Miguel A. Román pretende aquí, el vigésimo octavo día de cada mes, levantar capas de piel al idioma castellano para mostrarlo como semblante revelador de las grandezas y miserias de la sociedad a la que sirve. Pueden seguirse sus artículos en Román Paladino.
Siendo maximalistas tendríamos que admitir que casi todo nuestro idioma es extranjerismo si nos remontáramos al íbero. Pero, aun siendo benevolentes, tomando al castellano como hijo putativo del latín, no nos es posible retirar de nuestra lengua, sin causar un destrozo léxico, los millares de términos que los árabes nos legaron. ¿Cómo denominaríamos entonces a la almohada, la alberca, la alcantarilla, el aceite, la berenjena o el arroz?
Y es que un extranjerismo no lo es propiamente cuando el concepto que transporta no tiene precedente en la lengua en la que se asienta, cuando no existía una palabra que ya ocupara el nicho semántico que viene a cubrir la foránea.
Por otro lado, los extranjerismos, inmigrantes del lenguaje, a veces se encierran en guetos tecnicoides y petulantes, pero muchas veces optan por naturalizarse y adaptarse a las peculiaridades del idioma para, en un par de generaciones, ser tan del castellano como el más arcaico de los vocablos. Los españoles e hispanos, perros de mil leches, somos relativamente tolerantes en lo de aceptar y acoger lo que nos llega de fuera, y si en lo humano podríamos discutirlo, en lo lingüístico no me cabe duda.
Alguno dirá que así nos va. Pero yo no soy de los que creen que los extranjerismos (otros los llaman “barbarismos”, esgrimiendo un tono despectivo) necesariamente empobrecen el idioma, y, salvo –como dije- cuando suplantan y aplastan las palabras que usaron correctamente nuestros mayores, enriquecen en tanto en cuanto nos abren el horizonte léxico a nuevos territorios.
Internet, como fenómeno generador o modificador de los conceptos, nos ha traído un buen número de términos que, si bien se originaron fuera de nuestras fronteras, su adopción es difícil de evitar, especialmente en aquellos casos en que aporta una novedad para la que nuestro idioma no tenía vocablo reservado.
La propia palabra Internet –mayúscula inicial- es hoy un término de uso prácticamente global, éxito que solo algunos vocablos han alcanzado (taxi). La RAE ha decidido al fin definirla como “Red informática mundial, descentralizada, formada por la conexión directa entre computadoras u ordenadores mediante un protocolo especial de comunicación”, y aunque algún matiz podríamos discutir (¿computadoras u ordenadores?) como definición de partida (“red informática mundial”) bien está.
Pero como semi-sinónimo de Internet se nos ha colado “web”, sustantivo que el español ha asumido en uso distinto según el artículo sea determinado (la web=Internet) o indeterminado (una web=página o conjunto de páginas). Intuitivamente, para que vean cómo funciona el lenguaje, se ha asumido mayoritariamente el femenino.
El término blog es de los que mayor reticencia viene provocando entre los bienhablantes. No renuncio a defender bitácora como alternativa (lo que ya hice público en su momento), pero he de reconocer que el intruso ha capturado pronto los resortes del castellano y ya se naturaliza a través de derivados como bloguero o el muy poético blogosfera.
Caso similar al de chat, sustantivo cuyo uso ha sido superado con creces por su verbalización chatear, aplicado al intercambio en línea de mensajes de texto cualquiera que sea la tecnología utilizada para ello (de hecho, es hoy más frecuente chatear por SMS o mensajería instantánea que por aquellas “salas de chat” de hace un lustro). Anecdóticamente, el verbo ya existía en español, bien que con muy distinta etimología y significado: el de consumir “chatos”, vasos de escasa altura conteniendo, invariablemente, buen vino de la tierra.
Pero, no todo son extranjerismos propiamente dichos. Navegador, tomado de aquel Netscape Navigator de fausta memoria, es la opción castellana para el intéprete de hipertexto (últimamente se extiende la palabra “explorador”, de Internet Explorer) y jamás se planteó seriamente utilizar “browser” (“hojeador”). A mí, particularmente, siempre me gustó ese concepto de “navegar” la red, bien sea con rumbo previsto o por el simple placer de sentir la proa de mi módem hender las olas. Esta filosofía marinera ha cristalizado en un término de etimología gloriosa: internauta. Lamentablemente, los doctos académicos no parecen haber reparado en este vocablo de hermosísima hibridación tecnológico-latina, pese a que se viene recogiendo en medios escritos desde hace al menos 15 años.
