción del siglo XVIII, en el que un libro se publicitaba pero sólo se imprimía una vez un mínimo de compradores ya lo habían pagado.
¿Existe alguna poderosa razón para dudar de que, una vez más, el libro y el negocio de la literatura estarán en el corazón de la ruptura, siendo tanto perpetradores como víctimas? Por descontado, el libro no será el único elemento cultural reproducible, ni el único modo de contar historias, igual que la silla hace tiempo que dejó de ser el único artilugio para sentarse (el sofá, el taburete de bar, el columpio, la pelota de ejercicios). Pero ¿podemos ver cómo continúa sobresaliendo culturalmente y cómo puede señalar a su propio futuro al igual que a cambios más amplios en la cultura y en la sociedad?
IV.
Anteriormente sugerí que, con la clase de amigos que tiene el libro, no necesita enemigos; pero, por supuesto, sí que tiene enemigos. Siempre ha tenido enemigos, incluso antes de su existencia en su formato tan familiar de la actualidad.
Hace algunos años me reuní con el gurú de los juegos Kevin Slavin, un hombre al que se podría suponer un enemigo, alguien que podría ridiculizar el carácter estático de un libro. Al final de nuestra charla se quedó callado durante un segundo y entonces dijo que lo que los libros tienen en común con los juegos es que recompensan la repetición. Cuanto más juegas, cuanto más lees, tanto mejor se te da, mejor te lo pasas. Así he integrado eso en mi propia forma de pensar: en los juegos has de preguntarte qué puerta atravesar, en los libros has de preguntarte qué pensaba el personaje al atravesar dicha puerta. Puedes imaginarte el color de la puerta, su material, el tipo de pomo, si estaba caliente o frío al tacto de quien la abre…
La falta de imagen, la falta de sonido, la falta de un modo para cambiar las bifurcaciones de la trama (lo que crudamente se denomina “interactividad”) es una característica de la literatura, no un defecto(3). Y resulta que los libros sí son interactivos. Son recetas para la imaginación. Recíprocamente, el vídeo es algo restrictivo: te dice cómo son los objetos, cómo suenan.
Los libros han resistido la intromisión de nuevas maneras de contar historias: el cine, la televisión. Y los mismos libros han sido muchas veces elementos perturbadores, molestando a la Iglesia Romana y venciendo a la aristocracia francesa, al sistema médico medieval, y luego al sistema médico del siglo XIX. Así que la suposición que se hace en el lado más extremista de la cosmología de Silicon Valley de que la narrativa basada exclusivamente en textos largos está lista para ser alterada (no se pierdan el escepticismo de Tim O’Reilly en su charla de Charlie Rose, o la asimilación del formato lineal del libro al del coche de caballos, o el surgir constante de nuevas empresas que ofrecen plataformas multimedia diseñadas para reemplazar a los libros) raya en la idiotez.
Más aún, cuando los tecnólogos llegaron a incrustar vídeo en un texto digital y proclamaron el fin de la letra impresa, estaban rompiendo sus propias reglas. Un empresario experimentado o un inversionista de riesgo nos advertirá de que no seamos una solución en busca de un problema. Como preguntaría el profesor Clayton Christensen de la Harvard Business School: ¿Qué es lo que hay que hacer? Muchas de las empresas que se metieron en la industria de la edición resultó que no escuchaban a sus propios gurús. El libro, usando la terminología de Christensen, ya era “suficientemente bueno”. No podía decir ni pío, como se jactaba el vendidísimo libro para niños It’s a Book, y eso estaba bien. El escritorio ante el que me siento tampoco dice ni pío. “Lo que hay que hacer” es entregar un conjunto muy grande de palabras.
Sin embargo esto no quiere decir que no surjan otras “cosas por hacer”: entregar cientos de conjuntos muy grandes de palabras dentro de un único objeto que permita leerlos, anotarlos, almacenarlos… entregar esos conjuntos de palabras de forma más barata, o instantánea, como ocurre con el envío digital de libros. Y eso, además, sin mencionar que el trabajo de fabricar, distribuir y ubicar esos libros sólo necesita de una cadena distributiva de agente-editor-mayorista-minorista para llevarse a cabo. En este sentido, la previsión de una perturbación hecha por los tecnólogos es fundamentalmente razonable.
V.
¿Cuál es, pues, el mayor trabajo de un editor? Está el márketing y los descubrimientos, claro, pero incluso no siendo los editores fabricantes de milagros que toman sus mejores decisiones en el vacío, el editor es una fuente de gran valor en la economía de la literatura y, por tanto, seguirá siendo igual de valioso, si no más, que antes, aunque tenga menos privilegios.
El pensador(4) Clay Shirky tiene una regla a la que se le puso su nombre: “Las instituciones intentarán conservar los problemas para los que hay una solución”. Los últimos cinco a diez años han sido testigos de un alto nivel de ansiedad en la clase editora acerca de la publicación de libros, revistas y periódicos (y, en menor medida, de la publicación de revistas literarias, lo que es notable). Parte de esa ansiedad es económica y está bien fundada: se ha despedido a editores. Otra parte, sin embargo, tiene que ver con la percepción de una pérdida de relevancia, de prestigio, y la respuesta ha sido una serie de panegíricos acerca de las valiosas cualidades del juicio editorial. Mirad toda la mierda que hay por ahí, dice el editor, me necesitáis para arreglarla, ordenarla, ponerla en condiciones.
Una virtud del editor está clara: mejorar la escritura. Su ejemplo más mecánico y menos prestigioso es el corrector de pruebas; en el nivel intermedio del prestigio está el revisor de textos, que le da consistencia, continuidad, corrección gramatical, que idealmente bucea en el estilo del autor y lo maximiza; y luego está el editor de compras, en el nivel más alto del prestigio, que puede o no implicarse en el desarrollo de la edición, puede tener o no asistentes editoriales, puede o no ser él mismo un asistente editorial; es quien toma la decisión sobre el producto, sobre qué se publica, cómo optimizarlo como producto y, en colaboración con muchos, muchos, muchos otros, gestarlo y darle vida y hacerlo crecer en el mundo.
Irónicamente, las primeras dos categorías de actividades, aun siendo las menos prestigiosas, tienen un valor muy claro, y probablemente servirán como medios de empleo durante las décadas venideras, a medida que más actores económicos y sociales (compañías de bienes de consumo, ejecutivos de traje y corbata, grupos de presión, instituciones culturales) se convierten, de facto, en editores, produciendo publicaciones cada vez más sofisticadas online y offline, diseñadas para transmitir su mensaje (compre, done, créanos, contráteme, visítenos, vóteme). Lo más probable es que busquen a personas que puedan llevar a cabo las dos primeras actividades, junto con parte de la tercera actividad, y se les llamará estrategas de contenido. Esto se ve especialmente claro en el mundo de las revistas y los periódicos. Las empresas ya dejaron que las revistas y los periódicos se ocuparan de reunir al público al que querían llegar, y les pagaron para anunciarse ante ese público. Ahora se dan cuenta de que es mucho más efectivo contratar al tipo de gente que trabaja para esas revistas para transmitir el mensaje directamente.
También se necesitan editores para producir libros, por supuesto. Pero más allá de sus habilidades editoriales, lo que mantiene la demanda de editores son sus habilidades relacionales. La habilidad que se asocia comúnmente a la cúspide del talento editorial —escoger el libro correcto— es, con franqueza, una tontería. El éxito, visto en términos de escoger cosas, es un híbrido de la suerte con lo que no es por sí mismo evidente y el dinero con lo que sí lo es, e incluso lo que es por sí mismo evidente a menudo necesita de la suerte. Esto no implica que la gente no trabaje duro con esos libros que han sido afortunados, pero cualquier justificación a posteriori para explicar por qué, digamos, El Código Da Vinci o la serie de Harry Potter han tenido éxito, se ve superada por lo que realmente fue una cuestión de suerte y de efectos en cadena. Los libros, como cualquier medio de entretenimiento, viven en lo que Nassim Nicholas Taleb llama Extremistán, un lugar con enormes cantidades de fracasos comerciales y éxitos espectacularmente grandes y extremadamente infrecuentes. La llegada de la autopublicación ha dibujado esto de forma todavía más visible. La inmensa mayoría de los 28 millones de libros impresos que están ahora mismo en circulación no han ganado nada de dinero, y cada pocos años un autor ganará más de 200 millones de dólares: primero Dan Brown y J. K. Rowling, ahora E. L. James. Es extraordinario observar a la gente dar tumbos buscando una explicación a su éxito… no hay explicación, no más que la que hay para explicar por qué una persona en concreto ganó 550 millones de dólares en la Primitiva a finales de noviembre del año pasado.
La edición no da una capacidad concreta para distinguir lo bueno de lo que no lo es, lo exitoso de lo que no lo es. Esto no es sólo cierto a la hora de predecir un éxito comercial, sino también a la hora de predecir un éxito de crítica. Ya hablé acerca de grandes escritores que casi se esfumaron, de libros que se escurrieron de entre los exitazos de editoriales grandes y luego de entre los exitazos independientes. Si se pudiera predecir el ganador de un premio Pulitzer, ¿por qué Bellevue Literary Press se acabó quedando Tinkers de Paul Harding, o Soft Skull se hizo con Love In Infant Monkeys de Lydia Millet, que fue finalista ese mismo año? Si los grandes editores pudieran predecir los ganadores del Premio Nacional del Libro, ¿por qué McPherson & Co. publicó Lords of Misrule? O si los editores pudieran predecir los ganadores del premio PEN, ¿por qué Red Lemonade editó Zazen de Vanessa Veselka?
Esto no es una crítica a la edición. No hay pruebas de que los corredores de bolsa puedan elegir acciones buenas, o que los de apuestas puedan elegir buenos caballos. En el último caso, esa es la razón por la que cualquier asesor financiero honrado te dirá que inviertas en fondos indexados, instrumentos financieros que reflejan un mercado amplio… nadie sabe cómo ganar al mercado. Cuando lo haces, es pura suerte, combinada con una cierta habilidad para contar una historia ex post facto explicando por qué tenías razón y la propensión de la naturaleza humana a creer en el poder predictivo de una buena historia (sí, otra vez la heurística).
Y eso, como suele pasar, apunta precisamente a lo que la edición puede hacer, a cuál es el negocio de la literatura. No se trata de hacer arte, se trata de hacer cultura, lo que es una conversación acerca de qué es arte, qué es verdad, qué es bueno. ¿Cuál es el modelo de negocio para la fabricación de cultura? ¿Cuáles son las implicaciones o los individuos implicados en todo ello… para los ciudadanos de la literatura en todas sus formas, en la escritura, en la lectura, en la edición, en la enseñanza, en los chanchullos, en los cotilleos?
El modelo existente centrado en el producto (opuesto al centrado en la cultura) se parece a esto: imaginaos a Lorem Ipsum, un proyecto de un hipotético libro. Consiste únicamente en texto-plantilla que usa un diseñador; el equivalente tipográfico de Probando, Probando, Uno, Dos, Tres. Es texto (originalmente de Cicerón), ininteligible, la misma definición de galimatías, y sin embargo un editor se vería muy presionado para vender un libro con él por mucho menos de diez dólares. ¿Por qué? Un diseñador necesita colocar el texto, que no necesita ser tratado en estilo, necesariamente, pero sí corregido(5). Lorem Ipsum necesita un diseño de portada. Necesita el texto de solapilla. Necesita que lo enviemos a otros escritores para darle publicidad. Consigue una página en el catálogo del editor; los representantes de ventas le echan un ojo; éstos gastan quince segundos con el encargado de compras de la librería mientras resisten sus miradas inquisitivas; el representante se encoge de hombros. Se imprimen y envían copias avanzadas, se pasan entre editores, agentes y publicistas durante el almuerzo. Se imprime el libro, se envía, se pone en la estantería. Allí se queda durante seis u ocho semanas hasta que las tiendas descubren nuestro pequeño juego, que es el punto en el que se le vuelve a meter en una caja y se envía a un almacén, para luego convertirlo en pasta de papel.
Desde un punto de vista editorial, se puede vender Orgullo y Prejuicio a menor precio que el galimatías porque la gente ya conoce a Jane Austen. Como poco, no se devolverá ni se convertirá en pasta de papel al mismo ritmo. ¿Entonces por qué el margen atribuido a las ideas de un libro es tan bajo, a veces de hecho negativo, mientras que el ingreso total que obtiene el libro es menor que el coste de producirlo y distribuirlo? No es porque nuestra sociedad no valore la literatura, como muchos de nosotros nos quejamos, sino porque hace falta mucho tiempo para descubrir si realmente el libro gustará. Los editores ofrecen al mundo un descuento enorme en lo que debería ser el auténtico sobreprecio de la fabricación y la distribución con el fin de convencernos de que probemos algo, que nos la juguemos. Para conseguir que arriesguemos perder nuestro tiempo, intentan minimizar el riesgo de que perdamos nuestro dinero. La perversión es que los editores son incapaces de capturar lo positivo. Si acaba ocurriendo que no perdemos el tiempo y realmente obtenemos una experiencia maravillosa, la conseguimos por 1 o 2 dólares a la hora, un orden de magnitud más barato que el cine, el teatro, la música en directo, la música grabada, ir a bailar, un bar, un restaurante, un museo. Y lo hacemos así porque un libro es una cantidad mucho más ignota, que se presta menos al resumen.
¿Cómo podrían los editores capturar ese valor? ¿Esa experiencia transformadora, transportadora, transfiguradora, un valor más comparable a un viaje a otro país, a un seminario de Universidad, a un amante… y que, sin embargo, se puede obtener al precio de una camiseta? Una teoría de las industrias de la creación ha sido educar al público en que el contenido vale algo, y por tanto debería pagarse. Esa noción está en todas partes, en los trailers previos a las películas en el cine y en las páginas de las revistas, tanto si hablan de ellas mismas como del negocio del libro. Por muy caritativos que sean los americanos y por muy dispuestos que estén los europeos a subvencionar, el confiar en la noción de que algo merece pagarse fracasa una y otra vez. Imaginad que es una estrategia de ligue: merezco que me desees. Apple, Prada, la NFL, los proveedores de bienes y experiencias ampliamente deseados no “educan” al público en que merecen que se les pague. El público simplemente les ofrece su dinero, agradecidos. El público no va a hacer eso por una entrega básica de una experiencia que directamente tiene forma de texto largo. Si no podemos educar o crear un sentimiento de culpa para conseguir el camino a la solvencia, ¿qué debemos hacer entonces?
Una cosa irónica de las últimas décadas es que mientras el desarrollo del producto capitalista se desplazaba hacia un modo de producción cada vez más personalizado, hecho a medida, utilizando sistemas de fabricación más sofisticados, cadenas de distribución más flexibles y sistemas de atención al cliente más solícitos, la cadena de distribución del libro se volvía cada vez más uniforme e insulsa. Conforme empieza a desvanecerse la presión de tener el libro físico como el conducto principal a través del cuál la literatura llega a su público, también disminuye la presión para producirlos tan baratos como sea posible. Simultáneamente, el carácter de los minoristas implicados en el negocio de la venta de literatura se va alejando de aquellos en los que el precio y la amplitud en la selección resultan primordiales, hacia otros que funcionan como un híbrido de centro neurálgico con recepcionista y galerías(6); es decir, hacia escenarios optimizados para vender ediciones de mayor nivel. Más generalmente, esto significa ser capaz de vender a una amplia variedad de precios: 15 dólares la edición en rústica, 35 dólares en elegante tapa dura, 75 dólares con una caja protectora, 250 dólares con la maldita huella del pulgar del autor en la página del título, y así. Además están mejor situados para colaborar con otras instituciones culturales y proveedores de estilo de vida, con restaurantes, con bares, con museos, con cines de arte y ensayo… creando conexiones temáticas y nexos culturales.
Ejemplos de esto los vemos a lo largo y ancho del negocio, e incluso se empiezan a ver casos en los que las entidades tradicionales de edición formalizan dicho proceso. Varios grandes editores de EEUU ofrecen ahora consultoría de conferenciantes, lo que, igual para los poetas que para los consultores de gestión, son mucho más lucrativos que el libro (aunque el libro a menudo afianza el valor de la charla, no es el vehículo mediante el que se obtienen realmente los ingresos). O’Reilly, el editor de libros de informática, gana más con las conferencias que organiza que con la venta de libros, aunque su reputación intelectual y red de conexiones como editor le han situado bien para crear las conferencias. El complejo industrial MFA es un negocio multibillonario que tradicionalmente ha resultado un centro de beneficios para las universidades: Las tasas de aspirantes a poetas compran microscopios electrónicos para los físicos. Igualmente, Faber en Gran Bretaña ha dirigido la Academia Faber durante cinco años ya, ofreciendo clases de escritura creativa impartidas por sus autores. Todo lo que las universidades hacen es contratar a los autores de las editoriales para impartir las clases, así que ¿por qué no lo hacen las propias editoriales? Las conferencias literarias y de escritores cobran miles de dólares de los aspirantes por su asistencia, y aparte de los autores de las editoriales, ¿quién más asiste como cebo para otros asistentes? Los editores. Hemos visto a Penguin profundizar en su merchandising; si Marc Jacobs puede vender libros, ¿por qué no pueden las editoriales a su vez asociarse con los diseñadores para crear zapatos inspirados por un personaje concreto? Las editoriales podrían asociarse con mayoristas del vino para ofrecer clubs enológicos, con empresas de catering que proporcionen eventos temáticos literarios, con agencias de viajes para ofrecer tours.
Vender un libro, ya sea impreso o digital, resulta que no es ni de lejos la única manera de sacarle partido, vista toda la extraordinaria actividad cultural que se pone en marcha a la hora de crear y difundir la literatura y las ideas. Recordemos de nuevo todo el blablablá, el aprendizaje, la práctica, la estafa, las lecturas sobre lecturas sobre lecturas… inherentes a los distintos componentes editoriales de publicar; el reconocimiento de patrones; la elocuencia de los editores, de los representantes de ventas, de los publicistas, del personal de las librerías. Recordemos a ese poeta medio reconocido que gana más dinero en un bolo de fin de semana como escritor invitado que el que sus derechos de autor le van a proporcionar, seguramente, durante todo un año. Uno se empieza a dar cuenta de que el negocio de la literatura es el negocio de fabricar cultura, no sólo el negocio de fabricar libros encuadernados. A su vez, esto significa que la dificultad cada vez mayor de vender libros encuadernados de forma tradicional (y del bajo precio que supone vender libros digitales) no va a ser un desafío significativo a largo plazo, excepto para liberar al negocio de la literatura de las limitaciones impuestas al producir cosas en vez de ideas e historias. La cultura del libro no es un fetichismo hacia lo impreso; es el remolino y el burbujeo de la idea y el estilo al expresar historias y conceptos; la conversación, polémica, fuerza narrativa que se mueve dentro de y entre los textos, en el interior y entre la gente mientras escriben, revisan, descubren y reaccionan a esos textos. Ese remolino, ese burbujeo, resulta que tienen un hogar para el fetichismo de lo impreso, al igual que lo tienen para el fetichismo digital. Esto es lo que siempre ha sido la literatura. El estar uncidos a las máquinas de la revolución industrial para la reproducción analógica, acompañado por un proceso arbitrario para escoger lo que debe ser reproducido, acabará demostrándose como una anomalía en la historia de la literatura, aún habiendo sido útil esa fase para la democratización del acceso a la lectura. El editor es un organizador en el mundo de la cultura del libro, no una máquina para ordenar manuscritos y suministrar un corto número de ellos, de forma mejorada y encuadernada, a un gran número de gente a través de una cadena de distribución basada en el minorista, algo que le encaja mejor a la distribución de cereales para el desayuno, no de ideas.
Un negocio nacido de la invención de la reproducción mecánica se transforma y trasciende las mismas circunstancias de su concepción, y de nuevo tiene el potencial para transformarse y trascenderse a sí mismo; para afectar a industrias como la educativa, para impulsar a la industria cinematográfica, para fortalecer a la industria de los juegos. La cultura del libro está mucho menos amenazada de lo que mucha gente ha escogido suponer, pues la noción de una cultura del libro en peligro ya asume que la cultura del libro es una bestia mucho más refinada, delicada y frágil de lo que realmente es. Al definir a los libros como algo contra la tecnología nos negamos a nosotros mismos, negamos el poder del libro. Restablezcamos la auténtica reputación de la edición; no como una barrera contra el futuro, no como un bastión contra los cambios radicales, no como una ciudadela en medio de los bárbaros, sino más bien como el futuro inmediato, como el agente radical del cambio, como el bárbaro. El negocio de la literatura está petándolo.(7)
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Notas del traductor. Los enlaces del texto han sido añadidos en la traducción para aclarar términos o nombres ajenos a nuestra cultura.
(1) No estoy seguro de si “The Late Age” ha de traducirse como “la era tardía” o “la era difunta”, porque no conozco el contenido de dicho ensayo.
(2) Grupo de las universidades más caras y prestigiosas de los Estados Unidos, entre las que se encuentran Yale, Harvard o Princeton.
(3) En el original “is a feature of literature, not a bug”, lo que se refiere a una broma clásica de la informática cuando un programa tiene errores (bugs), indicando que éstos no son tales, sino una propiedad (feature) del programa en cuestión.
(4) En el original “social thinker”. No es exactamente un sociólogo y, de acuerdo con Wikipedia, está sobre todo especializado en el uso y alcance de las redes sociales. He preferido, pues, dejar “pensador” y el enlace correspondiente de la Wiki en inglés, más completo.
(5) Aquí hay una diferencia entre copyedited (corrección de estilo) y proof-read (corrección de pruebas).
(6) En el original: “hub, concierge, and gallery”. No he sido capaz de encontrar una traducción decente para esto.
(7) Dado que en el original es “blowing shit up”, me parece la traducción más apropiada :D
En esta ocasión Miquel Berga, profesor de literatura inglesa de la facultad de humanidades de la Universidad Pompeu Fabra, ejercía de anfitrión para Julian Barnes. Este novelista británico fue premiado con el prestigioso premio Booker en 2011 por su novela “The sense of an ending” después de haber estado nominado otras tres veces en un periodo de casi 25 años.
Se presentó un hombre alto, de nariz picuda y ojos brillosos que cuenta con una impresionante producción de novelas y ensayos, la mayoría de los cuales han sido traducidos al castellano.
Precisamente con el tema de la traducción abrió Miquel Berga el dialogo. “¿Cree usted que nos entenderemos?” preguntó en pulcro catalán el profesor. Tras una pausa concentrada (mientras Julian escuchaba la simultánea y un interprete de lenguaje de signos acaparaba un excesivo protagonismo) , el escritor asentía pensativo y comenzaba a explicar la dificultad de traducir un texto literario cuando ya era todo un reto escribir en el idioma propio y ser capaz de encontrar la “phrase juste” o incluso la “mot juste”.
Pronto los temas se fueron desplegando como abanicos, presentados con seria gravedad por el profesor y respondidos con cierta sorna, como restando importancia, por un elocuente Barnes.
Por momentos explicaba cómo de niño comenzó a escribir a modo de excusa para no tener que hablar en público. Para alguien tímido como él era imprescindible “escribir como si mis padres estuvieran muertos”. Toda la primera parte de la charla giró en torno al acto de escribir, los motivos para hacerlo, metodología o fuentes de inspiración mientras se sucedían las menciones a ilustres figuras de las cultura británica tan dispares como John Cleese (antiguo miembro de los Monthy Python) o Jane Austen (a quién el autor no soportaba de joven).
En el momento central de la conversación Barnes defendió con pasión su recomendación aceptar los propios puntos débiles a la hora de escribir. “Odio el clima en los libros” explicaba. “No me gusta cuando una tormenta recalca la zozobra psicológica de un personaje ni esas absurdas descripciones de las nubes. Por eso en mis novelas no hablo del clima a no ser que sea absolutamente imprescindible.” Entre risas mencionaba que incluso tiene una novela titulada “No Weather”
El profesor Berga recalcó la gran influencia de la literatura francesa en la obra de Barnes, especialmente de su espíritu flaubertiano y él puso cara de aburrido. Apuesto a que eso se lo dicen siempre.
Ya casi había pasado el tiempo y aún había muchos temas en el tintero: la actitud ante la muerte, su celosa defensa de la intimidad, su hermano el filósofo, su condición de eterno nominado al Booker…
Barnes se mostró agudo, divertido, profundo y respetuoso. Espiritual y agnóstico explicó que no creía en Dios pero que lo echaba de menos.
Así terminó la conferencia que había congregado a suficiente gente como para llenar del todo el auditorio de “la Pedrera”, un espació mágico que por si sólo ya vale la visita.
Por mi parte, con este texto ya acabado, tengo esperándome en la mesilla “El sentido de un final”, la traducción española de la breve novela premiada que va a redimirme de mi condición de advenedizo que ahora confieso: antes de asistir a la conferencia no había oído hablar jamás de Julian Barnes.
]]>Con una participación alta, de un 69%, las elecciones catalanas han desmentido a unas encuestas que presentaban a dicho presidente como un líder fuerte ya que su formación ha perdido doce diputados, quedando vencedor con cincuenta y algo más de un millón de votos. La segunda fuerza ha sido ERC (Esquerra Republicana de Catalunya) con unos 21 diputados, el partido que más ha crecido en representantes.
La tercera fuerza ha sido el PSC, en su habitual tónica de derrotas históricas, ahora con un raro e inverosímil optimismo al no haber sucedido el desastre anunciado. El Partido Popular (PP) revalida resultados con diecinueve diputados, ICV y Ciutadans experimentan subidas (tres diputados y seis, respectivamente) y la llegada al parlamento de las CUP, partido de democracia interna, de carácter independentista y anticapitalista sacude un poco a las izquierdas.
Ciertamente, el independentismo ha salido electoralmente acreditado frente al discurso del gobierno actual de España, pero sería intelectualmente endeble leer las elecciones en esa clave. La realidad es que la izquierda catalana, ajena a una organización de nación-estado, está dividida. La división es entre aquellos que cederán en el teatro del recorte y aquellos que habrán de decir no en el marco de la injusticia.
Esquerra tiene un programa contrario a los recortes, progresivo y tremendamente socialdemócrata y es la segunda fuerza. ICV es un partido, otro, socialdemócrata abiertamente ecologista, el único que junto a la CUP ha priorizado en su discurso la narración de los delitos y los excesos del partido de Artur Mas. Yace en la CUP un corazón genuinamente libertario en sus protestas.
Todo librepensador debería apoyar el derecho a realizar consultas sobre cómo prefieren organizarse políticamente los habitantes de un territorio. No hay duda alguna sobre ello. Tengo opiniones muy interesantes al respecto, pero todas ellas pasan por mi bolsillo y por la calidad de convivencia de mis conciudadanos: no pasan ahora sobre fantasías fiscales, destinadas a engordar un gobierno engorroso y gastón, o sobre ficciones identitarias, destinarias a reducir una parte significativa del yo.
El problema es que todo librepensador debería pensar a qué amos sirve.: cuantos oprimidos, cuantos bolsillos vacíos, cuánta pobreza, cuantas subvenciones innecesarias van a costarle. Desconozco los propósitos de esta legislatura, sus caminos, sus futuras decisiones.Pero en el dibujo marcado, todo pasa por aceptar que pierdan los bolsillos vacíos, que se presione a la sanidad pública y que se mantengan sin concesiones las instituciones privadas , los monopolios financieros que han ido provocando esta situación.
¿Cómo explicar sino el desdibujo del PSC? Con un resultado peor al de Montilla, el consuelo de Navarro ha sido el de primeras elecciones. Pero CiU y PP, victoriosos siempre con electores fijos cuya variable se ha demostrado ausentarse cuando la economía golpea, tienen una renovación asegurada, aunque, desde luego, mermada.
El PSC, sin embargo, es la posibilidad de un centro-izquierda que ha quedado derribada, definitivamente, del escenario político catalán. No tiene líder, pero lo que es peor, no parece creer en un discurso más que a la desesperada. Su apuesta federal es todavía inconcreta, y su programa de medidas en plena recesión económica en la que sigue en juego demasiada de la normativa del viejo capitalismo corporativo, permanece ausente, cuando no ridículo.
Los partidos que crecen responden a las expectativas de la gente. La pregunta que cabe hacerse para la existencia de un proyecto de centro-izquierda es si el debate es sobre la economía o se trata de esperar, todavía, la enésima hoja de ruta de la llamada Cultura de la Transición.
Con el posible pacto CiU-ERC encima de la mesa, basado en seguir oprimiendo y seguir favoreciendo intereses muy determinados, en ignorar a esos 850.000 parados que no desaparecerán mañana, ni pasado, ni en referéndum “democrático”, basado en callar y en fingir, basado en mentir, está la posibilidad histórica de renovar varias izquierdas al mismo tiempo, de enterrar un partido y encontrar otros candidatos, y, también, de seguir hablando de plusvalía, de propiedad privada, de las políticas de administración de lo público: en definitiva, de economía.
Pero, en medio de esta confusión, está la tentación de leer estas elecciones como si leyéramos un sencillo folletín: hay demasiadas tramas, todas suceden de un modo simultáneo y en este relato lo que conviene agrandar es el “No Olvido”, ahora que los medios han sido sustituidos por “Medidas Necesarias” (también en los periódicos), ahora que el deshaucio pasea impune y la Cultura catalana se ha venido dedicando, en feliz paseo de mascotas, a prestar su imagen para anunciar bancos.
En dicho paisaje, lo único que está muriendo es una idea tradicional y conforme de la izquierda. Y aunque organizarse cansa, el futuro no puede ser más excitante.
]]>Pero no he venido hasta aquí para hablaros de el nuevo juguete de Microsoft. Ni siquiera para meterme con él (o con “ellos”). No. Aquí hemos venido a hablar de algo que apenas se está tratando: De la rotura del paradigma. El cambio de actitud de Microsoft en cuanto a su estrategia comercial, y lo que esto puede suponer (aunque igual son sólo cosas mías).
Vaya por delante que soy un Linuxero converso, practicante y militante (pero creo y espero que no intolerante). Pero antes hagamos algo de memoria para poner las cosas en su contexto:
En el principio de los tiempos (de la informática personal), y por mucho que el cine haya ninguneado a la gran mayoría de los contendientes en películas como Piratas de Silicon Valley, allá por la edad de los 8 bits, el universo computacional / casero, no era cosa de dos. El mercado estaba fragmentado. Muy fragmentado y cada fabricante tenía su propia cartera de productos, de los que se encargaba de todas sus facetas; diseño, fabricación y venta de hardware y software.
Podían tener componentes de terceros comunes (es más, había componentes de terceros que compartían varios ordenadores de diferentes fabricantes), y el Sistema Operativo (por llamarlo de alguna manera, ya que eran meros intérpretes de BASIC) se lo había hecho a todos ellos la misma casa: Microsoft. Pero cada sistema era un nicho cerrado sobre el que reinaba de manera autoritaria quien ponía la marca, y que se negaba a que sus máquinas fueran compatibles en la menor medida con los de la competencia.
Sí. Existía un Sistema Operativo que podía correr en alguna de aquellas máquinas: CP/M. Pero al no venir de manera nativa en ninguna de ellas, era complicado que el usuarios domésticos llegase a saber de su existencia (o a entender su función), pero tampoco me detendré, en esta ocasión en la criatura de Gary Kildall, el hombre que pudo ser Bill Gates.
La cuestión es que IBM entró, como quien no quiere la cosa, y sin demasiada confianza en el asunto, en el juego de la informática “pequeña”. Microsoft lograría subirse al carro y las cosas llegaron hasta el punto en el que se encuentran ahora.
Ante esto deberíamos hacernos dos preguntas: ¿Cual es ese punto en el que nos encontramos? ¿Cómo hemos llegado hasta él?
Empezaré respondiendo a la segunda: MSDOS.
Más allá de acusaciones de plagio, oportunismo, truco de trilero o similares, el hecho objetivo es que el sistema operativo MSDOS lo cambió todo. Su éxito no se debió a que se tratase, o no, del mejor sistema, el más bonito o el más versátil, sino que llegó por una serie de factores ajenos a la propia calidad del producto, como una estrategia comercial que nadie vio venir, o que nadie se atrevió, o fue capaz de repetir o intentar.
Cuando Bill Gates ofreció su creación a IBM para que se vendiera junto a su nueva gama de ordenadores, Microsoft conservó la propiedad del SO y la capacidad para venderlo también a otros fabricantes de hardware.
Esto, que puede parecer una tontería (y que fue lo que debió pasar por de la mente de las cabezas pesantes de IBM) fue aprovechado por Bill y sus chicos para ofrecer su creación a todo aquel que quisiera venderlo con sus máquinas. Máquinas, por otro lado, que debían tener unas características similares a las del IBM PC.
El éxito no fue inmediato pero, cubiertos bajo el paraguas económico de IBM, Microsoft fue capaz de esperar y perseverar hasta que, bajo su propio amparo, se creo un ecosistema nuevo de máquinas llamadas Compatibles con el IBM PC pero, realmente, compatibles con MSDOS.
Los fabricantes de hardware (y componentes en general) ya no sólo no necesitaban inventar o copiar sus propios sistemas operativos sino que, en estos dos gigantes, tenían una guía de hacia donde orientar sus siguientes creaciones.
Ante la mayor oferta de productos similares, la competencia se volvió feroz, y eso permitió que los precios pudieran ir normalizándose con el paso del tiempo. Mientras tanto, los fabricantes que continuaban con sus aparatos “cerrados” no veían este binomio como un rival. Apple, Commodore o Atari tenían máquinas con más “músculo” tecnológico, más bonitas y más versátiles. Ellos eran su única competencia y, al fin y al cabo, los ordenadores “Compatibles con el IBM PC” venían a cubrir un nicho de negocio diferente al suyo; el de la administración empresas (aunque Apple ya tenía un pie metido en ese ámbito, su viraje hacia el diseño estaba haciendo que lo desatendiera bastante).
