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Ánfora de Letras por Max Vergara Poeti

Apuntes de viaje, recorrido en bote o hidroavión por el Amazonas literario. Imágenes desde el Jardín de Corifeo, lecturas recomendadas por Zenódoto de Éfeso. Max Vergara Poeti es escritor y traductor. Ha colaborado para diferentes revistas culturales y literarias de Colombia e Italia, sus dos patrias, asimismo como de otros países Hispanoamericanos.

Tibet

Se le conoce como “Shangri-La (por aquella maravillosa película, casi perdida, de 1937, con Jane Wyatt y Ronald Colman, que se anticipó con su mensaje de paz al terror de la Segunda Guerra Mundial), “el País de las Nieves” y “el Techo del Mundo”. Este reino budista tan remoto en el corazón de Asia ha sido objeto de múltiples mitos y misterios: por ejemplo, los jesuitas, tras escuchar del Tibet en Goa, creían que allí se escondía una comunidad cristiana excesivamente mística. Lhasa es la ciudad de aventureros, la capital de los soñadores, la “Ciudad prohibida”. Hasta hace poco, Occidente ha tenido el privilegio de verla, adormecida sobre el río Kyi Chu, a la sombra de los Himalayas, en su cordillera pardusca con algunas cimas moderadamente nevadas.

Hollywood difundió y popularizó al Tibet, poniéndolo de moda, y más allá, la música también se ha beneficiado. Lo cierto es que ninguna de esas películas fue filmada allí, sino a miles de millas de distancia. Los misioneros fueron quienes pusieron al Tibet en el mapa. Uno de los más célebres, fue el pastor italiano Ippolito Desideri, quien llegó en 1716 a Lhasa para quedarse allí por cinco años. Luego vinieron otros, pero sus oficios de conversión no maduraron la cosecha esperada: en cien años de intenso proselitismo religioso, solo 13 tibetanos se convirtieron al catolicismo.

En el lado tibetano de la meseta Qinghai habita el yak, exactamente cinco de los catorce millones de animales en todo el mundo. La tierra del yak es la tierra de los nómadas del Tibet. Aunque es difícil ver un ejemplar en su hábitat primario, también abundan los especimenes domesticados, que hasta uno puede tocar. El yak tiene más de un metro de ancho y casi dos de alto, siendo así, un animal enorme. Su faceta más admirable, pastando en las praderas de montaña, encerrado en su timidez excesiva, es su habilidad para soportar las alturas: tiene tres veces más células rojas en su sangre que cualquier otro animal parecido, igual que entre catorce y quince pares de costillas, en vez de las típicas trece comunes al ganado, lo que le da gran capacidad de oxigenación. De ahí su nombre latino: Bos grunniens.

Una de las cosas más bellas del Tibet son los Chörtens o stupas simbólicas, originalmente construida la primera para cremar las reliquias sagradas de Buda Sakyamuni. Luego se extendió este uso a los lamas y a los santos. Adentro, siempre el aire es solemne y ceremonial. Pero las estructuras son bellísimas, y siempre están cerca de paisajes inolvidables.

La capital del Tibet, Lhasa, se divide en un lado puramente tibetano y otro chino, siendo el primero el más pintoresco. La influencia china, pese a la resistencia, es enorme. Quien arriba desde el aeropuerto Gongkar lo primero que observa, por la carretera rodeada de un ambiente dramático, es el Potala, un fuerte-palacio entre blanco y ocre que se levanta, como un guerrero Mongol muy viejo pero aún fuerte, sobre el perfil de una de las ciudades más altas del mundo. El Potala es una de las piezas más originales y únicas de las arquitecturas tibetana y mundial. De masivas proporciones, el silencio y la vaciedad de sus pasillos recuerdan cada tanto al viajero que el XIV Dalai Lama huyó con su gobierno al exilio. De no haber sucedido aquello en 1959, el guía y monarca viviría aún allí. Pese a los costos de acceso al Potala (para todo hay cargos, comenzando por la tarifa especial que se cobra a los extranjeros, sumada a la extraordinaria por utilizar el mirador del techo y otra más por entrar al salón de exhibición), una visita al palacio es más que merecida. Esto sí, se advierte que, para sacar fotografías, también se cobra (en cada esquina, cada estancia, hay siempre un monje que no se venderá con una simple sonrisa, por cierto).

