JEAN CLAUDE: Gabriel…
GABRIEL: (Afanado en los suyo) Dame un minuto.
JEAN CLAUDE se levanta y pasea despacio intentando ver algo en el suelo o en lo que deberían ser las paredes. Rasca algo aquí, trata de limpiar una superficie allá… pero nada cambia, todo es más o menos igual que al principio. Finalmente GABRIEL levanta la cabeza y sonríe al ver a su amigo intentando ver algo que no sea la nada aséptica del limbo.
GABRIEL: Qué, ¿todavía buscando algo nuevo?
JEAN CLAUDE: Pse… me cuesta creer que no haya nada más.
GABRIEL: Bueno, llevas aquí una buena eternidad, a estas alturas deberías estar acostumbrado.
JEAN CLAUDE: Sí pero… ¿Qué significa? Quiero decir… ¿uno pasa los meses, uno tras otro, y al final, sin más, no hay nada?
GABRIEL: Bueno… yo no lo llamaría “nada”, querido. Digamos que es un estado de transición. Pasar de un lugar que era de una manera a otro lugar que es de otra manera. Esto de aquí es simplemente… lo que hay en medio de esos dos lugares.
JEAN CLAUDE: Una pausa.
GABRIEL: Un punto y seguido, más bien.
JEAN CLAUDE: ¿Y ahora qué vendrá?
GABRIEL respira hondo y se encoge de hombros. Se ha quedado meditando la pregunta de su compañero. Después de unos segundos se levanta y se pone a su lado, como mirando ambos un paisaje o una ventana imaginaria.
GABRIEL: En cualquier caso, será otra cosa, Jean Claude. Siempre hay otra cosa.
Bajan las luces.
Telón.
Ha sido un placer.
]]>A la derecha del escenario vemos los asientos y la barra de un autobús. Dos niñas de doce años vestidas con absoluta normalidad (elijan qué es eso de la normalidad) se agarran a la barra y charlan, con sus mochilas escolares a la espalda.
NIÑA 1: … es un musculitos de mierda, tía. Mira a los ojos, frunce los morritos y a las tías se les caen las bragas de golpe al suelo.
NIÑA 2: ¡Pero si está buenísimo! ¿Qué más te da que sea un chulo? ¡Mira que cuerpo tiene!
NIÑA 1: Que no, tía, que no, que para ti todo.
NIÑA 2: Mmmm, qué más quisiera yo… para mi todo…
NIÑA 1: Mírala, que puta es ella, la cara de guarri que pone (Risas).
NIÑA 2: Tía, es que no sé como no te gusta. Yo se la chuparía bien chupada hasta el fondo.
NIÑA 1: ¡Y te lo tragarías, so cerda! (Ríen ambas escandalosamente).
La luz vuelve a iluminar a los dos PROFESORES.
PROFESOR 1: ¿Eso es todo?
PROFESOR 2: Eso es todo.
PROFESOR 1: ¿Nada más?
PROFESOR 2: ¿Te parece poco?
PROFESOR 1: Dos crías hablan de que les pone muchísimo un tipo, probablemente un actor de alguna serie de televisión o algo así. ¿Y?
PROFESOR 2: ¿Cómo que “y”? Yo que sé… el lenguaje.
PROFESOR 1: El lenguaje… claro, hablan de chupar cosas y eso te resulta intolerable.
PROFESOR 2: Son… niñas. Unas crías. Ni siquiera creo que sepan lo que significa.
PROFESOR 1: Ay… que mala memoria tenemos, compañero. ¿O es que acaso tú con 12 años, ¡con menos incluso!, no te pasabas el día masturbándote como un mono y pensando todo tipo de orgías sexuales con tus actrices favoritas? ¿No fantaseabas con que la vecina, o tu prima, o tu profesora te hacía una mamada de campeonato? ¿En qué se diferencia esto? ¿En que son niñas en vez de niños, en que chupan en vez de ser chupadas?
PROFESOR 2: Pues…
PROFESOR 1: El problema, amigo mío, es que los niños no tienen derecho a tener sexo. Qué graciosa es esta sociedad, que no tolera bajo ningún concepto que un adulto desee a un niño. Pero que tolera aún peor que un niño pueda desear sexualmente a un adulto. Lo tolera tan poco que ni siquiera se atreve a nombrarlo. No te equivoques: son niñas, juegan a cosas de niñas, piensan como niñas. Pero se la quieren chupar a ese musculitos tanto como nos podemos imaginar desde nuestros años.
PROFESOR 2: Es casi insoportable…
PROFESOR 1: Pero es.
De nuevo las niñas. Se hacen muecas estúpidas con la cara una a la otra y ríen descontroladamente.
]]>De repente, sin mediar palabra, PRADOS se acerca de forma decidida a ESCUDERO, que da un pequeño respingo, sobresaltado. Sin embargo no mueve los pies de su sitio. PRADOS se coloca a unos centímetros de él, mirándole fijamente a los ojos.
ESCUDERO: ¿Por qué hacéis todos lo mismo?
PRADOS: ¿Eh?
ESCUDERO: Ya me has oído. ¿Por qué tenéis todos que hacer siempre lo mismo? Siempre el mismo teatrillo.
PRADOS: Oye, que yo no…
ESCUDERO: A ver, para que te has acercado.
PRADOS: Pues… para… ver que todo iba bien.
ESCUDERO: No seas ridículo, ya ves que todo va bien.
PRADOS: Pues por asegurarme.
ESCUDERO: Hale, pues ya ves que está todo bien. Ya te puedes ir.
PRADOS: (Se vuelve despacio a su sitio) Vale, tío, tampoco era para poners… (Frena en seco) No, espera. Espera un momentito. ¿Por qué coño tienes que tratarme así?
ESCUDERO: Esa boca.
PRADOS: (Conteniéndose) Vale. Perdón. ¿Por qué tienes que tratarme así? ¿Yo que te he hecho?
ESCUDERO: Dímelo tú. Dime tú a qué viene esa actitud de machito, ese paseito hasta mi cara para intentar ponerme nervioso. O peor, para enardecer a las masas, que es que vas provocando.
PRADOS: Venga, Escudero, no me jod… no me fastidies, joder. Ay, mecachis. Perdona tío, que es que no me doy cuenta.
ESCUDERO: Es que esas cosas hay que vigilarlas, Prados, tronco. Hay que cuidarlas, porque tú no sabes quién te puede estar viendo, o quien puede malinterpretarte. Imagina que pasan por tu lado, te escuchan decir uno de tus tacos y se creen que están dirigidos a ellos.
PRADOS: A quiénes.
ESCUDERO: Caray, pues a quien pase por tu lado. Y sabes que puede ser… muy perjudicial, en función de quién te oiga
PRADOS: Ay… sí, si es que tienes razón. Es que me encabrono… me enfado, me ciego y ya digo barbaridades.
ESCUDERO: Ya, ya, si yo te entiendo, pero es que tienes que controlarte. Que a mi esto me molesta lo mismo que a ti, pero si hay que hacerlo hay que hacerlo.
PRADOS: Sí, claro, como tienes las de ganar.
ESCUDERO: Hala, ya estamos con lo de que yo tengo las de ganar. ¡Pero qué culpa tendré yo de que las cosas sean así y no al revés!
PRADOS: No, tú ninguna, son roles que da la vida.
ESCUDERO: No, que da no. Que se buscan.
PRADOS: Vale. No vale. La vida te dice para qué eres bueno y para qué no. Y a mí me toca de este lado y a ti de aquel otro. Y yo me paso la vida solo y tu rodeado de gente. Y a mí me abrazan una vez cada seis meses y a ti cada dos semanas como mucho. Y ya está y eso es lo que hay y no hay nada más. (Agacha la cabeza).
ESCUDERO: Vaya por dios… Prados. Praditos. Mírame hombre.
PRADOS: …da igual, Escu. Da igual, las cosas son así.
ESCUDERO: Pero mira, a lo mejor estamos dentro de esos seis meses, ¿no?
PRADOS: ¿Qué quieres decir?
ESCUDERO: Pues… pues eso. Que ahora mismo tú sólo puedes ser el héroe, ¿entiendes? Que si gano yo a ti nadie te dirá nada pero como ganes tú… ay como ganes tú. (Lo coge por los hombros y miran arriba ensoñados) ¿Te imaginas Praditos? ¿Te imaginas ganando tú? ¿El héroe que serías? ¿La gente saludándote por la calle, las chicas entrándote en las discotecas, los niños gritando tu nombre? Venga compañero, imagínatelo por un momento. Ya sé que lo ves difícil, y ES difícil, los dos lo sabemos que yo tengo las de ganar. Pero… ¿y si ganas tú Prados? ¿Y si ganas y te conviertes en una leyenda? ¿Te lo imaginas, tronco?
PRADOS: De… ¿de verdad lo crees?
ESCUDERO: (Mirándole fijamente). Todo puede suceder, tío. Todo. (Se dan un abrazo)
PRADOS: (Enjugándose una lágrima) Jo, macho… eres un amigo de la host… de la leche.
ESCUDERO: (Sonríe) ¡Hala, a tu sitio, que se nos va la noche!
PRADOS da una carrerita hasta su sitio pero a mitad de camino se para y se vuelve para lanzar una mirada de agradecimiento a ESCUDERO, quien le guiña un ojo algo emocionado. Vuelven a sus posiciones iniciales. De nuevo el silencio. De nuevo roto por los graves leves del piano. Frente a frente. Menos de diez metros entre ellos.
Suena el silbato. ESCUDERO tira.
]]>CATHY: ¿Qué pasa, qué me miras?
LEO: Digo yo: ¿si quieres hablarme de algo por qué no me lo dices simplemente?
CATHY: ¿Qué, el qué? ¿Qué dices? Yo no quiero hablarte de nada.
LEO: ¿Y entonces los ruiditos?
CATHY: ¿Qué ruiditos, qué?
LEO: (Armado de paciencia vuelve a mirar su revista) Vaaaale.
CATHY: Me he acostado con otro.
LEO la vuelve a mirar, despacio. Hielo.
CATHY: Una vez. Bueno dos. Es decir, una vez pero dos veces. O sea, con uno pero dos veces. Dos veces dentro de la misma vez. Da igual, ya sabes qué quiero decir.
Silencio.
CATHY: Tal vez fueran tres. En la semana que fuiste a cuidar a tus sobrinos. No… no lo pensé. Estaba… triste, supongo, y enfadada, eran días muy duros. Eso no es excusa, no es excusa. Es… bueno, es una explicación. Contextual. Bebí mucho.
Silencio.
CATHY: Bebí… bastante. Es decir, otras veces he bebido más, pero estaba contigo, no sola. O sea, no quiero decir que si bebo estando sola acabo en la cama con… sólo fue esa vez. Él da igual, no… no recuerdo como se llama, o sea, sí me acuerdo pero tú no lo conoces… que no viene al caso, no es importante… (Pausa leve) No sé por qué lo hice.
Se quedan de nuevo los dos callados. De repente, de forma completamente inopinada, LEO se levanta de un salto.
LEO: (A gritos) ¡No! ¡No! ¡Noooooo! (CATHY retrocede un poco asustada) ¡Como has podido, cómo has podido ha-cer-lo! ¡A mí! ¡A mí, que siempre te he respetado, que siempre te he amado! ¡Tú… tú… tú has roto ese vínculo sagrado que habíamos creado entre los dos, has manchado algo bello, algo hermoso, algo noble! ¿Qué queda de las promesas que nos hicimos? ¿Es que he hecho algo mal? Sí, sí… soy yo que no he sabido retenerte, no he sabido amarte, no te he dado lo que tú necesitabas, nunca estuve a la altura. Dime, ¿pensabas en mí mientras lo hacías con él? ¿O tal vez apartaste mi imagen, esperando en casa inconsciente de tus actos, inocente de tu lujuria, para poder consumar tu pecado, tu pasión ilegal? Me siento insignificante, mínimo, miserable… eso, ¡miserable! ¡Soy… un miserable! (Cae de rodillas delante de ella).
