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Torreón de Tramoya por Rosalía Ramos

Desde la posición privilegiada del que ve sin ser visto, Rosalía Ramos, filóloga culpable de Las notas de Doxa Grey, desvela con respeto los 4 de cada mes los entresijos de la caja escénica, las esencias de los textos, los engranajes actorales y, en definitiva, la magia que se despliega sobre y en torno a las tablas. Eso que puede lograr que el espectador, frente a un escenario, se olvide hasta de sí mismo. O tome conciencia, en plena catarsis, de quién es y a qué ha venido.

El xiaopin y la nueva china

Hace unas semanas, cuando hablaba con mi jefe chino sobre teatro e intentaba explicarle de forma sencilla lo que era un ambigú, me miró y me dijo: ¿Usted conoce xiaopin?

Ante mi negativa, él se levantó de la mesa, se fue al ordenador, buscó algo en Tudou (uno de los más famosos portales de vídeo chinos) y, durante los siguientes veinte minutos, se entregó a una labor de esforzada y solícita traducción interrumpida por sus propias carcajadas. Yo bastante tenía con intentar leer los subtítulos que aparecían a toda velocidad.

Lo que me enseño mi jefe en ese vídeo en Internet resultó ser una de las formas teatrales más conocidas y populares de la China actual.

Los 小品 (xiaopin), algo así como “pequeña pieza”, son pequeñas obras teatrales que, con dos o tres actores, menos de veinte minutos de duración y muy pocos elementos de escenografía critican algún aspecto de la sociedad moderna mediante el humor, la ironía y los juegos de palabras. Y a juzgar por las visitas en los portales de vídeo y la popularidad de sus actores, causan auténtico furor.

Lo que no he dicho es que el xiaopin que me enseñó mi jefe estaba incluido en la gala televisiva del Año Nuevo chino. Y yo, espectadora asidua de teatros, salas alternativas y nuevos espacios, aquella especie de sainete de plató, con tanto brillo y esos giros de cámara hacia los carcajeantes espectadores, me parecía poco menos que un casposo sacrilegio.

Supongo que es porque para mí televisión tiene unas connotaciones completamente diferentes a las que tiene en China, donde el ochenta por ciento de la población urbana dedica su tiempo libre a ponerse ante la pantalla y un cinco por ciento a ir al teatro, lo que se traduce en que, de mis sesenta y pico alumnos, sólo dos lo hayan pisado alguna vez.

También para ellos, las tablas tienen otras connotaciones, heredadas de la Revolución Cultural: dramas demasiado didácticos, demasiado serios, demasiado largos y con temas demasiado alejados de la realidad actual. Los xiaopin, sin embargo, les tocan de cerca. De una forma divertida, ágil y muy ácida, estas pequeñas obras, en boca de dos o tres actores que encarnan a varios personajes, hablan, por ejemplo, de la fiebre por el mahjong y otros juegos de apuestas, de la pérdida de interés en la propia cultura en favor del dinero rápido o de los contrastes entre los habitantes del campo y de la ciudad. Cobran importancia los dialectos (sobre todo del noreste, de Beijing y Shandong), y los homófonos de que está plagada la lengua china se convertirán en el pilar de la mayoría de los chistes. Su ausencia de elementos escénicos y su corta duración lo hace flexible, cómodo y sobre todo, rentable.

xiaopin

Lo más interesante del xiaopin es, precisamente, este carácter televisivo que tanto nos choca y que nos termina recordando irremediablemente a las matrimoniadas de Noche de Fiesta. Pero es que la televisión china, si la ven, es toda así.

El xiaopin nace como se le conoce ahora en 1983, tras un desarrollo como herramienta didáctica e improvisatoria en las escuelas de teatro chinas, y que aprovechará no solamente el texto (lo que ellos llaman algo así como “drama hablado”) sino también la mímica y la pantomima.

Así, multiplicados en diferentes formatos, alimentados por competiciones y concursos, tendrán su momento álgido (la llamada “fiebre del _xiaopin_”), en los noventa, justo antes del gran zapatazo de Internet que estabilizará la fama de actores que, como Zhao Benshan y algunos de sus discípulos, son hoy estrellas.

Ninguno de los otros géneros de los que parte (el xiangshen, una especie de diálogo cómico entre dos actores varones, o la propia ópera china) goza de tanto éxito hoy día. Reina en las galas de Año Nuevo por la sencilla razón de que, esa noche, toda la familia cena y pasa junta la velada, en torno a la pantalla. Ir al teatro no forma parte de su realidad, mucho menos ya lo de las casas de té. Ver la televisión sí. Y no digamos ya encadenar vídeos en los diferentes youtubes con que cuenta la mayor comunidad de internautas del mundo.

En definitiva, es el xiaopin, popular, hilarante e hijo de esa cultura de consumo que ya ha calado en la mentalidad china, lo que mejor refleja, más que la ya olvidada y relegada ópera, la realidad de una sociedad a la que, aparte de comer o hacer dinero, también le encanta carcajearse de sí misma.

Agradecimiento especial a Alejandra, por la ayuda con la documentación y las impresiones de primera mano. 谢谢!

Rosalía Ramos | 04 de abril de 2013

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