Al Potala se entra por el villorrio de Shöl, en la falda sur del Marpo Ri. Antiguamente funcionaba allí el distrito rojo de Lhasa con una prisión, pero hoy se levantan algunos comercios pequeños y edificios estatales. También se accede por el Este, pasando por el Deyang Shar, el jardín exterior del Palacio Blanco, donde además de servicios y tiendas de souvenir, se tiene una de las mejores vistas panorámicas del valle. Las giras al interior del Potala comienzan desde el techo o planta superior, las estancias privadas de los Dalai Lamas XIII y XIV. La primera habitación es la del Trono, donde se recibían muy medievalmente a los invitados oficiales. Hay un retrato del monarca decimotercero, y la sombra marco del actual, que alguna vez allí estuvo, y que fue retirado hace mucho por las autoridades chinas. De ahí se pasa al Pasillo de recepción, con sus estatuas de bronce, el salón de la meditación y la habitación del Dalai Lama, con todos los objetos personales y un hermoso mural de Tsongkhapa, fundador de la orden Gelugpa.

El Potala tiene tres niveles, un mirador, y un nivel subterráneo. Cuando fui, el primer nivel estaba cerrado al público, pero todo lo que había que ver lo habían trasladado al nivel inferior y helado. En el tercer nivel, se encuentra la esplendorosa capilla de Maitreya, con su bella imagen hecha por encargo del VIII Dalai Lama, y junto a un trono de madera bastante modesto, la bella mandala Kalachakra. Todavía pueden apreciarse, si se tiene buen ojo, las sombras del incendio de 1984 (causado por un corto circuito), durante el que se perdieron algunas cosas valiosas, según lo corroborará el monje custodio de turno.

El mundo budista, con todos los rigores y expresiones de su cultura, se concentra en el Potala y sus alrededores, como las dos colinas (Chagpo Ri y Bompo Ri), el Templo Lukhang y el Palha Lu-Pok. Una mirada al Asia antigua se concreta en el Tibet; no se trata del país monástico que muchos creen. Solamente en Lhasa hay esa vida de leyendas antiguas que aún se mantiene, aunque en pequeñas dosis: la plaza Barkhor, en el centro de esta pretensión de ciudad, es una feria con muchos puestos y tenderetes de mantas, tapetes hechos a mano y algunas otras artesanías. Allí, el viajero tiene su primer encuentro con los hermosos banderines de rezos, en colores blanco, verde, azul, rojo y amarillo, todos simbólicos de los elementos religiosos y culturales del silenciado reino: la tierra, la madera, el fuego, el agua y el hierro. En los alrededores de la capital, abundan los monasterios, cualquiera que sea la ruta que se tome, y que al igual que las gentes del común, sobrevivieron a la revolución cultural. Tsang es otro pueblo que parece construido en la superficie de otro planeta, con una arquitectura bella, del color de las faldas circundantes, bastante primitiva. También están los lagos sagrados (cuatro en total), siendo mi preferido el Yamdrok-tso, con sus aguas azul turquesa y las nubes mirándose en el espejo. Una de las mejores experiencias, si la salud y los ánimos lo permiten, son las peregrinaciones junto a los paisanos del común, para las cuales se habrá que acumular (dice la regla) suficiente mérito (sonam) y suerte (tashi). Los peregrinajes son múltiples y de cientos: los hay para la sabiduría de alguna enfermedad (cada mal tiene su viaje espiritual propio), algunas montañas sirven para expiar ciertos pecados. Una caminata alrededor del Monte Kailish ofrece la posibilidad de liberación del alma por tres vidas, mientras una caminata por la ruta sagrada del Monte Tsari puede acercarnos a la posibilidad del renacimiento, y en los elegidos, incluso volar.

La cocina tibetana es primitiva y quizá en ello radica su valor, aunque está muy lejos de figurar con estrellas en la guía de Michelin. El plato tradicional es el tsampa, una especie de amasijo hecho de cebada tostada, mantequilla de yak, agua, té o cerveza (según el caso), pero aunque el viajero por primera vez lo sentirá agradable en su paladar, o tolerable, puede convertirse, como los baños públicos de Lhasa, en la peor pesadilla (solo un tibetano puede definitivamente zamparse tsampa todos los días). Así, el único respiro, y con cautela, puede ser la cocina china o la Tashi. En el campo y las montañas, la oferta de platos se merma, y lo común son los momos y la thugpa: los primeros son rollos rellenos de carne o vegetales, como se prefieran; la segunda es una excelente sopa de fideos y verduras (la carne de yak o de oveja es opcional), que se asocia con el gourmet drástico de los monasterios. Si no hay certeza que en efecto sea thugpa lo que se ofrece, es mejor abstenerse de comer. La yaksha es la carne de oveja picada en tiras y secada al aire, que es como la goma de mascar del país, y los caramelos, son las tiras de queso de leche de yak, que también se secan al sol hasta endurecerlas. Al llevarse un pedazo de este queso a la boca, se notara que es muy duro, pero poco después comienza a derretirse sobre la lengua por sí mismo.

