Libro de notas

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Ánfora de Letras por Max Vergara Poeti

Apuntes de viaje, recorrido en bote o hidroavión por el Amazonas literario. Imágenes desde el Jardín de Corifeo, lecturas recomendadas por Zenódoto de Éfeso. Max Vergara Poeti es escritor y traductor. Ha colaborado para diferentes revistas culturales y literarias de Colombia e Italia, sus dos patrias, asimismo como de otros países Hispanoamericanos.

Tahití

Fueron las primeras noticias de que se trataba de un paraíso lo que mitificó para siempre a la Polinesia. Sin embargo, la imaginación de aquellos viajeros y misioneros fue sobrepasada poco después por las apreciaciones del aristócrata Louis-Antoine de Bougainville, a quien se le debe la fantasía de “salvajes nobles” desnudos en las muchas playas de ensueño de la “Nueva Sitia”, tal y como bautizó a Tahití por el lugar de nacimiento de Afrodita, patrona del amor.

Desde entonces, el vasto archipiélago hace parte de la fantasía. Hoy, la Polinesia no solo atrae a los amantes del lujo y de vacaciones idílicas, sino a todos los que siguen a Herman Melville, Robert Louis Stevenson y el mismo Paul Gauguin, entre otros. Algo de Moby Dick, Robinson Crusoe y los óleos que inmortalizaron, probablemente, las islas más apartadas, las Marquesas, la belleza polinesia los inspiró.

La Polinesia Francesa es apenas una parte de la “gran Polinesia”, que se extiende, por ejemplo, hasta las islas Cook en Australia, Hawái al norte e Isla de Pascua al este. Se ubica, pues, a 6.500kms al suroeste de California; 5.500kms del noreste de Australia, 6.000kms en línea recta desde Sudamérica, 9.500kms al sur de Japón y 15.700kms del otro lado de su metrópoli, París. Esta fina perlería de mar comprende 118 islas de las que sólo 6 sobrepasan los 100kms cuadrados. En total, son 5 archipiélagos que la componen, siendo el primero de esta entrega “The Society”, con sus sistemas de Barlovento y de Sotavento, y la isla capital, con el monte más alto en esta porción del Pacífico, el Orohena.

La mejor época para visitar Tahití es durante la época seca, desde mayo a octubre, ya que los cielos se blindan de ciclones, el aire es seco y muy fresco, y aprovecha “el maraamo” (viento que sopla del sudeste, a velocidad que oscila entre los 40 y 60kms por hora).

* * * * * * * *

El Airbus A-340 de Air France en el que viajaba aterrizó poco después de las diez de la noche, en el Aeroport de Tahiti Faa’a, tras un vuelo de casi 9 horas desde Los Ángeles. Para mi sorpresa, la mayoría de pasajeros, ojerosos y adoloridos, venían desde París, y completaban a esa hora casi 24 horas de vuelo, contando la parada en California y la diferencia horaria. Hasta era cómico verlos. El Faa’a está a 5kms de Papeete, el epicentro comercial y político de la Polinesia. Aquella noche, mientras trataba de dormir, imaginaba la clase de puerto atrasado que con el sol encontraría a la mañana siguiente, no obstante cuando desperté todo resultó ser, como suele pasar, diferente. Cierto es que una estadía en Tahití no debe exceder de cuatro o cinco días máximo, porque esta isla nada tiene de la fantasía y belleza que de Bougainville y Gauguin difundieron. No hay playas de postal como se espera ni bungalós flotando en medio del mar. Pero si alguien quiere sumergirse al menos un poco en lo que queda de cultura polinesia, Papeete, sin duda, es la auténtica opción.

Papeete no tiene ni un pelo de pueblo, como podría pensarse, o comunidad somnolienta de pescadores. Por el contrario, es una ciudad escandalosamente americanizada, de arquitectura vulgar y un tráfico a veces canalla, por lo de sus calles, angostas casi siempre. Hay quienes aún la llaman con orgullo “Las Vegas del Pacífico”, aunque sin duda se trata de una exageración, lamentable en todo caso. Visto desde el aire, Tahití parece un pez de arrecife: un círculo grande seguido de otro chico. Papeete ocupa lo que podría decirse es la boca, en lo que se llama Tahiti Nui. Al Sur, la cola del pez recibe el nombre de Tahiti Iti, montañosa, llena de cuevas y jeroglíficos. El centro es fácilmente recorrido a pie, a través del Boulevard Pomare, que sigue paralelo al mar. Los barrios se extienden hacia el este y oeste, siempre siguiendo la costa, e incluso hasta las faldas de las empinadas y verdes montañas, donde los caminos empedrados se cubren de niebla. En Papeete hay que ver el Mercado (Market), por el colorido de los puestos y lo que venden (bastante polinesio), aunque recomiendan visitarlo en domingo, por su efervescencia y variedad de ofertas.
Puede allí comprarse telas y prendas terminadas de todo precio, canastas, artesanías, pescados y carnes, suvenires hechos a mano, asimismo como teléfonos móviles y otro tanto de productos chinos. Entre las frutas locales, reconocibles por sus rubores, sobresale el taro (que parece una cebolla con tallo), los cocos de carne suave y rosada, el ananás de Moorea, las sandías de Maupiti, papayas y otros exotismos de las islas cercanas. La zona del muelle es perfecta para ver la puesta del sol, e incluso entrada la noche, cuando se llena de paseantes y parejas enamoradas, y aparecen “les roulouttes” o restaurantes móviles que, aunque no son lo más barato como se pensaría, ofrecen una múltiple variedad gastronómica, muchas veces limpia. Para completar la escena, la punta oriental del Boulevard Pomare abunda con bares, cafés, restaurantes y discotecas, y por supuesto, cuando la noche cae, las aceras se llenan de “mahus”, las exóticas travestis de la isla.