A lo largo de toda esta declamación, CATHY ha ido pasando del susto y la angustia al escepticismo, para terminar colocando su mejor cara de “cómo me estás tocando los ovarios”.
CATHY: ¿Has terminado?
LEO: (Aún de rodillas) Pues… sí, creo que sí.
CATHY: ¿No estás sobreactuando un pelín?
LEO: (Se reincorpora lentamente sin rastro de la cara desencajada de antes) …eh… sí, un poco. (Se sienta de nuevo en su sillón)
CATHY: ¿Se puede saber qué está pasando aquí, por qué has montado todo esto?
LEO: Uf… no sé… se supone que es lo que debo hacer, ¿no?
CATHY: ¡No! Es decir, ¡sí, pero de verdad!
LEO: Ya. De verdad.
CATHY: ¿Es que no te importa lo que te acabo de contar?
LEO: (Se vuelve a levantar) No es que no me importe. Creo que no es eso. Pero tú has tenido dios sabe cuánto tiempo para preparar tu bomba. Yo he tenido que improvisar mi reacción en un segundo.
CATHY: ¿Improvisar? ¿Improvisar dices? ¡Que no es una obra de teatro, Leo! ¿Ni siquiera sabes cómo te sientes o qué te pasa?
LEO: Sí. Es exactamente eso, no sé cómo me siento. Te has acostado con alguien que no soy yo, bien. Supongo que no querías hacerme daño y que no volverá a ocurrir, que has aprendido la lección y que te sentiste tan mal que no volverás a pasar por eso. Y además te has dado cuenta de que soy el hombre de tu vida y que eso que ocurrió ha sido un lamentable error. ¿No es así?
CATHY: (Pensando un momento) Sí, más o menos es eso lo que iba a decir cuando te enfadaras. Bastante acertado.
LEO: Bueno, pues hala, dejémoslo ya.
CATHY: Y puedes acostarte con alguien si quieres.
LEO: Eso es… ¡¿qué?!
CATHY: Que puedes acostarte con una chica.
LEO: ¿Con una cualquiera?
CATHY: Sí.
LEO: Bueno, eso no es verdad. No puede estar más buena que tú.
CATHY: ¿Qué? ¿Por qué dices eso?
LEO: Porque ya sé como iría a terminar la historia: tú diciéndome que todos los tíos somos iguales, que vamos todos a lo mismo, que vemos un par de tetas grandes y ya no sabemos nada de nadie más, que damos asco… y hala, a juzgar alegremente a todo un género, el masculino, por un acto individual y aislado de una persona, yo. Y además, ¿cómo sabe que sólo fue por las tetas? ¿qué pasa, que para demostrar que no somos superficiales no podemos acercarnos a ninguna que esté medianamente buena? Joder que presión, todo el santo día viviendo en el qué dirán, basta ya, joder.
CATHY: Estás como una regadera.
LEO: Por otra parte tampoco puede ser más fea que tú. Por algún requiebro mental extraño, tampoco aceptarías eso y olvidarías cualquier argumento feminista para mirarme lateralmente con medio desprecio y diciendo algo del tipo “con ese adefesio… por el amor de dios, Leo, te creía con mejor gusto”.
CATHY: ¿Pero cómo puedes pensar…?
LEO: Shhh, espera, espera. En ese caso sólo nos queda una chica que sea más o menos igual de guapa que tú, o que tú consideres mona pero sin excesos. Hay que cuidar que no la despaches con un “pero si es muy sosita la pobre”; tampoco puede ser un cerebrito que empezarán las bromas jocosas con lo de que “qué habrá visto una como ella en un idiota como tú”. Creo que sólo me quedan las que sean divertidas y monas, pero no demasiado simpáticas que si no ya la tenemos acusada de desesperada por ser el centro de atención. Joder, Cat, me lo pones bastante difícil, ¿eh? Yo casi que creo que no me va a valer la pena tanto trabajazo para un polvete de compensación a tu desliz.
CATHY: ¿Pero quién habló de compensar? Yo lo único que he dicho es que si alguna vez tuvieras un… eso, desliz, yo lo comprendería. Que sería comprensiva, que no me enfadaría, vaya.
LEO: Como yo. Que no me enfado.
CATHY: Sí. Exacto. Como tú.
LEO: Pues eso.
CATHY: Pues eso… no. ¡Por qué demonios no te enfadas!
LEO: ¿Para eso me lo has contado? ¿Para que me enfade? ¿No prefieres que sea comprensivo yo también?
CATHY: ¡Yo que sé… no! ¿No lo entiendes? ¡Es como si no te dieras cuenta de que otro tipo me ha… penetrado!
LEO: Hala, penetrado. Vaya verbo.
CATHY: ¡Es que me la metió!
LEO: Al menos tenía puntería.
CATHY lo abofetea e inmediatamente se lleva las manos a la boca arrepentida.
LEO: (Frotándose la cara) No sé cómo me las arreglo para que te cabrees incluso cuando eres tú quien tiene la culpa.
CATHY: Lo siento… creo que no debería haberte dicho nada.
LEO: Por fin lo has entendido. No deberías haberme dicho nada. La próxima vez que te sientas terriblemente culpable y tengas que liberarte… te lo tragas y lo asumes como penitencia. Confesarte conmigo no te redime. Lo que te aligera a ti me lo carga a mí.
Vuelve a sentarse en el sillón y a coger su dominical. CATHY, anonadada, se sienta de nuevo frente a su ordenador sin saber muy bien que hacer.
LEO: (Sin levantar la vista de la lectura) ¿Supo cómo tocarte?
CATHY: ¿Cómo dices?
LEO: ¿Era hábil? ¿Te gustaba como te tocaba?
CATHY: Pero… no vayas por ahí. ¿A qué viene eso ahora? Creí que no te había importado.
LEO: Pues parece ser que sí que me importa. ¿Te gustó?
Siguen casi dos horas en las que CATHY detalla a mitad de camino entre la sinceridad y las mentiras piadosas su relación sexual esporádica con una persona que no era LEO durante aquella semana en la que él se fue a cuidar a sus sobrinos sin resolver muchas cuestiones que herían profundamente a su pareja. Después de esas dos horas no sé qué es lo que pasa pero es algo completamente diferente a lo que ha existido en sus vidas hasta ese momento.
]]>Ahí.
¿Ahí dentro?
Creo que sí.
¿Crees?
La oigo ahí dentro.
(Acercando el oído) Yo no oigo nada.
Creo que la has asustado con tu voz y se ha quedado quieta.
Qué le pasa a mi voz.
No le pasa nada a tu voz, sólo he dicho que ha oído ruidos y se ha quedado quieta.
¿Estás seguro de que la has oído ahí dentro? ¿La has visto entrar?
Sí. Bueno, creo que…
¿Otra vez crees?
Joder, no la vi con total nitidez, pero me ha parecido que entraba una sombra…
¿Ah, sí? ¿Y como era la sombra? ¿Alargada, estrella, gorda, pequeña, peluda, con dientes, con pata, con forma de maldita bola de polvo que entra empujada por el aire?
Eso no era una bola de polvo. Las bolas de polvo flotan, no se arrastran. Pude oír como arañaba el suelo… ¡escucha! ¡Shhhh, escucha, escucha! ¿La oyes?
(Silencio y más silencio)
No se oye nada.
Shhhh.
… sí, parece que… pero no, no es… bueno no lo sé.
¿Lo ves?
Lo que no sé es por qué no la matas de una vez.
¿Por qué no la matas tú? Te dije que llamáramos a un experto.
Mira, porque pensé que no sería tan difícil coger un bicho y matarlo. Aunque tendría que haberme supuesto…
El qué.
Déjalo.
Y una mierda déjalo, qué tendrías que haber supuesto.
…
Si es tan fácil, ¿por qué no la cazaste tú, por qué no la matas tú, por qué no abres tú la puerta y le das un palo en la cabeza? ¿Qué, qué pasa, que porque soy el hombre me toca defender el castillo? ¿Eso me estás diciendo?
No, si ya queda claro que para las cosas masculinas no puedo contar contigo.
Eres una hija de perra.
(Levanta la mano pero no la suelta. Luego respira hondo y vuelve a mirar a la puerta).
Venga, suéltalo, dímelo todo ya. Aprovecha que estás lanzada y suéltalo. ¿Tengo que provocarte? ¿Hija de perra? ¿Cabrona? ¿Malnacida?
¡BASTA!
¿Qué basta? ¿Qué cosas masculinas no hago? ¿Eh? ¿Eh?
Era coger una maldita rata, joder, una maldita rata. Se trataba de ponerle una trampa, un veneno, algo, y matarla. ¿Es que es tan complicado?
Se te da muy bien decirme lo que tengo que hacer y muy mal hacer cualquier cosa por ti misma.
Mira, no me hagas hablar.
Aprovecha, ¡es tu momento!
¿Sabes qué es lo que te pasa? Que no eres capaz de enfrentarte a las cosas, nunca. Por eso la rata nos tortura desde hace una semana, por eso no tenemos hijos, por eso sigues en la mutua todos los días, por eso tenemos las vacaciones en septiembre, por eso seguimos viviendo aquí.
¿Pero dónde está escrito que me tengo que encargar yo de todo? ¿De verdad te vas a agarrar a esa mierda de que tengo que protegerte y cuidarte todos los días de mi vida? ¿Desde cuándo decidiste que yo era el encargado de que las cosas fueran bien? ¿Y tú qué haces? ¿Dónde está tu trabajo, para qué coño estudiaste económicas, dónde está tu cuidado personal y tu buena forma?
¿Qué le pasa a mi forma?
Que no te mueves, hostias. Que no te mueves ni a la de tres, como no sea para encenderte un cigarro. Que cualquier día te desparramas.
(Sin mediar palabra ella se levanta, le mira y le suelta un bofetón de palma abierta con todas sus fuerzas. Él empieza a sangrar por el labio. Respirando muy hondo se levanta y va hacia la puerta del trastero. La abre de par en par).
Ahí tienes a tu puta rata. Espero que os llevéis bien.
(Se marcha rápidamente y ella da un respingo al ver la puerta abierta. Comienza a a frotarse los brazos por el repelús y la idea de que la rata aparezca. Inicia un grito que va in crescendo).
AhhhhhhhhhhhaaaaaaahhaaaAAAAAAAHHHHAAAAAAAAAAAAAHHHH!!!!!!!!
(Se marcha gritando como una bestia salvaje.
El trastero está abierto. La luz apunta al agujero negro que queda como puerta. No se vislumbra nada en su interior. Todo permanece así durante algunas horas. Ninguna rata aparece).
]]>Eso no era una bola de polvo. Las bolas de polvo flotan, no se arrastran. Pude oír como arañaba el suelo… ¡escucha! ¡Shhhh, escucha, escucha! ¿La oyes?
(Silencio y más silencio)
]]>UNO
MAESTRO DE CEREMONIAS: ¡Y ahora un acto radical contemporáneo! ¡Ale hop!
Dos chicos andróginos desnudos entran en el escenario, se besan, se acarician y tienen erecciones al unísono.
MAESTRO DE CEREMONIAS: ¡Aún más radical!
Pasan al sexo oral. Esperan el murmullo del público.
DOS
MAESTRO DE CEREMONIAS: (Sentado en una mesa y con unas gafas puestas) El uso de la fotografía sobre el escenario ni debe ni puede espantar al público. La gente de mediana y alta edad que han venido a disfrutar de un espectáculo clásico se han equivocado de sitio, Pedro Osinaga hace mucho que se retiró. Si no se ha retirado da lo mismo, esto no es la Wikipedia. Si no saben lo que es la Wikipedia también se han equivocado de sitio. En cualquier caso están ustedes fuera de lugar, márchense.