A esto debemos sumar también que, de cara a estas empresas, sus competidores eran quienes creaban las plataformas físicas, mientras que, Microsoft, con sus diferentes productos y suites ofimáticas, era un proveedor de servicios para ellos.
Además de todo esto, desde un principio Microsoft no trató de ganarse las simpatías de los fabricantes de hardware, sino que también dio facilidades (y documentación) a los desarrolladores de software para que programasen para su plataforma, y mantuvo una política muy laxa en cuanto a la copia y distribución de sus productos. Copiar está mal, decía con la boca grande (pero mirad que fácil que es hacerlo, matizaba por lo bajini).
Ha sido, principalmente, esta política de doble rasero (bueno, sin olvidarnos de internet, y el lograr acercar la informática tanto en su manejo como en su precio a la gente a la que ni le interesa ni cree necesitar la informática), la que logró que sus productos se hayan ido expandiendo de manera casi viral a lo largo de las décadas, hasta convertirlo en un estándar de facto. Casi un “Robin Hood” de la edad moderna (metiendo purazos a las empresas que no tenían sus productos de manera legal, pero haciendo la vista gorda con los usuarios domésticos).
Para el 90% de los usuarios, “ordenador” significa “armatoste con el que mando correos y navego por internet”, para otro 10% “cacharro con windows”, para otro 5% “lo de antes, pero me suena que hay una panda de rojeras que hablan de una cosa llamada Linux, pero no tengo ni idea de lo que me hablan, y cuando empiezan su perorata mi cabeza empieza a decir lalalala”, un 1% sabemos lo que es un ordenador, y eso incluye las diferentes opciones de las que disponemos (algunos somos unos rojeras, y otros no) y el 1% final son los rojeras que hacen Linux y la gente que hace otros sistemas como Windows, MacOS / BSD, Haiku y otros tantos (y, sí, lo sé, esto me da un 107% de usuarios de informática).
Pero con esta última versión las cosas han cambiado.
Por un lado, se han sacado de la manga su propia tienda de aplicaciones. Esto de por sí y de cara a los usuarios no es malo, ya que les facilita la compra e instalación de programas, ahorrándoles instaladores rarunos, dlls que se pegan entre sí, y parches o frameworks que puedan hacer falta para que funcionen las aplicaciones. Pero de cara a los desarrolladores (y por mucho que el señor Ballmer nos diese para horas de diversión con sus loas hacia ellos) les ha tocada mucho las narices a algunos desarrolladores.
Primero porque de base (o así se ha anunciado) la opción por defecto y única para instalar aplicaciones va a ser esta “Tienda en línea” de Microsoft. Sí, se puede desactivar para permitir otros métodos de instalación, pero eso el primer 90% que he mencionado no va a tener ni idea de lo que es.
Segundo, porque todo lo que se venda en esa tienda va a suponer un ingreso para la propia Microsoft que no irá a parar a las arcas de los propios estudios de desarrollo. Para alguien que está empezando, le puede venir muy bien, para estudios consolidados supone un pago más (aparte de lo que puedan estar pagando también por las herramientas de desarrollo que proporciona Microsoft, licencias de algún otro tipo, o programas de certificación) que muchos no estarán dispuestos a ceder (quizás me equivoque, pero no veo yo los programas de Autodesk o Adobe en la tienda de Microsoft) y ya hay gente declarada en rebeldía contra este sistema, como Gabe Newell o Markus Persson que se han negado a certificar sus aplicaciones para este nuevo sistema.
Por otro lado, tenemos el Surface.
Los fabricantes de hardware, hasta el momento, no habían visto a Microsoft como la competencia, pero esa percepción puede cambiar con este paso. Por el momento “sólo” un aparato pero claro, la X-Box “sólo” era una consola (aunque en un ecosistema mucho más cerrado) y con el advenimiento de la “Era Post-PC” (palabra de Steve) la cosa está un poco sensible.
Porque lo que es claro es que, para satisfacer las necesidades del gran grupo de usuarios, los ordenadores de hoy en día, o de hace cinco o seis años, son más que suficientes, y los fabricantes de ordenadores lo saben y son conscientes de que tienen que crear una nueva “necesidad” para que las ventas de sus productos (sean estos cuales sean) no decaigan. Si no vamos a vender tantos ordenadores, tendremos que venderles otra cosa, en este caso, ya sean Netbooks, Transformers o Tablets.
De cara a los fabricantes puros (Intel, AMD o Kingston) esto no termina de ser importante. Ellos desarrollarán los chips que necesite el mercado. De cara a los “empaquetadores” (HP, Compaq, ASUS, Lenovo, etc…) la cosa es distinta. El mercado del PC ya estaba muy bien definido, este nuevo mercado es aún un misterio (y gente como HP ya se pegó su primer batacazo tratando de crear su propio aparato).
El problema es que Windows está muy establecido en la mente del comprador (y del desarrollador, y en la del empaquetador) y es difícil sacarlos de ahí, y que Linux, como plataforma, está demasiado fragmentada en todos los sentidos. Ni siquiera las “dos grandes”, Red Hat y Ubuntu / Debian, se ponen de acuerdo en la manera de instalar los programas, o el mismo entorno gráfico que va a usar (gráfica de distribuciones de Linux).
Así pues, se acercan tiempos interesantes, que dirían los chinos. Si ha habido alguna vez un momento en el que las tornas pueden cambiar, yo diría que es este.
Anuncio de CP/M (anuncio CP/M)
]]>Este domingo, a los ochenta y tres años, murió Jack Tramiel.
Sí. Ese Jack Tramiel. Uno de los padres de la informática personal.
Nunca gozó del nombre, el “glamour” o la prensa que acompañó a sus más ilustres competidores, pero tampoco lo buscó. Porque Tramiel no era un inventor, un mago del autobombo o un genio despistado. Jack fue un superviviente nato, un hombre hecho a si mismo, un emprendedor y tiburón del mundo empresarial, y en todas estas facetas, era el mejor en su trabajo.
Sobrevivió a la segunda guerra mundial, a Auschwitz, a la la guerra de las calculadoras e incluso a un accidente aéreo. Pero, sobretodo, debería pasar a la anales como el claro (e ignorado por aquellos que escriben la historia para que se amolde a su propia versión del mundo) vencedor de la guerra de los ordenadores personales.
Fue el fundador de Commodore Business Machines donde se dedicaría a importar, vender y reparar máquinas de escribir checas, pero cuando comenzaron a llegar la competencia nipona en ese campo vio que aquello no tenía mucho futuro, así que se pasó a fabricar calculadoras mecánicas. Pero, de nuevo, volvieron los japoneses a tocarle las narices también en ese terreno.
Inagotable, Tramiel viajó a Japón, y volvió con una nueva idea: Fabricaría y vendería calculadoras electrónicas. Tras unos inicios prometedores y unos cuantos años de gran éxito en este campo, otra vez se presentaría un nuevo enemigo a su puerta: en esta ocasión sería la gente de casa quien se dedicase a hacerle la vida imposible. Más concretamente Texas Instruments (a la sazón, su competencia directa y quien le vendía los chips para sus calculadoras).
Cabreado y cerca de la bancarrota, pero nunca derrotado, Tramiel decidió comprar su propia fábrica para fabricar chips para calculadora. Quiso el destino, que su camino se cruzara con otra empresa con dificultades, MOS Technology, y con su mente pensante, Chuck Peddle, quien merece un artículo para él solo, a ser posible antes de que pase a mejor vida… y el resto es historia.
Moss fabricaba el chip 6502, un aparato que sería el corazón del Apple I (y más adelante del Apple II) y la Atari 2600. Interesado en entrar en el nuevo mercado de la informática, Jack trataría de comprar Apple pero, ante el desorbitado precio que le pedía Steve Jobs decidió hacer su propio ordenador: El Commodore Pet, superior técnicamente a los primeros Apple II e infinitamente más barato. Ya de paso, y con este ordenador, también le daría una lección sobre negocios a Bill Gates cuando se negó a aceptar las condiciones que este le pedía para hacerle una versión del Microsoft Basic para el Pet, y terminó siendo el único que no ha pagado un sistema de MS licenciado, sino comprado, con lo que se ahorraría pagarle royalties por cada ordenador que vendiese con ese sistema.
A este le seguiría el VIC 20… y el mundo enloqueció. Cuando, un par de años después, sacó el Commodore 64, ordenadores vivieron, ordenadores murieron, y el mundo jamás volvió a ser el mismo (ambos ordenadores tendrían el mismo “sistema operativo” que el Pet, con lo que Bill no vería un céntimo de ellos).
Pero Jack tenía cuentas pendientes que saldar y sabe Crom que iban a rodar cabezas. A base de bajar precios terminó con la carrera dentro del mundo de los ordenadores personales (que no del de los periféricos) de Texas Instruments e inició una guerra sin cuartel contra Apple (por aquel entonces uno de sus propios clientes).
Bajo el lema de “Ordenadores para las masas, no para las élites” se lanzaría al cuello de la competencia; otros lemas como “Los negocios son la guerra” o “Los negocios son como el sexo, en ambos tienes que involucrarte” también le harían ganar titular de alguna que otra portada.
Con sus continuas bajadas de precio en el C64 cabreó a los distribuidores, mosqueó a los pequeños y grandes comercios (y a todos aquellos que se habían comprado el ordenador cuando valía más) y se ganó el odio eterno de la competencia obligada a bajar también sus precios si querían seguir en el mercado, pero consiguió que hubiera un ordenador en cada casa.
¿Era feliz Jack con todo esto?
No. Nuestro héroe era alguien ambicioso, pero su accionista principal no le daba dinero para expandirse como él quería. No sólo eso. Tampoco le permitía poner a sus hijos en los puestos que él quería (y Jack, aparte de tiburón, también era un hombre de familia) así que, en un órdago final, dijo que se largaría si no le dejaban hacer las cosas a su manera… ante lo que sus accionistas le dejaron la puerta abierta y se fue (o le echaron, todo depende de a quién le preguntes).
¿Y qué hizo al abandonar Commodore?
Bajo el grito de guerra de “Se acercan los japoneses” (ya os he comentado que Jack era un hombre rencoroso), reunió a algunos de sus fieles Commodorianos y le compró a la Warner la división de ordenadores de Atari.
Allí sacó la gama de ordenadores ST, y siguió dando guerra sin cuartel. Guerra a su antigua compañía y guerra a Apple y sus ordenadores para élites.
Pero el paradigma estaba cambiando y comenzó la hegemonía de los PCs Clónicos. Así que trató de entrar en el mercado de las consolas, primero con la Lynx y, más adelante con la Jaguar. Buenas máquinas con malas políticas para con los desarrolladores.
Finalmente en el noventa y seis se jubilaría y dejaría de dar guerra a la competencia, que, por fin, podrían dejar de mirar a sus espaldas esperando la siguiente dentellada de Jack.
Este domingo murió un gran hombre. Un hombre de negocios cuya ambición cambió el mundo tecnológico para encauzarlo hacia donde estamos hoy en día.
Así que, gracias por todo Jack. Nunca te olvidaremos.
]]>“Cuando han dicho mi nombre he tenido esta sensación de que podía oír a la mitad de América diciendo ‘oh, no. Oh, vamos. ¿Por qué otra vez ella?’ ”
Si Streep hubiese tenido en su mano un dispositivo móvil no habría tenido que recurrir a un sentimiento: le hubiese bastado con asomarse a Twitter y su habitual ritmo de comentarios y trending topics.
Porque algo que me resulta muy interesante de seguir esta clase de eventos por una red social tan activa son los trending topics. Twitter es respuesta rápida, inmediata y necesita predicciones unos segundos antes de cada nominación y los mismos chistes contados por distintas personas que no han podido tener tiempo material para leerse entre ellas. Twitter realmente refleja un pensamiento global instantáneo que, aplicado al caso concreto de los Oscars, revela lo muy predecible que se convierte no ya la gala y los premios, si no las propias reacciones a estos.
A nadie le sorprende a estas alturas el éxito de The Artist, que también es el éxito de Harvey Weinstein y sus ocho estatuillas en la pasada noche. Y es que antes que el equipo francés, es este distribuidor neoyorkino quien acapara los titulares por una fama que se ha ganado a pulso: el de rey indiscutible de las campañas de cara a estos premios. Su nombre ha estado atado a Pulp fiction (1994), El paciente inglés (1996), El indomable Will Hunting (1997), Shakespeare enamorado (1998), Las normas de la casa de la sidra (1999), Gangs of New York (2002), Chicago (2002), El señor de los anillos: El retorno del rey (2003), Fahrenheit 9/11 (2004) El lector (2008), Malditos bastardos (2009), Nine (2009), The fighter (2010), El discurso del rey (2010), Mi semana con Marilyn (2011) y La dama de hierro (2011). Desde luego, no se puede despreciar un nombre así tan a la ligera.
Lo cierto es que podemos hablar de la fama de Weinstein a través del libro Sexo, mentiras y Hollywood de Peter Biskind, donde el polémico periodista diseccionaba los poco ortodoxos métodos de Harvey y su hermano Bob y su vertiginosa escalada hacia los Oscars, levantándose sobre los cadáveres —convenientemente momificados— de la etiqueta “indie”. En el libro, Biskind —cuyo habitual estilo sensacionalista hace que debamos tomar sus palabras con cierta prudencia— describe uno de los casos más paradigmáticos, aquel que llevó a La vida es bella (1997) a ganar tres Oscars: actor, película en lengua extranjera y banda sonora. Biskind lo narra así:
En Los Ángeles, (Warren) Cowan, el ya mayor ex jefe de la poderosa empresa de publicidad Rogers & Cowan, organizó una serie de cenas para Benigni a las que invitó a sus influyentes clientes y amigos, entre los que figuraban Kirk Douglas, Jack Lemmon y Elizabeth Taylor. Dice el ex publicista Mark Urman: “Benigni se instaló un mes en Los Ángeles, en lo más álgido del período de votaciones, y no había noche en que alguien no diera una cena en su honor. Roberto hizo muchos amigos, lo cual le valió un Oscar a la mejor interpretación, aunque, en mi opinión, la historia nos dirá que tal vez no se lo merecía. Lo ganó por sus actuaciones en las cenas”.
Lo interesante de este párrafo es como revela una táctica muy clara de Harvey Weinstein. La película venía de acumular premios, entre ellos el Gran Premio del Jurado de Cannes, y correspondía a un producto lo suficientemente académico y meloso para ser un combatiente en los Oscars. Estaba el tema del holocausto, que era quizás el valor más obvio, pero también la capacidad de ser una película “optimista”. A todo esto se unía casi una marca de fábrica de Weinstein que consistía en vender productos europeos y asiáticos a un tipo de espectador educado estadounidense que encontraba en ello la posibilidad de hacerse un hueco, digamos, combativo frente a Hollywood; una especie de sentimiento de inferioridad intelectual que probablemente venga heredado por las “french connections” en el cine americano de los sesenta y setenta y una sensación de deuda mal entendida. Así, la película emocionaba (primera prueba superada), resultaba “exótica” al espectador medio (segunda prueba superada) y ahora también tenía a un actor cuya excentricidad caía en gracia en las noches californianas. Estaba hecho.
Este caso recuerda mucho al de The Artist, también avalada por Cannes y con un largo recorrido por festivales, muchos de los cuales parecen contagiarse en estas fechas de un efecto “bola de nieve” que busca destacar ciertas películas ya sea para darles un mayor impulso o para sumarse también ellos al carro de reconocer algo que está siendo muy popular, que no van a ser ellos menos que los demás premios, faltaría más. Ese desequilibrio entre premiar a las películas porque realmente gustan, porque son las que premia todo el mundo y, en un tercer vértice, porque son de las pocas que has podido ver.
Y es que el verdadero asunto detrás de todo esto no son los premios en sí, ni tan siquiera las películas: son las campañas publicitarias. Al respecto es imprescindible leer Las guerras del cine: Cómo Hollywood y los medios conspiran para limitar las películas que podemos ver del prestigioso crítico Jonathan Rosenbaum. Pese a su conspiranoico título, su lectura arroja una serie de datos y reflexiones tan sólidas que demuestra como se ha ido minando poco a poco todo aquello que resultaba incómodo en una maquinaria industrial como Hollywood, preparando películas como quién prepara salchichas. Rosenbaum cita, por ejemplo, un caso muy particular sobre como los críticos se ven obligados a hablar sobre un cine en concreto:
Las dos únicas veces en que aparecí en un programa de televisión nocturno de Chicago llamado Chicago Tonight fui obligado a hablar casi exclusivamente de los estrenos de los estudios. La primera vez, en 1994, fue poco antes de la noche de los Oscar, la segunda vez fue el día siguiente a Navidad, dos años más tarde, y enfadado por haber sido obligado a promover sólo películas que fuesen “importantes” debido a la fuerza de los estudios que las respaldaban, acepté aparecer únicamente si se me permitía hablar de un par de películas extranjeras e independientes. Este privilegio me fue concedido después de todo un programa dedicado exclusivamente a promover basura —como “Evita”— sobre los créditos de cierre, y es por ello que considero muy improbable que acepte participar nuevamente en el programa.
La lectura de este libro arroja innumerables ejemplos de esta tendencia dominada con mano de hierro. Dejaremos por el momento casos como la conexión que Rosenbaum establece entre Miramax (la antigua empresa de los Weinstein), Disney (empresa bajo cuyo amparo estaba Miramax) y ABC, la cadena de Disney que emitía el principal programa de crítica de cine del país, Siskel and Ebert at the movies. Cuando la industria del cine dejó de ser cine, se convirtió en publicidad, en la necesidad de vender el producto sin importar que producto sea sino lo que aparenta ser. Es de ahí que hoy vivamos el éxito del cine franquiciado, relacionado con las adaptaciones (cómics, series, videojuegos), las secuelas y precuelas o los remakes. Cuando tu trabajo consiste en vender un producto a toda costa, tener un nombre para ese producto que ya todo el mundo conoce y aprecia, significa tomar menos riesgos. Dos de las películas de Disney más recientes, Cars 2 (2011) y Winnie the Pooh (2011), se reconocieron desde la propia empresa como meras excusas para revitalizar y vender más licencias de juguetes. Vivimos los tiempos en que la película ya no es el fin, si no el medio.
Pero antes de ponernos catastrofistas, conviene sentarse y analizar. El cine no es menos cine por eso. Siguen produciéndose grandísimas películas dentro y fuera de la industria. El asunto es que hoy en día no es tan fácil reconocerlos porque aquellos fenómenos que miramos ahora con admiración tanto en el Hollywood clásico como en la dialéctica euroamericana de los setenta vienen en realidad ocultos bajo masivas campañas publicitarias, dedicadas a productos no siempre igual de brillantes. Centrándonos en el caso de la gala de los Oscars, un reciente estudio de Los Ángeles Times sitúa al académico medio como un varón blanco con una edad media de ¡62 años! A ellos es a quienes van dirigidas las campañas “for your consideration”, lo que llamamos despectivamente como “academicista”. De ahí nace un cine digamos blando, azucarado, relamido y anacrónico.
La actitud inmovilista de la Academia es algo que Rosenbaum trata de un modo muy especial. Si podemos adelantarnos a la conclusión partiendo del párrafo anterior podríamos decir que la clave está en apelar al sentimentalismo; sin embargo, el asunto es más turbio para Rosenbaum: aquí está en juego lo que él llama “la moral del productor”. Esta consiste en una idea de que un producto no solo tiene que parecerte bien a ti (lujosas cenas homenaje de por medio), sino que también tiene que obedecer a una visión de productor. En otras palabras: la industria está tan obsesionada por vender que condicionan sus gustos a que el producto sea lo suficientemente atractivo para la venta. Rosenbaum menciona este ejemplo a raíz de la actitud de la Academia con Elia Kazan:
Estuvo en armonía con la presentación hecha por Richard Dreyfuss en ocasión del premio Irving Thalberg a Steven Spielberg en una ceremonia de los Oscar a principios de los 80, cuando Dreyfuss elogió el “coraje” de Thalberg para “desafiar” a Erich Von Stroheim (esto es, su coraje para cortar en pedacitos los dos más grandes filmes de Stroheim, Foolish wives (1922) y Greed (1924), y asegurarse de que todo el material suprimido fuera luego destruido).
Como decía Carlos Reviriego la madrugada de la última gala de los Oscars en su twitter:
Demostrado queda que la política de autor nunca caló en Hollywood. Los premios a actores son más importantes.
Una vez aclarado nuestro espectro demográfico, tenemos la mejor arma posible: una película sobre la crisis de un medio, sobre un tiempo de cambio que termina siendo un canto a la esperanza y busca devolver optimismo; un producto inofensivo y naif, para toda la familia (perrito incluído), un origen tan exótico y romántico como Francia (cuna del cine, madrina del arte) y un actor, Jean Dujardin, que se ha dedicado a poner su espectacular carisma como mascarón de proa de un barco a vapor publicitario. Estaba hecho.
Así pues, este es un asunto de dos caras: se junta la posición más popular (que todo esto es culpa del sistema, que está podrido por no premiar lo que a mí me gusta) con la más impopular, que es que nosotros mismos estamos muy condicionados y no somos tan dueños de nuestro propio gusto como queremos hacer ver, si no prisioneros de todas aquellas películas que hemos ignorado.
A título personal, podría lamentarme ya desde todas las ausencias que los Oscars manejaban desde sus nominaciones: Drive, El topo_, Melancolía, Tournée, Tintín, Le Havre… algunas de las películas que más disfruté el año pasado no estaban ni cerca de toda este triatlón de premios y galas. Y es lo que supongo que hacemos todos, al día siguiente, con caras largas, ceños fruncidos y puñetazos en la mesa. Sentimos que la Academia vive desconectada del público, no en el pensamiento liberal de que los premios deben de obedecer a la taquilla —petición que más de una persona que admiro ha hecho sin pudor alguno a raíz de los Goya y Torrente 4— sino en una falta de representatividad, de capacidad no solo para proyectarse en la historia premiando aquellas películas que se preveen relevantes (harto difícil, por mucho que nuestras pasiones nos engañen) sino para capturar el momento, entender nuestro tiempo. Todo el caos que rodean a estos premios (efecto bola de nieve, campañas publicitarias extremas, falta de presencia del “cine invisible”, la alta media de edad de los académicos) acaban confabulando al destino y trayendo, cada lunes siguiente a la gala, caras largas.
No es posible imaginar ahora una rápida solución, ya que no hay aquí un esplendor que recuperar, sino que conquistar; pero si es posible reflexionar sobre qué es y qué significan los Oscars. Las galas de premios solo tienen una función actual: son, por sí mismas, otro tipo de publicidad. Es la manera en la que nos mentimos a nosotros mismos acerca de lo glamurosas que son las estrellas de cine (por mal que vistan, por mucho que se droguen, por muchos estragos que el tiempo y el bisturí hagan), de lo comprometido que está el arte con la actualidad (premiando, eso sí, a películas mudas) y de que todavía hay unas pocas películas de calidad, maduras e inteligentes que señalar con el dedo desde la política de estudios. No hay nada reseñable que ver fuera de estas nominadas, nada que merezca la pena, al menos, porque no lo controlan. No son las que ellos han elegido. ¡No presten atención al hombre tras la cortina! Necesitamos tenerlo todo así: categorizado, ordenado, bien separado por gente a la que presumimos que debe controlar nuestro criterio mejor que nosotros mismos. Y el cine no es eso, el cine es una cosa cambiante, espontánea, donde nunca sabes donde puede surgir una sorpresa. Lamentarse porque los Oscars sean, ¡ay!, un señuelo, parece una pérdida de tiempo. No conviene indignarse por lo que es, y sí pensar en lo que no es. Al final, Rosenbaum diría que todo pasa por abrir más cine a más gente, y ahí es donde conviene hacer el esfuerzo. Los Oscars, que se los quede Harvey.
]]>La sabiduría popular ha dado en llamar pagafantas a aquella persona que se dedica a cortejar a otra haciéndole regalos sin llegar a conseguir nunca su objetivo de conquistarla. El cineasta español Borja Cobeaga la convirtió en una comedia en 2009 y, con la crisis, el término está empezando a extenderse del terreno amoroso al laboral para definir la situación por la que pasan muchas personas en aras de conseguir un trabajo y, sobre todo, una nómina con la que poder sobrevivir.
Una de las profesiones más afectadas por este fenómeno es la de periodista. El término periofanta —acuñado recientemente por el twittero @JonatanSark con bastante acierto, en mi opinión— define a aquellos profesionales de la comunicación que trabajan gratis, o por sueldos y/o compensaciones irrisorias, durante determinado periodo de su vida, pensando que de este modo después conseguirán un buen contrato o que engordan su currículum con experiencia que, más tarde, les granjeará el ansiado puesto de trabajo digno.
Esta situación, que en el caso del periodismo se ha dado siempre, con la crisis se ha intensificado. Así, si antes el término era sólo aplicable a los becarios o gente muy joven, recién salida de la Facultad y sin experiencia laboral alguna, ahora incluso personas con veinte años (y más) en la profesión se encuentran cada día con ofertas de empleo en las que sí, trabajar van a trabajar, pero de cobrar ya hablaremos, si eso. Para rematar la situación, en los últimos meses ha aparecido un segundo tipo: el periofanta que tiene un contrato y una nómina pero, debido a la situación económica de las empresas periodísticas españolas, no la cobra.
El caso más mediático en salir a la luz ha sido el de los profesionales del diario Público. Como ellos están cientos de periodistas en medios locales y regionales de todo el país, de los que nadie tiene noticia porque no pertenecen a un grupo de comunicación “famoso”, de los de tirada nacional, pero que siguen haciendo su trabajo cada día pese a no cobrar (cada uno con su nivel de profesionalidad, todo hay que decirlo). ¿Por qué aguantan? La razón mayoritaria es que, según marca la legislación laboral en España, si se van por propia voluntad y sin haber llegado a ningún acuerdo con la empresa, lo pierden todo. Incluido el derecho al paro.
Cuando una persona se ve obligada a aguantar en su puesto de trabajo sin percibir su salario, pueden darse varias opciones: o bien baja su productividad, o bien continúa haciendo su trabajo normal pero sin “extras”, o bien lo hace como siempre, “extras” incluidos. Los extras —en periodismo, al menos— suponen seguir mejorando en aras de lograr la excelencia y, por supuesto, tratar los temas con rigor, objetividad —o, por lo menos, honestidad— y veracidad. Me consta que hay periodistas de las tres clases y que de esta última, aunque a algunos les parezca mentira, también quedan.
Hace un par de días mantuve un enriquecedor debate en Twitter con varios usuarios sobre los periofantas. Todo vino a raíz de este titular de El Mundo: “Resignación y esperanza en la calle: Hay que apretarse el cinturón”, que encabezaba ese día una noticia sobre la reforma laboral. El debate comenzó con una queja —totalmente legítima— hacia la noticia en sí. El periódico pretendía dar a entender que las encuestas hechas por el periodista ofrecían unan visión global de la opinión de los ciudadanos sobre la reforma. Sin embargo, personalmente, esa visión se me antoja bastante sesgada o, cuando menos, floja.
Pero no es ése el tema. La cuestión es que, en medio de la marabunta de quejas hacia la labor periodística que todos los días se ven en las redes sociales, quise mirar un poco más allá y apuntar que muchos de esos periodistas a quienes se critica día sí, día también, continúan haciendo su trabajo pese a ser periofantas forzosos, cada uno —como dije antes— con su grado de profesionalidad. En muchos casos, esos periofantas tienen además que acatar las líneas editoriales de sus medios si no se quieren ver en la calle con una mano delante y otra detrás. Y encima sin cobrar.
Algunas opiniones apuntan que acatar una línea editorial es ser lacayo y no periodista. Y que acatarla con el agravante de no cobrar tu sueldo es poco menos que ser tonto, con perdón. Se preguntan esas opiniones por qué si no cobran, los periodistas no dejan su puesto de trabajo. Me gustaría recordar a esas voces que es motivo de despido procedente publicar cualquier cosa que sea contraria —aunque sea mínimamente— a la línea editorial del medio. Y vuelvo a señalar que, igual que en cualquier empleo, irse por decisión unilateral propia supone para el trabajador la pérdida de todo derecho generado por su trabajo.
“Pero pueden denunciar” dicen esas voces. Cierto. A partir del tercer mes de impago del salario. Muchos lo han hecho, otros no. La denuncia tarda una media de 10 meses en tramitarse —según va la Justicia en España— y, durante ese tiempo, el trabajador, periofanta o de cualquier otro sector, ha de seguir desempeñando su labor como la empresa decida. A muchos periofantas les da miedo enfrentarse a este proceso. Bajo mi punto de vista, nadie que no se haya visto en esa situación puede juzgar su decisión: cada uno sabe por qué hace las cosas que hace.
Volviendo a la cuestión de acatar líneas editoriales aún sin cobrar, otras opiniones precisan que, aunque al final pierda, el periodista siempre debe defender sus ideas, su criterio y sus principios, por encima del medio. Estoy de acuerdo con esas opiniones, siempre se puede luchar. Pero también quiero apuntar que, a veces, cuando la situación económica aprieta mucho, el periodista —igual que cualquier trabajador— tiene que comulgar con ruedas de molino y hacer lo que se le pide. Muchos periofantas forzosos no firman noticias con las que no están de acuerdo. Pero si se las encargan, tienen que hacerlas. No hacerlo supone, también, motivo de apertura de expediente, sanción e incluso despido procedente.
Comprendo a los periofantas que comulgan con ruedas de molino y a los que no. A los últimos por razones obvias: para nadie es plato de buen gusto hacer cosas con las que no estás de acuerdo o que, incluso, van contra tus principios. A los primeros los entiendo porque, por mucho que no nos guste, sin dinero nadie puede vivir. Y no todo el mundo tiene un colchón ahorrado, no todo el mundo tiene familiares o pareja de la que tirar, y las facturas no se pagan solas. Yo no sé qué haría en su lugar llegados a ese punto. Por eso, respeto su decisión, aunque no me guste.
Para terminar, un apunte. Pagafantas laborales hay en todas las profesiones. Lo que yo me pregunto es por qué parece absolutamente intolerable en el caso de los periodistas convertirse en uno de ellos —hablo de los forzosos, el de los voluntarios es otro tema que requiere análisis aparte— pero no lo parece tanto en otras profesiones en las que también, en muchas ocasiones, los trabajadores tienen que acatar sin rechistar, o rechistando —pero bajito— y aquí no ha pasado nada.
Y ustedes… ¿qué opinan? ¿Puede seguir llamándose periodista un periofanta forzoso? ¿Y un profesional que decide acatar la línea editorial para no perder su empleo? ¿Deberían los periofantas forzosos plantarse y dejar su trabajo? ¿Por qué lo que parece mal para un periodista está bien —o pasa desapercibido— para otro trabajador? Esperamos sus respuestas.
]]>De los peligros que acechan cuando uno quiere despedirse de los productos impresos y cambiarse a los eBooks.
El último año estuve viajando mucho por motivos de trabajo, y dado que en el equipaje de mano dejan muy poco espacio para la literatura de viaje, me hice después de indagar un poco a principios del verano con un Kindle 3 (teclado y WLAN). El aparato funcionaba inmejorablemente y con Calibre también se podían convertir EPUB y otros formatos en el interno “Mobi”, de modo que decidí que eso bastaría.
Por aquel entonces mi dirección de envío estaba asociada a Amazon USA, de manera que pedí allí el dispositivo, que llegó con relativa rapidez. Tiempo después ya no necesitaba tanto espacio en las estanterías; algo que a mi esposa también le agradó.
En verano descubrí que para el Kindle también podías suscribirte a “2600 – The Hacker Quarterly” y, tras una plaga de insectos que me obligó a deshacerme de gran parte de los libros en papel que tenía en cajas de mudanza, decidí pasarme completamente a los eBooks.
Con el tiempo me surgió la primera duda de si Kindle era la plataforma adecuada para mis propósitos, cuando resultó que muchos de los libros y revistas que podía encontrar en la tienda de Amazon alemana no se podían comprar en la tienda de EEUU, a la que tenía asociado mi Kindle.
A finales de noviembre pedí pues, a modo de prueba, una suscripción electrónica de Analog SF puesto que, tras tirar a la basura las cajas con los diez últimos años, incluyendo un cargamento de huevos y larvas de insectos, ya no me entusiasmaba tanto el hecho de acumular físicamente papeles.
Al poco abrió Amazon su tienda en España, en la que pude encontrar relativamente rápido un par de obras en español que me interesaban y que no estaban a la venta en Amazon.US. Cuando se quiere comprar con un Kindle registrado en EEUU en una de las otras tiendas nacionales de Amazon, lo primero con que se topa uno es con un cuadro de diálogo que le explica que para comprar cualquier eBook allí hay que cambiar el registro del Kindle a esa tienda. Cuando aceptas eso, se ve un segundo cuadro explicativo que te informa de que, al hacerlo, todas las suscripciones que tenías finalizan… y con ello también el derecho de acceder a los números anteriores. Esto lo entendí como una intromisión espeluznante en mi derecho a la libertad de información… y, por supuesto, lo rechacé.
Investigación con ejemplos
Acto seguido escribí al servicio al cliente de Amazon USA para saber qué es lo que realmente habían pensado, al cortarme el acceso a una gran parte de los libros disponibles con su concepto de tienda — independientemente de la tienda en la que registre mi aparato. La respuesta fue educada, pero por desgracia de ninguna ayuda. A continuación expliqué en mi contrarréplica, de nuevo y con insistencia, que ese recorte de mi acceso a fuentes mundiales de información era para mí absolutamente inaceptable. Al final se pone uno en el peor caso de esta práctica comercial y será imposible comprar cualquier libro que salga al mercado fuera de las propias fronteras territoriales — la pesadilla de un mundo intelectualmente parcelado en el que igualmente sería un delito grave el contrabando de libros. Ya existen enfoques en esa dirección y se irán expandiendo continuamente.
