Libro de notas

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Teatro abandonado por Alberto Haj-Saleh

Teatro Abandonado trata de recoger el 19 de cada mes fragmentos intermedios de obras teatrales que fueron dejadas a su suerte, a medio acabar, condenadas al olvido. Alberto Haj-Saleh es editor de Libro de Notas y de la bitácora Reducir al mínimo.

La sombra que cobija

La sombra que cobija

Por Maria Giuseppina Quartieri

Entran MASSIMILIANO y SALVATORE caminando despacio, pensativos. Ya no llevan el uniforme de camuflaje manchado del acto anterior ni las manchas de barro por la cara y los brazos. Ahora van con un uniforme mucho más aséptico, de color gris azulado metálico, sin galones ni insignias, ni siquiera una bandera en un brazalete. Podrían pasar perfectamente por enfermeros si no fuera por el arma reglamentaria descansando en el cinturón negro y la gorra militar en la cabeza. MASSIMILIANO frena en el centro y le hace una señal con la mano a su compañero para que espere. Luego pasea a lo largo del escenario inspeccionando con cuidado varios rincones y luego oteando a lo lejos en todas direcciones. Finalmente asiente con gravedad

MASSIMILIANO: Este me parece un buen lugar, sí. Avisemos a los demás para que traigan el campamento.

SALVATORE: (Mirando en derredor) ¿Este? Está un poco… despejado, ¿no? ¿No estamos muy expuestos?

MASSIMILIANO: Precisamente por eso me parece adecuado.

SALVATORE: Lo siento sargento, pero no lo entiendo. Aquí somos un blanco fácil.

MASSIMILIANO: Ay, Salvatore… creo que tengo que explicarte algunas cosas. Nosotros no nos estamos protegiendo. En muchos aspectos ya estamos muertos, somos carne de cañón.

SALVATORE: ¿No buscamos un sitio donde resguardarnos?

MASSIMILIANO: A estas alturas de la película tenemos una carrera contra el tiempo, no contra los milicianos. De aquí a unos meses nos llegará la muerte o un relevo. Lo que venga primero. Cuando admites eso, cuando aceptas que las opciones son A o B, ves las cosas mucho más claras. Y pierdes el miedo, con todo lo que eso conlleva.

SALVATORE: Pero sargento…

MASSIMILIANO: Hijo, nosotros no somos más que las tropas que acallan conciencias. Una esquina en el periódico, una cifra, esos “1200 soldados del destacamento de Ancona” que a veces menciona Il corriere para llamarnos héroes o Il manifesto para llamarnos asesinos. Ahora que sabemos lo que nos espera estamos a solas con nosotros mismos, con lo que somos de verdad. Unos supervivientes, decentes o hijos de puta. Humanos o inhumanos, ahora decidimos nosotros. (Vuelve a mirar en torno a sí) Así que como en este destacamento todavía mando yo nos quedamos aquí. (Hace ademán de irse).

SALVATORE: (Bloqueado, le tiemblan las piernas) Sargento yo vine aquí para ayudar, no para morir.

MASSIMILIANO: (Con gesto duro) Tú y yo somos unos privilegiados, que pueden elegir cómo quieren morir. Da gracias por ello. Ahora camina y no me hagas más perder el tiempo. (Se marcha. Tras un momento de duda SALVATORE lo sigue).

Se apagan las luces. Poco a poco vuelven a encenderse pero el escenario no está vacío. Hay un jeep sobre él y un par de tiendas de campaña. Varios soldados deambulan de aquí para allá llevando cajas y terminando de montar el campamento. MASSIMILIANO permanece en el centro dando indicaciones. Finalmente los soldados se marchan. Sólo queda MASSIMILIANO, con la mirada perdida, y SALVATORE, que enciende un cigarrillo mientras se apoya en el jeep. Su superior lo ve, saca tabaco de liar y se apoya junto al soldado mientras empieza a hacerse un pitillo.

MASSIMILIANO: ¿Tú no te marchas?

SALVATORE: No señor. Aún no.

MASSIMILIANO: (Sonriendo con un punto de tristeza) “Aún”…

SALVATORE: Sí, aún. Necesito saber. Saber por qué estamos haciendo esto.

MASSIMILIANO: Porque es lo único bueno que se puede hacer en estas circunstancias, Salvatore. Porque es lo único decente que nos queda por hacer. Esta gente sólo nos tiene a nosotros. Es nuestra responsabilidad.

SALVATORE: Pero esto no son órdenes directas del alto mando, sargento. Esto lo ha decidido usted.