Decía: el uso de la fotografía no puede ni debe espantar al público. Hacemos ARTE aquí, venimos a que se nos vea y comprenda, o a que se nos vea y no se nos comprenda. Estuve en la Documenta de Kassel hace dos años y se nos vio y comprendió, éramos los normales, ¿entienden? Los normales éramos nosotros y ustedes se hubiesen quedado fuera como si tratasen de entrar en el Ritz con unas Nike blanca, horteras.
La gente que comprenda lo que estoy diciendo puede quedarse.
TRES
El MAESTRO DE CEREMONIAS canta con voz aguda, como si fuera una mujer que tuviese la voz masculina. Un chico y una chica representarán, a medio camino de la danza y el mimo, lo que va cantando el MAESTRO
MAESTRO DE CEREMONIAS: (Canta) Nada hay más triste que arrepentirse
después de un ataque de sinceridad.
Si hacía falta hablar
y hacía falta hablar.
Y tenías que callar:
tenías que pasar.
Más tarde sabrás que es mucho más suave
lo que se siente al mentir que el dolor de la verdad.
Por eso no me molestes el sueño ni me despiertes para jugar.
Quiero seguir durmiendo hasta cansarme de volar.
La pareja se marcha y el MAESTRO toma el centro del escenario
MAESTRO DE CEREMONIAS: (Ya no canta) Fíjense qué estúpida suena la letra si la recito sin música. “No me molestes el sueño ni me despiertes para jugar. Quiero seguir durmiendo hasta cansarme de volar.” Las letras de pop español de principio de los noventa marcó lo que nos quedaba por ver: con que rime vale. “Que corra la nicotina:
hay ducados en la esquina.
Que corra la nicotina :
ven a vivir al estanco.
Fuma negro, sucio blanco”
Menos Siniestro Total, lo demás no tiene sentido.
Las canciones pop de los noventa y la danza contemporánea hablan más o menos de lo mismo. Expresan lo simple porque no tienen ni puta idea de cómo expresar algo complejo.
CUATRO
MAESTRO DE CEREMONIAS: (Haciendo malabarismos con pelotas de tenis) Lo que es verdaderamente radical aquí es hablar del amor. Hay dos extremos ahora mismo: la protección total de una vida gilipollas de canal Disney que piensa que las chicas no tienen pezones y que cuando mi hijo se da un golpe y no le veo exclama “caramba, cáspita, caray”. El otro extremo es el que se caga en todo por la patilla, soy tan radical que hasta doy asco, oh yeah, oh yeah, dos caras del mismo imbécil. Asociaciones que protegen: ¡que os den por el culo! Adalides de la libertad cínica: ¡id con ellos al mismo sitio!
Deja las pelotas de tenis y coge huevos para los malabarismos. Se pone a ello
Pero como se te ocurra contar que las personas se pueden llegar a querer te señalan con el dedo y te acusan de ñoño. O apagamos el cerebro o la masa crítica nos llama imbéciles, que dos buenas opciones. Así que reto a los aquí presente que encuentre un Teatro Abandonado de meses atrás donde se hable de amor y sólo de amor, no sólo de la herrumbre que se forma cuando sólo queda la peste nauseabunda de amor muerto y podrido. Busquen, busquen, a ver qué… (se le cae uno de los huevos y se rompe) Ops.
Arroja el resto de huevos al suelo, sobre el otro ya caído
Mala suerte para el huevo.
Nota: La canción sosa es de Corazones Estrangulados, un grupo de principio de los noventa.
Sube el rumor que se oía de fondo. Grita la hermana “papá, papá, papá”, sin histeria, sólo la voz subida de tono buscando, probablemente, una reacción. Ella calla, el rumor baja. Debe haber terminado.
El hermano que fuma se levanta y coge el cenicero enorme que está en el centro de la mesa camilla. Vacía los llaveros de dentro y se lo lleva consigo a su silla del centro. Apaga el cigarrillo dentro.
HERMANO 1: Supongo que ahora ya se puede.
Entra su otro hermano y le ve justo cuando apaga el cigarrillo. Parece que le va a reprochar el gesto pero se contiene.
HERMANO 2: No sabía que habías vuelto a fumar.
HERMANO 1: Ya ves.
HERMANO 2: Ya se acabó. (Su hermano asiente) ¿Me das uno?
El HERMANO 1 saca un paquete arrugado de Camel y le ofrece uno a su hermano para después coger otro para sí. El HERMANO 2 coge una silla y se coloca junto a su hermano.
HERMANO 2: Están ellas ocupándose de todo. Llevan tanto tiempo ocupándose de todo que es lo normal, ¿no?
HERMANO 1: Supongo que sí.
Entra la HERMANA MENOR y les ve fumando. Hace un gesto de enfado por la escena pero se calla y no les dice nada.
HERMANA MENOR: Ya hablé con los de la funeraria. Me han dicho que en media hora estarán aquí. El del seguro dijo que en quince minutos. Que curioso. Luego… luego empezamos a llamar a todos, ¿no?
HERMANO 1: Luego.
HERMANO 2: Luego.
HERMANA MENOR: Limpiad luego el cenicero, por favor. Se ha quedado ella terminando de amortajar a papá. Como ya lo hizo con mamá es como si tuviera… yo que sé, experiencia.
HERMANO 1: Vale.
HERMANO 2: Vale.
HERMANA MENOR: Joder, ha estado enfermo cuatro años. Cuatro años cuidándolo y sigue empeñada en terminar de amortajarlo ella. Le he dicho que nosotros somos también sus hijos pero no ha querido saber nada. Voy a abrir la ventana, hace falta aire.
Mientras ella se afana en desencajar una ventana que hace meses que nadie abre entra finalmente la HERMANA MAYOR. Mira a sus hermanos que, esta vez sí, le devuelven la mirada avergonzados. Sin decir ni palabra se sienta en el sillón de brazos, coge la bolsa de labores del suelo y empieza a hacer punto de cruz con aguja larga. Sus tres hermanos la miran desconcertados y se miran entre ellos: temen que su hermana haya perdido la cabeza. El HERMANO 1 apaga su cigarrillo y se dirige a su hermana, a la que abraza por los hombros.
HERMANO 1: Nena… ¿estás bien? ¿qué haces? ¿por qué estás tejiendo ahora?
HERMANA MAYOR: Porque no sé qué hacer. Llevo cuatro años haciendo exactamente lo mismo en cada momento y no sé qué es lo que tengo que hacer ahora.
El hombre vuelve a sentarse donde estaba, de nuevo a perder la mirada, tal y como hace su hermano en la silla de al lado y su hermana junto a la ventana, al fin abierta. La mayor teje de forma rítmica, casi industrial. Todos esperan a que llegue alguien, el del seguro, que pare de forma oficial el momento de la muerte.
]]>BONI: Estimado y distinguido público, desafortunadamente el teatro contemporáneo ha olvidado de forma premeditada y egoísta la vieja costumbre del entreacto, momento de relajo y paseo con chirridos de zapatos, justo justo para coñac y puro, cigarrillo y visita al baño, meada contenida o cagada feroz, salida indignada o comentario sarcástico, alusiones a las moderneces o comentarios morales sobre la vestimenta. Hoy, esto es lo que hay, el teatro son horas aceleradas que han destruido los bares de las salas y la pausa para respirar. ¿El miedo a perder a quien estaba ya rendido a la ficción? Ah, tal vez, tal vez. Así que por favor, traten de disfrutar, de evadirse del teatro durante los próximos minutos, para volver a la dura ficción cuando acabe la pausa. Queda un duro camino por delante.
DISCLAIMER: Desde la redacción de Libro de Notas pedimos disculpas por la pausa obligada en este mes de septiembre en el Teatro Abandonado. Al autor le ha pillado el toro y ahora se asoma para decir gilipolleces autojustificativas. Será debidamente sancionado. Firmado: Atticus Taracido, Jaime Blonde y una comisión de doce hombres justos sin relación entre ellos.
]]>ATTICUS: ¿Y ahora?
GENIO: Y ahora nada. Ya está.
Perdido, ATTICUS mira a su alrededor y camina de un lado a otro del escenario sin comprender.
ATTICUS: ¿Qué es lo que ya está?
GENIO: Esto es lo que me has pedido.
ATTICUS: ¿Esto? Pero… no entiendo, no sé, no veo adónde quieres llegar.
GENIO: (Suspirando impaciente) Vamos a ver, chavalín, ahora no te pongas pesado porque todo esto es culpa tuya. La gente normal pide dinero, tías, tenerla más larga o no morirse nunca. Lo que pediría cualquiera, vaya. A ti te da por ponerte filosófico y ahora te mosqueas porque no entiendes lo que tú mismo has pedido.
ATTICUS: ¡Entiendo perfectamente lo que te he pedido!
GENIO: ¿Sí? A ver, repíteme palabra por palabra cuál ha sido tu deseo.
ATTICUS: Te he pedido que me dejaras entender…
GENIO: Nonononononononono. Palabras exactas.
ATTICUS: Vale. Vale. Dije: “Genio, quiero poder entrar en la cabeza de un hombre malvado de verdad”.
GENIO: Cojonudo. Pues esto es la cabeza de un hombre malvado. ¿Decepcionado? Haber pedido muerte.
El chico vuelve a mirar con atención cada rincón del escenario pero sigue sin descubrir absolutamente nada. Finalmente se sienta en el suelo derrotado.
ATTICUS: ¿Simplemente… no hay nada?
GENIO: (Sentándose enfrente de él) ¿Y qué esperabas que hubiese?
ATTICUS: No lo sé... algo que me hiciera entender… alguna cosa más… algo…
GENIO: Ya veo. Tú lo que te esperabas era un pantano apestoso lleno de monstruos y con gritos de tormento en dolby surround.
ATTICUS: No es eso. Es que cuando pedí mi deseo no me refería a entrar li-te-ral-men-te dentro de una cabeza de un hombre malvado… A lo que me refería era a que quería comprender por qué un hombre malvado se comporta como tal.
GENIO: Ah, metáforas y genio de los deseos, una mala combinación.
ATTICUS: Sí, ya me doy cuenta. Y aún así... (sigue mirando a todas partes) a pesar de todo no puedo entender que no haya nada de nada.
GENIO: Oh… bien, ahora sí que lo entiendo. Lo que a ti te pasa de verdad es que no puedes encajar que a lo mejor no hay motivaciones de ningún tipo para que este bonito psicópata se comporte como se comporta. (Se sienta junto al chico y le habla muy cerca de la cara) Ningún pasado traumático… ningún deseo de venganza… ninguna herida sin cerrar… ni le pegaban, ni abusaban de él, ni se ha vuelto contra el mundo por rebeldía… Es que es simple y llanamente ¡MALO!
El grito en su oído hace que ATTICUS se levante de un salto aterrado y rabioso.
ATTICUS: ¡Qué haces, joder! ¡Me va a salir el corazón por la boca!
GENIO: ¡Jajajajajaja! Me ponen enfermo las hermanitas de la caridad como tú. Cuándo entrará en vuestras cabezas que hay gente que hace el mal, a sabiendas, de forma controlada, sin más razón que “porque sí”. (Se queda mirando al otro que le fija la mirada aún furioso)
Plan A: Aquí podríamos poner una discusión larga y retórica sobre la maldad innata y la maldad aprendida, al estilo de Pio Baroja en el capítulo cuatro de El árbol de la ciencia. Que hablen y se convenzan, que se insulten, un previsible giro final donde humanizamos al genio para que se quede en evidencia y dé una vía de escape al espectador
Plan B: copiamos la idea base de Cómo ser John Malkovich y abrimos un ventanuco desde el cual ATTICUS alcance a ver a través de los ojos del hombre malvado. A partir de aquí aprende cómo dominar los movimientos del dueño de la cabeza y lo transforma en una bellísima persona. El GENIO le hará una crítica sobre la alienación y el salvar a las personas de sí mismas. Atención con las lecturas anti marxistas de este final.