Una vez comprobé que no llevaba a nada retrasar la decisión, hice una investigación con ejemplos y en la tienda de Amazon España compré la versión Kindle de un eBook sobre la creación de cooperativas… lo que sólo era posible si registraba mi Kindle en España. A continuación Amazon retiró (a mí y a los editores) mis suscripciones de la revista 2600 y la reciente de Analog SF. En España no existe ninguna de las dos, con lo que para mí no hay posibilidad de solicitarlas de nuevo. Igualmente se bloqueó el cambio continuo de país:
Cuando migre de Amazon.com a Amazon.es se cancelarán sus suscripciones en Amazon.com puesto que las suscripciones están enlazadas con el dispositivo que registre en nuestra tienda. Puesto que las suscripciones no podrán enviarse a su dispositivo, se cancelan automáticamente.
Quisiera hacerle saber que una vez migre de Amazon.com a Amazon.es y si usted vuelve a migrar a Amazon.com, no podrá migrar de nuevo a Amazon.es
—De la última respuesta del servicio al cliente de Amazon—
Desde entonces mi satisfacción como cliente de Amazon no está precisamente en un camino de rosas. Anteayer pasó además algo que fue “la gota que colmó el vaso”: Amazon me envió publicidad de libros para Kindle en la tienda de EEUU, ¡en la que ya no puedo comprar!
¿Qué ocurre al cerrar una cuenta de Amazon?
Después de aquello di de baja el Kindle de mi cuenta y volví a escribir al servicio al cliente de Amazon, para decirles que a partir de ahí quería cerrar mi cuenta de usuario de Amazon, con más de diez años, en todo el mundo. Hoy llegó la respuesta: que lo harían, pero que debería considerar que entonces perdería el acceso a todos los servicios adicionales:
Algunas cosas a tener en cuenta:— Si usa sus datos de acceso de Amazon.com en otros sitios (p.e. Endless.com, Audible.com, etc.), también perderá el acceso a esas cuentas.
— Cualquier pedido en curso se cancelará.
— Si le queda saldo en una tarjeta regalo de Amazon, no podrá acceder al uso de esos fondos.
— No se pueden procesar devoluciones ni reembolsos en los pedidos de cuentas cerradas.
— No podrá descargar de nuevo el contenido de Kindle que compró con esta cuenta.
— Su cuenta de Amazon Payments se cerrará y no podrá ser abierta de nuevo.
— No tendrá ya acceso a sus cuentas de Associates, Amazon Web Services, Corporate, Seller, Author Central y/o Mechanical Turk.
— Si tiene una cuenta de Amazon Web Services, por favor contacte con el servicio al cliente de AWS para que le ayuden a cerrar su cuenta de AWS […]
Bueno, algunas de esas cosas son perfectamente comprensibles, pero en conjunto quedan bastante claros los peligros a los que se dirige uno cuando se entrega a este tipo de modelo de negocio. Solamente he perdido algo más de 20 libros, que hube de comprar de nuevo si quería leerlos en un lector de e-Books libre. Por lo demás no he usado nada del entramado de Amazon.
Si quisiera cubrir todas mis áreas de interés en un mundo en el que los libros se obtuvieran a través de Amazon, tendría que registrar media docena de Kindles bajo direcciones “conspiradoras” en todas las tiendas correspondientes y en lugar de libros tendría que cargar con mi colección internacional de Kindles en los viajes.
Y ya no imaginemos, si tras veinte años de uso intensivo del Kindle tuviese alguna razón para cerrar mi cuenta de Amazon… Por el contrario, casi que preferiría con gusto comprarme otra pequeña plaga de insectos. Por el momento vuelvo a estar a la búsqueda de un lector de EPUBs técnicamente adecuado y que no me encadene a una cadena de librerías del tipo que sea.
]]>Hace poco leí que Lucía Etxebarria, quien fuera ungida en 2004 con el segundo
premio literario más grande del mundo, dejará de escribir por culpa de la piratería
(Estandarte, Lucía Etxebarria deja de escribir, 20 de diciembre de 2011). Realmente no sé si Lucía comprometió los 601,000 euros del Planeta entre saltimbanquis y lobistas, o si es que la codicia la absorbió. Y también leí en una misiva, igual de simpática, la respuesta pública que le dio Hernán Casciari, editor de la revista Orsai. Realmente no comparto lo que dice la una ni el otro, al pie de la letra. Mientras que Etxebarria afirma que se “empobrece”, el otro defiende que la “cultura es gratis”. Ambos tienen razón en parte, pero hay que precisar.
Primero: las descargas por internet no empobrecen al autor. Le dan la oportunidad de masificarse, ya que su obra tiene la posibilidad de llegar a conocimiento (no digo “manos”) de más personas. Y cuando alguien encuentra a un autor de su predilección, no esperará a que se publique una nueva novela suya para descargarla, sino que irá a su librería predilecta o a El Corte Inglés y la comprará. Con frecuencia compro en iTunes la música de mis cantantes predilectos, y no por ello toda la música en mis dispositivos es estrictamente “legal” (para complacer a los puristas). Igual ocurre con los libros. Calculo que el 90% de los libros electrónicos que poseo están en mis bibliotecas, y no es exagerado. Queda un 10% que no. ¿Qué pasa con ese 10%? Es muy simple: son libros concretos, que pertenecen a obras que, en conjunto, no me convencen del todo, o que están en
mi Macbook o iPad porque llamaron mi atención en algún momento pero que al final no trascendieron al punto que saliera a comprarlos o siquiera los leyese. Hay casos como el de Elfriede Jelinek, de quien tengo en la biblioteca de alguna de mis casas un ejemplar impreso de “La pianista”, pero de quien poseo “Los amantes” en un pdf no muy presentable, presuntamente descargado ilegalmente, que no me atrevería a compartir con nadie ni en broma. Y digo “presuntamente descargado ilegalmente” porque primero, nadie puede endilgarme, en mi buena fe, un delito cuando no me estoy lucrando materialmente con la descarga (nadie lo sabe, es para mí uso personal a fin de cuentas).
Segundo: no tuve otra forma de ver las primeras páginas del libro sin evitar ir a una librería a muchos kilómetros de distancia; y tercero, ni siquiera he consumado el supuesto delito, es decir, leer la novela de cubierta a cubierta. El ladrón consuma el robo de la hamburguesa cuando la devora. Esto suele ocurrir. Las descargas por internet son, a veces, tentativas de delitos contra los derechos de autor. A veces. Y no creo que haya escritores que deseen que sus lectores fieles (y lectores potenciales) vayan presos por interesarse en su trabajo. Es como la anécdota de aquel juez de la dictadura en Brasil que en los años 70 del siglo pasado libró orden de arresto contra el “inmoral” de Sófocles. No veo diferencia entre lo uno y lo otro.
Hay gente que baja libros para leerlos en el iPad o en el Kindle o, si desea torturarse, en el iPhone. Estos dispositivos (tablets) por excelencia inducen a comprar las descargas (no es obligatorio, solo que de buena fe inducen, pues no es lo mismo un libro electrónico con todas sus tapas y alta resolución, que un simple documento de Word o PDF de penosa calidad). Entonces el problema aquí es que hay autores que no proponen a sus editores la conversión de sus libros en formatos electrónicos portátiles, y no hay editoriales, por razones obvias, que deseen implementar la edición electrónica de sus catálogos y hacerles propaganda. Es ahí cuando un alto porcentaje de usuarios recurre a la “descarga pirata”, más que todo por pura curiosidad. Esto es lo que pocos entienden.
Otro problema es el costo de los libros. En el mundo hispanoamericano las editoriales están siempre sedientas de dinero como una sequía cultural. Y algunos escritores que caen en el juego también terminan poniéndose igual, pero por más rabietas siguen llevándose la misma modesta tajada de todos los años, ahora achicándose que por la crisis de Grecia, que por el volcán de Islandia, que por el cáncer de Hugo Chávez. Entre víboras no se muerden, dicen. Mientras que en iTunes alguien como Shakira cobra por una canción $1.29 dólares (sale mejor comprar el álbum completo), una editorial cobra $12 dólares por un libro en promedio. La música es igual que los libros. Se necesitan buenas canciones, buenas letras, y ni libros ni música se hacen de la noche a la mañana. No hay que subestimar. Lucía Etxebarría cree que es la única en toda España que se mata escribiendo y no es así. De los $1.29 que se cobran por una canción comen Shakira, su mánager, el compositor, el estudio, sus técnicos, la casa disquera y hasta salen obsequios para Gerard Piqué. Y muchos ya no tienen donde guardar las moneditas que esto les produce.
Las editoriales son las principales culpables de la errónea y generalizada concepción de cómo funciona el mundo de hoy y qué es eso de las descargas por internet. Ciertamente tampoco les interesa. Resulta que desde hace años, los autores españoles vienen luchando para que las editoriales establezcan un método para contabilizar sus ventas. Nadie sabe realmente cuánto se vende y cuánto se imprime. A un autor pueden decirle “se vendieron dos mil copias” cuando en realidad fueron cinco mil. De ahí la importancia en nuestros contratos editoriales de las cláusulas de “100 mil ejemplares para liberar las obras”, etc. Cláusulas que deberían ser nulas de pleno derecho de acuerdo a las convenciones internacionales de propiedad intelectual y el derecho laboral. Esto no sucede en Estados Unidos, Canadá y algunos países europeos, donde se entiende que la cultura es, en últimas, un mercado y se rige por normas y prácticas mercantiles iguales para las partes, países donde se subastan hasta los manuscritos inéditos entre las editoriales, en esos magnífico “quién da más”. El formato electrónico permite llevar un inventario de lo que se vende, o mejor dicho, lo que se descarga.
No depende ya de camiones enormes cargados de libros olorosos a tinta que salen en la madrugada para ser repartidos en todas las librerías antes de las 10 de la mañana. Y a fin de cuentas, así como pueden llevar cajas llenas de libros pueden llevar pilas de papel reciclable, o cajas llenas de gatos. Nadie ve, nadie sabe. Quienes defienden la onerosidad de la cultura, como Lucía Etxebarria, no se han puesto a pensar que el mundo que habitan no tiene organismos de control.
No solo las editoriales son las que simulan no entender el funcionamiento del mundo (porque insisto, no es conveniente), sino ciertos personajes siguen aferrados en lo opuesto: que la cultura es gratis en todo el sentido de la palabra, como en una comunidad de hippies. Gratis. En efecto la cultura es gratis, pero no basta con corearlo para que sencillamente todos los autores del mundo comiencen a ver las ventajas (por encima de las desventajas) de la piratería, sea virtual o no. Hay quienes escriben por amor al arte y son personas muy respetables, pero no hacen parte de la mayoría. Y medio mundo se la pasa descargando mientras otro medio mundo discute la legalidad de las descargas, pero nadie comprende el fenómeno que impulsa esas descargas. Conozco personas que, por ejemplo, bajan libros de internet para decidir si los compran o no. Con esto no estoy justificando las descargas (que no lucran a nadie materialmente), ni el “hampa de los lectores decentes”, sino que digo que de diez libros piratas que se bajan la mayoría de los ladrones cibernautas no lee ninguno hasta el final, y puede que de esos diez terminen, en el mejor caso, comprando tres (para consumo personal, obsequio, decoración, etc.).
Hay suficientes elementos de juicio para hacer la siguiente afirmación: la piratería de libros por internet ha venido reemplazando los viajes de muchos lectores a las librerías. Este es un fenómeno real. Basta con leer el comentario de un libro en una revista o periódico, o incluso ver una entrevista en televisión o escuchar una alusión por radio para acudir a Google. Los potenciales lectores leen cuantas sinopsis encuentran, se fijan si hay comentarios de usuarios que ya han leído los libros y quieren saber más sobre el autor para descubrir polémicas u otros libros. Rara vez un lector potencial encuentra el primer y segundo capítulo de una novela de su interés en línea, gratis, para descargar (por supuesto que en la página del autor o de la editorial). Y dicen luego tanto editoriales como autores que ellos no tienen la culpa. Son esas búsquedas en Google las que llevan de Wikipedia a un foro de lectores empedernidos, y de ese foro a Casa del Libro, y de ahí a veces a la página de la editorial (que ni con una gran fotografía de la portada y el argumento resumido en 6 líneas logra llenar la página), por lo que irremediablemente el lector se ve obligado a acudir a homeroesmorgan.com o me-entucara.com. El lector quiere leer algo de la novela que le atrae, saber si la prosa es de su agrado, si el argumento da la talla en las primeras páginas. El lector potencial (que sabe de libros) quiere descubrir si una novela puede llenar sus expectativas. Si para un lector esto no es importante (hablo de las sutilezas humanas, claro, de quien disfruta de la cultura gratuitamente y de verdad), entonces le dará igual tener una biblioteca en memorias de USB o un montón de ejemplares viejos del ABC y El País en sus anaqueles. Y ya sabe uno qué clase de lector es y cuántos libros compra.
Defiendo la presunta buena fe del lector potencial y la inopia a la que lo someten las editoriales, los mismos autores en sus páginas personales y las librerías (que son comisionistas) en cuanto a brindarle información (en línea) sobre los libros de su interés. Puedo hablar por mi experiencia y la de personas cercanas a mí (que fueron consultadas para esta opinión). Anualmente leo más o menos dos docenas de libros de papel, compro otra docena de libros que llaman de “referencia” o que son históricos (para efectos de mi trabajo y oficio) y para mí cualquier información que pueda encontrar de todos ellos es decisiva y fundamental al momento de escoger, por ejemplo, entre varios títulos de un mismo tema o novelas de un mismo autor. Da la casualidad que toda esta microeconomía de los libros, en mi caso particular, alimenta, en un 99%, al mercado de los libros en inglés, y no porque viva en Norteamérica, sino porque en Amazon.com puedo, sin restricciones, navegar libremente por las primeras páginas de todos los títulos que se me antojan. No necesito descargarlos ilegalmente para saber si me gustan o no, ya que Amazon evita que los libros de muchos autores sean ofrecidos gratis por “lectores inescrupulosos”, como ya algunos los llaman. Exceptúo, por supuesto, a los autores famosos, aquellos que venden libros como botellas de agua del mismo modo que Shakira o Lady Gaga venden discos. A ambas cantantes realmente poco les importa que se descarguen mil o dos mil canciones de su autoría sin pagar un centavo a su peculio (aunque si un periodista les pregunta obvio que denunciarán y rabiarán). Shakira y Lady Gaga llenan estadios enteros en sus conciertos, ofrecen perfumes y lociones, hacen presentaciones muy bien pagadas para canales privados y no dejan de alimentar su locomotora económica con más estrategias. Cada vez que abren la boca se agotan las taquillas de sus conciertos en 20 ciudades del mundo (en promedio, unas 15 mil personas por estadio), y se descargan ilegalmente cinco mil canciones de su propiedad. Creo que ya comienza a esbozarse la médula de este asunto y, sobre todo, la importancia de razonar con cifras, y comprender lo que significan y lo que no.
Entender cómo funciona el mundo es entender por qué las descargas piratas de libros, como las de música, son en cierta forma benéficas (en principio, si se pudieran eliminar, bajo ciertas condiciones, sería también de lo más óptimo). Coca- Cola no se preocupa de la piratería de sus bebidas – el consumidor notaría la diferencia de inmediato. La economía de la cultura (bienes culturales) es una cadena que, si bien puede demorarse en dar “ganancias”, en últimas las da, porque hablamos de “cultura” y no de “alimentos” o “zapatos”, es decir, bienes que son fungibles: alguien baja ilegalmente hoy tres canciones del último álbum de Eminem (y le costaría el álbum completo en MP3, si lo pagara, no más de 4 dólares), pero en el futuro, muy seguramente, terminará reponiendo y multiplicando (de muchas formas, si le gusta Eminem) ese dinero al artista: por ejemplo, por citar uno que se me ocurre, va a un concierto de Eminem para el que paga 50 dólares, y no solo va él sino lo acompañan dos amigos, parientes o colegas. O compra mercancía oficial. O en el cumpleaños de alguien decide comprar el disco compacto (del cual descargó ilegalmente las tres canciones antes) y obsequiárselo, por 10 dólares. Esto no siempre se da, pero con que se repita varias decenas de veces el escritor o cantante tiene su fortuna asegurada, sin importar el número de descargas ilegales a la que sometan sus obras. El futuro del cantante, hoy, no está absolutamente en los discos, sino en el “performance.” En vez de perseguir las descargas ilegales, Justin Bieber hizo una película, por ejemplo. Es sin duda alguien que entiende cómo funciona el mundo de hoy.
En este planeta no hay nada más fiel y leal que un seguidor (más que un perro, contrariando a los naturalistas). Tanto en la música como en la literatura. En esta última, se confunde a los lectores de siempre con los lectores ocasionales o accidentales. A estos últimos un título les llama la atención hoy pero su interés se desinfla rápidamente, por muchas razones. De repente se interesan por otro autor, hay que perdonarlos. Los lectores de siempre no son piratas de los libros de sus autores favoritos ni son delincuentes: es el mínimo derecho que tienen de promocionar gratuitamente a su autor o cantante favorito. Quienes defienden a las editoriales se nota que andan en otro mundo en el que no existen las tendencias o lo que llaman publicidad viral. Obviamente que sería más fácil si los lectores ocasionales tuvieran herramientas para saber si valdría la pena o no leer un libro, es decir, leer sus primeras páginas, y no descargarse pirata e inútilmente el libro completo para después eliminarlo. Nos dicen “se está descargando X libro masivamente” pero nadie dice si en la misma proporción ese libro no termina en la papelera de reciclaje del ordenador. Un ordenador lleno de libros en PDF es un ordenador que condenará a su usuario a morirse sentado de hemorroides esperando a que la memoria reaccione. Los libros que generalmente nos gustan son para tenerlos siempre en las bibliotecas de casa, a mano, para de cuando en cuando releerlos o solo volver a pasar sus páginas para encontrar en ellos alguna anotación hecha, un pensamiento, un recuerdo. Los libros que compramos y no nos agradaron en su momento los compran, por títulos o en peso, los merceros de libros, o van a parar a bibliotecas públicas, ventas de garaje o, en el caso más trágico, terminan en la basura, aplastados por los restos de una lechuga marchita. Igual ocurre con los libros electrónicos. Descargarlos no es el virus incurable que condena a los escritores al hambre y a la ayuda humanitaria. Hay que despertar.
Todo en el mundo de hoy es mercado. Los tiempos del escritor que vivía con las musas de leche y miel ya pasaron. El que se ponga con esa mentalidad está condenado a morirse luciendo una bonita camisa de fuerza (enajenación creo que lo llaman), cada vez hay más gente, menos posibilidades y una certidumbre: más hambre. Y hay quienes, en su imposibilidad y debilidad, todavía se empeñan en insistir que el arte es elevadísimo, que se hace por amor a las musas (seguramente tocando la Balalaika bajo un roble) y no por sobrevivir e incluso vivir mejor (como piensa cualquier persona en cualquier otro trabajo). La vida para cada quien tiene un propósito, y el objetivo de ese propósito es tener éxito, en lo que sea que se haga. Los que niegan la realidad son los eruditos de las abstracciones que esperan el beso de la mujer araña y el abrazo de la sirena orca, que desdeñan del éxito de los demás, que viven ahogados por la envidia con un empolvado libro de algún poeta oscuro debajo del brazo, cazando piratas cibernéticos con sus túnicas roídas. A estos hipócritas son los que más roban, y bien que así sea. Ningún político está en lo que está por amor a la patria, sino por amor a la plata. La posición de Lucía Etxebarría, que es la misma del 99% de los escritores hoy en día, reitera que no hay arte sin contraprestación material. El arte es un oficio y, en muchos casos, una profesión que requiere, entre otras cosas, poner comida en la mesa, pagar viajes a la Polinesia Francesa y comprar medicamentos para la fiebre de los más chicos. El arte de talento y bien hecho siempre dará regalías gordas a quienes lo producen. Pero como en cualquier otro campo, el arte también exige innovación, adaptación. El artista de hoy (sea escritor, cantante, actor, pintor) debe ser hábil en muchas áreas, camaleónico, y especialmente, capaz de adaptar y readaptar siempre su carrera a la realidad del mundo y los tiempos. No puede quedarse a esperar el cheque de todos los años menos impuestos y demás deducciones. Debe siempre buscar el modo de producir más cheques (del mismo modo como el oficinista espera ascensos, que gana por su talento). Los hipócritas que hablan de la exquisitez del arte deben saber que, una copa del mejor vino le sabe igual a ellos como a los demás mortales.
Si un escritor prueba que las descargas virtuales de verdad lo tienen quebrado, en vez de satanizar a sus lectores (y aquellos que no lo son), entonces deberá preguntarse cómo puede reavivar su negocio en vez de seguir engordándole el bolsillo a las editoriales (y lo peor, justificándoles su descaro). ¿Cómo debo crear una verdadera industria personal en el internet?, deberá repetirse. Hay autores que, sin resistirse a los tiempos, se han adaptado (y son Darwinianamente especies que sobrevivirán): venden inteligentemente también sus libros en formatos electrónicos para dispositivos electrónicos, a un precio bastante menor al del libro impreso. Hay que aplaudirlos, pues este es un comienzo. Al ritmo tecnológico de hoy, en diez años aparatos como el iPad se habrán masificado aún más, y con ayuda de unas editoriales verdaderamente honestas, de la mano de autores honestos y despiertos, podría disminuirse bastante el fenómeno de la piratería virtual (que en últimas es inocuo).
Como dije al principio, Hernán Casciari, editor de la revista Orsai, en su contestación pública a Lucía Etxebarria, cita como ejemplo las cifras de su revista, en cuanto a suscripciones y descargas: cuatro revistas publicadas en 2011, con una media de 7 mil ejemplares de cada una vendida y 600 mil descargas o visualizaciones en internet. ¿Y realmente qué dice esto? Muy poco. No podría él concluir que tiene 607,000 lectores, pues lo mismo podría decirse de cualquier página en blanco colgada en internet (como muchas) que, por error, manía o terquedad, han descargado más de 1 millón de personas. No se podría suponer, por ello, que esa cuartilla en blanco, en flamante formato PDF, haya sido “leída” por miles de personas. Pero es un indicio, y un muy buen indicio de que algo está pasando y cómo está pasando y qué hay que hacer. Es maravilloso ver cómo grandes cosas se derivaron de otras que se consideraron, en algún momento, como “malas”. Hay personas que descargan solo por descargar, hay otras que lo hacen por curiosidad, y hay otras que por necedad u ocio (llámese como quiera). Y está la tercera especie, la del lector virtual, que está condenado a llevar unas gafas con lentes tan gruesos como el culo de una botella. Hay que pensar cuánto costará en un futuro la medicina para los ojos. Hay costumbres que matan. Un lector fiel, de siempre, si descarga un libro de su autor favorito, lo hace también por curiosidad, así como un hermano menor a veces nos saca un euro de la billetera y no por ello es un delincuente empedernido. Mucho menos si es el hermano que siempre habla bien de nosotros ante los demás y con el que contamos en las buenas y las malas.
Las editoriales practican activamente el terrorismo: justifican cada vez más que los cheques que giran a sus autores tienen menos ceros por causa de la piratería. Que las descargas en internet aumentan las devoluciones que hacen las librerías. Que los piratas ponen a circular los libros de persona en persona (robándoles lectores), que el fin del libro se acerca, etc. Todas mentiras y disparates tendientes a generar pánico e histeria colectiva. Los lectores verdaderos de un autor jamás se leerán una novela de 400 páginas en pantalla, y si lo hacen, ese sería finalmente el único libro que leerían en un año. No es algo fácil. Yo tengo iPad y confieso que no soy un lector disciplinado de los libros que he comprado. El lector auténtico aprecia el libro físicamente, y sabe que tras leer diez páginas de corrido, no cargará con la consecuencia de una visión borrosa por varias horas y otras enfermedades oculares en unos años. Pero también alguien puede decir “es que no leen en pantalla sino que imprimen lo que descargan.” Y mostraré a continuación por qué eso es tan contraproducente como bañarse con perfume: llega un momento en el que apesta.
Digamos que alguien descarga “Ulises”, de James Joyce, en un PDF que es una fiel copia de la edición de Tusquets, en la estupenda traducción de José María Valverde. El libro físico (con las tablas explicativas y alusivas) tiene 800 páginas. En el PDF, restándole las páginas sobrantes (dedicatorias, propaganda final de otros títulos de la colección “Fábula”, etc.), quedaría el documento, en letra 14, con más de 1000 páginas. El libro de Tusquets cuesta 11,95€ con iva incluido en Casa del Libro. Una fotocopia cuesta, por más barata, 10 céntimos en España (en promedio), en algunos lugares hasta 7 céntimos o menos, después de cien, si se buscan. Hay que hacer las sumas. ¿Cuál es el ahorro? A esos 10 euros hay que sumarle el costo de las dos resmas de papel y los dos frascos de tinta en una impresora casera promedio. Así cualquiera encuentra la respuesta de por qué no es un negocio hacerse a una biblioteca de puras fotocopias (además de antiestético y de mal gusto).
En el mundo de Hollywood, donde trabajo, escribir guiones es un negocio. El guión del cine, bien hecho, es muy superior a la novela, porque es más difícil de construir. Mientras una novela la escribe una sola persona, en la construcción de un buen guión, por su complejidad, participan varias personas. Y hay guionistas que son incluso culturalmente más elitistas que muchos ínclitos del mundo de la literatura. La piratería en el cine sí afecta verdaderamente a los estudios, los guionistas y los autores cuando compite con los títulos en cartelera. De hecho, cuando alguien lleva una videocámara al cine, graba un estreno y luego lo sube a internet, impacta directamente en la única clara posibilidad que tiene esa producción de producir ganancias reales, que es en el tiempo que dura su proyección en los cines. Una película debe recuperar su inversión en taquilla, nunca después. Obviamente que esta modalidad de piratería se combate igual (y a veces con los mismos argumentos que el de los libros), pero debe tenerse en cuenta que la venta posterior del DVD y del Blue Ray hacen parte de un negocio separado y posterior que nada tiene que ver con los cientos de personas que trabajaron en una película, y cuyos empleos dependen exclusivamente del éxito que una película tenga en taquilla. Quien gana los derechos de llevar una película a “Home Video” o formato de casa obviamente que hará lo posible por proteger sus derechos, porque pagó por ellos, y esto incluye la mercancía oficial. Por tanto, discutir la piratería en música, libros y cine nunca es igual, como ya lo he explicado. Cuando uno comienza a comprender cómo funciona una cosa y cómo funciona otra, es capaz de deducir el funcionamiento de todo. No obstante, ya en este punto debe haber claridad de algo: en el mundo de los libros hay algo podrido. Y los lectores, como los necios que descargan indiscriminadamente cuanto libro pueden, no son los que apestan a ratas.
Lo cierto es que mientras Lucía Etxebarría se rehúsa a escribir por culpa de los piratas de libros (de por sí tiene una próspera carrera en Facebook), su editorial seguirá haciendo millonarias inversiones en el extranjero y cerrará enormes negocios… Piratas y más piratas. Por supuesto que todo esto se justifica solo por las descargas ilegales de internet, ¿no?
]]>El autor (@antonigr) acaba de publicar La política vigilada. La comunicación política en la era de Wikileaks. Este artículo expone las ideas que lo estructuran.
En una sociedad decepcionada, crítica y muy informada, la política democrática está cada vez más vigilada por los ciudadanos. Se está produciendo un cambio radical en la comprensión y aceptación de una determinada praxis en la gestión política e institucional.
Este libro pretende explorar el fenómeno creciente de la política vigilada, así como hacer un recorrido por los principales conceptos que la sustentan y explican, mostrando un buen número de iniciativas que, sin ánimo excluyente ni compilatorio, nos enseñan cómo la ciudadanía digital y los nuevos actores sociales irrumpen en el panorama mediático y en la construcción de la agenda pública con una inusitada fuerza, legitimidad y visibilidad.
Esta nueva realidad, con sus límites, retos y riesgos, apunta directamente a la credibilidad de los actores protagonistas de la política democrática: los partidos y los políticos. También a nuestro sistema de representación. La política vigilada debe ser un acicate para la renovación y un contrapunto para romper la fuerza y la exclusividad (y con ella, sus posibles déficits) de los partidos en el sistema democrático.
Como señala Daniel Innerarity en el prólogo, “como es propio de toda situación crítica, de cambio o al menos de agitación, hay un elemento de ambivalencia que dificulta la tarea de los futurólogos. ¿Estamos a las puertas de una radicalización democrática o en la antesala de nuevos populismos? ¿Debemos esperar de las redes sociales la utopía de un mundo sin autoridad o haríamos mejor en entender y protegernos frente a las nuevas distribuciones del poder? ¿Desestabilizará esto nuestros sistemas políticos o contribuirá a mejorarlos? Mientras resolvemos esos interrogantes, tal vez haríamos bien en abandonar la retórica de los grandes cambios que acontecen porque se hubieran desatado ciertas fuerzas imparables y sustituirla por la indagación de las posibilidades de aprendizaje colectivo que todo esto nos ofrece.
Ahora que parecen haberse puesto de moda los escritos que exhortan a otros a hacer algo en política –a indignarse o comprometerse–yo propondría –pese a que casi nunca he sabido lo que deben hacer los demás– un eslogan alternativo: ¡Comprended! Tomo la palabra comprensión en el doble sentido de, por un lado, hacerse cargo de la complejidad del mundo y las constricciones que nos impone nuestra condición política y, por otro lado, ser comprensivo con estas dificultades. Toda crítica que no parta de ambas actitudes –respeto a la dificultad de la política y benevolencia hacia los que se dedican a ella– no será todo lo radical que podría ser para impugnar con buenas razones sus evidentes deficiencias”.
Existe un pálpito de exigencia nueva. Impaciente. Ya hemos esperado demasiado. A menos transparencia, más vigilancia. A menos participación, más control. A menos rendición de cuentas, más fiscalización. A menos comunicación e información,más visualización y geolocalización. A menos democratización… más democracia. No hay vuelta atrás. La política debe ser rescatada de su deriva. Y no sobran brazos, dentro y fuera de las organizaciones políticas. Y, quizás, también necesitaremos nuevos instrumentos. Exploremos. Juntos. Inaplazablemente. Urgentemente.
]]>Vamos a decir una obviedad: las empresas existen, no son ONG y quieren ganar dinero. Y Monsanto no es una excepción. Es terrible y usa tácticas que podemos calificar directamente de mafiosas (y estúpidas por algo que explicaré mas adelante), pero una cosa es demonizar Monsanto y otra la tecnología creada por ellos. Todo esto viene a raíz de este artículo que fue compartido por Libro de Notas en Twitter y que parece un inmenso “ad hominem” contra la compañía.
Desmitificando el monstruo
Monsanto fabricó (junto con otras 20 compañías) el “terrible” “agente naranja” y entrecomillo terrible porque realmente el problema no fue el “agente naranja” sino las prisas que metió el gobierno para usarlo en Vietnam. Esta prisas resultaron en un fallo del proceso de purificación que contaminó el agente naranja con dioxina y que es la verdadera causante de todas las víctimas generadas por su uso, en ambos bandos. Actualmente se sigue usando el “agente naranja” de forma segura para defoliar las selvas colombianas en busca de plantaciones de coca. El “agente naranja” tiene la ventaja, frente a otros defoliantes, de que mimetiza a una hormona vegetal (la auxina) por lo que su toxicidad en animales es baja. Posteriormente fabricaron el PCB y es terrible, su contaminación se ha extendido por toda la tierra, pero creo que Monsanto no es la culpable del vertido de General Electric, ¿verdad?. Es como culpar a BP de vertido en un accidente de coches.
Luego inventaron el glifosato, tan terrible que 11 años después de que expirara la patente lo puedes seguir comprado en tu droguería más cercana. Hay un estudio probado de que puede afectar a las células embrionarias y a los fetos… si se inyecta directamente en ellas y como todos sabemos esa es la forma más común para una embarazada de entrar en contacto con una sustancia.
Y por último, en una jugada maestra inventaron los transgénicos para lucrarse con el antídoto a su propio veneno. Y además no deja que los agricultores guarden para el año siguiente, lo cual es de una torpeza extraordinaria por su parte porque esas semillas de 2ª generación no son tan productivas como las que viene de fábrica y al agricultor siempre le merece la pena comprar nuevas (y esto ocurre con las transgénicas, con las híbridas e incluso con las convencionales) por lo que Monsanto lo único que gana aquí es mala prensa.
Pero ¿son realmente tan malos los los transgénicos? Aquí ya hay mucho de leyenda urbana y de falsos mitos sobre Monsanto y los mismos. Primero hay que posicionar a Monsanto en el mercado de herbicidas y semillas transgénicas, porque si son tan malvados serán la repera de empresa, ¿no? Pues resulta que son los quintos en el mercado de agroquímicos por detrás de BASF, Syngenta, Bayer y Dupont. Son los primeros en el mercado de semillas transgénicas ¿Son las cuatro que están por encima de ella todavía más malvadas?
Transgénicos y OMG para dummies
Vamos con algunas nociones básicas:
El primer transgénico fue una soja patentada por Monsanto e inmune al glifosfato y a la vez, una planta de tabaco resistente al antibiótico Kanamicina, desarrollado por la Universidad de Gante. Ahora mismo si miramos a nuestro alrededor encontraremos transgénicos en todos los sitios: llevamos billetes de algodón transgénico en el bolsillo, vestimos con algodón transgénico y la insulina de los diabéticos es producida por bacterias (E. coli, tan famosas el pasado verano) transgénicas.
