Libro de notas

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Ánfora de Letras por Max Vergara Poeti

Apuntes de viaje, recorrido en bote o hidroavión por el Amazonas literario. Imágenes desde el Jardín de Corifeo, lecturas recomendadas por Zenódoto de Éfeso. Max Vergara Poeti es escritor y traductor. Ha colaborado para diferentes revistas culturales y literarias de Colombia e Italia, sus dos patrias, asimismo como de otros países Hispanoamericanos.

Un viaje a la República Dominicana

Recuerdo haber escrito mi primer cuento en República Dominicana. Diríase que la mitad, el principio, o acaso la idea. No, en efecto se escribió allí. Tras un vuelo breve a Santo Domingo llegué después del ocaso al hotel, el V Centenario, frente al mar, tras atravesar media ciudad resonando en salsas y merengues. Yo no me esperaba lo que estaría a punto de estallar, detonarse en mí. En casa viajábamos regularmente; creo, ahora, una costumbre que me quedó a mí para toda la vida. Incluso en el vientre de mi madre, hay en la familia múltiples historias mías, yendo de un lado para el otro. A veces, esto me lleva a preguntarme por qué diablos no nací en un avión, pues así (y no de otro modo) hubiera tenido billetes aéreos gratis durante toda mi vida. Descontando, obviamente, las aerolíneas que ya no existen: Eastern (de la que recuerdo el Mickey Mouse Fun Bag que nos daban a nosotros los críos en los vuelos), Panam o TWA. De haber nacido en uno de los aviones de estas empresas, seguramente ni un bono compensatorio habría recibido tras sus quiebras.

El hotel V Centenario Inter-Continental era por entonces nuevo; homenajeaba a Colón y su arribo a San Salvador. Desde el balcón, me veo aún pensando en qué hubiera sido de su expedición, y de las siguientes, de haberse encontrado él y los conquistadores con una comunidad de Taínos aguerridos; puesto que a diferencia de los Caribes, los habitantes de La Española eran pacíficos y sumisos. El viento era cálido, mas aliviaba. Veía el mar, o mejor, lo escuchaba frente a mí, avanzando, retrocediendo. Las palmeras sobre la Avenida George Washington se sacudían levemente. Una historia en mí comenzaba a escribirse, como también gran parte de mi mito personal.

Regresé posteriormente a Santo Domingo, ya adulto, pero con la intención de encontrarme con un viejo amigo que del área metropolitana de Los Ángeles se había mudado a una colonia artística al este de Santo Domingo, en sus palabras “atrincherada del mundo”. Por entonces, las colonias artísticas me interesaban de sobremanera; quizás, tras haber participado en una conversación reciente con el poeta Derek Walcott, quien llevaba años (y creo que aún sigue en eso) planificando una en su natal Santa Lucía. El primer día, decidí pasarlo en Santo Domingo: una alegre ciudad imposible y tercermundista como cualquier otra, ruidosa en música, pero con un par de cosas capaz de salvarla: la Zona Colonial (con la primera iglesia construida en el Nuevo Mundo y la primera calle pavimentada en las Américas). El conde es la calle peatonal que atraviesa el barrio antiguo, por ambos lados llena de comercios, restaurantes y un par de librerías. Caminé por allí, por el viejo parque Colón, luego la Fortaleza Ozama y las murallas serpenteando la avenida del Puerto, la Plaza de María de Toledo (en honor a la mujer de Diego Colón y sus dos arcos que sobreviven al original habitáculo jesuita que allí estuvo en el siglo XVII), y de ahí, a un lugar de encuentro para todos los hablantes de nuestra lengua, la Plaza de la Hispanidad. Por un lado, estaba la Calle La Atarazana, con sus restaurantes, bares y tiendas mirando hacia la plaza, en edificios muy bellos que fueron bodegas durante la Colonia. Las mesas y los parasoles ocupaban gran parte de la acera y tras comerme una “bandera” (arroz blanco, judías, carne en estofado, ensalada de aguacate y patacones), me quedé disfrutando de una Presidente en la helada botella. La vida dominicana se mermaba allí, con el turismo. Pensaba en la colonia artística, y que quizás, si era cierto lo que mi amigo decía, encontraría finalmente un poco de todo lo que pretendía descubrir en aquel viaje. No estuve mucho en la plaza, pues mi cabeza había absorbido tanto el sol que un dolor de cabeza me tenía liado, así que preferí, como buen mojigato, irme a dormir antes de pasar un auténtico mal rato a medida que subía el volumen de la música.