Plan C: en lugar de convertirlo en una bellísima persona, ATTICUS aprovecha la situación para ejercer de hombre malvado en la sombra, escudándose en la naturaleza del cuerpo que está a punto de usurpar. “Él ya era así”, dirá. “Si yo actúo a través de él como un hijo de puta podré comprender en su plenitud qué se siente y qué le lleva a actuar así”. El GENIO sonreirá maquiavélico y el público se encogerá sobrecogido por la transformación del chico de santo varón a demonio infame.
Plan D: El GENIO no sonreirá maquiavélico.
]]>ATTICUS: ¿Y ahora?
GENIO: Y ahora nada. Ya está.
]]>Los cuatro inquilinos de la mesa son, por orden de edad, de mayor a menor: un prestigioso economista, elegante y educado, experto en artículos sobre dinero en El País, está en calidad de profesor de un curso sobre microeconomía en los países latinoamericanos; un silencioso profesor de secundaria, tímido, escondido tras unas gafas gruesas de cristales bifocales, a la antigua usanza, viene como oyente en un taller de aplicación de las TIC en las aulas; un treintañero andaluz, jovial y de ademanes vigorosos, es uno de los asistentes al curso que imparte el economista; un chico de algo más de veinte años, mucho menos hippy de lo que él quisiera, asiste a un taller literario impartido por un poeta reciente premio Cervantes. La comida transcurre entre lugares comunes y una conversación que se hace cada vez más animada entre los dos más jóvenes.
De todo esto sólo interesa el siguiente diálogo que paso a reproducir:
TREINTAÑERO JOVIAL: ... de Sevilla, yo también soy de Sevilla, ¿tú eres de la capital?
VEINTEAÑERO CASI HIPPY: Sí, he nacido y vivido siempre en el centro. ¿Estudias?
TREINTAÑERO JOVIAL: (Risa alegre por la confusión de edad) No, no, terminé hace mucho tiempo. No, qué va, no. Que si estudio dice… (más risa). No, yo ya soy profesor, ya me he pasado “al lado oscuro”.
VEINTEAÑERO CASI HIPPY: (Risa amable por el chiste típico) ¿Profesor en la universidad? Coño, que bien, ¿no? ¿En económicas? ¿Qué es lo que das?
TREINTAÑERO JOVIAL: Doy macroeconomía en primero y segundo.
VEINTEAÑERO CASI HIPPY: (Con cara de intentar recordar) Yo tengo un amigo que está en segundo de económicas, igual te conoce… ¿macroeconomía has dicho?
TREINTAÑERO JOVIAL: A mí me importa un huevo que me llamen cabrón.
VEINTEAÑERO CASI HIPPY: ¿Qué?
TREINTAÑERO JOVIAL: Que me importa un carajo, que digan lo que quieran. Me he llevado cinco años de carrera puteado, ahora me toca putear a mí.
Y eso es todo.
Lamento este teatro tan aburrido y del que sólo he acabado un diálogo más bien insulso y con nulo valor literario. Lo he escrito, recordando, porque me resulta asombroso, al cabo del tiempo, observar cómo un diálogo más o menos casual no desveló la mediocridad y el sadismo ridículo de un personaje de la peor calaña sino que todo ello, todo el diálogo, digo, ha acabado funcionando como metáfora burda e inverosímil de una realidad no por más repetida menos triste. Por favor, retengan la frase “ahora me toca putear a mí” y colóquenla en la boca del conductor, empleado de biblioteca, auxiliar en secretaría de cualquier facultad o engranaje de algun departamento de renombre en el ministerio de cultura y cuando asientan, sonriendo por el reconocimiento y esbozando la mueca de asco por… el reconocimiento también, cuando terminen ese ejercicio no olviden bajar el telón y apagar la luz. A mandar.
]]>Así que: el MARIDO y la ESPOSA están en pijama. Ojo, cambiemos aquello por NOVIO y NOVIA, da igual, es sólo que es más sincero dar un genérico que poner nombres que siempre serán falsos. ÉL y ELLA, es igual, da lo mismo, no importa.
Así que: ÉL y ELLA están en las condiciones perfectas para hacer el amor. Condiciones de descanso, temperatura y momento. Es ahora o nunca.
El cuerpo les pide nunca pero todo lo demás les dice que ahora. Así qué:
MARIDO: Ahora voy a tocarte la espalda simulando una caricia para que sepas que voy a proponerte hacer el amor. En el fondo cruzaré los dedos para que te pongas arisca y me rechaces, porque eso me dará la posibilidad de, dignamente, darme la vuelta y dormir, dejándome vencedor herido, ya que tendrás que disculparte. Espero que no me digas que sí porque lo harás como para hacerme un favor y luego ese favor lo pagaré.
ESPOSA: Cuando me toques la espalda miraré al techo diciendo que bueno, que vale, para que te quede claro que es porque tú quieres. Espero que no me hagas daño ni que tardes, me pondré encima de ti para acelerarte lo máximo posible y hoy gritaré para terminar pronto. Si veo que te entretienes me daré la vuelta para que me la metas por detrás y no tengas más remedio que correrte. Después dormiré lo más pronto posible.
MARIDO: Cuando estés debajo o te tenga encima voy a pensar que te folla otro hombre conmigo, porque quiero ver tu cara cuando te corres de verdad. Intentaré tardar lo más posible para que no pienses que soy un desconsiderado, aunque en el fondo no me importa que lo pienses, pero me siento algo culpable cuando me corro demasiado deprisa y es una culpa que no tengo ganas de asumir esta noche. Así que seré mecánico y distraeré la cabeza. Luego, cuando pasen unos minutos, aceleraré y pondré detrás de ti a ese otro que te hace correrte, porque yo no soy ni seré nunca ese otro.
ESPOSA: Cuando termines te daré un beso y te acariciaré la espalda esperando que te duermas pronto. Mañana deberíamos cambiar las sábanas y abrir la ventana para airear la habitación, y recoger la ropa del tendedero porque estamos usando ropa interior agujereada. Me contendré para no irme a la ducha y lo dejaré para cuando me despierte —tú estarás dormido aún— me lave, me perfume y te quiera mucho más que en cualquiera de los momentos en los que pretendes ponerme una mano encima.
Así que ambos, ESPOSA y MARIDO, ELLA y ÉL, se meten en la cama, ambos sobre aviso de lo que viene ahora, y hacen el amor apasionadamente aprovechando que es un buen sábado del mes de mayo, no hace ni frío ni calor y ambos están lo suficientemente descansados.
]]>CICLISTA: (Mirando en derredor) Está empezando a oscurecer, pero sigue haciendo un calor de mil demonios… ¿hay luz eléctrica aquí, abuelo?
ANICETO: Había… luego la quitaron, cuando se fue el alcalde y cerraron el ayuntamiento. Cuando viene mi hijo le da a no sé qué botón y la enciende pero a mí me da igual. No necesito luz para nada.
CICLISTA: ¿No le da miedo, aquí solo a oscuras?
ANICETO: Aquí no viene nadie, rapaz. Ni los fantasmas, ni los monstruos, ni las alimañas ni ningún hombre, bueno o malo. De qué me va a dar miedo, de qué.
CICLISTA: Lleva usted razón. Al menos hasta que al especulador más cercano se le ocurra que este terreno es edificable y se acabe la paz y el sosiego.
ANICETO: Eso qué es.
CICLISTA: ¿El qué?
ANICETO: Ficable.
CICLISTA: ¿Edificable? Ah, eso es, abuelo, que es un terreno donde se pueden hacer casas.
ANICETO: Aquí ya hay casas.
CICLISTA: Ya, sí, pero no, me refiero a una urbanización. (El viejo le mira sin comprender) Vale, a ver: imagine que de repente a alguien se le ocurre que esto está lejos del mundanal ruido. Que en apenas hora y media de coche desde la ciudad más cercana se puede llegar a un remanso de paz. (Mueve las manos representando lo que va contando, mientras el anciano sigue sus movimientos con la mirada, impertérrito) Así que ese tipo, el que piensa que aquí se está más tranquilo que en ninguna parte, se dice: “seguro que a la gente le encantaría venir aquí a descansar”. Y se pone a hacer chalets.
ANICETO: Chalets…
CICLISTA: Eso es, chalets, casitas muy bonitas, de ladrillo visto y tejados rojos, con un porche en la entrada para tomar el café al caer el sol y con un jardincito.
ANICETO: Una casa con un jardín.
CICLISTA: Una no, abuelo. Muchas. Docenas de casas todas iguales, una junto a la otra, con garaje y piscina. Todas puestas en fila, una al lado de la otra, con nombres de mujer, villa Carmen, villa Mercedes, villa Rosa, o con nombre de virgen, Nuestra Señora del Rocío, cosas así, ¿entiende? (El viejo tiene la mirada fija en él pero no dice nada) Entonces se hacen esas casas y ponemos un nombre… sugerente. Urbanización el relax. O Urbanización mar de la tranquilidad.
ANICETO: Aquí no hay mar.
CICLISTA: ¡No, claro que no lo hay, pero eso no importa! La gente lo verá como el lugar al que escaparse, después de meses y meses de trabajo cogerán sus coches, sus todoterrenos, sus familias, y se vendrán a este pueblo abandonado que ahora se ha convertido en “mar de la tranquilidad”. Entonces, entonces sí que harán electricidad en todo el pueblo, en todas las calles, y las asfaltarán, y abrirán tiendas, y bares, y un club social. Y sin darse cuenta habrán gastado millones de euros para huir de la ciudad y llegar… a la ciudad. Y habrá un pueblo pequeño menos en esta región.
ANICETO: Déjate de majaderías, rapaz. Aquí no vendrá nadie, esto no es “ficable”, ni hay agua para piscinas ni hay nada que hacer. Aquí solo estamos yo y el perro ese cubierto de moscas, esto es está muerto y donde está todo muerto no crece nada más, ¿comprendes? Y cuando yo me vaya para siempre el pueblo se irá conmigo, ¿está claro?
CICLISTA: (Tirando el corazón de la manzana y soltando una carcajada) Eso es verdad, abuelo, aquí no queda ya nada. Pero no se preocupe que por aquí no se acerca ni la muerte a buscarle, seguro que no encuentra el camino (suelta otra risotada, se pone en pie y monta en su bicicleta). Gracias por todo abuelo. Nos vemos pronto, seguro (se marcha saludando con la mano).
ANICETO: Seguro…
ANICETO se levanta con mucha dificultad, apoyado en su bastón macizo. Arrastrando los pies se acerca al perro y con un gesto demasiado rápido para la edad y los achaques que tiene empieza a asestar bastonazos al perro, cada cual más violento. El animal, demasiado sorprendido y débil para reaccionar, emite al principio una leve queja para al final dejarse matar tranquilamente. El viejo no deja de golpearle hasta que pierde el aliento.
ANICETO: (Respirando entrecortadamente) Claro que llega la muerte, imbécil. Claro que llega.
Se mete despacio en su casa.
]]>Un café-bar minimalista, tremendamente luminoso, paredes blancas y muchas mesas completamente vacías. De hecho todas exceptuando la del centro, ocupadas por MARCOS y ALBERTO. Mientras Marcos habla por teléfono, Alberto remueve el azúcar del café con la vista perdida en la ventana. A lo largo de la escena el camarero aparecerá y desaparecerá continuamente, limpiando mesas y ordenando muy atareado, a pesar de que el local está evidentemente muy poco animado.