Para que un transgénico pueda llegar al mercado necesita pasar infinidad de controles y evaluaciones debido a la presión que han ejercido las organizaciones ecologistas; esto conlleva que el desarrollo de estos organismos sea muy costoso y sean desarrollados básicamente por la industria biotecnológica privada y grandes empresas, pero aún así existen iniciativas públicas o fundaciones del tipo “charity” como “Two Blades” o “The Bill and Melinda Gates Foundation”: arroz dorado (con vitamina A), plantas resistentes a sequía… Un transgénico pueden ser resistente a un herbicida, a la sequía, a bacterias y hongos ,servir para marcar ratones de laboratorio y que los que sean resistentes a la enfermedad X tengan el pelo verde, o puede servirnos directamente para producir un medicamento o algún alimento con vitaminas o minerales que ese organismo no tenía de por sí.
¿De donde viene el pánico a los transgénicos?
Los miedos principales, en cuestiones relativas a la salud humana, tienen dos orígenes. El primero es el desconocimiento del asunto: es común que la gente crea que un transgénico tiene genes y que uno normal no los tiene; y el segundo proviene de la mala utilización del “principio de precaución” por parte de los contrarios a ellos que lo convierten en el “principio de riesgo cero”. El “principio de precaución” nos dice que si sabemos que algo es posiblemente perjudicial a un determinado nivel, legalmente voy a poner ese nivel uno o dos ordenes de magnitud más bajo. El de “riesgo cero” no permite que nada sea perjudicial. Si aplicamos esto a los organismos normales ya están tardando en prohibir tantos y tantos alimentos que causan alergias (leche, huevos, frutos secos, melocotón…)
Otro miedo es la posible contaminación ambiental que puedan provocar y la hibridación con otras especies. Que se sepa, los estudios solo han demostrado que una especie de col transgénica puede hibridar con las silvestres y no se ha autorizado su comercialización.
Aún queda mucho por estudiar sobre los transgénicos pero con el conocimiento científico actual estos son seguros tanto para humanos como para el medio ambiente. El gran problema es demonizar la tecnología basándose sólo en que una de las empresas que los produce es muy mala, sería el equivalente a demonizar todos los sistemas operativos (incluido Linux) porque Apple o Windows son malvadas y perversas multinacionales. Podemos atacar la estrategia económica pero la tecnología, primero, es neutral y todo depende de quien la use y, segundo, llega el momento en que es libre y todos nos podremos beneficiar de ella. Sí, hasta sus más ferreos opositores.
]]>CARLOS ACEVEDO: hay muchos críticos meramente divulgativos cuya opinión me interesa. Incluso podría decir que mi gusto se ha forjado gracias a “dialogar” con ellos.
JÓNATAN SARK: Me refería más a eso, a la función pretérita de la crítica y su situación ahora en este ecosistema de reseñismo en el que vivimos con los periódicos sin un espacio para poder hablar de cultura —y sospecho que tampoco sin ganas o encontrarían alguna forma de ser algo más que anarroseadores de notas de prensas y asistencias a saraos— y la existencia de suplementos culturales es a la vez limitada e innecesaria. Entiéndeme, no porque no esté bien tener un especial cultural sino porque parece un ghetto. El tipo de ghetto que faculta a alguien como Reig o Rodríguez Rivero a escribir en el ABC porque existe un foso alrededor del suplemento cultural que le permite decir Non olet como si los lectores fuéramos lerditos. Que sí, que peor es tener un periódico y dedicar un espacio residual a la cultura, como pasa en Público, o tener una tradición de cachondeo como en La Razón, ese periódico del Grupo Planeta cuyo contenido cultural ha ido variando con ahora suplemento, ahora no, ahora La fiera literaria (Otros que tal bailan, por cierto), ahora no, ahora Caballo verde, ahora… ahora ya ni sabemos. Pero eso sí, una página para Jesús Mariñas.
CARLOS ACEVEDO: Sí, bueno, es que la cultura al ser entendida como una cosa chachi, divertida, muy parecida a las fiestas de pueblo, es decir: donde se conocen todos y todos bailan lo que les pongan porque pa eso han llegado al pueblo, pa bailar lo que les pongan con todos los conocidos, impide que exista cualquier cosa parecida a la crítica. ¿Cómo vas a criticar que alguien no sepa bailar Lindy-Hop en una fiesta de pueblo? Es imposible, está fuera de lugar: es ridículo. El problema es, creo, fundamentalmente ese. Y ese problema acaba en el ghetto. Lo cual no me acaba de parecer mal. A ver como explico esto…
Al final, a la mínima que prestes un mínimo de atención sabes quienes son los habitantes del ghetto. Incluso, si prestas más atención aún puedes llegar a saber quién ha erigido las paredes del ghetto y tal. El caso es que yo prefiero el ghetto que la cosa residual, porque la cosa residual invita a que el periodista o lo que sea tenga la necesidad de brillar. De jugar a ser Messi. De hecho, incluso es posible identificar que usan ciertos libros y temas para hablar de cosas de actualidad, no porque en los libros y temas estén esos temas sino porque, al parecer, no les dejan tener una columna de opinión donde hablar de cualquier cosa. O sea que sí, que también son falta de ganas. Falta de ganas y exceso de ego podrían servir para definir el estado de la crítica, ¿no?
JÓNATAN SARK: De hecho, falta de ganas, falta de medios, existencias sólo de Ego. No sé ni si podríamos estar peor que en el XIX en cuanto a falta de importancia, interés y fundamentos en la crítica pero desde luego el desprestigio del crítico es evidente incluso con los ‘70-’80; no hay un Rafael Conte que diga ¡Saltad! y todos boten. Fíjate en Echeverría desgañitándose a favor de Hilos de sangre de Torné y sin lograr el más mínimo impacto, incluso entre la gente que no conoce a nadie que lo leyera. Hace falta una organización de comentarios agrupados casi a la vez en distintos medios y mucha gente hablando para mover al comprador. Porque, como decías antes, la edad de los que vienen con el recorte es alta. Bien porque los jóvenes no se acercan a los periódicos —que tras el affaire Vigalondo tampoco me sorprende— o porque los que lo hacen pasan ampliamente de esos críticos. Algo comprensible también por una situación derivada.
Si te lees a un crítico puedes hacerlo desde dos posiciones: habiéndote leído el libro o no. Incluyamos la posibilidad habiendo iniciado la lectura para ahorrar discusiones y pensemos en lo que significa: que el lector puede tener ya su idea sobre el libro formada, moldeada por sus gustos y experiencias, y al leer lo que dice el crítico se formará otra idea, bien sobre el libro que ya leyó, bien sobre el crítico, que es lo más habitual. La opinión sobre el crítico será lo que prevalezca la próxima vez que lea algo suyo —si ha sido capaz de quedarse con el nombre, que esa es otra— de manera que el de qué pie cojea se irá sumando a la ecuación del “¿Me lo leo o no?”, que es lo que, suspiro, parece que quiere la gente al leer las críticas. No lo que pueda reflexionar sobre el libro o contraponer visiones. Y, peor aún, puede acabar decidiendo que el crítico sólo merece la pena como algo a lo que no hacer caso. Dos ejemplos y te dejo hablar que ya llevo rato:
1) Nada reciente ha hecho tanto daño a la crítica como la entronización de esa hedionda bola de estiercol llamada Fin. La… cosa… de David Monteagudo en Acantilado pareció gustar a los críticos más allá de la masa crítica haciendo que los lectores se lo compraran. No sabes la de lectores cabreados que tuve que tratar. La de gente diciendo que ya se cuidarían de la crítica. Porque —y este es el punto de destino— cuando a alguien no le gusta algo de los más vendidos se siente especial, ajeno a la masa pero cuando no le gusta algo de los críticos piensa que son elitistas, comprados o idiotas. A veces las tres. El resultado fue, claro, que la siguiente novela de Monteagudo no se vendió nada y, de hecho, la primera está por ahí aburriéndose a ver si a alguien le llega tarde la serpiente del verano pasado.
2) Hay gente que compra a la contra y, por tanto, se queja incluso cuando el crítico por error acierta. En género negro, por ejemplo, la gente es capaz de saber lo que Jose María Guelbenzu o Lilian Neuman ha escrito, pero no saben por qué lo han hecho y tampoco tienen interés o intención de hacerles caso, antes casi lo contrario. Lo que les sirve de esa crítica es, por triste que suene, el saber que existe el libro que se menciona. Y luego ya buscan por otros lados. A veces con un interés que hace temer el éxito que un Rotten tomatoes de libros podría lograr.
Todo lo cuál nos llevaría de nuevo a preguntarnos si para tener esto necesitaríamos de verdad ponerle el nombre de crítica.
CARLOS ACEVEDO: Creo que no. La mención a Fin me ha recordado una anécdota muy curiosa. Voy a una presentación y conozco a un crítico, hablamos de literatura española contemporánea. Le digo, vaya mierda lo de Monteagudo. Sí, sí, me responde. Le miro extrañado y le digo que de su crítica se podía desprender que le había encantado. Y me dice, sí, bueno, lo que pasa es que cómo le había gustado a todo el mundo… no iba a ser yo el que dijera la verdá. O algo así. No te diré quién es porque no hace falta, pero sí puedo añadir que me llamó muchísimo la atención esto porque a) es inexplicable que alguien cuyo trabajo es tener una opinión decida, por sus santos cojones, usar la de otro, en este caso la de toda la crítica española; y porque b) le pareció sumamente molesto que le cuestionara sus “opiniones públicas” (según me enteraría luego, por un conocido común). De alguna manera, creo que este tipo de actitudes invitan a que el lector medianamente atento se desentienda de esa cosa que se llama crítica. Básicamente porque si seguías el trabajo de este crítico verías que oscilaba siempre de acuerdo a lo que el medio indicaba como interesante, sin ejercer nunca su derecho a pensar diferente que todos los demás. Esto, volviendo a lo que decíamos al principio de ésta charla, invita a pensar en la sospecha, invita, pues, a sospechar de la labor del crítico en cuestión. El hecho de que, como dices, el comprador se sienta estafado acaba de ilustrar este idéntico proceso donde cualquier autoridad asumida no funciona, genera esa suerte de intuición que ilustra que algo que no cuaja, por ende el lector, el tipo que busca una guía para ordenar sus lecturas, acaba por desentenderse. El caso es que ese desentendimiento entra perfectamente en las categorías que has esbozado más arriba, lo cual hace que todo sea infinitamente más complejo una vez identificada una dicotomía que sólo responde a un tipo de impulso. A veces pienso que cosas como un Rotten Tomatoes de libros sería lo mejor. Al menos, nos libraríamos de leer tantos reportajes sobre ebooks y similares. Digamos que una mera valoración por estrellitas está más cerca de un ideal de crítica que la crítica actual. No sé cómo lo ves…
JÓNATAN SARK: ¡Mal! Ya sé que a la gente en realidad lo que no le gusta es pensar, quieren que les des un libro y que les guste —en realidad casi cualquier libro les va a gustar, pero ese es otro tema— y para evitar pensar van de cabeza a dónde va la gente por aquello de algo tendrá el agua cuando la bendicen, igual que se fían de cosas como el si te gustó esto prueba aquello de Amazon. De manera que un ranking como el de Rotten Tomatoes sería útil, sí, como una lista de Los más vendidos —y, de hecho, no sé cómo nadie se ha puesto a ello aún— pero no mejoraría en nada el panorama de la crítica. Igual que la página habitual ha sido más útil para golpear disidentes que para notar la disparidad de criterios.
CARLOS ACEVEDO: Volvemos, otra vez, a la pertinencia no ya con la cual se realiza sino de su mera existencia. De los dos puntos que señalas extraigo una pregunta ¿a qué crees que se deba esa actitud intelectual tan fuerte en el público español?
JÓNATAN SARK: ¿En el público? ¿En qué público? ¿No decías que lo que tienes en la copa es té con hielo?
CARLOS ACEVEDO: Veo una permanente necesidad de distanciarse del vulgo que me parece alucinante. Esa labor que en Vila-Matas se ve tan natural, lo de buscar a los raros, y que muchas veces, en el resto, parece ser una especie de barrera o trinchera. Un lugar donde ubicarse para ser o parecer especial. Lo curioso es que, como tienen que comer de leer y comentar best-sellers o libros lisa y llanamente fallidos, se les deforma el gusto y ese intento de snobismo acaba en una gestión del gusto que poco y nada tiene que ver con una directriz estética en la que se ha acabado por recalar sino, muy por el contrario, en una postura que tiene más de capricho que de opinión concienzuda. Es rarísimo. ¿Crees que se debe al exceso de oferta?
JÓNATAN SARK: Es cierto que el exceso de oferta es un problema, no diré que grave porque uno nunca sabe por dónde recortarían pero sí que complicado de manejar. En principio ese exceso de oferta serviría para que se pudiera elegir de todo y en algunos géneros de moda hubiera más variedad. En la práctica sirve para que la gente se sienta agobiada ante la avalancha de textos aparentemente iguales y le pille ojeriza a lo que esté de moda alejándolos durante los siguientes años. También significa en realidad que determinados géneros o subgéneros que están en problemas como el horror o la ciencia ficción van a tener unas novedades mínimas de sellos concretos, por lo menos mientras no se pongan de moda. El asunto es que esa oferta permite que haya un poco de todo y, entre eso, la posibilidad de vender como autor maldito al primero que se ponga a tiro, o como editorial minoritaria a la que no deja de ser una mediana con poca distribución. Lo que pasa es que esos autores desconocidos, esos libros malditos hacen que los lectores se sientan especiales. Los raros vocacionales como Vila-Matas manejan eso perfectamente, como si llevaran su propio sello de excentricidad en la forma de los libros que lleven en la mano. Angelitos. Pero, eso sí, hay toda clase de público —¿No he dicho esto ya durante esta conversación?— así que junto a los Raros Vocacionales están los compradores de Bestsellers o la gente que va a mirar lo que hay. El comprador no es una masa homogénea. —Incluso teniendo en cuenta que muchos de esos teóricos Bestsellers luego venden mucho menos de lo supuesto mientras las alternativas de calidad como Javier Marías logran ser #1 de las listas de ventas durante varias semanas. Pero no se lo menciones a los que Nunca jamás leerían un Bestseller porque se cortocircuitan y la búsqueda de una explicación les bloquea— De manera que no veo yo tan claro esos compradores de lo raro.
CARLOS ACEVEDO: Otra cosa que me llama la atención el predominio de lo libresco, que, en gran medida, creo que viene de la llegada al público mediano de Vila-Matas. Con lo libresco me refiero a esa idea de literatura que sólo admite dentro de ella aquello que ya está en los libros, haciendo que la vida cotidiana le resulte ajena. Una vez quitas lo cotidiano de la ecuación, queda poca cosa. De hecho, con este panorama, una crítica de rasgos políticos, como esa maravilla que se despachó Jordi Costa sobre la peli A 3 metros sobre el cielo, se vuelve quimérica, una rara avis en un paisaje donde son más importantes las conexiones entre libros que la relación entre el contenido de esos libros con la realidad o su capacidad de enfrentar a la misma.
JÓNATAN SARK: Pero eso es porque la gente no entiende el cruce cultural, a mí me parece más sencillo explicar mediante lo que se conoce, da igual que sea con libros, películas o series. Hay gente que no parece relacionar que a un chaval le gusten las películas de espías con que pueda disfrutar de un thriller de espionaje, por lo visto sólo sirve para hablar de El Padrino o Los Soprano todas y cada una de las veces que salgan mafiosos en una novela. Sólo parece aceptable el uso de la alta cultura a toro pasado. Ahora mismo están asimilando Mad men y yo calculo que de aquí a cinco años habrán pillado lo que ahora disfrutamos nosotros y leeremos que un libro es Como The good wife hecho novela.
Pero, volviendo a la crítica, el problema es que no está a lo que está, no ya a la reflexión o —presupongo— a tratar de sacar algún jugo de algo plano, sino, simplemente, a esbozar algo que pudiera ser mínimamente polémico.
CARLOS ACEVEDO: ¿Viste la micro-polémica sobre Richard Yates de Tao Lin? Digo micro porque a) no se llevo a cabo en medios tradicionales, sino en Internet, donde cualquier discusión toma ribetes de querelle; y porque b) no tuvo ninguna relevancia, pero sí que tuvo más de un punto interesante. Por un lado se puso en cuestión el tema del autobombo, del marketing, del vender el hecho de ser escritor antes que practicar la literatura en cualquiera de sus formas; y por otro, que por una vez se puso en duda el culto a la juventud y se intentó matizar acerca de la pertinencia del comentario masivo por parte de los medios, de una alternativa u opción editorial. Mientras, la reacción de la propia editorial, tanto por parte de sus responsables como por parte de sus acólitos, al menos en su faceta pública, léase redes sociales, fue absurda. Un berrinche infantil. De hecho, fue tan infantil que se acusó a los críticos de viejunos, de no ser capaces de leer los nuevos tiempos. Fue muy gracioso ver eso, ver como la crítica en sí de pronto no dialogaba con nadie, ni con autores, lectores o editores. De pronto, y por una vez, respondía sólo a la sospecha.
JÓNATAN SARK: Ah, sí, ese es mi tipo de crítica. Imagino que con un libro tan mediocre que vender, en una editorial tan acostumbrada a sacar el equivalente literario a las Power Balance, antes o después tenía que acabar sucediendo. No es malo, es que no lo has entendido es muy útil porque casi todo el mundo puede aplicarlo en algún momento, como Te gusta por las razones equivocadas o, directamente, Sospecho que no te lo has leído —o la síntesis de las tres, como la crítica a Juego de tronos de Alvy Singer— pero el problema es el de la clásica paradoja de la fuerza irresistible que choca con un objeto inamovible, solo que aquí la duda es si es peor el libro o la crítica literaria que tiene que juzgarla. Tiemblo sólo de pensar que el Señor Patata, digo, Juan Manuel de Prada tuviera que hacer un juicio crítico sobre el aquello de Luna Miguel. En el mejor de los casos habría heridos. ¿Cómo manejar algo así? La parte buena es que por lo menos no sabríamos por dónde va a salir sólo leyendo el título del libro y el autor de la reseña.
CARLOS ACEVEDO: En este sentido hay otra cosa que me fascina, y es que la mayoría de los críticos se han vuelto sumamente predecibles. Eso, de alguna manera, además de alimentar la sospecha, implica que la crítica no se ejerce sobre el texto sino que se establece en base a apriorismos. Es decir, funciona bajo una lógica inamovible que impide ver, digámoslo así, la relevancia de algunos esquemas. El género, por ejemplo, aplicado a otros ámbitos. El caso de la novela negra es ejemplar en este sentido. Al parecer, desde que una serie de autores (Piglia, por ejemplo, que lleva 40 años dando la chapa al respecto) está dando la tabarra diciendo que la matriz del género sirve para hablar, por ejemplo, de la ciudad, como puede ser el caso de la última novela traducida de Richard Price, La vida Fácil creo que se llamaba, todo el mundo parece ver sólo ese factor y que, al mismo tiempo, es un elemento que justifica que se glose sobre novela negra en todos los suplementos. Llámemoslo factor denuncia. Un factor denuncia que es evidente en algunas obras de Ciencia Ficción, pero cómo la Ciencia Ficción no tiene el sellito de “esto puede que tenga factor denuncia en grado de 5 a 10” no se habla de ello, no aparece. No existe salvo para los fans del género. Esta es otra cosa que me llama la atención. La imposibilidad de generar nuevos protocolos de lectura. Una falta que hace que algunas cosas de Jenkins, por poner un ejemplo, gocen de una excesiva lozanía en el panorama español, que parezcan una novedad a pesar de estar escritas hace casi 20 años…
JÓNATAN SARK: De hecho, leer espantos insoslayables como la conversación a gastos pagados de Guelbenzu y Savater defendiendo una novela negra sin fondo social, un regreso al juego de la habitación cerrada y un cagarse en los nórdicos sin razonar —todo perfectamente coherente con ambos escritores y sus acercamientos al género— como si no hubiera mañana. Igual que Olmos no tiene problemas en cagarse en el que se ponga por delante para arañar notoriedad como Mal-Herido pero si alguien critica sus novelas —un asunto de ganas, porque primero se las tiene que leer uno— se pone a la defensiva y lanza zarpazos. Como pasó con el excelente blog literario Patrulla de salvación Otro ejemplo más de que los críticos —bueno, presuponer a Mal-Herido crítico es mucho suponer— no tienen problemas siempre que no les toque a ellos. Todo lo cuál viene al caso porque es gente que no lee lo que está leyendo, perdón, no lo procesa, sí que lo lee —supongo— porque mientras lee lo que hay está pensando en Lo que podría haber y Lo que debería haber ¿Qué sentido tiene juzgar una novela a partir de lo que no hay? ¿Te imaginas a alguien quejándose de que un cuadro de Goya no es bueno porque tendría que haber incluido más lagartos radiactivos y haber girado la cámara? Pues eso es lo que tenemos en España por crítica.
De hecho, la falta de una crítica real, independiente y capaz de juzgar desde fuera del amiguismo —como decía al principio, fuera de los independientes— se nota precisamente al enfrentarse a algo nuevo, a entender fuera de un concepto empresarial o de autobombo cosas como la Nocilla. Incluso la incapacidad para comprender que hay gente que ha estado dentro y fuera y gente que se ha desmarcado desde el primer minuto.
CARLOS ACEVEDO: Hace un tiempo fantaseaba con qué hubiera dicho Bolaño del fenómeno Nocilla. Creo, y de esto estoy seguro, básicamente porque lo he contrastado en reiteradas ocasiones, que cualquier persona con medio dedo de frente habría sabido identificar dos cosas. En primer lugar, que todo a lo que se apelaba como “nueva poética” llegaba con más o menos tres décadas de retraso; y, en segunda instancia, que todo no era más que una movida que hacía referencia a la necesidad imperiosa de los medios de generar una nueva generación, como si la literatura en lengua hispana sólo pudiese leerse bajo esa clave, como si el concepto de generación tuviera, a día de hoy, la misma relevancia que tuvo en, no sé, el 27 o el 98. ¡Cuando hasta en el 98 ya se quejaban que darle un nombre homogéneo a todas las propuestas era un tema discutible! Fue un caso acojonante de inoperancia que Bolaño, tal y como demuestran Los Mitos del Chtulhu, habría sabido ver y contrastar desde la sátira. Habría sido muy gracioso, creo, aunque considero triste pensar en un muerto como persona que podría haber puesto un mínimo de cordura desde la sátira o, lisa y llanamente, desde la risa.
JÓNATAN SARK: Ya sabes que no comparto tu aprecio por Bolaño, aunque espero que hubiera podido satirizarlo porque, la verdad, una buena sátira le hacía falta. Y, de hecho, algo ha habido, Javier García Rodríguez les daba un buen repaso en Mutatis mutandis: hacia una hermenéutica transficcional de las narrativas mutantes: de Propp al afterpop (o ‘nocilla, qué merendilla’), todo merecido. La lástima es que parece quedarse en sólo eso cuando se podría haber sacado toda una novela universitaria —sí, conozco los riesgos españoles de hacer eso, sé lo que dijo Orejudo— que haría que La suerte de Jim de Kingsley Amis pareciera las actas del Congreso Nacional de Ornitólogos.
CARLOS ACEVEDO: Te comentaba lo de la sátira, entre otras cosas, porque me alucina la falta de humor en estos temas. No existe una crítica articulada desde el humor, una cosa que en otras latitudes es posible y aplaudida, una cosa que, en definitiva, serviría para quitar esa sensación de homilía constante que parece ser el ejercicio de someter a un testimonio de cultura, o la cultura misma, a examen. En ese sentido, es alarmante que la única revista de humor relevante sea El Jueves. No porque sea mala, sino porque su estructura parece estar articulada en base a nichos concretos y no bajo una idea general, salvo en las páginas de actualidad que son las que, en definitiva, justifican su cadencia semanal.
JÓNATAN SARK: Es que El Jueves tiene una prioridad en estos momentos: Sobrevivir. Y lo que se ha intentado desde el humor ha sido casi siempre más tratando de ridiculizar y humillar, con unos sarcasmos muy burdos, ya sabes La fiera literaria, Mal-Herido y sus mariachis.
CARLOS ACEVEDO: Quizás es que estoy realmente obsesionado con el tema del humor. Aterrado ante esa idea que sostiene que la cultura ha de ser frecuentada como se frecuenta una misa, desde el silencio y el decoro, esperando a que algo te ilumine y/o te absuelva de todos tus pecados. Lo que más me obsesiona, de hecho, es que todas las grandes obras y autores del canon tienen momentos de humor. Desde Shakespeare y Cervantes, pasando por Sterne, Baudelaire… Las vanguardias eran, en gran medida, y por mucho que le pesara a Breton y a los futuristas, una gran humorada. Un chotearse de todo hasta que las velas no ardan. En gran parte, creo que una de las razones porque no es posible la crítica es porque la cultura se entiende como una homilía y no como una fiesta. ¿Me estoy repitiendo demasiado, verdad?
JÓNATAN SARK: Pues anda que yo. El problema en parte es esa seriedad, sí, pero es una seriedad que surge de algo muy concreto: Surge de la concepción de unos como Negocio y de otros como Arte. De hecho: Arte. De modo que un crítico que desdramatice parece que sólo podrá hacerlo para cargarse una obra, nunca para ofrecer otras ideas. Pero fíjate en lo que nos ha pasado a nosotros. Pese al sano cachondeo reinante en muchos momentos de esta charla nos hemos puesto o hemos trazado unos panoramas como para saltar de un puente las veces que haga falta. Decía Jardiel que la vida es tan amarga que abre a diario las ganas de comer, así que imagino que es un problema de la Cosa Cultural que es algo tan revuelto que las quita.
CARLOS ACEVEDO: Ah, igual deberíamos hacer una entrega extra dentro de unas semanas. Una entrega donde analizar por qué esto, que en principio quería ser algo divertido, acabó siendo un lamento extremadamente largo.
]]>JÓNATAN SARK: Bueno, lo de las revueltas tanto en España como en Chile está siendo cubierto con una desfachatez lamentable, no es ya arrimar el ascua a la sardina, es negar la existencia de ascuas. Tanto tenderetismo no hace más que evidenciar que carecemos de una buena información pública e independiente. Más bien lo contrario. No es que sea particularmente pesimista porque nunca le he visto mucha intención ni ganas de mejorar o cambiar este estilo de trabajo. También yo encontré en la carrera a gente con muchas ganas que se desesperaba, tanto a los que no entienden por qué tiene que estar junta la parte de lengua de la de literatura como a la desaparición de las literaturas comparadas o, en fin, todo lo que no sea preparar a la gente para la investigación aunque internamente se sepa que es para ser profesores de instituto. Es como el Molde Maestro. Precisamente por eso, por su pertenencia externa a esta versión de los Ultracuerpos que es la Academia, son los ajenos a la misma los que ofrecen visiones interesantes. Tanto que dentro no se permitiría. El problema es que no suelen ofrecerlo mas que en posiciones externas o, en el mejor caso, gracias a la aparición o al encuentro de gente con gustos similares aunque situación académica diversa que logra un empujoncito. Son tantos los ejemplos de autores que estudiaron carreras que poco o nada tenían que ver que no creo necesario mencionar a ninguno. La duda es, ¿por qué nadie parece darse cuenta de esto? Y mucho me temo que el motivo es que son plenamente conscientes. Y les da igual.
CARLOS ACEVEDO: Sí, bueno, puede ser un poco eso pero tampoco creo que sea la totalidad del problema. El otro día pensaba, un poco por hacer la boutade, en que el éxito de The Wire, por ejemplo, sería tal si hubiera dos o tres chavales que se preguntaran acerca de por que David Simon se paso al audiovisual para contar lo mismo que contaba en el periodismo. Yo no tengo muy claro el porqué pero no deja de parecerme sugerente que ante ese enigma pudiesen surgir preguntas concretas acerca de los roles que se han de acometer cada vez que alguien decide prepararse para una plaza laboral y cuales son los limites de esa plaza laboral. Creo que entiendes a que me refiero.
JÓNATAN SARK: Sí, lo entiendo. Aunque no sé si es esa mi lectura. Hay un escritor poco tomado en serio, Carl Hiaasen, más conocido por ser el autor de la novela Striptease que por sus sencillas y divertidas novelas, que explicaba el problema del periodismo como el triunfo del capital sobre el lector; decía que si un periódico en lugar de recortar gastos se esforzara por informar mejor se convertiría en más comprado, pero que es más sencillo realizar recortes y pagar menos aunque eso perjudicara a la información, y ante menos información y menos control más facilidad para las trapisondadas. Simon tenía una carrera, tuvo un libro de gran éxito, Homicidio, y vio la oportunidad de convertirlo en una serie. De ahí a una mini para la HBO y de allá para The Wire, todo pasito a pasito. No parece que tuviera un plan detrás pero sí que podemos apelar a Salmon, ese señor a quien tanto ha leído Porta, que asegura que todo entra mejor con una historia; igual que el dicho publicitario de Si no tienes nada que decir, cántalo. Sin duda lo que cuenta ha llegado más cuando la gente pensaba que era algo más para su entretenimiento que para su formación, pero eso es también porque lo que busca la gente en las noticias parece estar mal. Fíjate en Tele 5 o en Antena3, sus telediarios pueden dividir las noticias entre Violencia, Miedo, Sexo, Publicidad y Youtubes. La sexta parte es la Información Deportiva, es decir Real Madrid, Barça, Nadal, Alonso y Excipientes. Se acerca a la idea de información como entretenimiento, no para informarse o saber sino para sacar emociones en lugar de conclusiones. Por eso la información ha buscado otros medios para fluir. Es lo que crea a los que van por Libre. Y ese mismo camino ocurre con la información sobre Cultura. Piénsalo, ¿cómo te informarías tú?
CARLOS ACEVEDO: ¿Si mi único horizonte fuera la tele, en general? Hombre, pues no lo sé. Tampoco se cómo lo haría si solo leyera periódicos deportivos, la verdad, pero entonces volveríamos a lo de antes. Lo de la educación y tal. Sobre todo a partir de lo que dices, de lo de sacar emociones en lugar de conclusiones. De hecho, lo de las mixed-emotions es todo un tema en la crítica actual. Independiente del medio o del formato. Mira, yo mismo he estado a punto de poner una anécdota con mi abuela. De hecho, con lo de los blogs y tal lo que ha sucedido es que el tema emocional se ha llevado al paroxismo, porque ya no se trata de vender las emociones que puedes encontrar en un producto “X”, sino que encima se trata de vender las tuyas propias, como crítico o como sea que se llame eso que hacen en sitios como Revista de Letras y así.
JÓNATAN SARK: Bueno, me refería más a los cauces para buscar una Crítica Cultural o, si queremos desligarlos, una Información Cultural. No sólo la Tele, todas las formas. Y es cierto que el subjetivismo y las anécdotas, el storytelling que le dicen, va sustituyendo a cualquier intento o ilusión de objetividad. Ya no tratas de buscar la opinión fría o realizar una valoración general aliñada con la más “sentimental” sino de darle algo de pompa a lo que no deja de ser un m’agusta’o o su versión negativa. Que con aquella patochada de “Es entretenido” está reduciendo a lo mínimo el aspecto crítico de, en fin, la crítica. Sí, podríamos reducir a si ha gustado o no, y si entretuvo o no una obra, pero debería ser la crítica la que lleve a esas conclusiones, no una exposición plana y mediocre. Del mismo modo que una larga anécdota puede estar muy bien en muchos sitios, pero si poner en situación al lector ocupa más espacio que analizar la obra tal vez tendrías que replantearte el trabajo. Claro que a veces me pregunto quién o cómo estaría alguien preparado para Informar o realizar Crítica Cultural. Incluso esperando algo más que una crítica cinematográfica tenga más fondo que la nota de prensa y más análisis que la tapa de un DVD.
CARLOS ACEVEDO: Hombre, respecto al acceso a la información creo que ambos consultamos directamente las novedades editoriales y páginas como Wikipedia, ¿no? Bueno, tú no. Pero ya me entiendes, llega un punto en el que sólo te fías de mínimas guías donde ver fecha y lugar de nacimiento de un autor, fecha de publicación de la obra en el original, etcétera. Luego, recurres a gente mas o menos afín que hace lo mismo o te dejas llevar por aquellos comentarios de gente que hace crónica literaria, antes que critica. Yo, por ejemplo, soy un gran lector de todo aquello que menciona Vila-Matas. Muchas veces truños, pero le debo haber descubierto a De Maiestre, a Néstor Sánchez o a Gadda. Aunque claro, si pienso en por que me fío del criterio de Vila-Matas es porque su obra me ha despertado siempre al menos un mínimo de simpatía. A lo que me refiero, en definitiva, es que acabas fijándote más en sujetos concretos que han construido algo parecido al respeto o lo que sean los adjetivos que has usado antes y que no subiré a buscar al principio de este documento. Eso, por ejemplo, no es algo que encuentre en los nombres habituales en la crítica. Además de un claro indicio de que de tanto leer novedades se han quedado pajaritos o así. Supongo que por eso también me fío, otra vez, de Vila-Matas, porque al menos tiene la decencia de leer y hablar de lo que le interesa de verdad y no de aquello por lo que tiene que cumplir. Pero claro, eso no es crítica. Y en mi caso hace, en parte, el rol de la crítica. Desempeña una valoración de un objeto en un marco que me resulta reconocible y que por tanto me despierta un cierto interés. Aún así, considero que tienes razón con lo de “lo entretenido”. Que a estas alturas parece mas ridículo que “Novela gráfica”. Y mira que era difícil superar la marca…
JÓNATAN SARK: Es que la concatenación de afinidades y referencias siempre es una buena forma de explorar; un autor habla de otro, uno reconoce o recomienda la deuda con el de atrás, así es más entretenido ir leyendo y pasar de unos a otros. Vila-Matas adora a los raros así que si busco algo que él recomiende supongo que será eso lo que encuentre, pero el caso es que se recomienda por afinidad pero nunca existe una total identificación, de manera que los cambios, al estilo de un Last FM, es lo que permite ir conociendo o abarcando un mayor territorio. El problema es que para conocer la actualidad —algo que tampoco veo realmente necesario— necesitas o estar allí o conocer a alguien que filtre lo suficiente. Algo que tendría que hacer la industria de la información y de lo que rara vez se preocupa.
