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Teatro abandonado por Alberto Haj-Saleh

Teatro Abandonado trata de recoger el 19 de cada mes fragmentos intermedios de obras teatrales que fueron dejadas a su suerte, a medio acabar, condenadas al olvido. Alberto Haj-Saleh es editor de Libro de Notas y de la bitácora Reducir al mínimo.

Justo después

Uno de los hermanos permanece sentado en el centro de la salita, fumando y echándose la ceniza en la mano. Tiene la mirada perdida, fuma mecánicamente, espera. La salita mejora con el olor del humo, habitualmente es estática y espesa, con ese espesor de la casa de las personas mayores. No saben lo que es el minimalismo, ni necesitan saberlo, los objetos son de plata — ¿por qué siempre de plata?— y ahora sólo tienen sentido por su veteranía, no por lo que son en sí mismos. Por ejemplo, el cofre con conchas blancas que trajo el tío Rogelio de cuando estuvo con el barco en las costas de Iskenderun. Feo, feo como él solo pero siempre estuvo ahí. Otro: el cuadro de los ciervos, mal pintado, ajado, estúpido, venía con la casa cuando la compraron hace ¿cuarenta y cinco años? Una vez la madre dijo que no le gustaba y todos los presentes asintieron. Pero se quedó allí porque pertenece a la categoría “siempre ha estado aquí”. Y ya está.

Sube el rumor que se oía de fondo. Grita la hermana “papá, papá, papá”, sin histeria, sólo la voz subida de tono buscando, probablemente, una reacción. Ella calla, el rumor baja. Debe haber terminado.

El hermano que fuma se levanta y coge el cenicero enorme que está en el centro de la mesa camilla. Vacía los llaveros de dentro y se lo lleva consigo a su silla del centro. Apaga el cigarrillo dentro.

HERMANO 1: Supongo que ahora ya se puede.

Entra su otro hermano y le ve justo cuando apaga el cigarrillo. Parece que le va a reprochar el gesto pero se contiene.

HERMANO 2: No sabía que habías vuelto a fumar.

HERMANO 1: Ya ves.

HERMANO 2: Ya se acabó. (Su hermano asiente) ¿Me das uno?

El HERMANO 1 saca un paquete arrugado de Camel y le ofrece uno a su hermano para después coger otro para sí. El HERMANO 2 coge una silla y se coloca junto a su hermano.

HERMANO 2: Están ellas ocupándose de todo. Llevan tanto tiempo ocupándose de todo que es lo normal, ¿no?

HERMANO 1: Supongo que sí.

Entra la HERMANA MENOR y les ve fumando. Hace un gesto de enfado por la escena pero se calla y no les dice nada.

HERMANA MENOR: Ya hablé con los de la funeraria. Me han dicho que en media hora estarán aquí. El del seguro dijo que en quince minutos. Que curioso. Luego… luego empezamos a llamar a todos, ¿no?

HERMANO 1: Luego.

HERMANO 2: Luego.

HERMANA MENOR: Limpiad luego el cenicero, por favor. Se ha quedado ella terminando de amortajar a papá. Como ya lo hizo con mamá es como si tuviera… yo que sé, experiencia.

HERMANO 1: Vale.

HERMANO 2: Vale.

HERMANA MENOR: Joder, ha estado enfermo cuatro años. Cuatro años cuidándolo y sigue empeñada en terminar de amortajarlo ella. Le he dicho que nosotros somos también sus hijos pero no ha querido saber nada. Voy a abrir la ventana, hace falta aire.

Mientras ella se afana en desencajar una ventana que hace meses que nadie abre entra finalmente la HERMANA MAYOR. Mira a sus hermanos que, esta vez sí, le devuelven la mirada avergonzados. Sin decir ni palabra se sienta en el sillón de brazos, coge la bolsa de labores del suelo y empieza a hacer punto de cruz con aguja larga. Sus tres hermanos la miran desconcertados y se miran entre ellos: temen que su hermana haya perdido la cabeza. El HERMANO 1 apaga su cigarrillo y se dirige a su hermana, a la que abraza por los hombros.

HERMANO 1: Nena… ¿estás bien? ¿qué haces? ¿por qué estás tejiendo ahora?

HERMANA MAYOR: Porque no sé qué hacer. Llevo cuatro años haciendo exactamente lo mismo en cada momento y no sé qué es lo que tengo que hacer ahora.

El hombre vuelve a sentarse donde estaba, de nuevo a perder la mirada, tal y como hace su hermano en la silla de al lado y su hermana junto a la ventana, al fin abierta. La mayor teje de forma rítmica, casi industrial. Todos esperan a que llegue alguien, el del seguro, que pare de forma oficial el momento de la muerte.

Alberto Haj-Saleh | 19 de octubre de 2008

Comentarios

  1. Merche
    2008-10-19 14:45

    La muerte no es siempre un instante. A veces lleva años ocurriendo, sí…

  2. Miguel
    2008-10-19 15:23

    Es genial, querido fanshawe. Mucho me temo que reaccionaré de la misma forma a un momento terrible, que no me quiero ni imaginar, porque mi contención me impedirá rasgarme las vestiduras ni tirar el cuadro de los ciervos por la ventana.

    Muchas gracias por escribir cosas como esta.

  3. leticia
    2008-12-03 14:56

    Sea como sea, ese instante es eterno. Pero el segundero nunca se detiene y hay que seguir haciendo lo mismo que ayer… y probablemente que mañana.

    Me ha encantado.

  4. ESE
    2009-01-07 14:42

    Bonito!
    Y real.


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