MARCOS: (Siempre al teléfono) ...haz lo que tengas que hacer. No. No me importa. Vaya, no me importa mucho. Quiero decir que no me importa nada. Eso. Borra lo de mucho y cámbialo por nada. Mejor “un rábano”. No, “no me importa un rábano”, no, eso no se dice así. ¿Cómo que no entiendes? Se dice “me importa un rábano”, no “no me importa un rábano”. ¡Claro que tiene sentido!. Mira, Miguel Ángel, ¿sabes qué? Déjalo. Tampoco se te ha dado nunca demasiado bien la lengua. Hala, ya hablaremos, que me esperan. Que si. Que si. Y yo a ti. No, cuelga tú. Tú primero. No tú. Venga, a la vez. Una, dos y… (cuelga aburrido de la conversación). Era Román.
ALBERTO: No, si ya.
MARCOS: Seguro que ahora se lleva un rato diciendo “¿has colgado? ¿has colgado?”. Que tipo.
ALBERTO: ¿Se puede saber por qué diantres me has citado aquí?
MARCOS: (Mira a su alrededor) ¿Qué tiene de malo?
ALBERTO: Pues que no entiendo qué pintamos en la cafetería de un centro de arte contemporáneo, la verdad.
MARCOS: Es fácil. Aquí nunca viene nadie.
ALBERTO: Sí, eso es cierto, desde luego. ¿No querías testigos? (Ríe. Al ver que Marcos no le sigue se calla de golpe). ¿Es que no querías testigos por algo?
MARCOS: (Respira hondo) Mira Alberto… lo que te voy a contar es muy… importante. Importante no… bueno sí, pero no es la palabra que buscaba. Es más bien…
ALBERTO: ¿Decisivo?
MARCOS: No.
ALBERTO: ¿Fundamental?
MARCOS: No.
ALBERTO: ¿Epatante?
MARCOS: ¡Que no, joder! “Raro”. Eso es. Lo que te voy a contar es “raro”.
ALBERTO: ¡Cáspita!
MARCOS: (Mirándolo con los ojos desorbitados) Eh… sí. Verás, quiero que prestes mucha atención. He pensado esto durante bastante tiempo antes de dar el paso de contártelo. Y es necesario que no pierdas detalle de todo lo que voy a decir, ¿de acuerdo? ¿Estás preparado?
ALBERTO: Sí. ¡No, espera! (Empieza a hacer ejercicios vocales y a estirar brazos, hombros y músculos de la cara) Miaoooooaoaaaoaoaaaaaammmmiaaaaaaoooooo.
MARCOS: ¿Qué cojones haces?
ALBERTO: Shhh, prepararme, prepararme, calla. Moooooooooooooaaaaa moooooooooaaaa oooaaaaaaaaooooo. (Tose estrepitosamente, con flema y todo) Ya.
MARCOS: (Pone los ojos en blanco) Vale. Verás. Yo… yo no me llamo Marcos Taracido.
ALBERTO: ¡Caramba!
MARCOS: ...ya. Decía que no me llamo Marcos Taracido. Me llamo Bonifacio Calatrava.
ALBERTO: (Aguantando la risa) ¡Repámpanos!
MARCOS: Ejem. Vale. Antes que yo, hace dos años, había otro Marcos Taracido. Pero él tampoco era el auténtico. Se llamaba Constantino Montoya.
ALBERTO: Pobre hombre.
MARCOS: No lo sabes tú bien. En fin, el Marcos Taracido original se retiró hace cuatro años, ahora vive en las islas Reunión.
ALBERTO: ¡Zapateta!
MARCOS: Dios, a veces creo que podría romperte el cráneo a mordiscos.
ALBERTO: Oh. (Sonríe) Gracias, y yo a ti.
MARCOS: Bien. Te cuento todo esto porque he decidido retirarme. Y quiero que tú me sustituyas.
ALBERTO: ¿Quieres decir…?
MARCOS: Sí. Quiero que a partir de ahora seas el nuevo Marcos Taracido. Siempre guardando la más absoluta discreción, por supuesto.
ALBERTO: Pero… me dejas de piedra Marc… Bonifacio. ¿Puedo llamarte Boni?
MARCOS: Ni se te ocurra.
ALBERTO: ... ah. Bueno. Que me dejas de piedra, yo no sé si podré... si sabré... yo no me veo capaz…
MARCOS: Lo harás muy bien, seguro. Eres el segundo de a bordo, basta con que aprendas algunas cosas. Algunas cosas que no sabes.
ALBERTO: (Estupefacto) Como qué...
MARCOS: Por ejemplo a manejar a los anotadores y articulistas automáticos, como Ana o Alber…
ALBERTO: ¿Automáticos?
MARCOS: Sí. En realidad no existen, Paco programó a varios para que pareciera que tenemos variedad. Hay que hacer publicidad, chico, si no cómo crees que podría retirarme así de forrado.
ALBERTO: ... ¿entonces Jaime Rubio también…?
MARCOS: No, hombre, no, Jaime es de verdad.
ALBERTO: ¿En serio? Pues habría jurado que…
MARCOS: En fin. Poco a poco. Me quedaré ayudándote un tiempo, hasta que te habitúes, yo me haré pasar por ti y te llamaré Marcos en público, hasta que todos estén seguros de que lo eres. Luego “dimitiré” y me marcharé sin hacer ruido… ¿de acuerdo Marcos?
ALBERTO: (Sin apenas capacidad de reacción) Sí... sí... (se le ilumina la cara). Claro que sí... Alberto.
MARCOS: ¡Eso es, muy bien! ¡Camarero! (Hace el gesto de pedir la cuenta con una mueca triunfal en la cara).
ALBERTO: Oye… Alberto, una cosita.
MARCOS: (Sonriendo de oreja a oreja) ¿Si, “jefe”?
ALBERTO: Estás despedido.
AVISO A NAVEGANTES: Van a cambiar las cosas mucho por aquí a partir de ahora…
]]>Silencio y oscuridad total durante unos segundos que pueden parecer larguísimos. De repente, un sonido. Un tecleo. Alguien escribe en un ordenador portatil. Pronto se le une un segundo tecleo, aún más rápido que el anterior, que poco a poco adquiere velocidad para alcanzar su ritmo. Un fogonazo a la derecha del escenario, un mechero, LIZBETH que ha encendido un cigarrillo, el destello nos hace ver su cara un instante, tras sus gafas, delante de su ordenador, concentrada. Un foco la ilumina de golpe. Empieza a teclear, rítimicamente, acompañando a las otras dos percusiones. Empiezan a sonar los acordes de “Be careful with your format”, primero con el contrabajo veloz ayudando a los teclados-tambores y poco a poco incorporándose piano, triángulo, guitarra eléctrica y saxofón.
Foco a la izquierda, es ALIDA, teclea con abstracción absoluta y de vez en cuando con la mano izquierda agarra un bombón de una vasija de cristal transparente que reposa a su lado.
Foco en el centro, es JULIE, que teclea ensimismada alternando el trabajo con caladas ocasionales a un porro semiapagado que tiene en los labios.
Como sombras, andando despacio, aparecen por dentrás JONAS y BETTE, entran como a hurtadillas, como si fueran ladrones y pasean alrededor de las mesas de sus compañeras.
JONAS y BETTE: (cantan casi susurrando)
Formato, formato, formato, formato.
Cuidado con el formato
Irán repitiendo la estrofa cada vez más alto, cada vez de forma más enérgica, al principio al oído de ellas, que los espantarán como si fueran moscas insidiosas pero pronto gritando y haciendo aspavientos. Finalmente suben a la mesa central.
JONAS y BETTE: (Moviéndose como poseídos)
¡Formato, formato, formato, formato!
¡Cuidado con el formato!
El último grito para la música en seco y hace que ALIDA y LISBETH levanten la vista sobresaltadas. Sin embargo JULIE permanece escribiendo, cada vez más rápidamente, casi espasmódica. Al final se levanta y de un salto se encarama a su mesa.
(Lo que sigue es el número “Be careful with the Format”, tal y como indica el coreógrafo en las páginas 14 y 15. Los movimientos del actor y las actrices, así como los del coro, deberán atenerse escrupulosamente a lo marcado aquí, sin perjuicio de lo que pueda decidir cambiar el director a posteriori)
JULIE: ¡Lo tengo!
TODOS: ¡¿Lo tienes?!
JULIE: ¡Lo tengo!
TODOS: ¡¿Lo tienes?!
JULIE: Lo tengo, síííí!
TODOS: ¿Terminado?
JULIE: Del todo.
TODOS: ¿Del todo?
JULIE: ¡Para siempre!
TODOS: ¿Para siempre?
JULIE: ¡Depende de lo que me diga el referee!
Pero acabé, terminó, es el fin,
ya está aquí, lo envié.
ALIDA: ¿Estás segura?
LIZBETH: ¿No es locura?
JULIE: ¡Os lo juro por fin lo cerré!
BETTE: ¿Pero lo has revisado muy bien?
JONAS: ¿Corregido de cabeza a los pies?
ALIDA: ¿Sin errores en inglés?
LIZBETH: ¿Sin palabras al revés?
JULIE: ¡Os lo juro por fin lo cerré!
Entra el DEPARTMENT CHORUS por ambos laterales bailando.
CORO: (repetirá esto a lo largo de todo el número)
Formato, formato, cuidado con el formato.
JULIE: Lo he corregido, lo he revisado,
lo he paginado, ¡lo he indexado!
He puesto las fuentes, las citas, los pies.
Primero apellido, el nombre después,
¡Y luego el año, y luego la Ed.,
o el número o la página o incluso el mes!
Lo he comprobado con otras revistas,
¡lo he preguntado en foros y listas!
¡Lo ha visto mi jefe y ha dado el okeeey!
TODOS: Lo ha visto su jefe, ha dado el okey
Lo ha terminado con toda la ley
Ahora ya solo nos queda esperar
JULIE: ¡La carta que diga que se puede publicaaaaaar!
TODOS: ¡Si dicen que sí será una doctora!
JULIE: ¡Si dicen que sí seré una doctora!
TODOS: ¡Si dicen que sí será profesora!
JULIE: ¡Si dicen que sí seré una docente!
TODOS: ¡Si dicen que sí será imponente!
JULIE: ¡Si dicen que sí seré la mejoooor!
(Este es el momento del baile final, todos sobre las mesas cantando el estribillo-mantra “Formato, formato, cuidado con el formato”. Para terminar en apoteósico final con todos elevando con los brazos a Julie hasta el cielo de la investigación científica)
TODOS: ¡Sí, será, ahora y siempre
la doctora Julie
sim-ple-men-te la me-jooooor!
Todos se vitorean y se abrazan. Entra el DIRECTOR desde atrás aplaudiendo de forma ostentosa y riendo de forma maléfica. Todos se callan y lo miran aterrados.
DIRECTOR: Sí... eso es, je, je, je. La doctora Julie, la mejor. (Mira a todos) Ha estado fenomenal, chicos, y el coro estupendo. Pero más de un paso a partir del segundo tercio del número se ha dado hacia el lado contrario y parte del atrezzo se ha caído en el baile sobre las mesas. No me vengáis con que apenas se nota, no quiero oírlo. ¿Por qué hacer una chapuza cuando se puede hacer com-ple-ta-men-te bien? Venga, venga, lo repetimos todo una vez más pero esta vez contamos los pasos mejor y cambiamos “imponente” por “diferente”, que creo que queda mejor.
Todos suspiran desesperados y vuelven a sus posiciones. El coro se va, junto con JONAS y BETTE y ALIDA, LIZBETH y JULIE se sienta cada una en su mesa. Apagón de luces. Silencio total.
]]>... las luces vuelven a encenderse de forma paulatina, gradualmente, dejando ver en qué estado ha quedado el salón tras la batalla campal. Hay sillas por el suelo, pedazos de figurillas rotas por el suelo, cuadros caidos, pósters desgarrados, muebles movidos. En el centro sigue el sofá, pero con los cojines levantados y desordenados. En un extremo CLARA fuma distraidamente con la mirada fija al frente. En el otro CRISTIAN se afana con más cuidado del necesario en untar mercromina en una herida del codo.