CARLOS ACEVEDO: Pero es que la industria de la información filtra. De hecho, filtra muy bien. Es más, de tanto que filtra podría decirse que la editoría independiente sólo es la moderna y de nueva horneada y no, yo qué sé, Pepitas de Calabaza. Yo recuerdo con cierta congoja una conversación en un pasillo con una profesora a la cual, para que te hagas una idea, la invitaban a Perú para recibir con elogios a Mario Vargas Llosa luego del Nobel, que va y me dice que la literatura no está en los suplementos, que nunca ha estado allí y que la labor del lector, con dos cojones, era buscar la literatura y responder a sus preguntas. Por cierto, ¿sigue existiendo ese tipo de lector añorable que visita las librerías con el recorte de la crítica? Yo hace años que no veo uno… La cuestión es que no sé si no veo uno porque ese señor falleció y con él una forma de entender lo libresco o, simplemente, los suplementos ya no despiertan ningún tipo de interés ni simpatía.
JÓNATAN SARK: Hay editoriales grandes, que logran colarse, y pequeñitas que entran —sobre todo— por amiguismo. Estar bien relacionado, o saber moverse, es fundamental. De lo contrario te pasa como a Impedimenta, que logra que hablen de La hija de Robert Poste sólo cuando se ha convertido en un éxito de ventas —Bueno, eso pasa con casi todos, fíjate cómo con *_El tiempo entre costuras_* pasó eso mismo. Están muy ocupados hablando de “Lo que es” como para fijarse en “Lo que realmente está”— de manera que existen realidades paralelas. Por un lado está la de los libros de la librería, la de los compradores y la de los medios. Como a los libreros nos interesa vender tenemos que procurar estar a las tres, los compradores vienen con lo que tienen así que se dedican al boca a boca y a los medios y, finalmente, como los medios van a la suya pasan de los otros dos. En cualquier caso, sí, siguen viniendo, cada vez menos jóvenes, con sus recortes de prensa, o sus fotos en el móvil, incluso alguno con un listado. Pero, vamos, piensa en las maneras de enterarse de lo que sale. O pasas por la librería y curioseas con cierta asiduidad —y más vale que sea buena y variada— o te buscas la vida.
CARLOS ACEVEDO: Y las revistas qué. Recuerdo que cuando me vine a vivir aquí estuve ojeando montones de revistas y ninguna llegaba a convencerme siquiera mínimamente. Creo que es un cosa general. ¿_Qué leer_ no había nacido como una especie de Fotogramas de libros o algo así?
JÓNATAN SARK: Nació con la idea de apartarse del teórico elitismo y lograr una difusión de la literatura. En su descargo hay que decir que la idea no era mala. Pero claro. Lo que se creaba era un periodismo de suplemento cultural y de dominical que no interesó demasiado al público, incluso sin tener en cuenta que no hay tanto público intermedio como para sostenerlo. O que las fotos interesan más de galanes que de escritores. El resto de revistas son… En el mejor de los casos, son núcleos de amiguetes. Leer es un grupo de amiguetes de derechas, por ejemplo. Luego ya estarían esas de “propaganda” o “gratuitas”.
CARLOS ACEVEDO: El otro día me estuve leyendo la que regala la fundación Lara, que gracias a que es gratis parece menos mala de lo que es en realidad. ¿Cómo es que se llama? No, ahora en serio, creo que en muchas cosas, en las reseñas, por ejemplo, tiene mucho más peso específico que revistas “de quiosco”. También está Revista de Libros que, si no me equivoco, depende de la fundación de El Corte Inglés que tiene bastante más nivel que las revistas de Quiosco y, además, tres o cuatro veces más interés que los suplementos, a pesar de que muchos nombres coincidan.
JÓNATAN SARK: Sí, el Mercurio, que no es tanto mala como limitada, porque son nombres conocidos haciendo críticas en su mayor parte. Los artículos —habitualmente temáticos— quedan más académicos pero suelen tener pocas sorpresas. En fin. Y sí, Revista de libros es mejor, pero también está menos distribuida, es más cara, más compleja. De nuevo tienes razón, los mismos nombres se repiten en todas partes. Pero es que es todas partes: Críticas, artículos, textos, relatos… Y porque no hay un listado con la relación de miembros de jurados literarios o nos íbamos a reír incluso más.
CARLOS ACEVEDO: Eso también es gracioso, al parecer el sólo hecho de publicar en los papelotes te da todo el capital simbólico necesario para que tu opinión mueva unos cuantos miles de euros, como jurado en un certamen literario o, en su defecto, te lleven por España a hacer bolos y sentar cátedra de cualquier cosa.
JÓNATAN SARK: Creo que el término es Compadreo. Eso que permite que dos autores lleven años diciéndose que se quieren, se admiran, se van de copas y son superamigos y luego uno sea jurado del otro. Como el último Tusquets, vaya. Y al revés, no nos olvidemos de que a Roth — Philip — no le quería dar el Booker un miembro del jurado. Una historia ridícula de odios, celos y personalizaciones. Pero, claro, cuando el público compra siguiendo el rastro de los premios —que es la otra forma de distinguir su calidad, junto a la enorme cantidad de ventas que demuestra que hay mucha gente tan idiota como tú— hace falta gente detrás para poder moverlos. Sobre todo si van a nutrir catálogo, no vaya a ser que publiques algo que no se adapte a tu sello.
CARLOS ACEVEDO: No estoy del todo seguro de que el término sea compadreo, pero sí se aplica a lo que dices. Lo que pasa es que este tipo de cosas son vergonzosas, muchas veces porque siquiera hace jugar ese tipo de cartas para que una obra demuestre su valía. Pero bueno, supongo que lo ven normal. A mi lo que me jode de este tipo de movidas es que alimentan la sospecha mucho más de lo que acaban fomentando la lectura de la novela premiada. Parecen no darse cuenta que este tipo de cosas acaban alejando a cierto tipo de público.
Hace un rato hablabas de lo de ir por libre. Supongo que te refieres a blogs, fanzines y demás, así como a ir colando reseñas en medios y poco a poco construir una carrera como crítico o reseñista. En esto, veo dos cosas que no me gustan nada. Una de ellas es el “primerismo” que es esa actitud altanera donde el sujeto en cuestión se las da de enterado y de manera indefectible siempre ha llegado a algo antes que el resto del mundo. Siempre. Además, para más inri, es el único que ha llegado antes. La otra es la pretensión de pureza. Ese aplicar la ley de Sturgeon y ubicarse a sí mismo en el 10% puro que no tiene conflictos de interés, que tiene un manejo perfecto de todas las áreas del conocimiento humano y que, encima, es novelista o cuentista o, en el peor de los casos, poeta, lo cual cree que le dota de cierta aura de protección, aura que le permite decir cualquier cosa. Por idiota que sea.
JÓNATAN SARK: Bueno, lo de ir por libre se refería más a no estar relacionado con un medio o editorial aunque bien sabemos que muchas veces no deja de ser el medio para entrar en ellas. Es la famosa Independencia de la que hablábamos hace un rato. Y sí, hay gente que cree que sólo por ser independiente se es mejor. En realidad está menos comprometido pero también se pueden decir enormes insensateces desde la libertad. La diferencia está en que no acaban siendo tan voceadas ni publicitadas. A mí casi me dan más risa los que van de independientes mientras intentan venderse. Ya sabes, como Olmos y similares. ¿Qué les pasa por la cabeza? ¿Qué reacción creen que lograrán sacar de sus lectores cuando den el paso?
CARLOS ACEVEDO: Pues la verdad es que no lo sé. Lo cierto es que cierta beligerancia vende, sobre todo cuando se le relaciona con un nombre propio que ha publicado en una editorial, digamos, que tiene distribución en FNAC. Lo curioso es lo que dices, que esa independencia es sólo una especie de campaña de Marketing, una manera bastante evidente y cutre de ganarse un lugar en el mundo. De hecho, han aparecido una gran cantidad de blogs epigonales de Mal-Herido, aunque con una diferencia bastante importante: en lugar de simplemente hablar de una obra a partir de un personaje, han decidido dar rienda suelta al namedroppin’, pero no en plan “mira cuánto he leído” sino en plan “seguro que este/a que lleva tal web tiene una alarma con su nombre”. Lo curioso es que ésta táctica incluso cuenta con alguno al que le ha salido bien. Pero debo admitirte que me generan una profunda tristeza, básicamente por las ganas de epatar usando una incultura alarmante y, un poco en la misma línea, por su certeza de que la única novela posible es aquella decimonónica. Ya sabes, esa idea tan extendida de “introducción-nudo-desenlace”, que no sólo es absurda sino que, encima, es prácticamente inexistente en la tradición literaria más, digamos, evidente. Eso no existe, por ejemplo, en La Regenta. Ni en Flaubert.
JÓNATAN SARK: Pero le habrá salido bien porque los autores españoles son muy de poner alarmas con sus nombres. No se me ocurre otra explicación. Y porque al final a la gente le da lo mismo la crítica si puede tener una buena bronca. De todas formas te digo que la mayoría de blogs en los que he podido leer críticas literarias —Es decir Lo que me acabo de leer— sirven más para hacerse una idea del lector que del libro. Me miro cuatro y sé qué tendría que venderles si se pasaran por la librería, porque no hacen análisis, hacen repaso según gustos. “Esta quiere chick-lit pero que no sea evidente, este busca Warhammer 40.000 en la Novela Histórica, aquella otra querría ser lectora de las recomendaciones del Bahbelia pero en realidad sólo le gustan los bestsellers, la pobre, viviendo en negación… “ y eso solo los que no tienen por meta dedicarse a esto, los que no se ponen estupendos perdiéndose en su prosa que a veces parece una versión en aventura de texto de ¿Dónde está Wally?.
CARLOS ACEVEDO: Jajajaja. Con lo último tienes más razón que un santo. A mi otra cosa que me ha llamado la atención es el nivel de ignorancia ¿En cuántas críticas a Alma de Javier Moreno o a Irse a Madrid de Manuel Jabois has visto aparecer el nombre de Umbral? No digo que sea un referente de cualquiera de los dos, sino, que simplemente rompe, de manera contundente, cualquier idea de “novedad” que se le pueda imprimir a estos dos libros. Curiosamente, en este aspecto, el no mencionar a Umbral, coinciden suplementos, revistas y blogs.
Por otro lado, también hay una actitud extraña que presupongo que se sostiene en llevar lo de la opinión subjetiva al terreno de la hipérbole, ya que muchas veces sueltan unas insensateces que se ahorrarían a) leyendo notas de prensa/consultando la web de la editorial u organismo en cuestión; o b) evitando usar datos contrastables para dar cuerpo a su opinión. Evitar el ridículo, en resumen.
JÓNATAN SARK: ¿Qué ridículo? La lectura crítica está en el tradicional nivel inexistente y la mayor parte de la gente no sería capaz de notar que el autor de un texto está hablando de un libro que no se ha leído. No digamos ya comprender las razones por las que una crítica puede dirigirse. Apostar por el Subjetivismo no es necesariamente malo, ni mucho menos, pero sí permite que el autor escriba lo que le de la gana, tenga relación o no con el tema. Del mismo modo que muchas veces se cree que el Objetivismo —no el ideológico, claro— significa rellenar una ficha como si fuéramos robots o, peor aún, poner notas, incluso despiezando las partes del libro: Trama 6, Construcción de Personajes 7, Tempo narrativo 4, Estilo 7, Legibilidad 8. No, no, no. Lo importante, creo yo, es llegar a alguna idea respecto al libro. Bien está que nos inspire una reflexión incluso sobre la cultura pop, pero más vale que tengas algo que decir sobre la obra en sí. De todas formas sospecho que el gran problema de la crítica está en que cada vez está más claro que es innecesaria, que sobra, a la gente en realidad le sobra, lo que quiere no es eso, es: ¿Me gasto en esto la pasta? ¿Me va a gustar? Lo que en tiempos le decía un amigo, un familiar o —en fin— su librero. ¡Ah, la soledad moderna, a que tristes situaciones nos abocas! Cuanto más tiempo pasa más me cuesta encontrarle una utilidad no prosaica a los suplementos y la crítica. De hecho, cada día me cuesta entender más qué es lo cultural en el periodismo cultural, pero teniendo en cuenta que en periodismo hay que ponerse una pinza para entrar… ¿Tú qué crees? ¿Qué habría que buscar en la crítica? ¿O qué es lo que el crítico cree que hay que ofrecer?
CARLOS ACEVEDO: Creo que no sólo se trata de una idea respecto al libro sino que también se trata del camino que te lleva a esa idea. A lo que me refiero con la hipérbole de lo subjetivo es a que se da mucho decir cualquier cosa y considerar que no es necesario justificarla/explicarla. Básicamente porque se basa en ideas tan peregrinas como que es es su opinión y todo el mundo tiene una o que sobre gustos no hay nada escrito (cuando lo más probable es que si lo haya, el problema es que no ha dado con ello) y bla blé blí.
Debo admitir que estoy de acuerdo contigo: la crítica, como funciona a día de hoy, es innecesaria. Lo cual implica pensar que no cumple sus funciones. Por tanto sería identificable como un remedo a la ausencia de crítica y este diálogo sería una especie de diálogo roto desde su punto de partida con el cual perder el tiempo de manera ilimitada. O algo, yo qué sé.
Personalmente, considero que la crítica es esa cosa que hace un señor o una señora donde pone en juego una serie de mecanismos para evaluar una obra, esos mecanismos pueden ser de todos los colores y sabores, pero han de estar manifiestos en el texto donde se expresa dicha evaluación y el resultado de la misma. No me interesa el yoamimeparece de todo el mundo, por tanto para que a mi me interese tiene que haber un aparato, un sistema, una articulación de sentido, lo que sea, aplicados a la obra en cuestión. Luego, lo que yo busco en la crítica es la puesta en cuestión que te acabo de comentar y, a partir de eso, una relación entre la obra y el paisaje literario en general. Y también del libresco, claro, porque la industrialización de la cultura también es un rasgo que se ha de mirar. ¿He respondido a tus preguntas? ¿Quieres que mencione algo más?
De todas maneras, no soy ningún talibán al respecto: hay muchos críticos meramente divulgativos cuya opinión me interesa. Incluso podría decir que mi gusto se ha forjado gracias a “dialogar” con ellos.
]]>Muchas gracias por vuestra presencia y gracias también a la fundación Lara por haberme dado la ocasión de estar hoy aquí, en tan buena compañía, para hablar de un tema que tanto me interesa como es el de la educación.
Comenzaré mis reflexiones a partir de dos textos de Ética para Amador, de cuya publicación conmemoramos los veinte años. El primero es del capítulo sexto (“Aparece Pepito Grillo”):
¿En qué consiste esa conciencia que nos curará de la imbecilidad moral? Fundamentalmente, en los siguientes rasgos: […]
d) Renunciar a buscar coartadas que disimulen que somos libres y por tanto razonablemente responsables de las consecuencias de nuestros actos
El segundo procede del capítulo noveno (titulado “Elecciones generales”):
Un régimen político que conceda la debida importancia a la libertad insistirá también en la responsabilidad social de las acciones u omisiones. Por regla general, cuanto menos responsable resulte cada cual de sus méritos o fechorías (y se diga, por ejemplo, que son fruto de la “historia”, la “sociedad establecida”, las “reacciones químicas del organismo”, la “propaganda”, el “demonio” o cosas así) menos libertad se está dispuesto a concederle. En los sistemas políticos en que los individuos nunca son del todo “responsables”, tampoco suelen serlo los gobernantes, que siempre actúan movidos por “necesidades históricas” o los imperativos de la “razón de estado”. ¡Cuidado con los políticos para quien todo el mundo es “víctima” de las circunstancias o “culpable de ellas”!
Estos dos textos los voy a cotejar con otros que van en dirección diametralmente opuesta. Uno de ellos es de Mónica Panting, de quien solo sé que es una psicopedagoga sudamericana:
Pero no es correcto hablar de niños con fracaso escolar. Lo único real es que hay niños con dificultades, las cuales pueden ser muy variadas. El fracaso escolar se produce cuando algo falla en algún punto del sistema educativo, y el niño con dificultades no es ayudado para superarlas. La culpa no es del niño. El niño es el eslabón más débil de la cadena. Primero porque es niño. Segundo porque ya hemos quedado en que es un niño que tiene dificultades. Tercero porque el niño no es un técnico ni en pedagogía, ni en psicología, ni es maestro, ni ninguno de los profesionales que, se supone, son quienes trabajan para enseñarle y conducir sus aprendizajes.
De este texto, la frase nuclear es, a mi juicio, “la culpa no es del niño”. Parafraseando la última cita de Ética para Amador, yo diría que se ha de tener mucho cuidado con los educadores para quienes el niño siempre es víctima de las circunstancias. Porque los educadores que consideran que los niños son siempre víctimas no están creando personas responsables, ni por lo tanto personas libres. Claro que el niño necesita ayuda de los adultos, igual que un enfermo necesita ayuda del médico, pero el enfermo que no obedece al médico no puede cuestionar el sistema sanitario, ni considerarse una víctima. Decir de un niño que tiene dificultades no es decir nada, porque nadie carece de ellas. No se aprende nada si no se adquieren unos hábitos de trabajo y una capacidad de prestar atención que no son naturales en el ser humano, y que en consecuencia no se pueden adquirir sin hacer ciertos esfuerzos ni superar muchas dificultades. Eximir de responsabilidades a un niño porque “no es un técnico ni en pedagogía, ni en psicología” es tan absurdo como si a un niño que está siempre comiendo dulces y no se lava los dientes se le exime de responsabilidad de su mala salud dental “porque no es un odontólogo ni un técnico en higiene bucal”. No hace falta ser médico para comprender la necesidad de ciertos hábitos de higiene, como no hace falta ser profesor para comprender que en clase se han de mantener unos modales y que todos los días se han de hacer las tareas escolares. Es cierto que un niño puede no estudiar debido a que una cierta patología se lo impide. Las patologías existen, y deben ser tratadas. Es imposible estudiar, por mucha fuerza de voluntad que se ponga, cuando te duelen las muelas o cuando tienes una depresión de caballo, pero es importantísimo distinguir los defectos de las patologías. En primer lugar, por lo que se ha dicho antes, si a un niño no le acostumbran a reflexionar sobre los defectos que sí están en su mano superar, porque “el niño no tiene la culpa”, nunca se convertirá en una persona responsable. En segundo lugar, porque quien es tratado de una patología que no tiene es muy posible que acabe teniéndola, igual que el hipocondríaco que está tomando medicinas que no necesita termine enfermo de verdad. Hoy existe un exceso de psicologismo, en parte por dar sentido a la multitud de expertos, orientadores, pedagogos y psicólogos que pululan en muy excesivo número por centros educativos, y en parte por esta corriente que pasa por progresista, pero que en mi opinión es absolutamente reaccionaria, que tan bien se transparenta en el texto anterior: “el niño no tiene la culpa”. En casos de agresiones se ha tratado con tantos miramientos al alumno agresor que el agredido ha tenido que cambiar de centro. Quien agrede a un semejante es una mala persona, y ser mala persona no es una enfermedad. El agresor podrá ser un inmaduro, pero no actúa movido por impulsos absolutamente incontrolables. Sabe que está haciendo mal. Prueba de ello es que nunca se ha dado el caso de un alumno que vuelve a casa todos los días lleno de magulladuras porque se mete con quienes son más fuertes que él. No, frente a los más fuertes recupera la cordura y controla sus impulsos agresivos con una gallardía ejemplar. Y es mucho más digno, y mucho más educativo, ser sancionado por portarse como una mala persona que ser tratado como un pobre tonto que no sabe lo que hace. El texto que escogí no es en absoluto excepcional. A continuación viene otro de José Gimeno Sacristán, uno de los más representativos ejemplares de la Secta Pedagógica:
Hemos hecho ingresar en el sistema educativo toda la población hasta los 16 o más años, pero internamente hay algo que falla porque la gente no desea la escolaridad, la ve como un castigo. Esto ha dado lugar a mantener últimamente esta teoría conservadora y reaccionaria del esfuerzo como motivo pedagógico siguiendo los mandatos jesuíticos pero desligados de la tradición jesuítica en la historia. Esta teoría del esfuerzo es una de las conquistas regresivas más importantes que ha tenido el pensamiento educativo con reflejo en la opinión pública de los últimos años. El problema se ha simplificado ocultando la realidad negativa y diciendo que a nuestros alumnos lo que les hace falta es esfuerzo. Así podríamos mejorar la sanidad rápidamente diciendo que los médicos hagan más esfuerzo, y la política se podría mejorar sensiblemente si los políticos hicieran más esfuerzo, pero si hacen más esfuerzo tal y como van la cosa no irá por mejor camino, entonces el esfuerzo depende del servicio de sobre a qué causa se pone, y a la causa sobre la que se pone el servicio de la escolarización no es la que despierta pasiones a los estudiantes, que es otro de los problemas de nuestra situación.
(De “La educación que aún es posible”)
He de reconocer que algunos párrafos escapan a mi comprensión, pero esto me sucede con frecuencia con los textos de los pedagogos. Con todo, hay algo que sí he podido entender: hablar del esfuerzo es reaccionario. Para disimular la importancia del esfuerzo, lo envuelve en un lugar común: “Si todos nos esforzáramos más, las cosas irían mejor”. Efectivamente, así es, pero esa frase manida no puede servir para ocultar algo importantísimo: inculcar la necesidad de esforzarse es esencial en la educación de las persona, no es algo accidental ni periférico. Sin esfuerzo no hay aprendizaje, ni instrucción, ni valores. Supone un esfuerzo madrugar todos los días para ir al instituto, supone un esfuerzo escuchar una explicación que nunca podrá ser tan amena como una película, supone un esfuerzo hacer las tareas escolares, supone un esfuerzo ayudar a un compañero al que le cuesta más de lo normal estudiar porque está pasando una mala racha, supone un esfuerzo superar una mala racha aunque recibas ayuda de los compañeros, supone un esfuerzo levantarse para ceder el asiento a una persona anciana. Y es un esfuerzo del cual nadie puede abdicar ni en el cual nadie nos puede suplantar. Es cierto que por circunstancias sociales adversas algunos tienen más dificultades que otros para estudiar, y el esfuerzo que tienen que hacer es superior al que precisan otros compañeros más afortunados. Esto es injusto, pero no hay otra alternativa: o hacen ese esfuerzo suplementario, o nunca superarán esas circunstancias adversas. Esto lo explicó muy bien Barak Obama en una alocución que dio en la escuela secundaria Wakefield, en Arlington. Con un fragmento de este discurso quiero terminar mi intervención:
He dado muchos discursos sobre educación. Y he hablado mucho sobre responsabilidad. He hablado sobre la responsabilidad de vuestros profesores para inspiraros y haceros estudiar, sobre la responsabilidad de vuestros padres para que permanezcáis encarrilados, hagáis vuestros deberes, y no paséis todo el tiempo frente a la televisión. He hablado mucho sobre la responsabilidad del gobierno para elevar los niveles, apoyando a los profesores, y mejorando aquellas escuelas donde los estudiantes no tienen las oportunidades que merecen.
Pero podemos tener los profesores más entregados, los padres que más os apoyen y las mejores escuelas del mundo, y todo ello será inútil si vosotros no cumplís con vuestras responsabilidades, asistís a esas escuelas, ponéis atención a esos profesores, escucháis a vuestros padres y trabajáis todo lo duro que hace falta para triunfar.
[…]
Quizás no tenéis adultos en vuestra vida que os den el apoyo que necesitáis. Quizás alguien en vuestra familia ha perdido su trabajo, y no hay suficiente dinero. Quizás vivís en un vecindario donde no os sentís seguros, o tenéis amigos que os presionan para desviaros del buen camino. Pero al final, las circunstancias de vuestra vida no son una excusa para descuidar vuestros deberes escolares o tener una mala actitud. No es excusa para ser groseros con vuestro profesor, hacer novillos, o abandonar la escuela. No es excusa para no intentarlo.
———————-
Este es el texto de la intervención de Moreno Castillo en la mesa redonda que tuvo lugar el 13 de julio del 2011 en el Escorial una mesa redonda para conmemorar los veinte años de la publicación de la Ética para Amador, de Fernando Savater. En la mesa redonda participaron Aurelio Arteta, Salvador Valdés, el propio Savater y Moreno Castillo.
En el seno de una conversación informal sobre el paupérrimo nivel de la crítica literaria en España, tanto en medios convencionales como en Internet, desde Libro de Notas propusimos a dos de nuestros colaboradores, Carlos Acevedo y Jónatan Sark, que dialogaran sobre el estado de la crítica nacional en la actualidad y sobre cuál sería un estilo de crítica “ideal”. Luego han hablado de lo que les ha parecido a ellos. Cosas de dejarles solos sin moderador.
CARLOS ACEVEDO: Oye, Sark, ¿tú crees que en España existe algo que merezca el nombre de crítica cultural? En plan general, claro.
JÓNATAN SARK: Existen aproximaciones, diría yo. Muchos se escudan en que es Periodismo Cultural pero no Crítica, o que es Crítica cuando es Reseñismo, porque —y ese es para mí el problema— sí existen aproximaciones al tema de La Cultura pero sólo en momentos limitados y discutibles se puede hablar de Crítica. Entre otras cosas porque incluso cuando consideramos los textos negativos sobre una aproximación cultural es más fácil que se deba a una vendetta entre grupos o al puro revanchismo, del mismo modo que un texto positivo suele deberse a la acción publicitaria o el amiguismo. Y luego están los Marginales, la gente que en la Red —por aquello del espacio— tratan de hacer Crítica Cultural y que de manera no tan sorprendente van cayendo en la imitación de lo que ven. De manera que al imitar algo que no es Crítica Cultural crean extraños monstruos por aproximación. Esa es mi visión del asunto, desde el optimismo.
CARLOS ACEVEDO: Creo que comparto tu visión, al menos en principio y un poco menos desde el optimismo. Es decir, que no comparto lo de las aproximaciones. Básicamente porque implica establecer un baremo de sospecha que hasta cierto debilita el pacto de lectura. Con baremo de sospecha me refiero a esa serie de preguntas que se hace un lector o así para quitarle cualquier valor a lo que lee. Por ejemplo, apunta a que el autor del libro está con tal autora que ya pertenece a tal grupo, etc. Vamos, que es la manera conspiranoide de leer la cultura, cosa que también pasa con las subvenciones y otras lindezas como los premios, ¿no? Supongo que no estarás del todo de acuerdo, pero creo que la inexistencia de la crítica, en prácticamente todas sus formas, tiene que ver con una dinámica cultural determinada por el mercado y por lo que Guillem Martínez llama la CT (Cultura de la Transición): una dinámica que elimina tensiones y aplaza polémicas. Lo cuál me lleva a hacerte otra pregunta ¿crees que sería posible una idea de crítica donde las tensiones no derivaran exclusivamente en la sospecha? ¿Qué tendría que hacer un crítico para ser respetable, para ganar capital simbólico que le permitiese cumplir su rol sin la sospecha constante?
JÓNATAN SARK: Si lo prefieres lo llamamos deformaciones y no aproximaciones. Pero tampoco parece muy claro cómo podría ser optimista. ¿Es la CT o es la Industrialización? O la Comercialización. Porque lo cierto es que no tenemos una Industria cultural, como mucho un Tenderete. Así que hace falta algo organizado y que no cree muchos problemas.
Pero el caso es que SÍ hay críticas negativas. Porque en esto, como en todo, se montan bloques, grupos, broncas. Muchas veces no se sabe —fuera de los respectivos mundillos, claro— pero sí se nota la animadversión y el revanchismo. El problema es que eso tampoco es crítica. Precisamente porque la crítica lleva un respeto aparejado que no suele darse, aceptando que podemos considerar que un Crítico puede ser interesante aunque no nos de la razón o no opine lo mismo —o en sintonía— que nosotros. Precisamente porque el Prestigio, como el Respeto, no se tiene a priori sino que se gana, se acumula, y puede perderse en cualquier momento o con malas decisiones. De manera que para ganar el Capital de respetabilidad lo que hace falta aquí, como en todas partes, es realizar el trabajo con hornadez y probidad, durante años. Porque, como siempre, es más fácil destruir que crear. El problema es que para aguantar a esos críticos hace falta una infraestructura que mantenga a todos, a los creadores, a los críticos y los aparatos teóricos. Fíjate en el cómic, por ejemplo. Ahora bien, podríamos discutir si la existencia que articulara una Crítica Cultural debería ser desde la Academia, desde el Tenderete o en Posiciones Libres. Es una pena, pero todo lo que debería ser colaborar termina siempre en guerra de guerrillas.
CARLOS ACEVEDO: ¿Consideras que lo de Echevarría, el caso Echevarría, supuso un caso de honradez y probidad? Yo no estoy del todo seguro de que lo haya sido, bueno, si que lo fue, pero finalmente recaen en manos del grupo PRISA, quienes en definitiva se pusieron en entredicho. Lo curioso, en cualquier caso, es que más allá del particular, Babelia no hizo ningún esfuerzo por esclarecer su posición, ni arramblar el hecho. En fin.
JÓNATAN SARK: Porque, de hecho, fue un caso de incompetencia editorial. El Tenderete es lo que tiene. La falta de Industria que controle las ideas económicas, el Capitalismo, hace que un crítico se asigne al autor equivocado. Un crítico de la línea dura, usado para los otros —en este caso Planeta habitualmente— recibe una crítica de un niño mimado de la casa. Y, claro, nadie se lo lee antes de montarlo con lo que el daño sale a la calle. Sale porque lo mismo que se hace de cambiar reseñistas o asignar discretamente se hace a la vista de todos. No, el caso Echevarría no fue la probidad o la honradez, fue la estupidez de la organización. Y sirvió para que se pudiera demostrar al gran público, especialmente a los lectores de Babelia, que la ilusión de una crítica real y justa era, básicamente, una ilusión. Lo que pasa es que el tiempo es muy malo, los lectores son peores, y en unos meses —¡o antes!— habían olvidado el bochorno. ¿Qué credibilidad puede tener el Babelia ahora? ¿Cuál podría tener desde que Juan Cruz modificó el suplemento en el que pontificaba Conte por un Boletín de Novedades del Grupo y sus Allegados —especialmente el Hermano Más Listo de Dios— ¿Cómo se podría recuperar esa Confianza que —como decía antes— ha dilapidado públicamente por su propia estupidez?
CARLOS ACEVEDO: Con lo de Echevarría si hay, al menos, valentía. Luego no sé como se come eso, y seguramente él tampoco lo sabía en aquel momento, pero el relato de ese evento es curiosísimo.
La credibilidad del Babelia es nula, aunque cada tanto ponen a un crítico mas o menos experimentado a destruir alguna novela de una, ejem, independiente. El caso de Suonmelinna de Javier Calvo, que fue criticada por Ana Rodríguez-Fischer. Una persona a la que evidente no le iba a complacer la apuesta de Calvo, no porque lo diga yo, sino porque a lo largo de su carrera como crítico —entre lo que destaca una etapa brillante en el ABC en los primeros dos miles y el libro Ronda Marsé que editó Candaya— nunca ha manifestado amenidad hacia ese tipo de escritura, digámoslo así, poco castellana o agramatical. A mi, por ejemplo, ese tipo de cosas me despiertan sospechas. Básicamente porque no hay cojones de dejarle a Guelbenzu, por decir algo, Corona de Flores de Javier Calvo. Es el mismo autor, pero bajo otra editorial, una más grande y que se deja más pasta en publicidad. Bien, pues esa novela, que a mi juicio es un desastre hacia su último tercio, y eso es básicamente porque no sabe resolver lo que él mismo se ha impuesto a nivel de trama. Una cosa que Guelbenzu habría detectado con solvencia y savoir fare, es reseñada por otro, por uno que simpatiza con una idea de Narrativa que muy rara vez pone en cuestión el funcionamiento de la misma, por decirlo de manera suave.
JÓNATAN SARK: Lo de Echevarría tiene el problema de que no fue una denuncia a priori, no discutió con otro crítico por disparidad de opiniones, tampoco fue algo hecho discretamente a lo que pego el altavoz. Le echaron y entonces armó la bronca.
Lo de los críticos, como te decía, de tanto en tanto destrozan algo. A veces uno destroza y al poco sale otro a defenderlo. Pasó con El nombre del viento, que tenía al cabo de un par de meses un recuadrito de Rosa Montero alabándola. Quizá por sus propios motivos, quizá porque era la apuesta de RHM de la temporada. Lo mismo pasa con el resto, sea El Cultural, el ABC o lo que tocara. Al menos las revistas de cine montan el teatrillo de las opiniones contrapuestas. Aquí no son capaces ni de eso.
CARLOS ACEVEDO: Si, tienes razón. De todas maneras, tengo la impresión de que la sospecha no es sana o que llegará a un punto en el cual será imposible de revertir. Incluso si existiese esa infraestructura que mencionas. Sobre todo teniendo en cuenta de que no hay arrebatos éticos en ningún sitio. Con arrebatos éticos me refiero a que un critico por sus cojones decida no hacer critica de algún libro editado por una editorial en la que edita/trabaja. Y ni hablar de las entrevistas entre amigos, jeje, que intentan disimular la relación. Es curioso, porque ahora parezco un moralista. De todas maneras, y antes de seguir ¿podrías definir que entiendes por la infraestructura imposible que mencionas?