Los viajes por tierra en el Tibet son largos, y está el factor de la altura y los cambios climáticos. La mejor época para visitar el Tibet es entre mayo y principios de noviembre, cuando el clima alterna entre sol y ventiscas. Durante el invierno, es imposible llegar a Lhasa, incluso a veces por tierra. El transporte público interno es escaso, y no hay posibilidad de alquilar un coche o una motocicleta (se necesita de una licencia de conducción expedida en China), puesto que no es válida una licencia internacional. La mejor forma de moverse por el Tibet, en los meses prósperos, es contratar a un chofer con todo y 4WD, teniendo en cuenta que entre agosto y septiembre, todos están contratados y, si hay camionetas disponibles, los precios pueden ser altísimos.
Hay vuelos desde algunas ciudades chinas comenzando por Beijing, pero las tarifas aéreas son más convenientes desde Chengdu (tras una conexión vía Hong Kong) por Dragonair o China Southwest Airlines. Cabe anotar que hay vuelos más frecuentes desde Katmandú, Nepal, que desde el propio Beijing.

Max Vergara Poeti | 04 de marzo de 2008

Comentarios

  1. Francisco
    2008-03-04 21:52

    Que buen viaje por el recondito Tibet, techo del mundo, nos ha dado Max Vergara con este excelente articulo.

    Saludos.

  2. H.
    2008-03-05 02:36

    Manana tengo que explicar el Dalai Lama y todo lo que representa, asi como del Palacio de Potala. Este estupendo y claro articulo de Max Vergara me viene al pelo. Voy a hacer copias (tengo dos cursos con un total de sesenta alumnos) y lo vamos a discutir en clase. Ya pasare a Taracido los “royalties”... por los derechos de editor.

  3. MVP
    2008-03-05 16:46

    Gracias Francisco y H. por el interés en esta joya de Asia llamada Tibet. Y por supuesto, estas columnas estarán siempre abiertas a los cursos y la academia, y me doy por satisfecho que al menos, en algo puede aportar.
    Cabe advertir, que en la primera línea, he notado un pequeño error, esta vez por vía de una letra faltante, pero que no es de muerte. Donde se lee “Sangri-La” debería leerse “SHANGRI-LA”, aunque también la primera forma se asocia con el Tibet. Hago la observación para no molestar más a Taracido con una nueva corrección, en admiración de su generosidad, y así para mayor claridad y precisión dejo constancia.

  4. Marcos
    2008-03-05 16:58

    No es molestia, por favor. Queda corregido. En cuanto a los royalties, Hilario, pues dámelos cuanto antes, que con ellos me voy al Tibet.

    Saludos

  5. Cayetano
    2008-03-05 20:19

    Buenas,

    En primer lugar tengo que explicar los (pobres) títulos que poseo para hablar sobre el Tibet y hacer comentarios relacionados con, no sobre, el artículo: Dos semanas en un húmedo balneario de Gipuzkoa conviviendo con varios monjes budistas y sus, digamos, servidores “laicos”. Todos tibetanos.

    Ese pequeño grupo de exiliados no representa a todo el pueblo tibetano, por supuesto. Solo a una ínfima parte. que además estaban fuertemente ideologizados y que aquí no interesan sus opiniones ya que se trata de realizar un agradable viaje literario.

    Pero quisiera apuntar que el Tibet, digamos, literario y de revista de viajes, dentro de nada se presentará en un delicioso parque temático según se sale de la estación del tren que llega de Pekín (para los chinos y lugareños ente 40 y 130 euros, extranjeros no sé). 4000 kilómetros más o menos.

    Volviendo a la reunión de los ilustres visitantes, en su opinión y en el año 1985, el pais se había convertido en un estercolero tanto en el sentido material como espiritual, Y que, salvo remotas aldeas, era dificil encontrar a naturales del país libres de las virtudes que el turismo y los chinos habían inoculado en la sangre de los tibetanos.

    Sin embargo, como alguno señaló, el cielo seguía siendo muy azul (mucho más que el guipuzcoano) y estas son las noticias de tan ilustres visitantes que aquí puedo contar.

  6. Cayetano
    2008-03-05 21:00

    Es lo que pasa cuando no se está a lo que se está: En tren circula a una altura media de 4.000 metros sobre el nivel del mar, debería haber escrito

  7. Carmina
    2008-03-06 01:35

    Gracias, Francisco, por recomendarme viajar al Tibet hoy. Es precioso. Gracias, MVP.

  8. Francisco
    2008-03-06 06:05

    Un placer.

    Lo que es lamentable para los tibetanos, Carmina, es que no hayas ido personalmente, pues se han privado de conocer a una bella e inteligente chica que alegraria el impresionante y bucolico paisaje.

    Saludos.

  9. mila
    2012-01-05 15:50

    He disfrutado mucho con esta lectura. Gracias por anticiparme lo que espero ver muy pronto.


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