MASSIMILIANO: (Asiente con gravedad) Sí. Es cierto. Y tus compañeros no han desertado. Somos nosotros los desertores… en cierto modo. Piénsalo bien, Salva. Las últimas órdenes venidas desde arriba fueron “esperar nuevas órdenes”. Hace dos meses de eso. Hemos dejado de existir, ¿no te das cuenta? Ahora estamos solos y ambos hemos visto lo que pasa cuando llega la noche. Las hemos visto, Salva, las hemos visto con las vísceras partidas y los ojos secos, incapaces de llorar. Hemos visto los trozos de ellos y ellas mezclados, como un puzzle horrible e inconcluso. Lo hemos visto todo aunque nadie nos crea. Así que o nos ponemos a esperar o tomamos decisiones.

SALVATORE: Pero debe haber alguien. Autoridades. Gobierno. Policía. (MASSIMILIANO niega con la cabeza) No puede ser que sólo estemos nosotros.

MASSIMILIANO: Nosotros y otros que son como nosotros.

El sargento tira la colilla al suelo y entra en el jeep. Enciende los faros del vehículo que extienden un potente haz de luz, cegadora al principio. Luego vuelve a apoyarse junto a SALVATORE. Ambos quedan en silencio un rato.

SALVATORE: ¿Vendrán?

MASSIMILIANO: Sí. No tienen otro sitio donde ir. Aquí al menos podrán dormir.

SALVATORE: Debe ser espantoso dormirse con pánico al dolor físico. El estado más puro de terror. (De nuevo silencio) Sargento…

MASSIMILIANO: Dime, Salva.

SALVATORE: ¿Por qué confían en nosotros? ¿Pueden confiar en nosotros?

MASSIMILIANO: (Suspirando) No, no pueden. Pero somos la duda, frente a la certeza del horror. Somos la posibilidad del sueño frente a la seguridad de la vigilia, algo que ni siquiera les asegura la protección. Depende de nosotros, de nosotros despojados de órdenes, de nosotros como seres humanos salvajes con armas al cinto, decidir si les damos esperanza o si contribuimos al horror.

SALVATORE: No creo que nadie de nosotros contribuyese al horror…

MASSIMILIANO: (Muy duro) No pensar en una posibilidad aterradora no elimina esa posibilidad. Y no vuelvas a meterme dentro de ese “nosotros”.

MASSIMILIANO entra en la tienda de campaña dejando al soldado a solas. Éste mira a ambos lados, intentando escudriñar algo pero sin ver nada.

SALVATORE: (Meditabundo) ¿Vendrán?

SALVATORE se mete en la tienda de campaña también. Todo queda en silencio e iluminado por los potentes focos del jeep. De repente unas sombras se arrastran al escenario. Primero son dos. Luego son más. Finalmente el escenario se llena de sombras que se acurrucan junto a los faros del coche. Luego se llenan las escaleras y las butacas, los pasillos, las taquillas, los baños. No hay teatro en el mundo que alcance a cobijarlos a todos…

Alberto Haj-Saleh | 19 de octubre de 2007

Comentarios

  1. María José
    2007-10-19 15:08

    Alberto, me ha impresionado mucho, con ese final in crescendo.

    Como sigas así van a terminar llamándote para concertar algún premio :)

  2. c.
    2007-10-20 11:23

    Sí. Vaya nueva dimensión que adquiere el texto con esas últimas frases: escaleras, butacas, pasillos, taquillas, baños… Uf.

  3. Ana Lorenzo
    2007-10-20 13:22

    Esta vez quien abandonó el fragmento abandonó el final. Final genial, e inesperado. Alguien dijo que había que sacar el teatro de los teatros y tú has logrado meter en el teatro la realidad del miedo y del consuelo. Enhorabuena.
    Un beso.

  4. Marcos
    2007-10-20 13:28

    Qué inquietante. Y cómo me suena una de las frases, cómo me suena…

    Saludos

  5. Alberto
    2007-10-20 14:57

    Gracias a todos por los comentarios, se los transmitiré a María Giuseppina.

    María José, yo por menos de 600.000 euros no muevo un dedo…

  6. Julia
    2007-10-22 16:11

    Da frío leerlo. Ayer por la tarde hice una primera lectura pero me quedé parada y muda sin saber que comentar. Hoy después de releerlo me encuentro en la misma situación, me vienen un montón de historias a la cabeza, reminiscencias literarias o cinematográficas, de “Los desnudos y los muertos” a “Apocalipsis Now”, en cualquier caso pienso que el premio esta al caer comunícale mis sinceras felicitaciones a Maria Giuseppina :)

  7. Oyros
    2007-10-28 21:53

    [escalofrío]

    Supongo que ya sabes que si algún día necesitas un voto para algo, tienes el mío.

    [escalofrío]


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