JÓNATAN SARK: Era lo que hablaba antes. Hay tres aspectos: el Académico, el Tenderetesco y el Libre; por tanto debería haber —de hecho hay— revistas o crítica Académica, lo mismo desde el Tenderete y desde posiciones Libres. El problema está en que las Académicas hablan o de libros e historias que están perdidos en el tiempo y la memoria, o de obras impulsadas por nuestra querida endogamia —seremos buenos y lo dejaremos ahí— o, peor aún, de buenos artículos sobre libros, autores o corrientes pertinentes escondidos en la pequeña distribución y la nula, digamos, publicidad.
El Tenderete tiene sus tentáculos hechos en cuchipanda, cosas como Planeta poseyendo un periódico con su sección cultural, Alfaguara otro, el resto controlando con los anuncios o con los envíos a críticos —a ver si alguien es capaz de explicarme cómo pudo entrar en la lista de Babelia de los 10 mejores libros del año un tocho de 3580 páginas como Historia de mi vida de Casanova que había salido en Atalanta como menos de dos meses antes. Es decir, sin tiempo físico para que lo pudieran haber leído. Eso sí, cuesta 120€ el estuchito con los dos volúmenes— pero todo con ese aspecto de bajos fondos, de hacer las cosas demasiado a las claras. No hay un rigor ético o el más mínimo interés en que no se le note lo relacionado que está con la parte empresarial, no digamos ya los lazos de amistad: Almudena Grandes con Rafael Reig con Marta Sanz con etc…
Finalmente los Libres tienden a repetir tanto esos tics —o, peor aún, a limitarse a destacar para acabar logrando un puesto acomodaticio en algún suplemento o similar— que su utilidad está incluso más bajo sospecha. Y yo lamento que parezca que sospechar de los que hacen crítica es una idea paranoica pero, ¿cómo deberíamos entonces protegernos? ¿No da eso pábulo a todos los críticos que no aceptan una crítica? No sé si lo has notado pero hay muchos escritores de suplemento que no aceptan que su docta opinión sea puesta en entredicho.
CARLOS ACEVEDO: Hombre, claro. De hecho recuerdo con particular cariño una vez que Patricio Pron, que me parece un crítico medianamente sensato aunque digno eje de sospecha, decía, respecto a Vicente Luis Mora algo así como “¿qué se puede esperar de un abogado sin estudios de filología?”.
JÓNATAN SARK: ¿Al tipo que usa monoparentales sin saber lo que significa le preocupaba de Vicente Luis Mora eso? Aunque yo pensaba más en un Boyero desatado porque le llevaban la contraria. Ah, esa épica de la bronca Boyero-Almodóvar con Borja Hermoso como eje central de la trama al haber sido El País el que le colocó de Jefe de cultura y el que trae a Boyero desde El Mundo, molestando así al Amiguito de Prisa que siempre ha sido Almodóvar. Que, por cierto, la facilidad para pasar de periódicos de izquierdas a derechas, de un suplemento a otro y, en un descuido, a ninguno, como si la Cultura fuera un único campo en el que pastan las vacas, es otro ejemplo del descacharrante mundillo cultural en que vivimos.
CARLOS ACEVEDO: Sí, pero eso es una especie de marca de la casa, ¿no? Lamento usar el trademark CT (Cultura de la Transición), pero precisamente apunta a eso. La cultura es cualquier cosa que no plantea conflictos con la realidad. Lo otro, no son mas que apreciaciones estéticas, digamos, que, como bien sabes, son concebidas por el publico como eso sobre lo que no hay nada escrito.
JÓNATAN SARK: Es que ese es un punto en el que no estoy de acuerdo sobre la CT. Sí, existen broncas culturales, estúpidas en su mayor parte, pero son esas broncas que duran y perduran: que si Tapies o el de turno no es más que un sinvergüenza, que si los del cine son Titiriteros que se quedan con nuestro dinero, que si determinada película —una al azar: La pelota vasca— es buena, mala o pasteurizada. Y eso por poner las de Cultura vs. Sociedad y no las del mundillo cultural que suelen ser por dinero o celos. Que si esta editorial, que si los otros, que le diste la cátedra, el viaje, el despachito en Nueva York, en fin. Yo no les veo tan inocentes. Lo que no significa que esas broncas fueran o tuvieran una finalidad intelectual, o que hubiera algo interesante detrás. Del mismo modo que las broncas de política no suelen ser tanto en fondo como concatenaciones de y tú más y una lucha de demagogias. Así que quizá el problema es la parte de la Transición y no la Cultura.
CARLOS ACEVEDO: Y tú, ¿como conceptualizas la cultura? El otro día me lo pase muy bien enterándome de que la cultura, y por ende el debate en los contornos, era algo que pasaba en las cenas y en las mesas redondas.
JÓNATAN SARK: ¿Conceptualizar? Para mí la Cultura es. Luego ya está el resto, la Academia, el Tenderete. Lo que decía un clásico, quizá Nabokov: Escribo para mí pero publico por mi editor. Algo así era. El asunto es que existe por un lado la Cultura —y aquí entra todo, no se puede despiezar en Esto es Alta, Esto es Baja, salvo desde el convencimiento de ser Intelectualmente Superior— y por otro lado su Monetarización, el convertir la Cultura en Dinero, el Difundir el productor cultural y, por supuesto, el Tenderete. Lo que pasa es que hay muchos que juegan a las dos barajas, a la Cultura y a la Difusión, a su faceta pública si lo prefieres. Por eso las críticas, apostillas y batallitas se comenta en los márgenes y parece que hay gente que no es capaz de decir lo que piensa si no hay alguien que se lo pueda echar en cara. Ojo, eso no significa que todas las críticas —positivas, negativas, tanto da— sean falsas. Julián Clemente pone muy bien cientos de cómics de Marvel que a casi todo el resto de la humanidad le horrorizan, pero es porque él realmente cree que son buenos. Casi prefiero esa opinión a la de los que dejan mal cualquier pieza porque, en fin, no es comparable. Peor aún cuando deciden defender irónicamente algo, ya sea Amar en tiempos revueltos o las novelas de detectives pulp usando la nostalgia como rehén exculpatorio.
CARLOS ACEVEDO: Ah, bueno, pero eso es otro tema. ¿No? Y aún susceptible de sospecha. Pero creo que me estoy desviando o desviando el debate. Perdon.
JÓNATAN SARK: Es que nos hace falta un moderador. Claro. Tengo cierta facilidad para divagar.
CARLOS ACEVEDO: Y yo para abstraerme… Pero oye, volvamos un poco a lo de antes. Empecemos, pues, a desentrañar esos tres aspectos que enuncias. Empecemos por el Académico. Mi vision del infierno Académico es pésima, básicamente porque es un ámbito poco dado al debate y sobre todo que tiende a resumir sus funciones en poner un sello, en hacer de guardián de, por ejemplo, la filología. Tú ya has pasado por la carrera, que se supone es un lugar donde te dan las herramientas para hacer análisis. ¿Te sirvieron de algo esas herramientas? Yo lo único que he aprendido, en dos años, y por cansancio o repetición, es que no me tengo que pelear con según que profesores si quiero quedarme currando en la universidad. También he aprendido que hay algo parecido a los ojeadores en el fútbol, es decir, académicos que prestan particular atención a los chavales de los primeros años. Tipos y tipas que en general valoran dos cosas: capacidad de trabajar sin generar preguntas y de seguirle de la manita a los profesores. Dicho esto, dudo de las cualidades de las publicaciones académicas, aunque, claro, no necesariamente de todos aquellos que publican en publicaciones académicas.
JÓNATAN SARK: Hesse ahora: Sólo aprendí Latín y Mentiras. Y el Latín lo traía de casa. Te preparan para que hagas dos cosas: Prepararte para la investigación, aunque no haya plazas para investigadores, y dar la razón a los profesores. Por eso puedes tener dos con opiniones contrapuestas sobre un tema y como hay Criterios de Corrección más te vale que aciertes quien opina qué porque aquí no se trata de investigar o probar, se trata de leer sus libros y darles la razón. Las publicaciones académicas tienen, con algo de suerte, un poco más de libertad, pero tan lastradas por La forma adecuada de hacer las cosas y su corto alcance que es útil sólo para ganar puntos en las Universidades. De manera que, como forma de lograr puntos, acaba siendo otra forma de alinear y alienarte.
CARLOS ACEVEDO: A mi al respecto me han llamado la atención dos cosas. Una de ellas la decía Antonio Orejudo en una entrevista acerca de su ultimo libro y en la que hablaba del ninguneo que persiste entre la Academia hacia las publicaciones divulgativas; y la otra, que se la leí a Eloy Fernández Porta hablando con José Luis Pardo, donde ponía en cuestión que en aquella obra magna de la filología de Francisco Rico, esos doce tomos mas anexos que son la Historia de la Literatura Española, no hubiera un intento de generar un criterio unívoco. Que ya sabemos que es complejo, pero de ahí a que en una obra existan tal cantidad de contradicciones obliga a replantearse un poco la función de la Academia, no? (Por cierto, te has leído lo ultimo de Jordi Llove? Se llama Adeu a la Universitat y va desgranando cosas de estas, no tengo ni idea de si ha salido ya en español)
JÓNATAN SARK: No, no lo he leído, no debe haber salido en español. Pero me lo creo, claro. Nada de lo que vi en la Universidad: su extraña meritocracia de pandilla, su pasión por eliminar la disensión, me sorprendería. De hecho, me sorprendería que hubiera cambiado o mejorado. La Academia es uno de los tres puntos que habría que intentar cambiar para lograr mejorar el Estado de la Cultura.
CARLOS ACEVEDO: ¿Pero le ves algún cambio posible a mediano plazo? Curiosamente, los pocos estudiantes que he visto que tienen una idea más o menos diferente de lo que es la universidad tienen muy claro que se han de ir del país para desempeñarse como profesionales, al tiempo que no participan de ninguna de las gestiones del tipo asambleas (aunque, claro, cuando vez que los capos de las asambleas no quieren hablar nada mas que de tomarse la rectoría, tampoco es que den muchas ganas de presentarse). Por otro lado, esto también podría ser producto de: a) el estado precario de los profesores adjuntos; y de b) el intento de potenciar las materias practicas, con el perjuicio que ello implica para las humanidades. La novela de Orejudo, en ese sentido, y en muchos otros, da miedo. Quizás por eso es tan graciosa…
JÓNATAN SARK: Es que la novela de Orejudo tiene tan poco de ficción que resulta complicado explicar a los ajenos cómo o por qué es aterradora. Pasar por la Universidad teniendo una mente mínimamente crítica le quita a uno las ganas de acercarse a un puesto público de responsabilidad. ¿Cómo arreglar esto a medio plazo? Ni idea. Si algo sabemos gracias a las literaturas nacionales es que en todas partes cuecen habas, piensa en los libros de Barnes, Sharpe o el Lucky Jim de Amis… El problema es que allí por lo menos hay un pomposo grupo de gente inteligente, aquí puedo contar con los dedos de una mano los profesores realmente buenos que tuve. Alguno de los cuales acababan de llegar o habían pasado largas estancias en universidades extranjeras. ¿Qué cambiamos para evitar la endogamia? ¿Cómo se modifica? Porque, una vez más, empeorar algo es sencillo, pero arreglarlo después tiene el problema no ya de sacar la ley sino de vencer la resistencia de la propia Universidad.
Sorprendentemente parecen compartimentos estancos. La Academia por un lado, el Tenderete por otro. Hasta el punto que las prebendas del Tenderete parecen extraAcadémicas, becas, estancias, institutos e instituciones pero no puestos Reales.
CARLOS ACEVEDO: Sí, es que las prebendas son extraAcademicas, incluso teniendo en cuenta el gasto al interno de las facultades, que prefieren invertir en que vaya el escritor famoso de turno antes que financiar a un participante de un congreso. Por no hablar de que la posibilidad de participar en un congreso tiene relación directa con la buena relación que mantengas con la gente del departamento, etcétera. Luego, también se dan cosas bastante surrealistas, no sé como ves lo de Jordi Llovet. Un tipo que es mencionado en reiteradas ocasiones por Javier Marias y Enrique Vila-Matas, es decir, un tipo que tiene mucho que ver con lo que sucede en la actualidad literaria española, y es de los primeros que la Academia se saca de encima con una pre-jubilacion un poco rara. Bueno, una pre-jubilacion Bolonia, por decirlo de alguna manera.
JÓNATAN SARK: Lo raro es que queden incómodos por eliminar. Pero el asunto es, ¿tiene realmente sentido criticar la falta de una formación Académica cuando se está demostrando que es casi más inteligente ir por libre? Es decir, ¿por qué tendría que esperar o exigir una formación Académica antes que una formación Intelectual, como si fuera no ya la única manera sino, incluso, contrapuesta? No desprecio, claro, la sistematización que un plan o un buen profesor puede lograr pero me temo mucho que conocer a cinco buenos profesores no justifica perder un lustro jugando al gato y al ratón en un Instituto venido a más. Piensa en los periodistas, de hecho, ¿están mejor preparados los de toda una carrera o los del famosísimo Máster? Y ya que en ello estamos, ¿no indica una dejación de lo público —que ni prepara ni repara en el mundo real— frente a lo privado?
CARLOS ACEVEDO: Hay dos cosas. Yo pensaba como tú. Bueno, pienso como tú. Considero que es mucho mejor ir por libre, si, mucho mas inteligente. Pero en los dos años que llevo de universidad me he topado con que la gente con mayor capacidad ha llegado a la Universidad a aprender. Es sonrojante ver como traducen esa necesidad o vocación por el aprendizaje en una desidia incontrolada que los obliga a ir por libre pero, eso si, sin ningún tipo de preparación. Por suerte, claro, aparecen esos cuatro o cinco profesores buenos de rigor que ayudan un algo pero tampoco es suficiente en cuanto a la relación que estableces entre lo publico, lo privado y el mundo real. Personalmente, no puedo mas que sentir miedo y algo de asco. Debo admitirte, también, que no ayuda demasiado lo que esta pasando ahora en Madrid o en Santiago. En ambos sitios se esta disputando, precisamente, la relación de lo publico con el mundo real. Y, curiosamente, el periodismo no ha brillado por su capacidad de ver la realidad. Tengan o no tengan Masters, las mejores interpretaciones de la realidad vienen de gente de otras áreas académicas. Por no hablar de los que, siguiendo las directrices del grupo que sea, han decidido lisa y llanamente dejar de informar. Yo soy de los que piensan que todo esto que estamos hablando tiene que ver con la educación. Y claro, con el paisaje de fondo, tú mas, que estas en Madrid, el balance hacia el futuro se hace más cuesta arriba. No sé cómo lo ves… Quizás ya me he ido demasiado del tema.
]]>Muchos estadounidenses saben que su país no es una democracia sino una “corporatocracia”, en la que nos gobierna una sociedad de empresas gigantes, la élite extremadamente rica y los funcionarios de un gobierno que colabora con las corporaciones. Demasiados de nosotros hemos sido pacificados por la cultura y las instituciones creadas por la corporatocracia.
Algunos activistas insisten en que este problema de pasividad política está originado por la ignorancia de los estadounidenses debido a la propaganda de las corporaciones en los medios de comunicación, y otros afirman que la pasividad política está causada por la incapacidad de organizarse debida a la falta de dinero. Sin embargo, las encuestas muestran que en los asuntos importantes de nuestro tiempo —desde guerras sin sentido hasta los rescates de Wall Street, la evasión fiscal de las empresas o el atraco de las compañías de seguros sanitarios— la mayoría de estadounidenses no ignoran la realidad de que les están jodiendo. Y la historia americana está repleta de ejemplos organizativos —desde el Ferrocarril Subterráneo a la Gran Revuelta Populista1, la sentada de huelga en Flint, las huelgas espontáneas de hace una generación— de rebeldes con éxito que tenían poco dinero pero muchas agallas y solidaridad.
La élite se pasa la vida acumulando dinero y tienen el poder financiero para sobornar, dividir y conquistarnos al resto. La única forma de vencer al poder del dinero es con el poder del valor y la solidaridad. Cuando recuperemos nuestra solidaridad y nuestras agallas, podremos elegir —e implementar— sabiamente estrategias y tácticas consagradas que los pueblos oprimidos han usado desde siempre para derrotar a la élite. Entonces, ¿cómo recobramos nuestras agallas y solidaridad?
1. Crear los “ladrillos” culturales y psicológicos para los movimientos democráticos.
El historiador Lawrence Goodwyn ha estudiado movimientos democráticos como el de “Solidaridad” en Polonia, y ha escrito exhaustivamente acerca del movimiento populista en los Estados Unidos que tuvo lugar a finales del siglo XIX (lo que él llama “el mayor movimiento democrático de masas en la historia americana”). Goodwyn concluye que los movimientos democráticos son iniciados por personas que ni se resignan al status quo ni se dejan intimidar por el poder establecido. Para Goodwyn los ladrillos culturales y psicológicos de los movimientos democráticos son el respeto individual a uno mismo y la confianza de la colectividad en sí misma. Sin lo primero, no creemos que seamos dignos del poder o capaces de utilizarlo sabiamente. Sin la segunda, no creemos que podamos tener éxito en la lucha para quitarle el poder a nuestros gobernantes.
Así pues, es el trabajo de todos nosotros —desde padres a estudiantes, a maestros, a periodistas, al clero, a los psicólogos, a los artistas y a TODO el que le importa algo la democracia genuina— crear el respeto individual a uno mismo y la confianza de la colectividad en sí misma.
2. Enfrentarse y transformar a TODAS las instituciones que han destruido el respeto a uno mismo y la confianza de la colectividad en sí misma.
En “Arriba, Levántate” detallo doce áreas principales, institucionales y culturales, que han roto el espíritu de resistencia de la gente, y todas ellas son “campos de batalla para la democracia” en los que podemos luchar para recuperar el respeto propio y la confianza colectiva:
Como hizo notar Ralph Waldo Emerson: “Todo lo que hacemos es correcto e incorrecto a la vez. La ola del mal inunda a todas nuestras instituciones de igual forma”.
3. Ponerse cada día, en todos los aspectos, del lado de los anti-autoritarios.
Podemos recuperar nuestro propio respeto y fuerza si recuperamos nuestra integridad. Este proceso requiere una transformación personal que supere nuestro sentido de impotencia y luchar por aquello en lo que creemos. La integridad incluye actos de valor que resistan a todas las autoridades ilegítimas. Debemos reconocer eso en prácticamente cada aspecto de nuestra vida diaria, podemos estar o bien en el lado del autoritarismo y la corporatocracia, o en el lado del anti-autoritarismo y la democracia. Específicamente, podemos cuestionar la legitimidad del gobierno, de los medios, de los religiosos, de las autoridades educativas y de otras autoridades en nuestras vidas, y si decidimos que una autoridad no es legitima, podemos resistirla. Una grandísima parte de la solidaridad viene de ayudar a otros que están resistiendo a las autoridades ilegítimas en sus vidas. Walt Whitman lo tenía muy claro: “Resistir mucho, obedecer poco. En cuanto deje de ponerse en duda la obediencia, seremos totalmente esclavos”.
4. Recuperar la moral pensando más críticamente sobre nuestro pensamiento crítico.
Mientras que necesitamos el pensamiento crítico para cuestionar con efectividad y desafiar a la autoridad ilegítima —y para seleccionar sabiamente las mejores estrategias y tácticas para derrotar a la élite—, el pensamiento crítico puede revelar algunas verdades incómodas acerca de la realidad, lo que puede resultar en derrotismo. Así, los pensadores críticos han de pensar igualmente con crítica acerca de su derrotismo, y darse cuenta de que puede amputar la voluntad y destruir la motivación, perpetuando así al status quo. William James (1842-1910), el psicólogo, filósofo y activista político ocasional (miembro de la Liga Antiimperialista que, durante la Guerra Hispano-Estadounidense dijo: “¡Que Dios maldiga a los EEUU por su vil conducta en las Islas Filipinas!”) tenía un historial de pesimismo y depresiones graves, que inyectó gasolina a parte de su enorme sabiduría sobre cómo superar la inmovilización. James, un pensador crítico, tenía poco estómago para lo que llamamos ahora “pensamiento positivo”, pero también llegó a entender cómo perder la fe en una posible victoria puede garantizar la derrota. Antonio Gramsci (1891-1937), un téorico político italiano y activista del marxismo que fue encarcelado por Mussolini, llegó a las mismas conclusiones. La frase de Gramsci “el pesimismo del intelecto, el optimismo de la voluntad” ha inspirad a muchos pensadores críticos, incluyendo a Noam Chomsky, para mantener sus esfuerzos ante los desafíos difíciles.
5. Devolver el valor a la gente joven.
La corporatocracia no sólo ha diezmado el movimiento sindical obrero de los EEUU, además ha roto casi totalmente el espíritu de resistencia entre los jóvenes estadounidenses —un logro incluso más terrorífico—. Históricamente, la gente joven sin responsabilidades familiares se han sentido más libres para desafiar a la autoridad ilegítima. Pero el sistema educativo de los EEUU genera miedo, vergüenza y deudas —los asesinos del espíritu de resistencia—. “No Child Left Behind”, “Race to the Top”2 y la tiranía de los exámenes estandarizados resultan en el tipo de miedo que destroza la curiosidad, el pensamiento crítico y la capacidad de resistir constructivamente a la autoridad ilegítima. Los maestros, los padres y los estudiantes rebeldes —de diversas formas, abiertas y encubiertas— ya han dejado de aceptar la escolarización corporatocrática. También hemos de dejar de avergonzar a gente joven e inteligente que rechazan ir a la Universidad, y en lugar de eso debemos recrear una economía que respete todos los tipos de inteligencia y educación. Mientras que la corporatocracia explota los préstamos estudiantiles, tanto para rascar en el dinero fácil como para romper la resistencia de los jóvenes, el resto de nosotros tiene que rebelarse contra esos préstamos a estudiantes y la servidumbre por contrato. Y los padres y los profesionales de la salud mental tienen que dejar de modificar el comportamiento y de medicar a jóvenes que están resistiéndose a la autoridad ilegítima.
6. Concentrarse en campos de batalla democráticos en los que la élite corporativa no tiene esa gran ventaja financiera.
El énfasis de muchos activistas está en la política electoral, pero la élite tiene una enorme ventaja en este campo de batalla, donde el dinero controla el proceso electoral de los EEUU. Al concentrarnos exclusivamente en la política electoral a costa de todo lo demás: (1) entregamos el poder si sólo nos fijamos en elegir a los líderes y acabamos dependiendo de ellos; (2) admitimos la idea de la élite de que la democracia consiste exclusivamente de elecciones; (3) descuidamos el hecho de que la democracia significa tener influencia sobre todos los aspectos de nuestras vidas; y (4) olvidemos que si no tenemos poder en nuestro lugar de trabajo, en nuestra educación y en todas nuestras instituciones, jamás habrá una democracia digna de ese nombre. Como dijo Wendell Berry: “Si se puede controlar la economía del pueblo, no es necesario preocuparse de su política; su política se ha vuelto irrelevante”.
7. Curarse del “abuso corporatocrático” y del “síndrome del pueblo maltratado” para ganar fuerza.
Los activistas se frustran rutinariamente cuando las verdades acerca de las mentiras, de la victimización y de la opresión no hacen a la gente libre para actuar. Pero cuando los seres humanos comemos mierda durante mucho tiempo, gradualmente perdemos nuestra autoestima hasta el punto de que nos volvemos psicológicamente muy débiles para actuar. Muchos estadounidenses se avergüenzan de aceptar que, después de años de subyugación corporatocrática, hemos desarrollado el “síndrome del pueblo maltratado” y lo que Bob Marley llamaba “esclavitud mental”. Para emanciparnos a nosotros mismos y a otros, debemos:
8. Unir a los populistas rechazando las divisiones políticas de los medios corporativos.
Los medios de comunicación corporativos dividen habitualmente a los estadounidenses en “liberales”, “conservadores” y “moderados”3, una división útil para la corporatocracia, porque independientemente de cuál de esos grupos es el ganador en las elecciones, la corporatocracia conserva el poder. Para derrotar a la corporatocracia, es más útil dividir a la gente en términos de autoritarios frente a anti-autoritarios, elitistas frente a populistas y “corporatistas” frente a “anticorporatistas”4. Tanto los anti-autoritarios de izquierdas como los anti-autoritarios libertarios se oponen apasionadamente a las actuales guerras de EEUU en Afganistán e Iraq, al rescate de Wall Street, a la ley PATRIOT5, al Tratado de Libre Comercio en América del Norte (TLC/NAFTA), a la llamada “guerra a las drogas” y a tantas otras políticas corporatocráticas. Hay diferencias entre los anti-autoritarios pero, como Ralph Nader y Ron Paul han debatido recientemente en público, podemos formar coaliciones y alianzas en estos importantes asuntos de dinero y poder. Un ejemplo de movimiento democrático anti-autoritario (en el que estoy implicado) es el movimiento por la reforma de los tratamientos de salud mental, que incluye a anti-autoritarios de izquierdas y a libertarios. Todos compartimos la desconfianza hacia la gran industria farmacéutica y el desdén por las pseudociencias, y creemos que la gente merece estar verazmente informada acerca de las opciones de tratamiento. Respetamos a Erich Fromm, el psicoanalista socialdemócrata, así como a Thomas Szasz, el psiquiatra libertario, ambos apasionados anti-autoritarios que se han enfrentado a profesionales de la salud mental por usar el dogma para coaccionar a la gente.
9. Unir a los “anti-autoritarios comodones” y a los “anti-autoritarios afligidos”.
Este continuo “comodones-afligidos” se basa en la magnitud del dolor que uno ha sufrido durante el día. El término “anti-autoritario comodón” no es peyorativo, sino que se refiere a aquellos anti-autoritarios que tienen la suerte de tener un salario decente y quizá incluso trabajos que les realizan, o plataformas desde las cuáles se pueden oír sus voces, o apoyos de la sociedad en sus vidas. Muchos de estos anti-autoritarios comodones pueden conocer que hay millones de estadounidenses que laboran en trabajos repetitivos con el fin de mantener su seguro sanitario, o bien oscilan entre dos trabajos mal pagados para cancelar sus préstamos univesitarios, pagar el alquiler o un coche, o que puede que no sean capaces de encontrar siquiera un trabajo repetitivo y mal pagado y en su lugar observan impotentes su deshaucio o la ejecución de su hipoteca, o la bancarrota sobre sus cabezas. Sin embargo, a menos que estos anti-autoritarios comodones hayan sido alguna vez parte de esa clase afligida —y recuerden lo que se siente— puede que no sean capaces de respetar completamente el estado emocional del afligido. El afligido necesita reconocer que los seres humanos se vuelven pasivos porque están sobrepasados por el dolor (no porque sean estúpidos, ignorantes o vagos), y para poder siquiera funcionar, a menudo se desconectan o de abstraen a sí mismo de este dolor. Algunos anti-autoritarios comodones asumen que la inacción de la gente viene causada por la ignorancia. Esto no solamente suena y huele a elitismo, sino que crea resentimiento en muchos de la clase afligida a quienes les falta la energía para comprometerse en cualquier tipo de activismo. Respeto, recursos y cualquier cosa que reduzca concretamente su nivel de dolor es mucho más probable que les proporcione más energía que una regañina. Esa es la lección de muchos movimientos democráticos, incluyendo la Gran Revuelta Populista.
10. No dejar que el debate divida a los anti-autoritarios.
El debate vehemente es la base de la democracia, pero cuando ese debate se torna en antipatía mutua y divide a los anti-autoritarios, acaba como un juguete en manos de la élite. Tal división entre anti-elitistas está por encima de la magnitud de cambio por la que habría que trabajar y que debería alabarse. En un extremo tenemos a gente que piensa que “algo” es mejor que nada en absoluto. En el otro extremo tenemos a gente que rechaza cualquier cambio si es mínimo y aboga por una transformación total. Podemos unirnos mejor haciéndonos estas preguntas: ¿Incrementa el cambio el respeto propio y la confianza colectiva, así como la energía del individuo para perseguir una democracia incluso mayor? ¿O más bien parece una capitulación que reduce el respeto propio y la confianza colectiva, y nos “desenergiza”? Utilizando el criterio de respeto propio y de confianza colectiva, los que creemos en la democracia genuina podemos debatir más constructivamente si el cambio aumentará la fuerza para ganar democracia o si va a reducir la intensidad del movimiento democrático. Respetar ambos puntos de vista de este debate aporta mayor solidaridad y mejores decisiones.
En resumen, la democracia no se ganará sin agallas ni solidaridad. Las acciones verdes sin riesgos, tales como comprar de comercios independientes, comprar en comercios locales, reciclar, separar la basura orgánica, consumir menos, no ver la televisión, etcétera… pueden ciertamente ayudar a combatir un mundo que se deshumaniza. Sin embargo, las revoluciones que realmente transforman las desigualdades fundamentales del poder y nos capacitan para sentirnos como hombres y mujeres antes que como niños y esclavos requieren riesgo, agallas y solidaridad.
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Artículo traducido y reproducido con permiso del autor. Bruce E. Levine es psicólogo clínico; su último libro es Get Up, Stand Up.
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La versión original puede leerse en: http://www.alternet.org/story/151018/
Notas
1 El Ferrocarril Subterráneo (Underground Railroad) era el nombre por el que se conocía a la red informal de liberación de esclavos en los Estados del Sur de EEUU durante el siglo XIX hasta el final de la Guerra de Secesión en 1865. A través de una red de pisos francos y rutas secretas, se ayudó a escapar a muchos esclavos afroamericanos hacia los Estados del Norte y Canadá, donde la esclavitud estaba abolida. Su miembro más relevante fue Harriet Tubman (1822-1913), ella misma esclava hasta 1849, quien tomó parte en la huida de más de 70 compañeros en la década de 1850. – Respecto de la llamada Gran Revuelta Populista no he conseguido encontrar referencias concretas, aunque todo apunta a que se refiere al movimiento populista generado a finales del s. XIX desde la llamada “Alianza de los Granjeros” en el Oeste de EEUU y el Partido del Pueblo, creado a partir de ésta.
2 “No Child Left Behind” (“Que ningún niño se quede atrás”) es una ley diseñada por la administración Bush, Jr. que, entre otras cosas, hace depender la financiación de las escuelas públicas de que sus alumnos saquen buenas notas. “Race to the Top” (“Carrera a la cumbre”) es una competición diseñada por la administración Obama que oferta financiación extra a las escuelas públicas que consigan superar una serie de criterios en términos de rendimiento, para lo cuál muchos estados deberían incluso cambiar sus propias leyes sobre Educación. Ambas leyes han sido objeto de fuertes críticas, especialmente entre los defensores de clases menos favorecidas, que además en el segundo caso acusan a la competición de promover el trasvase de alumnos de la escuela pública a la concertada.
3 En EEUU se llaman “liberales” a lo que en Europa conocemos como “socialdemócratas”; es decir, el concepto de liberal es opuesto en ambos continentes. El liberalismo europeo, en su acepción más difundida actualmente, se conoce en EEUU como “libertarianism” y sus seguidores, “libertarians”.
4 A falta de una palabra equivalente en castellano, les ruego que me perdonen el neologismo.
5 USA PATRIOT Act: Uniting and Strengthening America by Providing Appropriate Tools Required to Intercept and Obstruct Terrorism Act (Unir y Fortalecer a América Aportando las Herramientas Apropiadas Requeridas para Interceptar y Obstruir al Terrorismo). Ley ómnibus de 2001 diseñada por la administración Bush Jr. y aprobada por el Congreso de EEUU, creada a raíz de los atentados de septiembre de 2001 y fuertemente polémica debido a la gran cantidad de libertades civiles que recorta. Aunque la ley ha sido enmendada en múltiples ocasiones, diez años después permanece vigente.
]]>Nuestro executive officer José Del Valle me pidió que dijera algunas palabras en recuerdo y tributo a la memoria de Antonio Calvo, precisamente en este acto que todos los años celebra el final del académico con la presencia y las actividades de los ex-alumnos, hoy colegas en las universidades de Estados Unidos y del extranjero, desde Europa a Sudamérica.
Antonio Calvo llegó al Programa Doctoral en Español y Portugués (Ph.D. Program in Hispanic and Luso-Brazilian Literatures and languages) del Graduate Center de la City University of New York en 1997. Venía con un diploma de la Universidad Complutense de Madrid y habiendo ya cursado algunas materias en Ann Arbor Michigan y en la Universidad de Minnesota en Minneapolis.. Sus intereses intelectuales y académicos fueron siempre interdisciplinarios y comprendían cuestiones de lingüística hispánica, pedagogía de la enseñanza de lenguas extranjeras, teoría de la traducción y temas de literatura moderna y contemporánea. De hecho, inició con nosotros dos proyectos de investigación para su tesis doctoral. El primero, más orientado hacia problemas de lingüística histórica y enseñanza del español en el siglo XVI se proponía estudiar los “_Pleasant and Delightfull Dialogues in Spanish and English, profitable to the learner and not unpleasant to any other reader_” del inglés John Minsheu, publicados en Londres en 1599. Una excelente transcripción y edición con extenso Estudio Preliminar de Jesús Antonio Gil y reproducción del texto de la princeps apareció en Madrid, en 2002 y Antonio, con buen criterio, decidió abandonar el tema.
Su segundo proyecto sobre las traducciones de Langston Hugues del teatro de Federico García Lorca se convirtió en la tesis doctoral que defendió en mayo de 2006. Es un estudio que combina de modo particularmente novedoso, el tradicional trabajo de archivo con una base teórica contemporánea y rigurosa. Antonio siguió trabajando sobre manuscritos de Langston Hugues hoy en la New York Public Library del Lincoln Center y temas paralelos. Un último trabajo suyo, que tal vez no alcanzó a ver impreso, sobre la novela de Thomas Mann Tonio Kröger titulado precisamente Tonio Kröger y Harlem apareció en el número 89, de setiembre-octubre del 2010, de la revista literaria Clarín, de Oviedo.