Cuando termina empieza a soplarse la herida pintada mirando de reojo a su mujer, que sigue inmóvil mirando al frente, salvo por el movimiento de su brazo al acercar el cigarrillo a la boca.
CRISTIAN: Se te está cayendo la ceniza al suelo.
CLARA: (Lo mira despacio, con un puntito de desprecio) ¿Da impresión de desorden, tal vez?
CRISTIAN: (Le devuelve la mirada) Vete a la mierda.
Se levanta y busca entre los CD desperdigados por el suelo algo en concreto. Finalmente saca uno y lo coloca en el equipo de música. No termina de funcionar pero lo consigue arrancar a base de golpes.
CLARA: Lo vas a romper.
CRISTIAN: Uno más, que se joda.
CLARA: Que inteligente.
CRISTIAN la ignora y empieza a recogerlo todo, comenzando por agrupar los trozos de objetos rotos en una esquina. CLARA finalmente apaga el cigarrillo dentro de un vaso con agua que hay sobre la mesa y se va hacia su marido. Le agarra el codo.
CLARA: ¿Te duele?
CRISTIAN: Un poco.
Ella lo mira un poco antes de soltarlo y empieza a recoger también.
*************************
Este fragmento hay que rehacerlo, porque en realidad no trata de nada. Ahora tocaría un buen rato de recoger trozos de pelea con frases sueltas y secas que demuestran que la pelea ha terminado pero que se ha añadido otra muesca más de dolor en la erosión del “nosotros dos”. Pero recoger una casa en silencio no es dramático ni teatral, ni emociona ni hace que el público quiera saber qué ocurrirá después. Esto es ya, en sí mismo, el después. Empeñarse en hablar del después del final de algo, en el largo epílogo que queda después de los finales, es insistir en algo que nadie quiere ver, conocer o saber, no en la ficción del teatro, mucho menos en la realidad de todos los días.
El que lo ha vivido se retorcerá incómodo de que – de forma obscena y pornográfica – alguien intente hacer teatro de un dolor tan sordo y tan seco que, en lugar de desgarrar, anestesia. El que no lo ha vivido se siente violado en su inocencia de finales felices, o infelices, pero sin putos epílogos que cierren el círculo de algo que a priori parecía una línea recta. O al menos daban por sentado que se trataba de una línea recta.
Yo quiero contar que después de las peleas más terribles que destrozan las habitaciones y manchan las paredes siempre queda un rato en el que hay que ponerse a recogerlo todo, porque sigo sin explicarme cómo es posible que dos personas que acaban de escupirse odio, rencor, insultos y puede que hasta golpes, cómo es posible, digo, que esos dos casi inmediatamente después logren ponerse codo con codo a hacer un ejercicio de limpieza y pulcritud para tratar de borrar las huellas de todo aquello, justo después de matarse en vida deciden que todo tiene que estar en orden. Todo eso sin volverse locos, o sí se vuelven y yo soy el que está loco por intentar contar algo que es incontable porque sólo puede vivirse, no representarse. Así que no sé hacerlo. Pasemos al final, pues.
*************************
CLARA habla por teléfono con su madre. CRISTIAN dormita frente al televisor. El salón está limpio. Todo está en orden.
]]>FÁTIMA: ¿Y cuándo te vas?
ISRAEL: Mañana por la noche. En autobús.
FÁTIMA: Muchas horas.
ISRAEL: Muchas.
FÁTIMA: ¿Y cuándo vuelves?
ISRAEL: El sábado.
FÁTIMA: Pocos días.
ISRAEL: Pocos.
FÁTIMA: ¿Conoces a alguien allí?
ISRAEL: No. Bueno, sí. Lateralmente. De oídas. Hemos compartido algún congreso. Me conviene ir…
FÁTIMA: No he dicho nada.
ISRAEL: Ya.
FÁTIMA: ¿Ya?
ISRAEL: Que sí, que es verdad que no has dicho nada.
FÁTIMA: ¿Y dónde dormirás?
ISRAEL: En casa de unos amigos. De unos conocidos. De uno de ellos, vaya.
FÁTIMA: Ya.
ISRAEL: ¿Quieres que salgamos a cenar fuera?
FÁTIMA: Hace frío.
ISRAEL: Ya. Sí. Era por salir.
FÁTIMA: Estás todo el día fuera, Israel.
ISRAEL: Sí. Es un período un poco… lleno de trabajo.
FÁTIMA: Y de aficiones.
ISRAEL: Me relaja. Necesito desconectar.
FÁTIMA: Ya.
ISRAEL: Ya.
Silencio. Silencio. Silencio.
ISRAEL: Oye…
FÁTIMA: Dime.
ISRAEL: ... nada. Que te quiero.
FÁTIMA: Sí. Yo a ti también.
ISRAEL: Yo a ti también.
FÁTIMA: Ya me lo has dicho.
ISRAEL: ¿Qué?
FÁTIMA: Que ya me lo has dicho.
ISRAEL: Ah, sí.
Silencio.
ISRAEL: Cielo. Voy a mirar unas cosas en el ordenador.
FÁTIMA: Mira, mira.
ISRAEL: Yo… tardo poco.
FÁTIMA: No te preocupes, tengo que hacer.
Pausa. Pausa. Pausa.
ISRAEL: ¿Estás cansada?
FÁTIMA: Bastante.
ISRAEL: Entonces hasta mañana.
FÁTIMA: Hasta mañana entonces.
Que se vayan, que se quiten de la mesa cuadrada donde hablaban y que aparezcan sus sombras deslenguadas.
SOMBRA DESLENGUADA DE FÁTIMA: ¿Vas a verla a Ella?
SOMBRA DESLENGUADA DE ISRAEL: Ya sabes que sí, no te hagas la ingenua.
SOMBRA DESLENGUADA DE FÁTIMA: Era por confirmarlo. Como puedes ser un calzonazos incluso con tu amante.
SOMBRA DESLENGUADA DE ISRAEL: Pusilánime mejor, si no te importa.
SOMBRA DESLENGUADA DE FÁTIMA: No me importa, te viene que ni pintado. ¿Y a Ella le vale esa situación a medias?
SOMBRA DESLENGUADA DE ISRAEL: Le debe valer, porque consiente y acepta. Además luego hace su vida.
SOMBRA DESLENGUADA DE FÁTIMA: O sea que eres un divertimento.
SOMBRA DESLENGUADA DE ISRAEL: Más o menos, creo que sí.
SOMBRA DESLENGUADA DE FÁTIMA: ¿Y Ella para ti?
SOMBRA DESLENGUADA DE ISRAEL: Una válvula de escape.
SOMBRA DESLENGUADA DE FÁTIMA: ¿Por qué no te vas con Ella? Yo no te ato a ninguna silla para que no te escapes, ni me voy a suicidar si te marchas.
SOMBRA DESLENGUADA DE ISRAEL: Porque es una situación tan desagradable para mí como para ti, trato de evitarla.
SOMBRA DESLENGUADA DE FÁTIMA: ¿Pero la quieres?
SOMBRA DESLENGUADA DE ISRAEL: Creo que no, pero estar con Ella significa no estar contigo, que es lo único con lo que sueño en cada momento del día.
SOMBRA DESLENGUADA DE FÁTIMA: No sé como Ella soporta este absurdo.
SOMBRA DESLENGUADA DE ISRAEL: No sé cómo lo soportas tú.
SOMBRA DESLENGUADA DE FÁTIMA: Si lo sabes.
SOMBRA DESLENGUADA DE ISRAEL: Lo imagino. Porque somos iguales.
SOMBRA DESLENGUADA DE FÁTIMA: Iguales. Lo soporto para no enfrentarme al hecho de que hace años que estamos equivocados. Porque es fácil. Porque no me interesa mover nada porque puedo caerme.
SOMBRA DESLENGUADA DE ISRAEL: No puede ser peor.
SOMBRA DESLENGUADA DE FÁTIMA: Sí que puede, si no lo habríamos dejado.
SOMBRA DESLENGUADA DE ISRAEL: ¿Sugieres que seguimos juntos por pereza?
SOMBRA DESLENGUADA DE FÁTIMA: Exacto.
SOMBRA DESLENGUADA DE ISRAEL: ¡Pero nos hacemos daño!
SOMBRA DESLENGUADA DE FÁTIMA: No, no nos hacemos el suficiente daño como para aborrecernos. Somos grises, y el gris se aguanta. Ni siquiera llegamos a insultarnos. Así se puede seguir para siempre.
SOMBRA DESLENGUADA DE ISRAEL: Para siempre.
Silencio. Silencio. Silencio.
SOMBRA DESLENGUADA DE ISRAEL: Creo…
SOMBRA DESLENGUADA DE FÁTIMA: Qué.
SOMBRA DESLENGUADA DE ISRAEL: Creo que ya no te quiero en absoluto.
SOMBRA DESLENGUADA DE FÁTIMA: Yo tampoco. Ni un poco. Ni cariño.
SOMBRA DESLENGUADA DE ISRAEL: Yo tampoco. Ojalá te odiara pero simplemente no te quiero.
SOMBRA DESLENGUADA DE FÁTIMA: Te repites.
SOMBRA DESLENGUADA DE ISRAEL: ¿Qué?
SOMBRA DESLENGUADA DE FÁTIMA: Que te repites. Ni siquiera te escuchas a ti mismo.
SOMBRA DESLENGUADA DE ISRAEL: Sí. Ya.
Silencio.
SOMBRA DESLENGUADA DE ISRAEL: Me estoy asfixiando con este inténto patético de conversación. Voy a huir al ordenador, a un mundo donde sí me respondan.
SOMBRA DESLENGUADA DE FÁTIMA: Sí, vete, nos haces un favor a ambos.
SOMBRA DESLENGUADA DE ISRAEL: Reapareceré antes de ir a dormir.
SOMBRA DESLENGUADA DE FÁTIMA: Por mí como si no lo haces. Trataré de acostarme antes de que acabes.
Pausa. Pausa. Pausa.
SOMBRA DESLENGUADA DE ISRAEL: Creo que no podré soportar seguir hablando de la nada.
SOMBRA DESLENGUADA DE FÁTIMA: Pues vayámonos a la cama, no hay nada más fácil.
SOMBRA DESLENGUADA DE ISRAEL: De acuerdo, eso es bastante sencillo, sí.
SOMBRA DESLENGUADA DE FÁTIMA: Mañana por la mañana no tendremos que vernos más que unos minutos. Es fácil.
Que se mezclen, que hablen, que se griten, que rompan este repugnante statu quo sin sentido, que se escupan a la cara, que se desgarren, que las sombras no sean sombras, por favor que hagan algo, que hagan algo.
