Libro de notas

Edición LdN
Román Paladino por Miguel A. Román

Miguel A. Román pretende aquí, el vigésimo octavo día de cada mes, levantar capas de piel al idioma castellano para mostrarlo como semblante revelador de las grandezas y miserias de la sociedad a la que sirve. Pueden seguirse sus artículos en Román Paladino.

Con tildes a porfía

Si hubiessemos de usar de esta nota en todas las palabras, hariamos trabajosa la escritura, imponiendonos una dura ley: por esto ha discurrido la Academia fixar reglas de Ortographía, que, excusado la multiplicidad de los acentos, se establezcan solo en las voces, que los necesiten. (Orthographía, Real Academia Española, 1741)

Dos años hace ya que vio la luz la Ortografía de la lengua española parida por la Real Academia y la Asociación de Academias de la lengua. Y constato que son aún legión los hispanoescribientes que ignoran que a los pronombres demostrativos (este, ese, aquel y sus plurales y femeninos) y al adverbio “solo” se les ha absuelto de tilde.

Aunque no siempre se mantiene esta por ignorancia, que en algunos casos, al parecer, se porfía en ella por una cierta nostalgia o apego a la norma que le inculcaron sus maestros durante su edad escolar.

(¡Loable empeño, vive Dios! En ausencia de óbito tengamos entonces por gazapo este texto del novelista y académico: Este es un atardecer veneciano tal como lo veía Max…)

Habría que aclarar que esta supresión, que a algunos repugna, no es un capricho ni alcaldada sino, al contrario, una vuelta al cauce normativo general. Esta columna, los habituales lo saben, no es particularmente servil con la RAE, pero cuando hace algo bien –a veces pasa– es de justicia reconocerlo; y en este asunto va por buen camino (en mi humilde opinión, por supuesto).

La función diacrítica de la tilde se ha de emplear, en puridad, para distinguir entre dos palabras distintas que, sin ella, serían homógrafas pero no homófonas, pues una presenta pronunciación tónica y la otra átona.

Destaquemos dos cosas. Una: que hablamos de dos palabras distintas, y no de una misma palabra con dos funciones. Y dos: que esas palabras se pronuncian de forma distinta, aunque si se aplicaran las reglas generales de tildación se escribirían igual.

Y, en el caso que nos ocupa, “este”, “esa”, “aquellos” y “solo”, no presentan en ninguna circunstancia entonación distintiva alguna, fuese cual fuese el papel desempeñado en la oración. Como sucede con decenas de vocablos que jamás fueron acreedores a marca gráfica que les identificara frente a sus gemelos.

Nadie, por ejemplo, ha planteado nunca que la diferencia entre el adverbio de tiempo “luego” y la conjunción ilativa “luego” deba resolverse con una tilde, incluso aunque pudiera existir ambigüedad en la frase:

  • [Hoy hace sol,] luego iremos a la playa. (por tanto…)
  • [Primero iremos a comprar,] luego iremos a la playa. (más tarde…)

Ni tampoco se usa con cuantitativos como “muchos”, “pocos” o “algunos” (pese a que, casi anecdóticamente, estuvo autorizado durante algún tiempo): “Algunas veces tenía jaquecas y muchas molestias varias”, donde, si no enmendamos la puntuación, no está claro si “muchas” apunta a “molestias varias” o a “veces”.

Tampoco el sustantivo “vino” y el verbo “vino” (de venir) se diferencian con tilde, ni la preposición “para” del verbo “para” (de parar) o, yéndonos a monosílabos, el sustantivo “ser” (entidad, esencia) del infinitivo “ser”, el sustantivo “son” (sonido) de la forma verbal “son”, “sal” (compuesto químico o condimento) y “sal” (de “salir”), etcétera.

Y es así porque se pronuncian igual, y no una con mayor énfasis que la otra. Nótese la diferencia entre los anteriores ejemplos y el genuino uso diacrítico:

  • ¿Cuándo vendrás? / Vendré cuando pueda.

La tilde ahí remarca el carácter tónico del adverbio interrogativo frente al átono de la conjunción. Podría discutirse si son o no la misma palabra, pero, siendo distinto el acento prosódico, poca duda hay.

De igual forma funciona entre los monosílabos, justificándose así su presencia en los pares tónico/átono:

  • que se marchó.
  • Él es el mejor.
  • a su padre recuerdos de mi parte.

(En realidad, ni siquiera todos los vocablos tónicos son beneficiarios de tilde diacrítica, aunque haya otros átonos de igual grafía. Tal es el caso de los nombres de letra “te” y “de”, o las notas musicales “mi”, “la”, “si”, entre los monosílabos, o el “como”, presente de indicativo de “comer”.)