A partir del año 2000 enseñó en Princeton y más tarde, luego de haber obtenido su doctorado, fue nombrado Director de los cursos de lengua española en el Departamento de español.
En estas semanas de festejos y graduaciones, la trágica muerte de Antonio Calvo adquiere dimensiones inesperadas. Sería cobardía imperdonable de mi parte no recordar que la jefa del Departamento de Español y Portugués de Princeton habló en este Programa Doctoral en la semana en que Antonio recibió noticia de su suspensión como Director de los cursos de lengua española. Dado el secreto institucional que rodea el caso, solamente puedo imaginar que ha sido la firmante de la carta con la noticia de su suspensión por parte de un comité de la Universidad. No puedo concebir ironías o desparpajos más punzantes.
A este propósito, nos recordaba el lunes pasado José del Valle, que este último domingo salió en la página editorial del NYT un artículo titulado “Your so-called education” en que se enfatiza el hecho de que, y cito : “The authority of educators has diminished, and students are increasingly thought of, by themselves and their colleges, as ‘clients’ or ‘consumers’”. Y añaden más adelante los autores de este excelente artículo: “On those commendable occasions when professors and academic departments do maintain rigor, they risk declines in students enrollments.”
En el caso de Antonio, el rigor profesional que exigía de los teaching assistants, alumnos graduados de Princeton, y lectores (lecturers), dio como resultado su suspensión como Director de los cursos de lengua española, y con ella, también la suspensión del proceso de cambio de visa para poder permanecer en el país.
Conocemos las funestas consecuencias de esta deliberada arbitrariedad administrativa que la universidad se empeña en mantener oculta. Por ello, tampoco puedo imaginar riesgo mayor en Princeton que el sufrido por Antonio cuando exigía de los teaching assistants y lecturers a su cargo el cumplimiento de sus deberes profesionales.
De Antonio Calvo nos queda, a los que fuimos sus profesores y a sus compañeros en el Graduate Center, el permanente recuerdo de su cálida personalidad, de su extraordinario sentido de la responsabilidad profesional que define la docencia y de su cometido intelectual de investigador de infrecuente talento y originalidad. A estas virtudes rendimos hoy emocionado homenaje que es también afirmación de la continuidad de nuestro cometido en defensa del avance del saber en las humanidades y de la trasnmisión de estos conocimientos.
La Red Neutral es un concepto claro y definido en el ámbito académico, donde no suscita debate: los ciudadanos y las empresas tienen derecho a que el tráfico de datos recibido o generado no sea manipulado, tergiversado, impedido, desviado, priorizado o retrasado en función del tipo de contenido, del protocolo o aplicación utilizado, del origen o destino de la comunicación ni de cualquier otra consideración ajena a la de su propia voluntad. Ese tráfico se tratará como una comunicación privada y exclusivamente bajo mandato judicial podrá ser espiado, trazado, archivado o analizado en su contenido, como correspondencia privada que es en realidad.
Europa, y España en particular, se encuentran en medio de una crisis económica tan importante que obligará al cambio radical de su modelo productivo, y a un mejor aprovechamiento de la creatividad de sus ciudadanos. La Red Neutral es crucial a la hora de preservar un ecosistema que favorezca la competencia e innovación para la creación de los innumerables productos y servicios que quedan por inventar y descubrir. La capacidad de trabajar en red, de manera colaborativa, y en mercados conectados, afectará a todos los sectores y todas las empresas de nuestro país, lo que convierte a Internet en un factor clave actual y futuro en nuestro desarrollo económico y social, determinando en gran medida el nivel de competitividad del país. De ahí nuestra profunda preocupación por la preservación de la Red Neutral. Por eso instamos con urgencia al Gobierno español a ser proactivo en el contexto europeo y a legislar de manera clara e inequívoca en ese sentido.
]]>Este artículo fue publicado en el diario Galicia-Hoxe el pasado 14 de octubre; tras enérgicas protestas del ámbito eclesiástico fue retirado por el periódico de su versión digital. Puede leerse en el original en gallego aquí
Después de siglos de dominación, la Iglesia Católica aún no se dio cuenta de que el sincretismo religioso que practica la gallega gente no es un destrozo calculado de su doctrina apostólica y romana, sino una creación propia y singular de este pueblo, una más. Santiago de Compostela es, en ese sentido, un fecundo resultado de la batalla histórica entre la ortodoxia vaticana y el paganismo local. También el Camino. Por eso todas la tentativas de reducir la espiritualidad de esa andadura a la expresión unívoca de una suprema fe en Dios son una maniobra aviesa, calculada, para capitalizar un símbolo cultural y humano de Europa, patrimonio de todos así reconocido. En este sentido la visita del papa Benedicto XVI a Compostela deja fuera de esta celebración a los millares de ciudadanos que no profesan la religión católica ni le tienen ley a uno de los patriarcas eclesiásticos que más ha hecho por estigmatizar y alejar del seno de la Iglesia a los que no asumen su visión fundamentalista de la fe y sus tesis retrógradas y lesivas, alérgicas al tiempo en que vivimos.
El desembarco papal no iría más allá de la descortesía política con las minorías que no aguantan su presencia si no fuera porque esas minorías —más o menos masivas, pero siempre despreciadas por Núñez Feijóo— contribuyen con sus dineritos a sufragar la inminente diatriba papal, disfrazada de mensaje de amor.
El pasado domingo, en los diferentes oficios celebrados en las parroquias gallegas, los clérigos ya le exigieron a la feligresía el correspondiente impuesto revolucionario. A golpe de cepillo, como acostumbran a hacer. Pudiera ser que la voluntad de las ovejas fuera sustraída por sus pastores, pero ese, sinceramente, no es el problema de los que no pertenecemos a la secta; menos aún de aquellos que ni siquiera aspiramos a cambiar el lisiado rumbo moral de la institución. Si los practicantes quieren poner diez euros o veinte de su bolsillo para avalar la operación de marketin de la Xunta de Galicia y coronar un Xacobeo sólo grande en cifra de turistas, pues adelante. Pero no es admisible que ese saqueo millonario de las arcas públicas se produzca sin consulta previa, amparándose en el supuesto beneficio que le reportará a la ciudad de Santiago la invasión de hordas católicas.
Habrá más efectos colaterales en el discurrir de esta visita fetichista y pirotécnica del Papa. La suspensión del espacio civil, la clausura de la libre circulación y el desarrollo de un estado de sitio efectivo, entre ellos. Controles policiales, restricción del tráfico y registros domiciliares, incluidos, que afectarán singularmente a todas y todos aquellos cuya voluntad y albedrío van a ser vulnerados en aras de un rédito político que, con eso cuentan los organizadores del sarao, beneficiará a todos los personajes que tengan acceso a la fotografía oficial.
El enajenamiento de la Iglesia católica es un hecho y he aquí un gobierno que subvenciona las proclamas delirantes y las bombas de racimo dialécticas de la Conferencia Episcopal Española. Los obispos, los que concelebrarán la eucaristía express del Obradoiro, le pedían ayer a los niños que en la noche de Halloween —o Samaín céltico, la vísqpera de Todos los Santos— vistan precisamente de idem, de santos, y no de brujas ni de zombis, ni de calaveras, para “estimular” la vida cristiana y luchar contra lo profano de esta celebración tan poco pedagógica. Propongo otros estilismos mucho más edificantes y píos: una Santa Águeda con los pechos cortados encima de una bandeja, una virgen romana violada, un San Lorenzo con quemaduras de tercer grado, o un San Sebastián, cubierto de plasma y de saetas. Si es cierto que la sangre de los mártires es semilla de la vida cristiana, no sé a que esperan esos pequeños para sumarse a la fiesta.
]]>Soy Esther Borja. Soy Gloria de Cuba, pero en estos momentos me encuentro en la cola de la carnicería porque llegaron los pollos chinos con moquillo y hay que comer lo que aparezca. Este período, como todos los demás períodos en la Isla-Paraíso, es muy especial. Luego que me resuelva mi pollito me iré a la colocación.
Soy la viejecita exilada cubana que vive en La Sagüesera. Vivo en una miseria atroz. Como comida de gato. Los veranos los paso sin aire acondicionado. El año pasado me dio un infarto del calor. Ahora, eso sí, yo todo mi cheque se lo envío a mis nietos en Cuba, porque ellos, los pobrecitos, están más necesitados que yo. Me dijo mi vecina María Emilia, que viajó recientemente a Bayamo, que ellos ese dinero se lo gastan en ron, cerveza y en cuanta ropa y aparato eléctrico nuevo llega a Cuba. Tienen hasta computadora. Yo no le creo a María Emilia ni una palabra de esos infundios. Mañana me llega mi chequecito y me voy directamente a Va-Cuba a mandar la remesa mensual. Esa María Emilia es una víbora.
Yo soy José Nieto, pero me dicen Pepito El Fula, porque siempre tengo dólares. Tengo 25 años. No trabajo, pero vivo como un rey aquí en Bayamo con lo que me envía mi abuela mensualmente. Yo la mantengo en línea con unas cartas deprimentes que le hago contándole lo mal que estamos aquí y el hambre que pasamos mi hermana y yo. Total, que ella tiene de sobras para mantenernos porque ella vive muy bien en un barrio exclusivo de Miami que le dicen La Sagüesera. Además, que allí todo el mundo tiene una mata de dólares en el patio que pare y pare dólares todo el año porque van a un lugar que le dicen jondipo y compran un fertilizante especial para esas matas. Tú sabes que los americanos las inventan todas. Así que a vacilar a la vieja, porque a mí me gusta vestir bien, fumar, tomar y singar. Y aquí sin fulas, ninguna cubana quiere singar contigo.
Soy el Cuban-American. Yo nací en Cuba, pero cuando llegué a Miami se me olvidó el español como por arte de magia. I prefer to speak only English. It’s a better language anyway! El otro día fui a comer a casa de unos cubanazos y me sirvieron una cosa llamada ‘tasajo’. I had never heard of such a dish! Me quedé horrorizado. Horse meat! How backwards! Yo solamente como roast beef y bebo agua de botella importada de las cuevas de Nantes. As if!
Soy la Jinetera cubana. Esa es una nueva palabra, muy revolucionaria, que ahora forma parte de nuestro léxico común. A nosotras antes nos decían putas, pero como la revolución cambió toda la nomenclatura en la Isla-Paraíso ahora nos llaman por ese nombre ecuestre que es más fino y nos sienta mucho mejor.
Soy el Jinetero Cubano. Mi trabajo es igual al de ella, sólo que a mí me dan por el culo, aunque me llamen pinguero.
Yo soy Mercedes Hernández. Soy cubana. Vivo en Miami pero mi madre y mi familia siguen en Cuba. Voy a La Habana todos los años a ver a mi madre y a ayudar a mi familia. Paro en casa de mi familia, de la cual no me muevo. No recorro La Habana en plan turístico. No asisto a los shows de Tropicana. Me duele saber que el dinero con el que ayudo a mi madre también ayuda a mantener a Fidel Castro en el poder, pero mientras mi familia esté allá yo seguiré ayudándolos. Soy una cubana digna.
Yo soy el macho cubano del exilio. Yo hablo un idioma parecido al español pero donde se emplean con frecuencia las palabras consorte, mi socio, asere, y monina. En nuestro ámbito se prohíbe terminantemente pronunciar las eses. Sólo los maricones cubanos pronuncian el español correctamente y nosotros somos hombres y debemos demostrarlo al mundo entero con nuestro modo de hablar. El único problema es que de vez en cuando aparece por ahí una loquita mona, jovencita, con un culito apretaíto que nos revuelve las hormonas y nos volvemos locos y nos olvidamos del consorte, del asere y del monina… y hasta Sodoma a pié.
Yo soy la juventud cubana. Una nueva clase social. Nos dicen los friquis, que se deriva de freaks. Nosotros estamos en lo nuestro y nos cagamos en la revolución. Somos drogadictos. Nos gusta la música rara como el acid rock y nos gusta hablar inglés. Aquí, en la Isla-Paraíso, nos persiguen y nos encarcelan. ¿Por qué, si no hacemos daño a nadie?
Nosotros somos Noniska y compañía. Somos más verticales que las palmas. Nuestra vida está dedicada por completo a luchar contra el tirano. Es nuestro deber como cubanos íntegros inundar las estaciones de radio y televisión con propaganda anti-castrista. Claro, y esto que quede entre nos, que a nosotros no nos conviene que se caiga Fidel, porque entonces perdemos nuestros empleos de anti-comunistas y con qué carajo vamos a pagar la hipoteca de nuestras mansiones en Pine Crest, la letra de nuestros Mercedes-Benz y la universidad privada de nuestros hijos. Ay, Changó, te lo suplicamos, que ese cáncer no haga metástasis. Que tengamos Fidel por muchos años más. Please!
Yo soy Pedro. Soy terrorista. Al carajo con esos que se pasan la vida hablando por la radio y no resuelven nada. Yo sí que lo resuelvo todo muy fácil. Yo mato a todo aquel que se cruza en mi camino que no piensa igual que yo. Y punto. Mi historial habla por sí mismo. Comencé en Cuba cuando tenía 15 años. Ahora tengo 60 y tantos y todavía sigo en las trincheras. ¡Eso sí que es ser cubano!
Yo soy la máxima estrella rubia de la canción cubana. Yo le he cantado a Fidel en la montaña y supuestamente sigo viviendo en mi adorada Habana, aunque paso la mayor parte del año en Miami donde las muchachitas me colman de miles de dólares y de regalos maravillosos. Las muchachitas me adoran porque yo siempre las defendí de los milicianos que las encerraban en la UMAP. Me dan unas fiestas fabulosas en casas privadas de Coral Gables donde cobran la entrada carísima y todo lo que recaudan es para mí solita. Yo las complazco tomándome fotos con ellas y doblando algún que otro de mis viejos discos de 78 rpm. Tengo que portarme bien con ellas, porque bueno, vivo de las muchachitas. Ellas me mantienen y yo no las puedo despreciar. Hasta me han operado gratis en un hospital de Hialeah y me han editado un libro. Algunas muchachitas criadas en Miami, que no conocieron mi época de gloria cuando yo salía a escena en una moto cantando La Chica Yeyé dicen que yo no tuve nunca ni voz ni talento y que soy una vieja tacky. ¡Atrevidas! ¿Y qué querrá decir eso de tacky? Esas son las muchachitas que prefieren a Liza Minnelli y que no pagan por verme en fiestas ni por fotografiarse conmigo. A mí plin. Ellas se lo pierden.
Soy la Soprano Olvidada. Fui soprano de coloratura. De verdad, no de mentiritas como la rubia esa que se las daba de lírica. Me le planté a Fidel y me vine para el exilio a principios de la revolución. No me quedó más remedio que aprender la mero y trabajar en una factoría de costura en Nueva York. Los fines de semana cantaba por $15.00 en las bodas de los judíos ricos. ¡Tuve que montar el Hava-Nagila! Terminé comiéndome un cable en Miami y fallecí en el exilio en el anonimato como mis compañeras América, Marta, Zoraida, Maruja, Hortensia, Tomasita, Sarita y tantas otras voces ilustres de nuestra lírica cubana. A nosotras ninguna muchachita nos dio fiestas en Coral Gables ni nos hizo regalos fastuosos. Y ni un obituario de dos renglones en El Nuevo Herald.
Nosotras somos Malena, Albita, La Medina y La Linares Nosotras sí que no tuvimos que jalar factoría en el exilio. Qué va. Ya cuando nosotras llegamos todo estaba hecho. Enseguida a trabajar en lo nuestro y a vivir the good life in the Yuma. Nosotras también fuimos revolucionarias y también le cantamos a Fidel en la montaña como la rubia, pero como el pueblo cubano tiene tan mala memoria, ya todo eso pasó al olvido y ahora somos pilares del exilio. Tenemos buenas casas, rodamos buenos carros y moriremos adineradas. El Nuevo Herald anunciará nuestras partidas con tremendos obituarios tal y como se lo merecen las grandes divas.
Yo soy Adán. Y yo soy Eva. Somos cubanos. Pero esto es algo que La Biblia siempre ha ocultado porque hay que ser políticamente correcto y no se puede dar preferencia a ningún país. Pero la verdad es que el universo lo fundamos nosotros los cubanos. Tan simple como eso. Lo que pasa es que Jesucristo, para enseñarnos un poco de humildad, cambió de parecer y nació en Belén. Pero que quede bien claro que su plan original era nacer en La Habana.
Soy el niño cubano de 12 años que fue arrancado violentamente de Manzanillo en 1968 y enviado a New Jersey a comenzar una nueva vida. A mí Fidel me privó de crecer al lado de mis tías adoradas, de cerrarles los ojos. Me quitó mi idioma, me quitó mi patria, mi casa, el negocio de mis padres y el porvenir brillante que me esperaba. Tuve que aprender mi cultura a través de libros, de discos y de las historietas torcidas y mal contadas de mis amigos mayores y de mis familiares exilados. No he pisado nunca las otras cinco provincias, sólo mi Oriente natal, ni las pisaré hasta que Cuba sea libre. No presencié nunca una función de Alicia Alonso. No tomé ni Copelias ni Copelitas. No me llevaron nunca preso de la cola del ballet ni estuve en la UMAP pero sufrí en carne propia el racismo norteamericano y lo vencí. Mi sueño es poder volver a comer grosellas Manzanilleras. Y ciruelas cubanas. Y pinol. Y treparme en la mata de mamoncillos que sembró mi abuelo.
Soy el comerciante cubano. Yo comercio con el dolor de mi pueblo. Yo vendo libras al por mayor. Soy mula profesional. Yo saco de Cuba al que haya que sacar y entro al que haya que entrar. Yo lo mismo te llevo cash, que te llevo una lavadora, que te traigo las prendas que dejaste enterradas en el patio de tu casa en Guanabacoa. Ahora, eso sí, me lo pagas todo muy bien y me lo pagas en dólares, please, que aquí, al igual que allá, lo que vale son los fulas. Además yo tengo una papayita allá que me tiene loco. Pero es un poco interesada y no quiere hacer nada si no media el billete. ¡Compay, mientras más años te caen encima, más caro te cuestan los bollos!
Yo soy la cubana inadaptada. Llevo 40 años en este maldito país, pero no soporto esto. No puedo ver a los americanos ni en pintura. Me niego a hablar inglés. ¡Que aprendan ellos español! ¿Pero cómo van a aprenderlo con lo ignorantes que son? Si no tienen ni cultura propia. Si apenas saben hablar ni escribir su propio idioma. Aunque bueno, yo no me puedo quejar, porque en realidad en estos últimos cuarenta años he vivido muy bien y muy desenvuelta en este país, cortesía del Tío Sam y su gente, porque a mí siempre me ha mantenido un gringo que está chiflado por mí. Es mi Sugar Daddy, que así le llaman aquí a los Don Pagarés. ¿Que quiero pajaritos volando? Pues pajaritos volando que me da. Pero yo añoro La Habana de los años 50. Me he quedado estancada para siempre en esa década y me niego a salir de ahí. Que no diera yo por seguir bailando el mambo en mi Tropicana querido. ¡El Mambo! Eso sí que era música, no el reguetón. ¡Había que ver esas Mamboletas! Yo hubiera dado el ovario izquierdo por ser Mamboleta. ¡Que vivan los años cincuenta, carajo!
Yo soy el cubano adaptado. Adaptadísimo. Tío Sam da y yo con gusto recibo. Yo vine por el Mariel y enseguida me fingí loco y me conseguí un disability. Llevo 30 años viviendo del gobierno. Tengo food stamps, plan ocho y todo tipo de beneficios. Vivo muy requetebién. Colecciono figurillas de Lalique y el año pasado hice un peregrinaje a Lourdes porque vi una película de Jennifer Jones en el cable que me fascinó y me embullé a ir. Jamás he disparado un chícharo en este país, ni lo pienso hacer. Yo no vine a este país a trabajar. I like to be in America. OK by me in America. Everything free in America…
Yo también vine por el Mariel. Soy el Marielito Matón. Asalté dos bancos, un liquor store, y después me metí en el narcotráfico. Fui a la cárcel pero me soltaron bajo la nueva ley, esa que dice que a nosotros los Marielitos no nos pueden detener indefinidamente. Ahora estoy de nuevo en Miami haciendo de las mías. Dicen que Marielitos como yo son los que le han dado mala fama al exilio, pero eso me lo paso yo por los cojones. Ayer maté a uno porque no me gustó cómo me miraba. Lo tiré en el canal del 836. Cuando lo encuentren ya estará podrido o comido de cocodrilos.
Somos los Marielitos que supimos aprovechar las oportunidades que nos brinda este maravilloso país. Hoy trabajamos en la radio, la televisión, escribimos para El Nuevo Herald, cantamos ópera en los mayores teatros del mundo y somos gerentes de las más grandes empresas norteamericanas. A eso es lo que le llaman alcanzar el American Dream.
Yo soy José Pimienta. Como llevo ya bastante tiempo aquí y me las sé todas decidí abrir varias agencias de productos médicos y otras de home health care que proveen servicios de enfermería y cuidados a domicilio a personas mayores imposibilitadas. Me traje a un par de delincuentes de Cuba, Yotuél y Aisiyú y el negocio aparece a nombre de ellos para yo no figurar en nada y que mi nombre siempre se mantenga limpio. Le he estafado millones al Medicare a través de estas agencias. Tengo tremenda mansión en Star Island y regias casonas en Santo Domingo y en Aruba. Tengo siete carros de lujo, uno para cada día de la semana. Ahora la cosa se me ha puesto un poco fea con el Medicare y me cerraron tres agencias. Yotuél tuvo que salir huyendo de regreso a Cuba, pero me mandó a su primo Eltuyo para ocupar su lugar. No problem! Yo tranquilo. Abriré más agencias. Y los millones del Medicare entrando mes tras mes.
Yo soy Cecilio. Cecilio Valdés. Le vendí mi número de Medicare a un tal Yotuél (¡que nombrecitos esos!) y éste lo utilizaba para cobrarle al Medicare por unas medicinas intravenosas que usan los sidosos. Pero ahora leí en El Nuevo Herald que agarraron al Yotuél en tremendo fraude y que está en Cuba prófugo de la justicia norteamericana. ¡Estoy cagao! ¿Me podrán llevar preso a mí también?
Mi nombre es Alfredo. A mi señora, que era hemofílica, la infectaron con una transfusión de sangre en el Jackson. Contrajo SIDA. Murió porque el seguro médico se negó a pagar los medicamentos intravenosos que necesitaba para sobrevivir y yo no tenía el dinero para costear unas medicinas tan caras y tampoco calificaba para recibir ayuda del Medicare.
Soy María de los Ángeles. Tengo 93 años. Vivo solita aquí en Hialeah. Estoy con una agencia que me envía una muchacha llamada Yulkaiva a ayudarme. Pero nunca viene y cuando viene se la pasa todo el tiempo hablando en su celular. A los cubanos de ahora les encantan los celulares. En mi tiempo vivíamos perfectamente sin ellos. Tengo miedo quejarme a la agencia porque temo que me quiten el servicio. Total, para lo poco que hace Yulkaiva.
Yo soy Pedrito Pan. Llegué a Miami solo y con 5 añitos. Hoy tengo un negociazo de bienes raíces que me ha hecho multimillonario. Mi hija estudia en Harvard. Mi hijo es astronauta. El primer astronauta cubano-americano en la historia de este país. Les he proporcionado a mis padres una vida de fábula en pago al gran sacrificio que hicieron por mí sacándome a tiempo de las garras del comunismo. Fue todo muy duro y muy difícil, pero supe aprovechar el Sueño Americano. Hoy me siento feliz y realizado.
Nosotros somos Yuniekis, Yusnalis, Yumisleidis, Yusnavy, Yuniel, Yumilka, Yudelkis y Yuniela. ¿Se necesita decir algo más?
Nosotros somos Juan y María. Esos eran los nombres que nos ponían en la prehistoria cubana.
Nosotros somos Finita y Ubaldo. Vinimos para la Yuma hace tres años. Aquí nos ha ido bien, la verdad. El mes pasado se casó Yeleida, nuestra hija mayor y nos fuimos a hacer la boda en Cuba. Lo llevamos todo. Desde el molde para hacer el cake de ocho pisos hasta las florecitas para la flauer guer. Aquello fue espectacular. Esa boda de Yeleida y Orelkis pasará a la historia en Santa Clara. En Febrero, mi otra hija, Yordanka, cumple los quince. También nos vamos a celebrarlos allá. Si se piensan que la boda de Yeleida fue algo grande, deja que vean los quince de Yordanka.
Yo soy Celia Cruz. Mi madre murió en Cuba y la dictadura no me permitió asistir a su entierro. Yo fallecí en el exilio sin poder nunca depositar flores en la tumba de mi madre.
Yo soy el santero del exilio. Sacrifico animales, hago trabajos y tengo montado tremendo business. Vivo como un rey, porque esto de la religión se paga muy bien aquí en Miami, y en el mundo entero, gracias a que ahora también tengo mi sitio en la Internet, www.quevivachangóseñores.com. El único problema es que mi vecina de al lado es una vieja americana de esas locas que recogen gatos callejeros y le echan comida a las palomas. Ayer me llamó a la policía porque yo maté un chivo en el patio para entregárselo en ofrenda a Yemayá. Pero yo, que me conozco muy bien la constitución americana, le dije a la policía que yo gozaba en este país de ‘freedom of religion’ y que mi religión me exigía que matara al chivo. Y se tuvieron que meter la lengua en el culo y no pudieron hacerme ná. Caballeros, que sabroso es vivir en un país con constitución, leyes y derechos.
Yo soy el cubano de Miami que se dedica a robarle la libertad y los derechos a mis semejantes igual que Fidel me los robaba a mí en Cuba. Yo fui quién le jodí la estrella en la Calle Ocho a Verónica Castro por comunista y por haber ido a Cuba. Yo eliminé a Danny Rivera de la radio miamense, también por Fidelista. Yo protesto cada vez que viene a Miami un artista cubano. Yo no permito comunistas aquí, chico, y ya está. A mí que carajo me importan las leyes de este país. Yo tengo libertad de expresión y por lo tanto me expreso. De cualquier modo, la libertad aquí en este país es sólo para nosotros los gusanos, no para nadie más.
Yo soy ingeniero graduado. Nací y me crié dentro de la revolución. Aquí en Cuba la educación es gratis y no existe el analfabetismo. Todo eso se lo debemos a nuestro padre, Fidel.
Yo soy el primo del ingeniero. Yo vivo en Miami desde principios de la revolución. ¿En qué universidad cantinflesca estudió ese pobre muchacho? Las cartas que me escribe están llenas de faltas de ortografía. No sabe redactar en español. ¡Con lo que se cuidaba en mi tiempo la redacción! Además, si en verdad es ingeniero como él dice, ¿por qué trabaja de “camarero” en un hotel para extranjeros?
Yo soy médico. Trabajo en el Calixto García. Estudié mi carrera gratis. Cuba es la primerísima potencia mundial en medicina. Lo hemos demostrado. El adelanto en la medicina, como en todo lo demás, se lo debemos a Papá Fidel.
Yo soy José Pérez. Vivo en Hialeah. Acabo de recibir una llamada de Cuba. A mi hijo Enrique me lo mataron ayer en el Calixto García. El médico graduado con honores por la revolución se confundió y picó donde no tenía que haber picado. Además, me cuenta la viuda de mi hijo, que allí no había sueros, ni medicamentos, ni antibióticos. La higiene era espantosa y ella tuvo que llevar sus propias toallas y sábanas porque el hospital no las tiene. Dice ella, que en cualquier otro país del mundo mi hijo se hubiera salvado, pero allí en Cuba, sin recursos …
Yo soy el Cubanazo miamense. Como pueden observar, mi cadena y medalla de la Virgen de la Caridad pesan 15 libras y media y son de oro macizo. Cuando me las quito para acostarme a dormir la tortícolis que tengo es de tres pares de cojones. A Cachita también la tengo en el jardín del frente de mi casa, porque soy devoto. ¿Es nuestra patrona o no lo es, coño? Es una estatua preciosa de tamaño natural que me costó un ojo de la cara y la mitad del otro en los Almacenes Félix González. Tan famosa se ha hecho mi estatua, que la semana pasada vinieron del Geography Channel y me hicieron un reportaje. Lo pasan el mes que viene en el mundo entero bajo el título de “Miami Cubans: How a Typical Cuban Exile Lives“ También me filmaron manejando mi carro de último modelo por South Beach, asando un lechón en el patio de mi casa, y comprándome unas guayaberas en la Calle Ocho. ¡El mundo entero me va a ver y va a saber quiénes somos nosotros los cubanos, cojones!
Soy Renata Fernández. Hace muchos años que vivo exilada aquí en Melbourne, pues cuando llegamos a España se nos presentó esta oportunidad de venirnos a Australia y aquí nos ha ido muy bien. Mis hijos son australianos, casi no hablan español. Los australianos son una gente bien chévere y alegre. Yo les hago café cubano y flan de coco a mis compañeros de trabajo y a ellos les encanta. Ayer el Geography Channel pasó un documental sobre un señor de Miami que tiene una estatua enorme de la Virgen de la Caridad del Cobre en el frente de su casa. Me quedé horrorizada No sabía que las cosas en Miami fuesen así. ¡Qué vergüenza! A partir de mañana me llamo Renata Tebaldi y soy cantante de ópera. Ni soy más cubana, ni hago más flan de coco, ni jamás vuelvo a pronunciar la palabra Cuba delante de un australiano. No estoy para que se burlen de nosotros ni para ser el hazmerreír de nadie.
Yo soy Mario. Soy cineasta, ingeniero de sonido y guionista graduado de nuestra gran academia de San Antonio de los Baños. El cine que hacemos en Cuba es hoy por hoy el mejor cine que existe a nivel mundial, lo que pasa es que por el embargo imperialista yanqui no lo podemos exhibir en el extranjero.
Yo soy María. Acabo de ver en el Miami-Dade Community College del downtown una película hecha en Cuba por el ICAIC. Yo no sé, pero a mí la cinematografía me pareció toda muy oscura. No se distinguían bien los actores ni se entendía lo que decían, no sólo por el mal sonido, sino porque hablan un idioma muy raro. No parece español, parece más bien ñáñigo eso que hablan ahora allá en la Isla-Paraíso. Pero ustedes a mí no me crean, porque yo no soy muy culta ni muy ducha en cuestiones de cine, y allí en el college todos los cinéfilos se pusieron de pie, gritaron, aplaudieron y dijeron que la película es la octava maravilla del mundo y que ganó premios en Berlín. Y cuando ellos así lo aseguran, pues por algo ha de ser.
Soy cubano de Miami, pero pronto me voy de aquí para Broward porque no puedo con esta indiada. Ya esto está lleno de basura de Centro y Suramérica. Yo los detesto. Todo el mundo sabe que nosotros los cubanos somos mejores que ellos. Los humillo y les grito indios en los restaurantes, en los supermercados, por las calles y donde quiera que los veo. Total, ellos no son más que pedazos de carne con ojos y no tienen sentimientos. No les duelen los maltratos. Están acostumbrados.
Yo soy un cubano negro. Los norteamericanos me discriminan y me gritan Nigger. Yo no soy un Nigger, mi socio, yo soy cubano.
Yo soy Lana. Soy dama de sociedad y directora de la revista Predilecta. No pasa un solo domingo sin que yo aparezca en las páginas sociales de El Nuevo Herald. Mis cumpleaños son un gran acontecimiento social. Este año la temática de la fiesta fue Rhapsody in Blue Lana. Todos mis invitados asistieron vestidos en diferentes tonos de azul. Fue el no va más.
Yo soy Francisca. Crecí en Holguín al lado de un bayú que se llamaba el Estrómboli. La hija del dueño, Lana, se crió en el bayú junto con las putas, pero luego conoció a un viejo rico, se casó, vino para Miami y aquí se convirtió en dama de sociedad. Ayer la vi retratada en El Nuevo Herald celebrando una fiesta donde todos sus invitados tenían que vestirse de azul. ¿A quién se le habrá ocurrido semejante cosa?
Soy el cubano marañero. Yo me levanto todos los días con esta frase en mis labios: ¿A quién puedo joder hoy? Cuídate de mí, que si no te jodo a la entrada te jodo a la salida. Pero de que te jodo, te jodo.
Yo soy el cubano bueno y noble. El que te brinda lo que tiene y lo que no tiene. En mi casa no se cerraba la puerta, sólo se ponía el ganchito. Ya eso no se usa. De esa época quedamos muy pocos.
Yo soy el cubano que nunca da su brazo a torcer. Yo jamás admitiría que no sé algo o que cometí un error. Los cubanos somos expertos en cualquier materia, no cometemos errores y jamás pedimos disculpas. No hay por qué, ya que somos perfectos. Eso de I’m sorry, I made a mistake es para los americanos. Esas frases no tienen traducción al cubano.
Somos La Mafia. Teníamos a Cuba controlada en la década dorada de los 50. Pero llegó el Comandante y mandó a parar.
Somos La Mafia de Miami. Lo controlamos todo.
Soy Superman. A mí venían a verme del mundo entero. Hasta Marlon Brando y Ava Gardner me hicieron el honor. Lo de los jineteros y el turismo sexual no es nada nuevo. Yo ya.
Yo soy Macorina pero no me da la gana de ponerte la mano encima.
Yo soy Lola. A mí me mataron a las tres de la tarde.
Yo soy el político del exilio. Practico lo que mamé en mi cuna cubana. Le robo al pueblo todo cuanto puedo. Pero yo sí que no voy a terminar como Vivian Alonso porque yo soy mil veces más vivo que ella.
Soy Elizabeth. Yo morí ahogada en el mar tratando de alcanzar la libertad en balsa para arrancar a mi hijo de las garras de la tiranía Castrista. Morí en vano. Mi hijo fue devuelto al tirano que hoy lo exhibe al mundo como el más preciado de sus tesoros.
