Desde la posición privilegiada del que ve sin ser visto, Rosalía Ramos, filóloga culpable de Las notas de Doxa Grey, desvela con respeto los 4 de cada mes los entresijos de la caja escénica, las esencias de los textos, los engranajes actorales y, en definitiva, la magia que se despliega sobre y en torno a las tablas. Eso que puede lograr que el espectador, frente a un escenario, se olvide hasta de sí mismo. O tome conciencia, en plena catarsis, de quién es y a qué ha venido.
Es difícil, así de primeras, relacionar a Kierkegaard con el cabaret. Realmente, y me van a perdonar, me es difícil así de primeras relacionar a Kierkegaard con cualquier cosa. Sin contar la coletilla de Faemino y Cansado.
Desde luego, lo que es seguro es que el filósofo danés, mientras escribía Enten/Eller (O lo uno o lo otro) no podía ni imaginarse que, aparte de ser citado en un programa de humor, su obra iba a convertirse, más de ciento cincuenta años después, en un disco conceptual. Y no precisamente con un sonido de museo, sino con el ritmo esquizoide y báquico del cabaret.
No es la primera vez que los responsables, los Tiger Lillies, hacen algo así. La banda de Inglaterra compuesta por Martyn Jacques, Adrian Huge y Adrian Stout, que desde 1989 pulsan cuerdas de ukelele y abrazan acordeones, fueron nominados a los Grammy por el personalísimo The Gorey End, en el que, junto a Kronos Quartet, homenajeaban nada menos que al ilustrador Edward Gorey. Sí, el de un niño muerto por cada letra del abecedario.
Lo de Tiger Lillies no es sólo música. Es caras pintadas y antros y muecas y una vuelta al espíritu del Berlín de preguerra en lo que ellos llaman, con toda razón, cabaret post-Brechtiano.
Ellos, frente a los optimistas jovenzuelos de Beirut, dan un cambio de rumbo a los ritmos balcánicos. Un rumbo pesado, sucio, de burla cínica y de mascarada. De inminente fin del mundo. De graznidos de mal agüero.
Son ellos, quienes (se rumorea) tomaron su nombre de una prostituta del Soho asesinada, han transportado Either/Or a un cabaret de fin del mundo que esta vez no está en la capital de Alemania sino en el Shanghai de 1937. El Shanghai de antes de esa batalla que convirtió a la ciudad en la antesala del infierno. Pero antes, se canta, se baila, se bebe y se ama.
Y los Tiger Lillies, que se rodean de actores daneses y chinos para esta travesía, saben mucho de mascaradas previas al desastre.* Vivamos mientras podamos. Riamos aunque sea con muecas. Porque es lo único que nos queda*.
La obra, que se estrenó a finales de enero en Dinamarca, llega al Dramatic Arts Centre de Shanghai el 21 de febrero.
Veremos.