Tampoco módem (con tilde) sería intrínsicamente un término foráneo, toda vez que este adminículo, que ya entra en la categoría de electrodoméstico, recibe su nombre como acrónimo de modulador-demodulador, estando lingüísticamente al mismo nivel que radio o termo. (Router lo lleva peor, además de no usarse prácticamente el término castellano “enrutador”, se está extendiendo la disgrafía “rooter”)
Para e-mail, sin embargo, constato un significativo declive. Tras abandonar el jocoso “emilio”, los hispanohablantes han vuelto sus cuerdas vocales al muy antiguo “correo”, galicismo, por cierto, que designaba no a cada una de las misivas sino al emisario (ha llegado un correo a caballo) y, por extensión, al sistema de transporte (el correo funciona bien) o al conjunto de la remesa epistolar (desayunaba leyendo el correo). En la anhelada 23ª edición del diccionario de la academia está previsto como semánticamente asimilable a “correo electrónico”, pero preveo que no tardará mucho en perder el apellido. Sea como fuere, nuevo ejemplo del comportamiento popular del idioma, nunca se pretendió utilizar “carta”, electrónica o no, pese a que era el antecedente conceptual más similar.
Por el contrario, firewall es un tecnicismo frente al que poco y mal se le enfrenta su muy cualificado homólogo castellano cortafuego y cuya acepción arquitectónica es idéntica a la del inglés. En buena parte debido a que las versiones españolizadas de los sistemas operativos que lo incorporan no se han molestado en traducirlo.
Pero también, desde mi afición lingüística, asisto divertido y fascinado a la aparición de giros empleados en relación con los nuevos usos y costumbres que la red nos impone. Uno de ellos es el de “colgar” que ya supera al “subir” que inicialmente era calco de “upload”. Ya nadie “sube” un video a YouTube, ahora lo cuelgan, lo dejan ahí fijado para espectáculo público y quien sabe si escarnio.
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Otras opiniones:
El léxico bloguero
La vida en un blog (discurso de J.L.Cebrián en la RAE)
Internauta existe en catalán pero no en castellano
2009-01-28 10:55
Uno de los extranjerismos más chulos y que ahora ha caído en desuso es el de “rebotar el ordenador”. Antes los ordenadores se rebotaban cuando algo iba mal (e iba casi siempre). De “to boot”, en, por cierto, acepción inventada para la ocasión.
2009-01-28 15:07
A mi lo que me pone malo son los verbos “clicar” y “cliquear”. “Pinchar” es una opción más castiza, pero tampoco acaba de convencerme: ¿no resulta algo violento “pinchar” en un enlace?
Por cierto, también hay quien llama “pincho” al pen-drive…
2009-01-28 19:28
¿“Pincho”? Yo conocía la variante “lápiz” (y cariñosamente también “lapicillo”).
“Clicar” y “cliquear” no suenan muy bien, cierto. Pero peor suena el mensaje que me pone mi portátil cuando tengo que introducir la contraseña: “Para autenticar que es usted el usuario…”. “Autenticar” suena penoso. Además, ya existe una palabra apropiada para eso.
2009-01-28 21:01
Merche: Ciertamente “autenticar” nos suena extraño, aunque es castellano y bien antiguo; lo define Covarrubias y lo utiliza Quevedo: cómo podría autenticar el sacramento de tan grande fe.
No es sino hasta el siglo XIX que aparece “autentificar”, aunque hoy nos es mucho más familiar.
Sin embargo, en ambos casos su uso debería restringirse a la certificación de autenticidad de documentos y obras de arte. Para confirmar la identidad de una persona el término más adecuado es “identificar”, nombrado así en el DRAE:
prnl. Dar los datos personales necesarios para ser reconocido.
Respecto de clicar o cliquear, la Academia registra clic como pulsación que se hace en alguno de los botones del ratón de un ordenador para dar una instrucción tras haber señalado un enlace o icono en la pantalla, pero parece que todavía no se han puesto de acuerdo en la forma verbal, seguramente porque “hacer clic” es bien correcto y no exageradamente largo. Tampoco hacer tortillas es tortillar.
2009-01-29 16:09
Como dice el refrán, “Nunca te acostarás…”
¡Gracias!
