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Torreón de Tramoya por Rosalía Ramos

Desde la posición privilegiada del que ve sin ser visto, Rosalía Ramos, filóloga culpable de Las notas de Doxa Grey, desvela con respeto los 4 de cada mes los entresijos de la caja escénica, las esencias de los textos, los engranajes actorales y, en definitiva, la magia que se despliega sobre y en torno a las tablas. Eso que puede lograr que el espectador, frente a un escenario, se olvide hasta de sí mismo. O tome conciencia, en plena catarsis, de quién es y a qué ha venido.

Noche de reyes

No voy a escribir de estrenos de este aquí que para muchos es allí, o allá, allá lejos; no voy a escribir sobre las galas escolares de Navidad para las que me enrolan en este país que considera perfectamente laborable no ya el día de Nochebuena sino también el veinticinco. No voy a hablar de ballets invernales ni de, Mao me libre, belenes vivientes. Vengo a escribir, sobre todo, sobre dificultades escolares.

Imaginen, ahora, lo que es explicar no ya el teatro del Siglo de Oro, sino algo tan simple como la tradición de los Reyes Magos, a sesenta alumnos chinos de veinte años. Cómo les explicas lo del oro, la mirra, los camellos, los zapatos bajo el árbol y (ahora sí) todo ese belén a sus caras de ojos rasgados, a sus manos acostumbradas a abrir sobres rojos con dinero la mañana de Año Nuevo. Aquí, más al Oriente que el lugar de origen de esos tres sabios astrónomos, no hay mañana de regalos ni cabalgatas hasta que la Serpiente releve al Dragón. Y a pocos días de que en España se llenen las calles de cajas vacías de bicicletas (espero que a alguien aún le sigan regalando bicicletas), muñecos y cocinitas, me gustaría poder llevar a mis alumnos de la mano al estreno del Auto de los Reyes Magos que rescató Nao D’Amores allá por el 2008.

Me dirán que qué pintaría metiendo a sesenta chinos a ver una obra sobre un texto del siglo XII. Que si no van a entender nada. Que hay frases y párrafos enteros en latín, que cómo van a entender el contexto cultural previo que hay que tener para disfrutar una obra medieval. Y yo les respondería que por la simple razón de que el teatro, afortunadamente, no es sólo texto sino también música y gesto, y porque lo que Ana Zamora consiguió en su Auto es una auténtica maravilla de maderas perfumadas de incienso, de cítaras y zanfonas. La música que suena y que dirige Alicia Lázaro suena directamente desde esa Edad Media que vuelve su oscuridad penumbra suave a luz de vela; y los personajes de tocados extraños hechizan con sus danzas y esa melodía de palabras antiguas. Mis alumnos no entenderían, quizá, el desconcierto verbalizado de los sabios judíos, o la fe de los Magos, o las palabras exactas sobre el juicio de las estrellas que se enuncian al son de la cornamusa; quizá tampoco comprenderían del todo algunos gestos que nos diferencian, pero sí entenderían, y de eso estoy segura, esa capa que subyace a toda la obra y que no puedo llamar de otra manera que magia.
Una amiga actriz, a la que por cierto aprecio mucho, dice que esto es teatro de museo. Puede ser. Teatro arqueológico. Bienvenido sea, si cumple esa función tan loable que es la de, por qué no, hacer arqueología buceando en las memorias de los hombres.

Felices Reyes.

Rosalía Ramos | 04 de enero de 2013

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