]]>ALIDA entra en el escenario desnudo portando en brazos un taburete alto, de los de barra de bar, con asiento rojo desgarrado del que sale una asquerosa gomaespuma amarilla. Viste ropa blanca holgada y lleva la cara maquillada como un payaso triste clásico: rostro blanco, cruz en un ojo, parche en otro, labios oscuros, una pequeña lágrima gris dibujada en una mejilla. Coloca con parsimonia el taburete en el centro, bajo el único foco encendido y se sienta trabajosamente, dando la espalda al público
ALIDA: (Alida hablará al principio con voz queda, como si una chica extremadamente tímida estuviera pasando el resfriado de su vida. Posteriormente y a medida que va hablando, su tono se volverá cada vez más enérgico y firme para acabar desgarrado y envuelto en una agresividad insoportable. La actriz deberá tener en cuenta esta acotación a pesar de que a su juicio las palabras que tiene que decir puedan no estar dotadas de esa agresividad o desgarramiento que ahora señalo). Perdona que te hable así, de espaldas, pero siempre que me miras dejo de hablar para empezar a recitar. De todas formas el contexto me lo permite, aquí, subida sobre un escenario, donde en realidad cualquier cosa vale, hasta hablar de espaldas, ¿no crees? Quería contarte que fue una suerte que llegaran José Pedro y Sandra a tomar café ayer, por sorpresa, porque evitó lo que podía haber sido una pelea. Llevo toda la mañana intentando recordar qué me hizo enfadar así para provocar que te enfadaras así pero cuando nos peleamos, aunque no nos peleamos nunca, al cabo de poco tiempo sólo recuerdo la sensación de rabia pero nunca los motivos. Llegaron y al principio pensé que era un fastidio y que tenían muy mal don de la oportunidad, pero en realidad es un pensamiento idiota, porque pensar que alguien es inoportuno por interrumpir una pelea es más bien fruto del momento que de la reflexión. Claro que yo no reflexiono cuando me enfado, aunque me veas siempre contenida, pero ya sabes que estas paredes oyen demasiado, esta misma mañana volví a escuchar a la de al lado exprimiendo naranjas o pomelos. Pero aunque hable bajito sabes que estoy enfadada, aunque tal vez no lo sepas, porque tú también hablas bajito. Bajito pero seco, porque dices siempre frases muy cortas que me hacen daño. Luego me sorprende la sonrisa enorme que sacas en cuanto aparece alguien, me estoy acordando del viernes santo, cuando me obligaste a ir a comer torrijas a casa de tus padres. No es que no me gusten tus padres pero les haces demasiado caso. Pero yo no quería ir a comer torrijas ni me gusta el viernes santo, ni conozco a tus tíos que me miran como si fuera un insecto, ya tenemos una edad y no me gusta que me miren, ni que me hablen como si me conocieran, ni que me digan cuándo me tengo que casar o que quedarme embarazada. Era maravilloso ver la sonrisa enorme que tenías durante toda la merienda, aunque fuese una sonrisa entre paréntesis, entre el ceño fruncido del coche de ida y el ceño fruncido del coche de vuelta. Pero en los paréntesis te disfruto un poquito. Tengo que reconocer que siempre me tratas con educación, aunque a veces me reprendes demasiado. Las buenas formas, la educación, cuando grito no me hablas, aunque yo creo que no grito nunca porque no me sale la voz. Es que cuando me miras tan serio me da frío y aunque quisiera gritarte no podría, porque me hielas la garganta. Luego a veces entre risas dices que grito mucho y que soy una cabezota, yo me río porque eres muy ingenioso cuando te lo propones, como ayer con José Pedro y Sandra, que se desternillaban con tu teoría de las parejas imposibles. Yo ya te la he oído más veces pero me hace gracia cuando la cuentas, no tanto como la primera vez pero eres muy ágil con este tipo de historietas. Que lástima que al cerrar la puerta tú si te acordaras de que estábamos enfadados, es difícil crear vacío en una cama que no es tan grande, pero tú lo consigues, siempre consigues lo que te propones, aunque tú tampoco me gritas nunca, cosa que te agradezco. A veces creo que me gustaría que me gritaras en lugar de decirme lo que no es correcto hacer en público, pero te prometí que iría al psiquiatra a tratar mis malas maneras, e iré, aunque no sé si aprovechar para tratar más cosas. Cada cosa tiene su lugar y su momento, siempre me lo has dejado muy claro. Discreción. Ante todo discreción.
Se da lentamente la vuelta sobre el taburete y se queda de frente al público.
ALIDA: Así que aquí me tienes, en lo alto del escenario vestida de payaso, que es lo que se hace en el escenario. Y aquí arriba todo vale porque aquí todo se dice. Así que tengo que decirte que te odio, que eres un enfermo y que te deseo todo mal. Que me haces darme asco cada vez que me miro al espejo y que tu familia es la degradación de la especie humana. Que te metas la corrección y la discreción, las palabras ágiles y los comentarios hirientes, los chisteos y los desaires por el agujero del culo. Y también quería decirte que voy a quedarme en este escenario, donde me siento bien y segura y puedo decirte lo que me dé la gana porque es el sitio correcto para hacerlo, así que no me moveré ni de este asiento ni de este teatro, hasta que decidas marcharte, morirte o cualquier cosa que te borre para siempre.
Mira al público. Si lo hubiera. No se va a mover de ahí nunca más. Nunca más.
]]>Por Maria Giuseppina Quartieri
Entran MASSIMILIANO y SALVATORE caminando despacio, pensativos. Ya no llevan el uniforme de camuflaje manchado del acto anterior ni las manchas de barro por la cara y los brazos. Ahora van con un uniforme mucho más aséptico, de color gris azulado metálico, sin galones ni insignias, ni siquiera una bandera en un brazalete. Podrían pasar perfectamente por enfermeros si no fuera por el arma reglamentaria descansando en el cinturón negro y la gorra militar en la cabeza. MASSIMILIANO frena en el centro y le hace una señal con la mano a su compañero para que espere. Luego pasea a lo largo del escenario inspeccionando con cuidado varios rincones y luego oteando a lo lejos en todas direcciones. Finalmente asiente con gravedad
MASSIMILIANO: Este me parece un buen lugar, sí. Avisemos a los demás para que traigan el campamento.
SALVATORE: (Mirando en derredor) ¿Este? Está un poco… despejado, ¿no? ¿No estamos muy expuestos?
MASSIMILIANO: Precisamente por eso me parece adecuado.
SALVATORE: Lo siento sargento, pero no lo entiendo. Aquí somos un blanco fácil.
MASSIMILIANO: Ay, Salvatore… creo que tengo que explicarte algunas cosas. Nosotros no nos estamos protegiendo. En muchos aspectos ya estamos muertos, somos carne de cañón.
SALVATORE: ¿No buscamos un sitio donde resguardarnos?
MASSIMILIANO: A estas alturas de la película tenemos una carrera contra el tiempo, no contra los milicianos. De aquí a unos meses nos llegará la muerte o un relevo. Lo que venga primero. Cuando admites eso, cuando aceptas que las opciones son A o B, ves las cosas mucho más claras. Y pierdes el miedo, con todo lo que eso conlleva.
SALVATORE: Pero sargento…
MASSIMILIANO: Hijo, nosotros no somos más que las tropas que acallan conciencias. Una esquina en el periódico, una cifra, esos “1200 soldados del destacamento de Ancona” que a veces menciona Il corriere para llamarnos héroes o Il manifesto para llamarnos asesinos. Ahora que sabemos lo que nos espera estamos a solas con nosotros mismos, con lo que somos de verdad. Unos supervivientes, decentes o hijos de puta. Humanos o inhumanos, ahora decidimos nosotros. (Vuelve a mirar en torno a sí) Así que como en este destacamento todavía mando yo nos quedamos aquí. (Hace ademán de irse).
SALVATORE: (Bloqueado, le tiemblan las piernas) Sargento yo vine aquí para ayudar, no para morir.
MASSIMILIANO: (Con gesto duro) Tú y yo somos unos privilegiados, que pueden elegir cómo quieren morir. Da gracias por ello. Ahora camina y no me hagas más perder el tiempo. (Se marcha. Tras un momento de duda SALVATORE lo sigue).
Se apagan las luces. Poco a poco vuelven a encenderse pero el escenario no está vacío. Hay un jeep sobre él y un par de tiendas de campaña. Varios soldados deambulan de aquí para allá llevando cajas y terminando de montar el campamento. MASSIMILIANO permanece en el centro dando indicaciones. Finalmente los soldados se marchan. Sólo queda MASSIMILIANO, con la mirada perdida, y SALVATORE, que enciende un cigarrillo mientras se apoya en el jeep. Su superior lo ve, saca tabaco de liar y se apoya junto al soldado mientras empieza a hacerse un pitillo.
MASSIMILIANO: ¿Tú no te marchas?
SALVATORE: No señor. Aún no.
MASSIMILIANO: (Sonriendo con un punto de tristeza) “Aún”…
SALVATORE: Sí, aún. Necesito saber. Saber por qué estamos haciendo esto.
MASSIMILIANO: Porque es lo único bueno que se puede hacer en estas circunstancias, Salvatore. Porque es lo único decente que nos queda por hacer. Esta gente sólo nos tiene a nosotros. Es nuestra responsabilidad.
SALVATORE: Pero esto no son órdenes directas del alto mando, sargento. Esto lo ha decidido usted.
MASSIMILIANO: (Asiente con gravedad) Sí. Es cierto. Y tus compañeros no han desertado. Somos nosotros los desertores… en cierto modo. Piénsalo bien, Salva. Las últimas órdenes venidas desde arriba fueron “esperar nuevas órdenes”. Hace dos meses de eso. Hemos dejado de existir, ¿no te das cuenta? Ahora estamos solos y ambos hemos visto lo que pasa cuando llega la noche. Las hemos visto, Salva, las hemos visto con las vísceras partidas y los ojos secos, incapaces de llorar. Hemos visto los trozos de ellos y ellas mezclados, como un puzzle horrible e inconcluso. Lo hemos visto todo aunque nadie nos crea. Así que o nos ponemos a esperar o tomamos decisiones.
SALVATORE: Pero debe haber alguien. Autoridades. Gobierno. Policía. (MASSIMILIANO niega con la cabeza) No puede ser que sólo estemos nosotros.
MASSIMILIANO: Nosotros y otros que son como nosotros.
El sargento tira la colilla al suelo y entra en el jeep. Enciende los faros del vehículo que extienden un potente haz de luz, cegadora al principio. Luego vuelve a apoyarse junto a SALVATORE. Ambos quedan en silencio un rato.
SALVATORE: ¿Vendrán?
MASSIMILIANO: Sí. No tienen otro sitio donde ir. Aquí al menos podrán dormir.
SALVATORE: Debe ser espantoso dormirse con pánico al dolor físico. El estado más puro de terror. (De nuevo silencio) Sargento…
MASSIMILIANO: Dime, Salva.
SALVATORE: ¿Por qué confían en nosotros? ¿Pueden confiar en nosotros?
MASSIMILIANO: (Suspirando) No, no pueden. Pero somos la duda, frente a la certeza del horror. Somos la posibilidad del sueño frente a la seguridad de la vigilia, algo que ni siquiera les asegura la protección. Depende de nosotros, de nosotros despojados de órdenes, de nosotros como seres humanos salvajes con armas al cinto, decidir si les damos esperanza o si contribuimos al horror.
SALVATORE: No creo que nadie de nosotros contribuyese al horror…
MASSIMILIANO: (Muy duro) No pensar en una posibilidad aterradora no elimina esa posibilidad. Y no vuelvas a meterme dentro de ese “nosotros”.
MASSIMILIANO entra en la tienda de campaña dejando al soldado a solas. Éste mira a ambos lados, intentando escudriñar algo pero sin ver nada.
SALVATORE: (Meditabundo) ¿Vendrán?
SALVATORE se mete en la tienda de campaña también. Todo queda en silencio e iluminado por los potentes focos del jeep. De repente unas sombras se arrastran al escenario. Primero son dos. Luego son más. Finalmente el escenario se llena de sombras que se acurrucan junto a los faros del coche. Luego se llenan las escaleras y las butacas, los pasillos, las taquillas, los baños. No hay teatro en el mundo que alcance a cobijarlos a todos…
]]>EL SEÑOR decide levantarse del borde de la cama donde llevaba sentado más de diez minutos. Cierra la puerta de la habitación con un movimiento atropellado. Repasa todo lo que hay en el dormitorio conyugal despacito, con permanente gesto de asombro. Pasa los dedos por la cómoda. Abre el armario de golpe y comprueba alucinado todo lo que hay dentro: camisas planchadas, pantalones de pinza, un par de chalecos de lana, tres trajes de chaqueta, muchas, muchas corbatas. Abre el primer cajón del armario, lleno de calzoncillos blancos y de calcetines negros.