A la mañana siguiente supe que no tenía nada más que hacer en Santo Domingo (aunque había aún mucho por hacer, no me cabe duda), abandoné el Meliá en una vagoneta refrigerada y me dirigí a Altos de Chavón, al este de Santo Domingo. Lo que no me esperaba era encontrar que esta comunidad artística pertenecía, como si fuera acaso un decorado, al complejo turístico de Casa de Campo, a unos minutos, por supuesto, de La Romana. Durante el viaje, que me pareció bien largo por cierto, el chófer de la vagoneta se detuvo una vez en San Pedro de Macorís, exactamente en una clásica confitería, donde nos embutimos de bizcochos de azúcar prieta, otro tanto de dulce de naranja en almíbar, un poco de flan de batata, gofio, habichuelas con dulce, pudín de nevera, suspiros para lustre, y por supuesto, las clásicas alegrías. Generalmente no como dulces, pero aquella vez fue la excepción; había aceptado comer de todo un poco, y regresé a la carretera con el remordimiento de futuras caries y temor por eventuales retorcijones de barriga.

Altos de Chavón es bello, apacible, pero su cercanía al complejo turístico de Casa de Campo aunque no lo arruina, lo convierte en un reflejo de los pueblitos temáticos que se encuentran a las afueras de cualquier Disneylandia. Construido en la década del 70 del siglo pasado a su vez al estilo de una villa mediterránea del siglo XVII, la ciudadela está abierta al público, excepto a los “motoconchos”, las motocicletas-taxi de la isla. Los huéspedes del resort contiguo, con sus pulseras de colores, abundan. Altos de Chavón está entre árboles: casas y más casas construidas entre callejas de piedra, surtidores dieciochescos; en sí, una arquitectura que convence a cualquiera de que en efecto se trata de un lugar antiquísimo. La villa está llena de galerías y tiene una bella iglesia, con su obelisco y sus palmeras. Lo más sorprendente, es el anfiteatro u odeón, que parece trasladado de Grecia, con sus gradas al cielo libre del Caribe y con capacidad de albergar cinco mil espectadores.

Los restaurantes en Altos de Chavón son carísimos. En ellos se reflejan los dos campos de golf diseñados por Pete Dye para el resort Casa de Campo, considerado uno de los mejores del mundo, y cuyos privilegios milagrosamente se salvaron de la furia del huracán Georges, que en septiembre de 1998 y con vientos de más de 202 kilómetros por hora, por poco lo desaparece de la faz de la tierra. Aunque la mayoría de los huéspedes de Casa de Campo llegan bajo la modalidad de los paquetes turísticos, más del 90% aterrizan directamente en el aeropuerto privado que comparte el resort con La Romana. Lo hermoso de la villa (y más que el hotel), es el río Chavón, que la bordea, y el extraño ambiente toscano que envuelve las callejuelas.

De cualquier modo, si una colonia artística verdaderamente me sorprende y gusta, es en la Riviera francesa, donde no solo hay una, sino varias. Mis excursiones recientes desde Mónaco a Vence, Saint Paul de Vence y Cagnes-sur-Mer, villorrios todos exhalando por cada poro de sus piedras y cada árbol aquello mágico que hace del Arte el Arte, lo comprueban.

