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Torreón de Tramoya por Rosalía Ramos

Desde la posición privilegiada del que ve sin ser visto, Rosalía Ramos, filóloga culpable de Las notas de Doxa Grey, desvela con respeto los 4 de cada mes los entresijos de la caja escénica, las esencias de los textos, los engranajes actorales y, en definitiva, la magia que se despliega sobre y en torno a las tablas. Eso que puede lograr que el espectador, frente a un escenario, se olvide hasta de sí mismo. O tome conciencia, en plena catarsis, de quién es y a qué ha venido.

Escuela de actores

“Y que a estas alturas de la película aún haya quien quiera dedicarse al teatro, Con la que está cayendo, pobres criaturas. Aunque, mientras podamos vivir de ella, no  vamos a quitarles la ilusión.”  
 
 
Melpómene B., performer retirada de la escena, ejerce actualmente de profesora de cuerpo y voz en PRESILLA Estudio de Actores. Fundada a mediados del siglo pasado, la escuela acoge aun hoy a estudiantes venidos de toda España, atraídos por su rancio prestigio y por sus aún razonables tasas.
 
Natural, sonriente y ciertamente mística, envuelta en siete velos de seda de colores que combinan con sus rizos teñidos de violeta y rodeada por una nube de perfume de sándalo y pachulí (“lo descubrí en aquel seminario sobre Kathakali”),la indiscutible artista desvela, en exclusiva para nuestra revista, los secretos de una de las más célebres fábricas de sueños.
 
«Las pruebas de acceso son, ante todo, para acojonarles. Al menos, en una primera criba, se les quitarán las ganas. Aprovecho para agradecer la labor de las academias privadas, que les pueden entretener y pulir uno o dos años hasta que llegan aquí. El caso es que son demasiados. Más bien, demasiadas. Son guapas, con esas melenas largas, esa piel de terciopelo y esos ojazos de de mujerón meridional. Y es que, si de una cosa estamos orgullosos en esta escuela, es de tener la mejor cantera de actrices para series de televisión. Bueno, eso si tienen suerte. Ay, a veces veo el catálogo de la Semana Fantástica y se me saltan las lágrimas. Se nota que eran atendían en clase. Qué expresión.
 
Nos pensamos lo del régimen interno, pero desde aquel suceso extraño en nuestra sede de Friburgo decidimos no complicarnos. Ahora, a nuestros aspirantes a actores les hacemos venir de nueve de la mañana a nueve de la noche. Se puede decir que viven aquí salvo por el hecho de dormir. Que, entre nosotros, no sé por qué, pero dormir, duermen poco. Con lo cómodos que son los trenes.
 
 
Por supuesto, la escuela es un crisol de disciplinas. Escenógrafos, directores, dramaturgos y actores comparten alguna asignatura global de esas de subirse a sillas, gritar y hasta desnudarse un poco (que no digan que no somos modernos) y luego ya cada mochuelo a su olivo hasta que monten el espectáculo integrado, del que hablaremos luego. No vaya a ser que en estos años les de por juntarse, hablar y hacer algo como, qué sé yo, montar una obra.
 
Los actores reciben una esmerada formación, especialmente en teatro europeo desde la Edad Media hasta el Siglo XX, aunque también cedemos terreno a lo contemporáneo. Últimamente hemos incluido en los programas las innovaciones teatrales de Carlos Muñiz, José Sanchís Sinisterra e, incluso, José Luis Alonso de Santos. Ya saben que hay que estar siempre a la vanguardia.
 
De hecho, con nuestro carnet de la escuela tienen acceso libre a todos los teatros. El problema es que, como programan a unas horas tan intempestivas, a nuestros alumnos no les es posible asistir y ver a otras compañías o estar en contacto con directores. Bien es cierto, eso sí, que con la programación de la escuela suelen tener bastante.
 
Hacemos muestras cuatrimestrales de textos dramáticos para que abuelos, tíos y primos puedan apreciar los progresos de su retoño. Las estrecheces de la sala no hacen sino acrecentar el interés. El año pasado, una chica, amiga de una de nuestras alumnas, sufrió un desmayo durante una escena de Seis personajes en busca de autor. Catarsis pura.
Ante la acogida e interés del público, de hecho, hemos decidido que los montajes de los últimos cursos, que se venían representando en salas teatrales del centro de la ciudad, vuelvan a tener lugar en la escuela. Así, no corremos el riesgo de que los vea gente de fuera hasta que se hayan formado completamente.
 
Al final de curso, nuestros actores podrán estrenarse en un montaje integrado fruto de la colaboración con directores, escenógrafos y dramaturgos en tiempo récord, en el que suelen prevalecer la intuición, la intensidad emocional y el concepto de lo efímero, y que cosecha gran éxito entre el público que asiste al, esta vez sí, salón de actos de la escuela.
 
Lo que le ocurra después es cosa suya. Pero desde luego, con la formación recibida, la visión crítica formada a partir de las obras vistas, los contactos y el espíritu conciliador contagiado de nuestras actitudes profesionales, a nuestro joven actor se le presentará, sin duda, un prometedor futuro.»
 

Rosalía Ramos | 04 de agosto de 2012

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