Yo era esbirro de Fidel y torturador de oficio en las prisiones Castristas. Ahora vivo muy cómodo en Miami y nadie me molesta.
Yo soy Liborio y lo único que sé es que Miami era una puñetera selva hasta que llegamos nosotros los cubanos y la convertimos en una gran ciudad.
Yo era un letrero que alguien escribió como grafiti en la pared del baño del antiguo Sambo’s de Flagler y la 27. Han pasado ya varias décadas y ese Sambo’s ya no existe. Se convirtió primero en funeraria y ahora forma parte del conglomerado León Medical Centers. Pero todo el que entró al baño y me leyó me recuerda aún. Yo simplemente decía así: “¿Cubano, cuando se acabe la mierda, qué vas a comer?”
]]>Los miembros del Senado y la Cámara de Representantes están a punto de acordar una reforma financiera que está virtualmente designada para institucionalizar el concepto “demasiado grande para fracasar”. Y cuando lo hagan perderemos otra batalla en la guerra que se libra entre los mercados financieros globales y los estados-nación democráticos.
Esta guerra viene librándose desde hace décadas – pero la democracia no siempre ha estado de retirada plena.
La conquista del New Deal: Durante la Gran Depresión, las fuerzas democráticas ganaron la primera mano en la guerra. Éramos conscientes de que los mercados de finanzas, que están dirigidos por los grandes bancos y financieras, tenían que ser fuertemente controlados. Sabíamos que la especulación global sobre las divisas sólo agravaba la Depresión y debía ser limitada estrictamente. Sabíamos que era necesario un telón de acero entre la banca comercial y la de inversiones para proteger a los ahorradores de la clase media de las locuras del mercado (lo que produjo la Ley Glass-Steagall). Y, lo más importante, sabíamos que la clave para evitar un trastorno en la economía era limitar la riqueza de los super-ricos e incrementar la riqueza de los trabajadores mediante los impuestos progresivos, la Seguridad Social, las leyes de salario y horarios, y la promoción de los sindicatos. Los acuerdos de Bretton Woods, forjados por los Aliados durante la SGM determinaron reglas estrictas para los mercados globales, reglas que mantuvieron a las financieras bajo vigilancia durante más de un cuarto de siglo.
Y funcionó cojonudamente. Como señala el economista Joseph Stiglitz, esta era solamente vio una crisis financiera (Brasil, en 1964), y los trabajadores de las democracias occidentales tuvieron unas ganancias enormes. Desde que la era de la desregulación cogió protagonismo a finales de los setenta, el mundo ha sufrido más de cien crisis financiera y los ingresos de las clases medias se han estancado.
La contraofensiva desregulatoria: Hacia finales de los 70, los banqueros recuperaron la ventaja mediante el proselitismo de una nueva fe en los mercados autorregulados. Los apóstoles económicos de los mercados sin grilletes presionaron contra los impuestos progresivos, los sindicatos y los programas de bienestar social. La nueva ortodoxia era: que las elites recojan el dinero, que ya lo invertirán sabiamente (en vez de consumirlo), y todos irán hacia arriba. Esta revolución cuasi-religiosa se extendió rápidamente gracias al establishment político y económico. Las regulaciones fueron desmanteladas a derecha e izquierda, y la puerta giratoria entre el gobierno y Wall Street comenzó a dar vueltas. El catecismo finaciero estadounidense gobernaba el mundo. Y en Wall Street se abría el grifo del dinero. Y no goteaba precisamente.
Entonces, de repente, en 2008, los dioses del mercado se destruyeron a sí mismos a medida que los casinos financieros no regulados se estrellaban y ardían, exactamente como hicieron en 1929. Durante unos pocos meses pareció que la teología desregulatoria se había vuelto una herejía global. Era obvio que la temeraria especulación de Wall Street y su audaz nueva ola de ingeniería financiera habían causado la Gran Recesión (véase The Looting of America para un relato accesible de los hechos). También estaba claro que si el gobierno no acudía al rescate, Wall Street acabaría en ruinas, junto con el resto de la economía. Este era el momento perfecto para que la democracia asegurara el control democrático de los mercados financieros, como hicimos durante el New Deal. La cagamos.
La Victoria en “Demasiado grande para fracasar”: En el momento en que Wall Street estaba de rodillas, decidimos pasar de una reforma seria. En su lugar, reconstruimos Wall Street, utilizando el dinero y las garantías del contribuyente – por un valor de más de 10 billones de dólares. Dejamos que los banqueros usaran el dinero del rescate para pagarse a sí mismos 150 mil millones de dólares en bonificaciones – en un momento en el que más de 29 millones de americanos estaban sin empleo o forzados a trabajar a tiempo parcial. Permitimos a los jefes de los hedge funds más destacados irse de rosetas con más de 900.000 dólares a la hora (no es una errata) en 2009. ¿Y un impuesto sobre esas ganancias sobrevenidas? No. De hecho dejamos a los peces gordos de los hedge funds que pagaran un porcentaje de impuestos extraordinariamente bajo llamando a sus ingresos “ganancias del capital”. No recuperamos la ley Glass-Steagall, no troceamos las instituciones financieras “demasiado grandes para fracasar”. En realidad, los bancos más grandes se hicieron incluso mayores, por cortesía del gobierno de los EEUU.
La Invasión contra la Democracia: La guerra está en auge. Ahora mismo, las elites financieras no están simplemente luchando a la defensiva contra las nuevas regulaciones. Están atacando: se dedican a extender la histeria por el déficit alrededor del mundo y pidiendo recortes drásticos en los programas de la clase media. ¿Por qué? Quieren asegurarse de que sus préstamos a los gobiernos no se ven amenazados por el alza del déficit público. Irónicamente, el déficit público por el que tanto se preocupan fue generado en buena parte por ellos – como resultado de los enormes rescates y otros gastos generados por el crash que ellos provocaron. Aunque los banqueros quieren que desmantelemos lo que queda de nuestras políticas orientadas a los trabajadores, el bienestar para las elites financieras es todavía estupendo.
Este es el contraataque más peligroso de la historia de la economía. Más nos vale conocer lo máximo posible de los atacantes. ¿Quién compone esta tenebrosa fuerza llamada “mercados globales”? ¿Quién pelea sus batallas? ¿Tienen un Estado Mayor?
Realmente no. No existe un comité ejecutivo o unas elites financieras. No hay una conspiración internacional, no hay Sabios de Sión. En lugar de eso los mercados son zarandeados por unos 50 grandes bancos e instituciones financieras. Aquí es donde deambula buena parte de los dos billones de dólares de dinero en hedge funds. Aquí es donde retozan los seis principales bancos estadounidenses. No necesitan sentarse a una mesa para plantearse estrategias. Inmediatamente perciben las amenazas a su poder. Inmediatamente huelen las oportunidades de beneficio y están listos para agarrar todo lo que puedan, en cualquier momento en que puedan. Prosperan con las turbulencias, que les otorgan nuevas oportunidades de comercio “propietario” para explotar. La volatilizad significa mucha pasta, especialmente ahora que los grandes jugadores saben que el gobierno respaldará incluso sus jugadas más arriesgadas. La Historia acaba de demostrar que son realmente demasiado grandes como para fracasar.
Por supuesto, aún han de presionar a los miembros del gobierno – muchos de los cuáles o bien fueron banqueros o lo serán en cuanto dejen sus cargos. Pero su palanca más potente sobre el gobierno la tienen gracias al mismo mercado: aquí, mareando vastas cantidades de dinero, son capaces de vetar instantáneamente las políticas que no les gustan. Si la UE habla en serio de gravar las transacciones financieras, los mercados bajan y el Euro se vuelve más débil, y los tipos de interés crecen – haciendo más caro para las gobiernos el poder tomar prestado el dinero que necesitan para funcionar. Los políticos han aprendido a “escuchar” a los mercados y están condicionados a aplacarles.
Si un estado-nación se pasa de la raya (Grecia, Italia, España, Portugal, etc.), los mercados le dan un capón. Los políticos se asoman rápidamente al escenario y empiezan a laminar el gasto social. Si en vez de eso exigen nuevos impuestos a las elites financieras para reducir el déficit público, los mercados responden con furia. El dinero huye.
Toda la maquinaria externa de la democracia sigue funcionando. Aún movemos las palancas en la cabina de votación. Pero las decisiones que nos afectan a la mayoría se toman de un modo profundamente antidemocrático. Los mercados financieros sin rostro ejercen un control mucho mayor sobre los políticos que los votantes que les eligieron.
Así que el problema no es solamente las contribuciones de las corporaciones a las campañas electorales, o el control corporativo de los medios, o el consenso académico que apoya a nuestra teocracia financiera. Es el poder puro y duro de los mercados. Han estado deambulando con libertad y virtualmente desregulados durante más de una generación, y ahora tienen un poder sin parangón. Sólo unos meses después de que hicieran estrellarse a nuestra economía, han regresado a sus viejos trucos, preparando el escenario para el próximo crash y el próximo rescate mientras se hacen asquerosamente ricos por el camino.
Bill Clinton la clavó totalmente cuando, según cuentan, dijo:
“¿Me está diciendo que el éxito del programa económico y mi reelección depende de la Reserva Federal y de un puñado de putos comerciantes de bonos?” (Véase Agenda, de Bob Woodward)
¿Sin retroceder, sin rendirse?: No hay sitio para los pacifistas en esta guerra. Claramente, Wall Street y sus subordinados no están buscando tregua. En su lugar, van tras nuestra Seguridad Social, los programas Medicare y Medicaid. Quieren que trabajemos más tiempo antes de jubilarnos y que recibamos menos cuando eso suceda. Quieren que paguemos más por la asistencia sanitaria y que recibamos menos de ésta. Quieren que menos dinero público vaya a las escuelas, a los maestros y a las infraestructuras públicas. Y quieren que nos acostumbremos a una recuperación sin empleos con tasas de paro de dos cifras (y cuando millones y millones de personas estén desempleadas, no podemos mantener unos niveles altos de trabajo y nuestros salarios y beneficios se deterioran). En resumen, quieren minar todas las políticas y programas que han construido y mantenido la vida de la clase media.
Ya los miembros del gobierno del Reino Unido, de Alemania y de aquí nos están diciendo que debemos esforzarnos en la austeridad durante “las próximas décadas”. Como apuntó ingenuamente el jefe de la Reserva Federal, Ben Bernanke:
Podemos ver qué problemas surgen en un país si los inversores pierden la confianza en la posición fiscal de ese país, así que es muy importante que resolvamos este problema.
Por supuesto, no va a indicar que esta austeridad es solamente para las masas, y definitivamente no es para las elites financieras. O que la causa que subyace en el déficit que tanto preocupa a los inversores es el enorme cráter económico causado por esas mismas élites financieras, quienes ahora podrían “perder la confianza” para financiar a una sociedad de clases medias.
No deberíamos tomarnos a broma la batalla campal que se nos avecina. Defenderse no va a ser fácil y ganar va a ser incluso más difícil. El pueblo de un país tras otro tendrá que movilizarse para defender la auténtica democracia, para defender el derecho de cada nación a proporcionar a su pueblo una calidad de vida decente. En mi opinión, eso incluye empleos sostenibles con beneficios decentes y una infraestructura pública sólida que promueva la equidad, proteja a los vulnerables y enriquezca el medio ambiente.
Por desgracia, nadie puede garantizar que la democracia vaya a prevalecer en la guerra contra la teocracia financiera – sólo hay que recordad el caos totalitario en Europa durante la Gran Depresión. Pero tampoco lo descartemos. Es cierto que muchos de nosotros, personas normales, hemos sido distraídos por los medios de comunicación, distraídos por internet o embaucados hasta el estupor por las farmacéuticas. pero cuando nos demos cuenta de que se nos ha acorralado en una esquina sin posibilidad de escape, actuaremos. Comenzará una lucha del pueblo. Y cuando lo haga, al menos tendremos una posibilidad de pelear para recobrar nuestro espíritu democrático.
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Les Leopold es el autor de “El saqueo de América: Cómo el juego de Wall Street y la fantasía financiera destruyó nuestros empleos, pensiones y prosperidad, y qué podemos hacer al respecto”. Chelsea Green Publishing, Junio de 2009 (enlace)
Este artículo es traducción a cargo Otis B. Driftwood del original The Wild, Inhumane Market Rules Our Lives — Here’s How to Fight Back, publicado en AlterNet el 12 de junio de 2010
]]>Ya mucho menos “solicitado” en cuanto a las faenas recientes puedo escribirte contándote mis percepciones de lo que ha sido este difícil proceso, y antes sea dicho, felicitarte por tu sabático, que emplearás en cosas maravillosas :) Tienes la ventaja de no vivir en tu propia patria, ni involucrarte mucho en ella sino hasta donde es necesario y te interesa, y finalmente cuentas a tu favor (y directamente) ser partícipe de una democracia como la estadounidense que, muy a pesar de sus pocas vicisitudes, funciona en forma, por el fuerte componente de opinión.
Sin embargo, la experiencia en Hispanoamérica es muy distinta. Millones al día de hoy culpan a España por el actual estado de cosas —y de ahí el rencor hacia la metrópoli, que más que político, es cultural. Así, de entrada, con una contradicción arquetípica pura, muchas cosas están perdidas. El proceso electoral de las últimas tres semanas ha acentuado en mí una enorme decepción. La democracia, demostró una vez más, ser un vicioso sistema en países que hoy se llaman “en vías de desarrollo”, pero que, lejos de lo políticamente correcto, se agrupan para ti y para mí en el “tercermundismo pleno”. Realmente, en Hispanoamérica la democracia es muy rudimentaria: algo que me sorprende es leer las noticias que publican los medios noticiosos internacionales y nacionales, en las que predomina la errónea percepción y la desinformación. ¡Ni The New York Times ha atinado siquiera! Esto no quiere decir de que en Colombia no haya nada que hacer: por el contrario, porque casi nada se ha hecho, es que se levanta la impotencia de quienes tenemos cierta visión de ese “podría ser”, en últimas, un “folly”.
La opresión a los aborígenes por parte de los colonizadores también dejó su marcada impronta en la sociedad hispanoamericana de hoy. ¿Por qué? Hay que comenzar por decir que no medió en este proceso una base democrática; de lo contrario, España hubiera perdido. Los aborígenes, ya conversos, seguían fielmente y apreciaban públicamente a los “criollos” y “chapetones” (como se conocía a los españoles), pero en su fuero privado los odiaban hasta construir una subrepticia inquina colectiva, que quedó en el inconsciente y hace parte de las contradicciones culturales en el hemisferio (se sigue a alguien de la oligarquía porque es inevitable pero en el fondo se odia: la inevitabilidad trágica de las democracias latinoamericanas). Esto tuvo una incidencia directa, a mi parecer, no en la política, o en la forma como los hispanoamericanos ven a España, sino en el “provincialismo” que se arraigó en las sociedades; es decir, la forma como hoy se ven ellos mismos, destinados a materializar ninguna esperanza. Por un lado, ha persistido un deseo vehemente de ser auténticos y encontrarse en el pantano; y por el otro, el deseo, igual de vehemente, de seguir la inexorable inevitabilidad, al sentirse temerosos e incapaces de diseñar su propio destino (García Márquez ya lo planteó en sus novelas).
Colombia tiene una sociedad conservadora hasta los topes. Sólo los Virreinatos podían prosperar en condiciones así, y este hecho, que los historiadores a menudo aíslan o asocian al comercio o la estrategia geopolítica de Sevilla, sólo tuvo acogida en sociedades en formación ultra-conservadoras (lo digo no por oposición a las monarquías, sino por el daño que causó su concepción en América, que a regañadientes se liberó de ellas). Pocos elementos del Virreinato de la Nueva Granada desaparecieron con la independencia: Colombia sigue siendo un país de pensamiento colonial, y naturaleza servil: la sociedad es ciegamente católica, borrega, hipócrita y conformista. No sé por qué asocio la hipocresía con el conservadurismo desde hace mucho. En la capacidad que tienen los colombianos de verse a ellos mismos, encuentran demasiadas disonancias que, en sus convicciones derivadas de los grandes prejuicios nacionales, de inmediato, los hacen volver la mirada a otro lugar. Bien sabes que no hay nada más nefasto que descubrir verdades colectivas, que supone vivir en carne propia un engaño de siglos, y el martirio de la historia, y su angustia subsiguiente. La sociedad colombiana aún se encuentra en ese estadio colonial del que no ha podido salir, y que no se comprueba en la superficie, sino que es una de las fibras más fuertes en su arquetipo colectivo, y requiere observación y estudio.
Ya dicho esto, ahora sí, mi gélida experiencia recorriendo Colombia con el equipo de campaña :)
¿Quién es Antanas Mockus? Es un hombre sumamente correcto, atildado, que fue rector de la Universidad Nacional de Colombia, dos veces alcalde de Bogotá y aún vive en la casa de su madre, con su esposa y dos hijas. Durante sus gobiernos demostró un manejo limpio de los recursos públicos, un control riguroso a la actividad administrativa y por delante, la primacía de la moralidad como base de la legalidad. Si un funcionario público no iba a trabajar, era despedido. A punta de pedagogía sancionatoria, erradicó el salvajismo que imperaba en la Bogotá de los 90, donde los coches se detenían sobre las cebras de cruce peatonal, donde nadie respetaba las señales de tránsito y había una cultura de “no cumplir la ley” y “evadir impuestos”. Esta imagen contrasta con la política general en Colombia, donde el 7% del PIB (GDP) se lo lleva la corrupción. En Colombia hay una clase política corrupta asentada desde la proclamación de la Constitución de 1886, que unificó al país luego de intentos federales fallidos. De la Guerra Civil de fines del siglo XIX, surgieron dos partidos políticos tradicionales, cuya lucha por el poder los llevó a la construcción de profundas iniquidades sociales, y que desembocó en el levantamiento de sectores populares conservadores y liberales, que históricamente se conoce como la Violencia, luchando ambos partidos entre sí. Para apaciguar el país, las dos fuerzas (rojos y azules) firmaron un acuerdo que llamaron “Frente Nacional”, en el que se comprometían, desde 1958, a alternarse el poder mediante la legitimación de las urnas, hasta 1974. Como era de esperarse, los índices de abstencionismo electoral durante toda esta época fueron muy altos, y aún se mantienen. De ahí se sucedieron varios gobiernos liberales, los fallidos acuerdos de paz con las guerrillas comunistas, el nacimiento del narcotráfico, un par de gobiernos militaristas que acentuaron el sombrío paramilitarismo, y la toma completa del país por parte de guerrilleros y paramilitares derechistas. A fines de la década de los 90, era evidente que Colombia sería acaparada por los unos y por los otros, ya que el Estado había fracasado.
Antanas Mockus supuso un cambio al lanzarse a la presidencia, en un país donde un candidato independiente, consciente de la corrupción imperante, con propuestas ambientales serias (Colombia está entre las cinco naciones más ricas del mundo en biodiversidad y recursos naturales), estaba destinado a dos finales: ser asesinado, o enfrentarse a las maquinarias políticas tradicionales, las que al final se unirían en pos de la corrupción y el analfabetismo, ya que ambas cosas son las que las han mantenido reinando durante tanto tiempo. Los políticos colombianos han abusado durante un siglo de la sociedad, haciendo que las metas sociales siempre se hubieran relegado (problemas de tierras siguen siendo la principal causa de violencia social en el país, con desplazamiento interno, además), y los progresos, sólo en términos de cifras, han estado acaparados por las industrias y los bancos.
Colombia, así, es un país como Venezuela o Argentina, en el que los caudillos están llamados a prosperar. Dos autores importantes, hace ya mucho tiempo, me mostraron, desde el punto de vista estrictamente sociológico, porque la sociedad alemana cayó en el embrujo del pseudoprofeta Adolf Hitler. Problemas hondamente arraigados en la cultura alemana, sumado a muchos años de decepción con la política y el Estado, llevaron al poder en 1932 a un hombre que prometía soluciones proféticas con las que restaurar el “espíritu de Alemania.” Siguiendo esta línea de Ludwig y Burleigh, llega uno a América Latina y se enfrenta ante fenómenos parecidos: el caudillismo salta dondequiera que se mire, guías populares que reescriben la historia bajo la premisa que “nadie antes fue capaz”, “nadie hizo”, “yo reescribí la historia”. Esto explica lo que pasa en México, Argentina, Bolivia, Venezuela y por supuesto Colombia. En este país, Álvaro Uribe fue un profeta que trajo propuestas “divinas”. De ahí deriva el fanatismo popular que hoy se ve.
El actual presidente fue el profeta que llegó a Colombia en 2002, cuando las guerrillas estaban a punto de tomarse el poder por las armas. Encontró a una nación con miles de secuestrados, la solidez del paramilitarismo y narcotráfico (la fuerza pública había perdido el control), y su bandera política fue la “recuperación del control del territorio nacional”. Lo que pocos advirtieron fue que todo era producto del estado generalizado de corrupción, desde los ministerios hasta la justicia y por último la sociedad. Las banderas fueron las de la “seguridad democrática”, y en ello tuvo éxito: ocho años de gobierno confirman que acorraló el terrorismo. Sin embargo, esos mismos 8 años ayudaron a consolidarlo en el poder como el profeta que Colombia estaba esperando desde hace mucho, con una maquinaria política construida por disidentes de los partidos tradicionales que prefirieron entregarse al “goce del poder” antes de quedarse sin puestos públicos y contratos del Estado. Es decir, se hizo un héroe por hacer cumplir los postulados de la Constitución, que nadie antes honraba. En Colombia, como debes imaginar, la seguridad es un derecho de rango constitucional y fundamental, no una invención del gobernante de turno.
Álvaro Uribe hizo un buen gobierno, con escándalos de diversa índole, como es normal en dos períodos consecutivos, pero fueron ocho años exitosos en su promesa principal; es decir, cumplió a sus ciudadanos. Sin embargo, lo que yo no puedo reconciliar, es el hecho de haber instaurado un culto nacional alrededor de su nombre, para hacer creer que sin él, “Colombia estaría destinada a fracasar”, o que “la historia de Colombia comenzó en 2002”, como sus adeptos afirman. Por haber avanzado, ningún país debe estancarse en la terquedad de seguir en lo mismo: lo importante es no dar marcha atrás, construyendo.
Me uní a la campaña de Antanas Mockus a sabiendas que he sido siempre apolítico y abstencionista, por una cuestión simple, que está en todo verdadero artista: no podía seguir siendo indolente ante el abismal declive de los principios. Además de ultra conservadora, la sociedad colombiana tiene defectos graves (derivados obviamente de su derechismo), como la “mojigatería” y la “doble moral”. Hace mucho, cuando venía y hablaba con personas de libros, me sorprendía que muchos autores eran conocidísimos por estos individuos sin que los títulos hubieran sido aún traducidos al español o al inglés. Era evidente que en la pretensión general, descaradamente me tomaban del pelo. Con muestras parecidas de esnobismo cultural, llegué a la conclusión que Colombia estaba lleno de “simuladores de cultura”, y para mí no hay nada más repugnante. Personas que creen saberlo todo, y en realidad, no saben nada, o no entendieron nada de lo que leyeron o “conocieron”.
Mi decisión de incursionar en la política latinoamericana, tan macondiana, fue más un arranque de pasión artística que determinación obstinada para cubrirme de mierda. Antanas Mockus, este filósofo de ascendencia lituana, con cara de pastor calvinista, despertó en mí esa búsqueda por recuperar los principios esenciales que se habían distorsionado: las noticias diarias en Colombia corroboran que estoy en lo correcto (por ejemplo, hijos que extorsionan a sus padres haciéndose pasar por secuestrados, solo por citar uno). Ante nada confiaba en Mockus, y en su capacidad de llevar a Colombia por un camino en que la cultura se abriría paso, ya que ciertamente lo que más necesitan estos países hispanoamericanos es reconocer su identidad, mediante la educación, en oposición a la “chabacanería” y la “analfabeta indiferencia”. Realmente yo he sido siempre muy de centro, aunque más a la izquierda que a la derecha. Como se comba un hipocampo, casi, sin perder el corazón.
A veces pienso si por ello no soy un simplón. Me pongo filosófico y me pregunto si tomar partido no es el camino para llegar a acuerdos con la vida contemporánea sin desarrollar las técnicas tan perfeccionadas de la hipocresía. De este modo, Mockus llegó a los bohemios que ya estaban decepcionados del mismo pastoreo de masas, a los artistas conscientes de la televisión, a los músicos (Shakira y Juanes, ejemplos), a los escritores, pintores, escultores y los periodistas independientes. Sus propuestas abrieron por primera vez la posibilidad de entrar en un país nuevo y digno por el cual muchos lucharon contra España hace 200 años. Y como es natural, una restauración de principios es lo único (políticamente hablando) que puede inspirar a toda una tropa de artistas, en proceso de extinción o en el camino del exilio, en una sociedad filistea como la colombiana. Por tanto, no fue sorpresa mi adhesión a este esfuerzo colosal. Ciertamente, querido amigo, la política es como ese papel cazamoscas que si lo pisas, no te puedes soltar, por lo que es un peligro para cualquier escritor. No obstante, ¿cómo hace un escritor —salvo los superficiales— para vivir y trabajar en medio de un vacío? O peor: ¿en una torre de marfil? Es muy difícil, aunque insisto, los hipócritas indiferentes se conforman con cualquier cosa. No precisamente por imbécil a alguien le sirve tomar cualquier número de vagón del metro para retornar a su casa.
Muchos que están con nosotros, no se atrevían a exteriorizar su preferencia, ya que se exponían al escarnio público —Colombia es un país de tendencias y modas, donde nadie puede pensar o expresarse según quiera ya que hay censura social por esto, pero por ejemplo no la hay para los corruptos, que son héroes, por ser los “vivarachos”—. En la campaña, escuché muchas veces a personas decir “votaré por Mockus pero no puedo decirlo porque mi jefe me despide”, o “mi familia y amigos están convencidos que Uribe es el salvador y no puedo expresar mi preferencia política y razones porque me aíslan”. Este fenómeno fue lo que los analistas llamaron “votantes verdes en el clóset”, que temían confesar su simpatía por Mockus en un país Uribista hasta los tuétanos. (Con esto te das cuenta el grado de atraso cultural que impera en Colombia, y puedo decirte que en otros países es mucho peor. De hecho, Colombia es de los más tenues, donde la sociedad conservadora y filistea está llena de prejuicios y tabúes, y la única arma de un ciudadano común, ante la hipocresía social, es la misma hipocresía.) Una de las cosas más sorprendentes de estas elecciones es que Mockus, con su programa económico de aumentar impuestos a la clase pudiente, tuvo su mayor aceptación, precisamente, entre los ricos.
La segunda vuelta es el 20 de junio, pero ya todo está dado para que el oficialismo y su culto se impongan. El “ungido” recibió recientemente el apoyo de todas las maquinarias (incluso aquéllas que habían estado en la oposición), cuyos dirigentes prometieron, hipócritamente, “la oposición dentro de la alianza”. Sólo una sociedad que admite contradicciones tan dañinas como ésta está llamada a fracasar. Se anunció un gobierno de “unidad nacional”, algo muy similar a lo que experimentó antes Colombia entre liberales y conservadores poco después de la violencia y la dictadura, el llamado “Frente Nacional” (que fue una alianza en la que se desdibujaron los principios políticos para cambiar acuerdos burocráticos por muertos, es decir, para que no siguieran matándose entre sí). Algo que me ha llamado mucho la atención, es que muchos han acusado a Uribe de dictador, y da la casualidad que su sucesor, propone un acuerdo de “unidad nacional” entre partidos justamente ahora; el “Frente Nacional” fue el acuerdo que permitió el fin de la dictadura militar en Colombia, que se mantuvo entre 1953 y 1958 (la única en su historia). Ahora, la dictadura es la de un culto de masas arropada por el manto de la democracia, que está metido en las mentes y corazones de la gente como el nazismo en los alemanes de los años 30. El mito se hizo carne con Uribe.
¿Qué creo que pasará? Mockus perderá, es evidente, ya que no está en Suecia sino en Latinoamérica y nadie quiere una valiosa inyección de vida. Pero mucho se habrá logrado, porque los verdes mockusianos no tranzaremos los principios políticos. El partido original se llamaba “Visionarios por Colombia”, y sólo hasta ahora vengo a comprender la metáfora del nombre. En la historia, la mayoría de visionarios terminaron muertos trágicamente, sus vidas o conquistas convertidas en utopías; así, Mockus es como un visionario que, no muy bien armado y en la candidez de un filósofo, se metió al corazón de este vasto desierto humano llamado Colombia para explorarlo y morir en él. A principios de este año, el partido original fue reemplazado por el “Partido Verde”, con una agenda ambiental bastante fuerte (siguiendo los partidos europeos), ya que como el mismo Mockus lo dice, “somos parte del futuro del mundo”, y tiene mucha razón. De 1.8 millones que obtuvo en las elecciones legislativas de marzo de este año, el Partido Verde se catapultó, a punta de votos de opinión, a 3.1 millones, y con posibilidad de aumentar el próximo 20 de junio, aunque sin llevarse la presidencia. La mira ahora está puesta en las elecciones locales del próximo año. Es en realidad un fenómeno político, y le veo mucho futuro (en Brasil hay Partido Verde). Su agenda anticorrupción, educativa y ambiental, llegará en unos años muy lejos. No me desvincularé de la militancia, por supuesto, porque para mí es una plataforma para canalizar mi lado político, sincero y sobretodo honesto. Y mientras que el Arte lo permita, por supuesto.
Pese a estas conquistas, el más grande desafío, para cualquier propuesta decente en Latinoamérica y Colombia, es la sociedad misma, que es sinónimo de “resistencia”. La sociedad existe en minoría, siendo la mayoría un difuso, revuelto y enorme sistema inmune que lo ataca todo, incluso las “células buenas”. Por décadas, los políticos han ayudado a aumentar la pobreza, ya que no es lo mismo un ciudadano pensante y consciente que uno sobornable, embrutecido y convencido de la “inevitabilidad del estado de cosas”. Los votos de opinión no se llevan en autobuses a las urnas, y tampoco se venden por 10 o 12 dólares (es lo que pagaron en estas elecciones los oficialistas por votos en muchas regiones pobres de Colombia). Los votos de opinión estarán siempre por fuera del comercio. Por tanto, entre más permanezca intacto el “status quo”, mucho mejor.Al reconocer que hubo y siguen cometiéndose errores estúpidos en el Partido Verde (justificables por ser un movimiento nuevo), seré adepto incondicional sólo mientras exista una clase dirigente cínica en esta “nada cultural filistea”, donde no priman los libros sino el dinero, las ruedas y las tetas de silicona. La concepción popular de Antanas Mockus, como filósofo y académico de “payaso”, también indica que la inteligencia, en Colombia e Hispanoamérica, es una de las posesiones más indeseables que pueda alguien tener en su haber, y habla por el grado de corrupción moral e inversión de principios y valores de esta sociedad hoy en día. No veo la hora de unirme con mis novelas al gran “circo” ;)
Soy de los que aún cree en las virtudes, desgraciadamente, porque la creación de utopías literarias obedece a la visión de un mundo mejor, y nunca a la inversa. El Arte auténtico no puede tener ningún mensaje o moraleja, y es claro, pero… ¿cómo puede cumplir su objetivo sin mensaje? Aquí está la invisible línea entre el arte y el panfleto, que sólo una minoría casi extinta domina. Es en estos principios que me afinco, amigo mío, y no como la gran mayoría, en todas partes del mundo, que venera fachadas disimulando un genio o talento innato para la deshonestidad. El actual momento histórico de Colombia es de estancamiento: el arte, en un clima político y social así, está llamado a estancarse también. Mockus era el único que podía lograr un clima en que el la cultura se regenerara, y un escenario en que los artistas no tuvieran que emigrar. Por ello, en medio de la basura predominante, el arte que se produce es predominantemente basura.
Esta experiencia me ha permitido adentrarme mucho más en la sociología y filosofía nacional, partiendo de reflexiones y conclusiones históricas: no me era fácil concentrarme sin vivir el objeto artístico “desde adentro”. No puede escribirse de un país a punta de ignorancia. La historia es una rueda, y las novelas casi siempre están vivas. En Colombia pocos saben la historia, y como en la anécdota que te comenté, la entienden como datos y fechas, y no por las coincidencias y conclusiones de las verdades y errores que pueden extraer de su lectura. Definitivamente, en un escenario tan hostil, es el arte el llamado a prosperar; no como un estilo de vida o una moda, sino como una convicción, más allá de propia, que es colectiva, el bien último general. Otro personaje que representa el filisteísmo social, me dijo lo siguiente: “Ya imagino cómo serán tus novelas; estoy seguro que las firmarás bajo el nombre de “Sátiro”. A lo que respondí, con la misma capa negra: “Mis novelas obedecerán a cierto idealismo presente en mí, sin pasión política, y estarán dirigidas a la hipocresía general, a todos aquellos hijos del cinismo que las cargarán como una cruz en sus hombros entre más se repugnen, por las verdades inconscientes que en ellas encontrarán”.
Te mantendré informado de los eventos. En los tantos momentos libres, regreso siempre a la traducción, lo único que vale la pena por ahora, y a enriquecer mi novela con percepciones. Ciertamente, el 21 de junio Colombia seguirá siendo la soleada y próspera y corrupta Filistea de siempre, mientras los pobres seguirán soñando en viandas y lujos, los estudiantes y lagartos de cera seguirán “interpretando” sus libros de historia nacional y los ricos cambiando sus Rolls y Jaguares como cuando se aburren de un canal de televisión. No hay nada peor que una sonrisa democrática, definitivamente. Me quedo con Medea.
Ya dicho esto, las actualizaciones futuras serán en síntesis. Era necesario escribirte toda la pastoral, porque no es posible atar cabos sin saber dónde comienzan las cuerdas.
Un abrazo afectuoso, sin que me tambalee aún, muy a pesar del mareo,
Max.
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