Una caminata hacia el occidente del Boulevard Pomare (de cuatro carriles, por cierto), será siempre bajo la sombra de los enormes hibiscos y sus raíces colgantes. No es necesario recorrer la Pomare de arriba abajo, sino simplemente un buen recorrido puede comenzar desde la iglesia protestante, construida en 1818 y que conmemora la fundación del pueblo. En la esquina opuesta, una perla negra gigante anuncia la presencia del Museo de Perlas, que es realmente una combinación entre tienda y museo que explica el proceso de esta especialidad polinesia. Del otro lado del Boulevard hay una canoa doble enorme, monumento que conmemora las hazañas de los legendarios navegantes polinesios que remaron desde Hawái hasta Tahití en 1967. A medida que se avanza hacia el este, se encuentran más muestras de las barcazas utilizadas por los locales, y que a menudo, pueden verse en pleno movimiento sobre el mar (nadie creería la velocidad que pueden alcanzar), gracias a los clubes locales de remo, por lo general en las horas de la tarde. Pasando la Avenue Bruat, la ventana que se abre hacia el mar de yates y regatas en movimiento da a Papeete un sabor internacional. Del lado contra las montañas del camino está el Parque Bougainville, y convenientemente, la estafeta (que reemplazó la bonita edificación original de madera, a mi parecer otro de los retrocesos arquitectónicos de la isla. Acto seguido, el viajero encuentra un shopping que llaman Valma Centre, y que es completo, y enseguida el puerto, donde por lo general dos cruceros permanecen anclados.

Ya entrada la tarde, llegan las barcazas de pescadores y les roulouttes se alinean ofreciendo sus menús desde el aparcamiento costero hasta el Terminal de Ferri. Este es el núcleo de correos finalmente, con sus catamaranes veloces y los ferris pesados abriendo morosamente las aguas, ante el sonido de los distritos rosa que comienzan al sur de la Avenue du Prince Hinoi hasta pasada la Avenue du Chef Vairaatoa, varias docenas de metros al norte.

El turismo y el entretenimiento de adultos se desvanecen a medida que uno se aleja de Papeete, incluso por las mismas vías urbanas que conducen al centro naval y el Fare Ute. Se trata de la zona industrial de la isla, donde las lanchas sucias y viejas permanentemente descargan las importaciones de otras islas y el aire huele a sudor y aceite de coco. Aquí es donde abundan las radios fabricadas en Cantón y las bicicletas taiwanesas que a su vez, son repartidas a tiendas rústicas en las demás islas. En realidad, está ocupada zona mueve más de medio millón de toneladas de carga por año, y otro tanto al interior del gran archipiélago.

Alrededor de Tahiti Nui y Tahiti Iti los recorridos por costa y montañas llevan a un sinfín de ruinas y monumentos históricos de todo tipo que recuerdan las tantas etnias que habitaban la isla, asimismo como los exploradores posteriores. También hay atracciones como parques naturales, y un Jardín Botánico junto al museo Gauguin (que por cierto exhibe préstamos del Musée d’Orsay de París). Además, entre las ofertas turísticas está el montañismo y las caminatas, sin descartar las opciones de diversión marina.

Dada la fama de la Polinesia Francesa por sus altos costos, ¿qué se recomienda? Sin duda evitar las compras de última hora (un protector solar de Hawaiian Tropic que adquirí en Los Ángeles por casi 15 dólares, lo venden en cualquier esquina de Tahití a más de 40). Aunque la Polinesia es costosa para el viajero común (una cena buena [no elegante] para dos con botella de vino puede sobrepasar los 80 euros), ciertos gastos merecen la pena. Porque la mayoría de visitantes se limitan a las islas paradisiacas cercanas y a los resorts de cinco estrellas, el interior de la isla esconde bungalós para todos los gustos y tipos, y al margen del alquiler de coches existe toda una oferta sustitutiva en cuanto a scooters y bicicletas, a mejores precios.

Si dos cosas baratas tiene la Polinesia (y en Tahití se hace evidente), es el servicio público de transporte y los sándwiches (éstos se venden en todas partes y como se quieran, desde el popular “casse-croûte” que es invención local hasta los típicos de salsa Bechamel). Visitar la Polinesia es una experiencia de una sola vida, y si la economía colonial que se mueve por sobrecostos e impuestos de todo y para todo, sumada a que casi todo lo que entra viene de Francia (ya uno ve las botellas de Merlot que generalmente se ofrecen en Carrefour a 15 euros sobrepasar los 70 en Papeete), hacen lo posible por poner al archipiélago más allá de los límites, creo yo, que el esfuerzo es y será siempre a medias. Nada más una pista que alivia: el boleto aéreo de ida y vuelta, desde París, no sobrepasa los 2 mil euros, si se compra por anticipado.

Max Vergara Poeti | 04 de febrero de 2009

Comentarios

  1. Juliàn.
    2009-02-15 02:08

    Nota de Inicio de Año, No sé como le haces para Tener un ojo (memoria) Exquisitamente detallista, casì Fotografico, desde la Nota de Republica Dominicana (recordando que No fue la primera que escribiste) , hasta la De Hoy….. Te leo atento.

    (.gracias.)

  2. Mariela
    2009-02-23 14:07

    Muy buenas tus notas .Seguí escribiendo , me encantan los blogs de viajes!


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