EL SEÑOR: (Murmurando) ¿Por qué no tengo ningún par de calzoncillos negros y al menos un par de calcetines rojos?
Revuelve ese cajón pero todo tiene una uniformidad pasmosa. De repente se oye un ruido en la puerta. Alguien intenta entrar. EL SEÑOR no hace caso de ese ruido y se detiene a mirar una fotografía. En ella está EL SEÑOR, LA SEÑORA y una niña de nueve años. Tal vez menos.
Alguien llama a la puerta.
LA SEÑORA (en off): ¿Hay alguien?
EL SEÑOR hace caso omiso de LA SEÑORA. Pasa la yema de los dedos índice y corazón por la cara de la niña de nueve años. Luego, con muchísima furia, la arroja contra la esquina de la cómoda, haciendo añicos el marco.
LA SEÑORA (en off): ¡Qué pasa! ¡Qué haces ahí dentro! ¡Por qué has cerrado!
EL SEÑOR: ¡Yo no soy él!
LA SEÑORA (en off): ¿Que no eres él? ¿Pero qué dices? ¡Abre la puerta!
EL SEÑOR se acerca a la puerta y se abraza a ella, derrotado.
EL SEÑOR: Yo no soy él. No soy ese señor. Esta no es mi casa, la conozco como conozco las casas de las familias de las series de la tele, ¿entiendes? ¿ENTIENDES? ¡No soy él! No soy tu marido, no soy el padre de nadie, no trabajo aquí, esto no funciona así, yo no debería estar aquí, ¿es que no lo entiendes?
LA SEÑORA: (Entre sollozos ahogados) Deja de decir eso, deja de decirlo, deja de decirlo ahora mismo, ahora mismo, hijo de puta, deja de decirlo, hijo de puta, déjalo, déjalo, déjalo… ojalá revientes, ojalá, ojalá te pudras…
Ambos emiten murmullos ininteligibles que no soy capaz de reproducir por que están dicho por seres que ya no considero humanos, ni mucho menos que eso. No lo escribo porque me dan asco, pena y, sobre todo, miedo.
]]>... a la derecha están en su mesa de siempre del bar los amigos de toda la vida. UNO, OTRO, OTRO MÁS y tal vez la novia actual del segundo que guarda un respetuoso silencio. No porque aquello sea una “conversación entre hombres”, que no lo es. Sino porque aquellos tres son amigos de siempre, de los que no te puedes quitar. Cuando se miran piensan “a mí no me puedes engañar porque yo te he visto desde que eras un medio metro”. Y ella, sabedora de la excepcionalidad de las relaciones que vienen impuestas desde pequeños, calla para no entrometerse en cosas que sólo se explican con recuerdos comunes, como forjado en un solo cerebro que funcionase a tres marchas parejas.
La mesa permanece iluminada, como siempre ha estado; los tres amigos, junto con ella, por su puesto, apuran cervezas de botellín de la forma más pausada posible. Ya saben que aquello no sabe a nada, o a algo amargo y caliente, pero el botellín facilita mirar al vacío y dar aparentemente largos sorbos, que siempre ayudan a la reflexión. Se guarda mucho silencio en ese tipo de mesas, en parte para no caer en conversaciones nostálgicas, “¿te acuerdas de?” y similares; en parte para poder sincronizar de manera precisa el mecanismo de la melancolía común, aderezado por preguntas que, si bien parecen banales, no lo son en absoluto.
Por ejemplo:
UNO: ¿Oye, que sabéis de Kiko y Elisa?
OTRO MÁS: ¿No supiste que rompieron?
UNO: (Revolviéndose incómodo) Sí, sí que sabía. Es la costumbre de preguntar por ellos dos a la vez.
OTRO MÁS: Sí, todavía se hace raro. Coño, eran La Pareja, así, con mayúsculas. Si ellos rompieron ninguno de nosotros tenemos esperanza.
Y los tres asienten en silencio, ella no molesta, porque saben que es verdad, que toda adolescencia tiene una pareja inquebrantable y que Kiko y Elisa eran los irrompibles de aquellos años. Y a pesar de ello, se rompieron.
UNO: (Que sabe menos porque vive fuera desde hace años) Bueno, ¿y qué sabéis de ellos… por separado?
OTRO MÁS: (Que sabe algo porque sigue yendo y viniendo de vez en cuando) Elisa está en Cáceres trabajando. Se echó otro novio. Un buen tío. La quiere mogollón.
UNO: ¿Y de Kiko?
OTRO: (Que sabe más porque sigue viviendo allí. Y que además siempre supo contar las cosas como nadie, pena de bala perdida arrinconado en el ultramarinos de su padre) ¿De Kiko? (Gran tiento al botellín. Sonrisa de tristeza.) La historia de Kiko es muy triste compadres. Kiko se fue borrando poco a poco.
Y ahí va que se acomodan todos porque saben que va a contar qué ha sido de Kiko con todo lujo de detalles. Sea verdad o no. Que eso poco importa.
Aún no sé si el lado izquierdo del escenario permanece a oscuras o no. O representa lo que se contará de Kiko. Aún no lo sé. Porque, ¿cómo hacer ver a alguien que se difumina despacito, hasta borrarse?
Las habitación empieza a parecer un campo de batalla. A medida que la escena se desarrolla, los muebles y objetos diversos que hemos estado viendo hasta ahora fijos en el escenario comenzarán a derrumbarse, provocando ligeros sobresaltos en LEONORA y en DON JAVIER, pero sólo al principio. Al fin y al cabo, a todo se acostumbra uno, incluso a un incesante viento que no llega a ser huracanado pero le ronda cerca.
LEONORA: Me turba, señor, me turba su presencia constante en cada paseo que doy por la margen de este río que me vio nacer, en cada discreta salida al balcón en las noches en las que el viento hace una pausa antes de retomar fuerzas, siempre atento a ayudarme a abrir mi sombrilla, siempre servicial, cortés, educado. Me aterra su exquisitez, mi señor, lamento decirle.
DON JAVIER: Se lo dije hace algunos días, mi señora, esto no es más que un divertimento de algún diablillo aburrido que manipula las teclas del azar y el caso para entrecruzar nuestros destinos. Jamás sé donde está usted, Leonor, porque jamás la investigo, ni me permitiría de hacerlo, o de mandar a mi lacayo Emilio a saber de usted. Es el azar, mi señora, sólo eso, una fatalidad.
LEONOR: (Dando un respingo por la caída de un jarrón con flores, por culpa del viento) ¿Fatalidad dice, caballero?
DON JAVIER: (Mirando aquí y allá a la espera del siguiente objeto que pueda caer) Entiéndame, señorita. Lo que quiero decir es que no han sido más que coincidencias, sin buscar. Además, dígame, ¿qué es lo que le molesta o inquieta exactamente de mis modales, fruto de colegio de pago muy exclusivo?
LEONOR: Me malinterpretas Javier, o tal vez el viento modifica mis palabras. Comprende que cuando encuentras una y otra vez al mismo hombre que te ronda allí donde te mueves lo mínimo que te esperas es un psicópata enfermizo en toda regla. Preparas tu cuerpo y tu espíritu para afrontar una eventualidad semejante y poder, ya sabes, estar a la altura del encuentro. Y en lugar de eso me encuentro con un gentleman de perfectos modales que se disculpa y sonríe amigable a cada encuentro.
JAVIER: ¿Hubieras preferido que fuera peligroso? ¿Es eso lo que me estás diciendo, Leo? Estás completamente loca.
LEO: (Apartándose de la cara varias bolsas de plástico que se le han echado encima) No es locura, Javi, tío. Es este maldito viento.
JAVI: Siempre le echamos la culpa al viento, ¿te das cuenta?
LEO: Es recurrente.
JAVI: Si… si no fuera por este puto viento de qué nos íbamos a estar tratando con esta familiaridad, coño, que parece que nos conocemos de toda la vida.
LEO: (Agarrándose firme a la mesa para no moverse de la silla) No te digo más que estoy pensando en echarte un kiki…
… no quiero continuar escribiendo esta obra porque me ensucio boca y manos desde el momento en que la familiaridad da paso al mal gusto y la vulgaridad. El cortejo de dos amantes no puede transformarse de manera grotesca en el refocijo de dos ridículos amantes más animales que hombres. Pero este maldito viento me está volviendo loco…
]]>SEGUNDO ACTO
La misma habitación, pero ya ha anochecido. Ahora todo está iluminado por un flexo bastante triste en la mesita de la esquina del sofá.
RAFFAELE no se ha movido un centímetro de la posición en la que lo dejamos. Sentado a la mesa del salón, la espalda curvada, los ojos sobre el ordenador pero sin moverse ni un ápice hacia él. A su lado, el cenicero lleno hasta arriba de cáscaras de pistachos y distribuidos por la mesa varios objetos que parecen decir: «un día difícil». Una tableta de chocolate alemán a medio comer, hasta tres tazas diferentes de café, botellas de agua medio llenas, revistas de crucigramas abiertas… RAFFAELE ya no tiene la mirada desquiciada de antes. Ahora está perdida, fija en la pantalla del ordenador pero claramente sin mirarla.
Un rumor infernal asciende desde la ventana que da a la calle. Es alguien echándole una bronca brutal a otro alguien, que no se defiende. La voz es ininteligible, suena como los generales nazis increpando a los prisioneros americanos en las películas. A veces alguna expresión suelta, «¡y una mierda!» y cosas por el estilo, pero poco más. Durante todo el segundo acto esa discusión estará siempre presente y su volumen irá creciendo paulatinamente. A intervalos regulares aparecerá: El ruido horrendo de un niñato en una moto. El ruido horrendo de otro niñato en otra moto. El ruido horrendo de un coche que debe estar tuneado con seis altavoces añadidos donde suena reaggetón. Un bebé que llora. La madre del bebé que llora desesperándose y gritando al bebé que llora. El ruido horrendo de una moto con el tubo de escape roto, posiblemente sin niñato, más bien con viejecito. Cinco niños que siguen jugando en la calle al fútbol a pesar de: a) la prohibición de jugar al fútbol en la calle; b) las horas que son; y c) hoy es un día entre lunes y jueves y mañana, teóricamente, habría colegio. El rumor de una conversación que se anima en una cervecería de las que debe poner aceitunas y camarones con la cerveza. La sirena de un coche de policía que reverbera por un juego de ecos y, a pesar de que posiblemente está pasando por la avenida, el viento y las paredes hace converger ese ruido bajo la ventana de RAFFAELE.
A medida que aparezcan, a intervalos regulares, los ruidos y rumores antes descritos, la bronca brutal de ese alguien que gritaba o amenazaba a otro alguien siempre acabará imponiéndose a todo lo demás, pero permaneciendo siempre ininteligible.
RAFFAELE se levanta desesperado por el ruido (el inicial, el de la bronca, los demás irán apareciendo luego, a intervalos regulares) y clama al cielo.
RAFFAELE: (…) (No se le entiende porque su voz está ahogada por los gritos que provienen de la calle)1
1 (NOTA PARA MÁS TARDE: Se supone que en este momento RAFFAELE ha decidido suicidarse pero entre el ruido de fuera y las visitas cada 20 minutos de personas inesperadas e innecesarias – su vecina pidiéndole mirar una cosa en Internet porque «ella no sabe», el portero preguntando si la bicicleta del cuartillo de máquinas es suya, su tía porque ha hecho empanadillas de más y quiere dejarle unas cuantas – lo pospone tanto que acaba no encontrando nunca el momento. La conversación de RAFFAELE con las personas que vienen de forma inesperada e innecesaria no se escuchará nunca por culpa de los ruidos y gritos que provienen de la calle así que en todo lo que viene a partir de aquí no hay diálogos inteligibles.)
]]>