2009-01-30 01:02
Miguel, sólo un pequeño comentario. ¿No sería más neutro hablar de préstamo léxico que extranjerismo? Porque los -ismos, en mayor o menor medida (y sin ánimo de atribuirte la intención) son despectivos. Por lo demás, y como siempre, excelente artículo.
2009-01-30 11:02
Yo sé que lo de «pinchar» lo desaconsejaban totalmente en la UNED, cuando yo trabajaba allí, por los hablantes de algunas zonas latinoamericanas y, como lo de «pulsar» o «hacer clic» no les convencía a los informáticos, nos acostumbramos los correctores a admitir «clicar»; claro, del roce surge el cariño: yo ahora suelo «clicar» siempre :-)
Algunas veces son manías personales. Por ejemplo, odio tener que «autenticarme» en vez de «identificarme», como bien dices, Miguel.
Yo, al «e-mail» le digo «correo-e»: se abrevia igual, pero en vez de delante, detrás.
Hay un vocabulario de ordenadores e Internet hecho por José Antonio Millán que, además, tiene algunas entradas muy divertidas; otras, polémicas, por aquello de que han sido rebatidos los términos que propone, y él recoge los argumentos en contra y los refuta o los acepta. Merece la pena hojearlo.
Estupendo artículo, como siempre.
Un beso.
2009-02-03 00:52
El extranjerismo menos chulo es, desde luego, usar el galicismo “ordenador” por computador o computadora.
Es incongruente escapar de ese termino teniendo la aceptacion consuetudinaria y academica de “computo”, “computarizar”, “computable”, “computacion”, palabras que derivan del latin ‘computare’.
A que se debe la incongruencia?
Saludos
2009-02-03 12:22
Curiosa pregunta.
La palabra ordenador, en efecto, proviene del francés ordinateur, y es utilizada casi exclusivamente en España, mientras que en América Latina se prefiere el anglicismo computador (o computadora).
En 1955, la delegación europea de IBM, radicada en París, consultó al profesor Jacques Perret sobre el uso del término calculateur que venía siendo utilizado como traducción del inglés computer. Éste contestó que dicha palabra debía únicamente aplicarse a las máquinas con capacidad aritmética simple, es decir, calculadoras o “sumadoras”, mientras que para los nuevos ingenios informáticos resultaba insuficiente, proponiendo “ordinateur” en atención al adjetivo incluido en el diccionario Littré de la lengua francesa que significaba “Dios que pone orden en el mundo” (Perret, además de profesor adjunto de filología latina en la Sorbona, tenía el título de teólogo).
(versión completa en francés)
Por cierto, IBM intentó registrar el vocablo, pero sus esfuerzos se vieron desbordados ante la aceptación y difusión de la nueva palabra.
Si bien en español las primeras referencias a estas máquinas hablan de computador o cerebro electrónico (Gironella, 1962), el término francés se extendió por Europa de manos de IBM, siendo calcado a “ordenador” y utilizado ampliamente en nuestro idioma ya en los años 60 del pasado siglo. Sin embargo, esto no sucedió en América, donde nunca se perdió de vista el referente yanqui.
No es ésta la única palabra gala que ha colonizado el castellano en relación con estas tecnologías, ya que también lo hicieron informática (de informatique, inventada por el director de Bull-France, Philippe Dreyfus, en 1962), disquette (aunque compitió con el inglés floppy durante todo el tiempo, la Academia aceptó “disquete” en 1992), octeto como sinónimo de byte (en francés se sigue midiendo en octets y sus abreviaturas: ko, Mo, Go), e incluso logicial (del francés logiciel, software, programa informático), e igualmente algún calco semántico como “palabra clave” (mot clé, contraseña).
2009-02-04 00:56
Difiero, estimable Roman; como diferimos la inmensa mayoria de los castellanohablantes, en considerar la palabra “computador”, o su femenino, como un angloyankismo.
Nos parece absolutamente “castiza” o perfectamente susceptible de ser castiza, ya que su raiz y estructura vienen del latin y no existe, en mi modesto conocimiento, ningun antecedente de esa palabra en en el anglosajon.
Resulta divertido que la opinion de un piadoso profesor frances considere las funciones de la maquina como una representacion de Dios que pone orden en este pecaminoso y disipado mundo.
Saludos.
2009-02-27 17:03
Muy bueno tu artículo. ¿Qué opinás de los calcos semánticos? http://blog-de-traduccion.trustedtranslations.com/%C2%BFque-es-un-calco-semantico-2009-02-27.html