Desde entonces, no he hecho viajes más profundos a la parte oriental de La Española. Hubo luego un breve retorno a Santo Domingo, para dirigirme a Haití, pero nada más. De algún modo, creo que me conformé con estas simples visiones, dos aspectos, las caras de una misma moneda que es la República Dominicana. Sin duda, una isla turísticamente idílica, con cierto ambiente agradable en Santo Domingo, y los lujos del paraíso del dinero en las playas en las que rematan los campos de golf. Por ejemplo, al sur de Altos de Chavón, está el Parque Nacional del Este, 310 kilómetros cuadrados de selvas secas, subtropicales húmedas y verdes transicionales. El parque, además, es hogar de 112 especies conocidas de aves, un par de manatíes entre la península y la isla Saona, y el solenodonte endémico de la isla, un mamífero que parece una rata enferma. Además, están las
cuevas, con sus dibujos precolombinos, pero este nuevo viaje, sin duda, que incluya la Bahía de Samaná (recomendada por la World Wildlife Fund como uno de los lugares indicados para avistar ballenas en estado salvaje), Lago Enriquillo y sus cocodrilos, las cataratas de Jarabacoa y las caminatas por el pico Duarte, quedará para después.

Max Vergara Poeti | 04 de junio de 2008

Comentarios

  1. Ana Lorenzo
    2008-06-04 22:47

    Qué envidia tu vida viajera. Y gracias por compartirla.
    La obsesión por los campos de golf ha llegado a un punto en que no hay lugar en el mundo que se salve de ellos, ¿no? Parece que uno vaya a encontrarlos incluso en el Sahara ;-)
    Un beso.

  2. Miguel
    2008-06-05 02:54

    Excelente artículo como siempre; las islas del Caribe cada vez más se hacen tal como el autor lo señala – idílicas- por virtud de los enormes complejos turisticos y las playas abarrotadas; Torremolinos y Benidorm no tendrían nada que envidiar. Quedo con la curiosidad de leer la siguiente parte de este artículo – sin duda ya anunciada por el autor – sobre Haití. A veces uno se pregunta qué puede ir a hacer alguien a Haití, pero en efecto sé de cientos de personas (particularmente galos) que son los que mantienen los pocos hoteles de aquel infortunado país. Si algo maravilloso tienen estas notas es que varían en tono siempre, y presentan un aspecto nuevo y distinto de los viajes del trotamundos [articulista de Libro de Notas, un privilegio], algo que muchos de los lectores no esperamos encontrar. Ésta, especialmente, tiene un toque personal que la hace muy agradable. ¿Será que Vergara Poeti ha comenzado a darnos guños biográficos suyos? Sería una maravilla. Saludos.

  3. Juan Felipe
    2008-06-05 08:15

    Que maravilla es poder siempre encontrar aqui un espacio tan agradable , en donde podemos llenarnos de tanto mundo , gracias a la descripcion detallada de lugares fantasticos y en ellos sus costumbres artisticas y autoctonas que hacen de ese lugar, unico.
    Cada pais tiene sus propias caracteristicas tipicas, y Republica Dominicana no se queda atras. Este maravilloso articulo nos permite alimentarnos de un toque de cultura del mundo en el que vivimos , en donde paradisiacos lugares,de diferentes regiones,nos permiten ver que son incontables las riquezas que poseen desde cualquier punto de vista.
    Para ello nos podemos apoyar facilmente en las imagenes de aquellas tierras , que pienso yo son POSTALES ! :)
    En ellas podemos apreciar la arquitectura y el disenio de las hermosas construcciones, que combinadas , por ejemplo , con el rosa de las flores, nos exhiben una imagen remarcable de aquel fantastico patrimonio cultural.
    Wow !! nada como el campo del golf , que mas parecen kilometros de alfombra verde , que el mismo prado como tal.
    Todos los dias , frente a mi , hay un odeon que siempre me ha gustado por su disenio Griego, y por que es epicentro de actos culturales y artisticos.pero me dan muchas ganas de visitar este odeon en Altos de Chavón. De solo imaginarlo…
    Empacare mis maletas , y volare!
    tnk u so mux!:)
    !lu———->=)


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