Por tanto, la tilde diacrítica no es, ni debe ser, un recurso con la función de discriminar ante el riesgo de anfibología o doble significado de una oración. Es cierto que se ha empleado durante muchos años con ese pretexto, contando con el beneplácito de la Real Academia, en particular (y exclusivamente) con los pronombres demostrativos y con el uso de “solo/sólo” y, durante medio siglo, la norma ha instado a tirar de tilde discriminativa ante el riesgo evidente de equívoco (en la edición del DPD de 2005 dice “obligatoriamente”).

Sin embargo, ya cuando fue institucionalizado en las Nuevas normas de Prosodia y Ortografía de 1952, muchos lingüistas, algunos con silla académica, expresaron su disconformidad con ese criterio, como Ángel Rosenblat:
“Así, convierte en potestativa la acentuación de esos pronombres (pronombres sustantivos), lo cual conspira contra la fijeza de las reglas de acentuación, que hasta ahora era absoluta. La Academia ha decidido no extender esa posibilidad de acentuación a otros pronombres (otros, algunos, pocos, muchos, etc.), contra su criterio anterior. Me parece que la decisión académica es un primer paso para la supresión definitiva del acento de los pronombres demostrativos, con lo cual corta por lo sano una serie de discusiones: por ejemplo, el uso o no de acento en ‘aquel que’ («¡Dichoso aquel que se contenta con lo que tiene!»). En realidad no hay por qué distinguir con la ortografía lo que no se distingue con la pronunciación.”

Pese a estas y otras interpelaciones, el texto fue aprobado en 1959. Lo sorprendente es que los súbditos de la lengua hispana, incluso los muy cultos, parecieron todo este tiempo olvidar el carácter “potestativo” y convertirlo en “imperativo”, de tal forma que si uno omitía el rasgo gráfico, hubiese o no riesgo de vaguedad, siempre había al quite un celoso guardián de la moral ortográfica para denunciar la sacrílega omisión.

O tal vez no tan sorprendente, toda vez que los casos realmente justificables se podrían contar con los dedos de una oreja.

A veces se ha recurrido a ejemplos de insólita ocurrencia para denunciar el riesgo de ambigüedad, como en textos escolares que ejemplificaban: “Compraron aquéllos libros”; o en el texto de la ortografía académica de 1999: “Dijo que ésta mañana vendrá”, donde el pronombre tildado ejerce de sujeto. Pero, claro, si como el maestro Yoda hablásemos, normas distintas falta harían. Lo normal, sensato y conforme al uso común del castellano es interponer el verbo entre el sujeto y los complementos de aquel: “aquellos compraron libros”, “Dijo que esta vendrá mañana”; o, para culteranos irredentos, emplear una adecuada puntuación: “compraron, aquellos, libros”, “dijo que, esta, mañana vendrá”.

“Estaré allí solo dos días” presenta la tan traída y llevada ambigüedad que durante años ha hecho preceptiva la tilde diacrítica. Sin embargo, si la frase fuese dada de viva voz, el oyente tendría que discernir por su conocimiento el sentido correcto (ya que, insisto una vez más, no hay prosodia distintiva); y, si fuese escrita, se cuenta con varias opciones para no dar lugar a confusión: “solo estaré allí dos días”, “estaré allí, solo, dos días”, “estaré allí solamente dos días”, “estaré allí dos días yo solo”, etcétera.

Lo que lamento es que, incluso reconociendo el riesgo infinitésimo de ambigüedad, la Ortografía tímidamente afirma en la edición impresa que “se podrá prescindir de la tilde”, añadiendo en la web que “la recomendación general es, pues, no tildar nunca estas palabras”. De momento este uso anómalo del artefacto no constituye, pues, una falta de ortografía propiamente dicha.

Sin embargo, si no existe justificación lingüística, es una excepción a la norma general, nunca fue taxativamente obligatorio y, encima, embarulla el ya de por sí accidentado oficio de escribir correctamente, no sé a qué vienen las reticencias a liberarse de una vez por todas de esa tilde cojonera. Ganas de complicarse la vida.

Tal vez haya que esperar otro medio siglo, allá por el 2060, para que las academias de nuestro idioma se decidan a dar un pasito más y la tilde de los demostrativos y el solo adverbial se desvanezcan por el mismo camino que la que coronaba antaño la preposición “á” (junto con las conjunciones “é”, “ó” , ”ú”, en uso hasta 1914), el sustantivo “fé” (hasta 1952) o las formas verbales “fué”, “fuí”, “dió”, “vió”, etc , y empecemos a tener una norma coherente y acorde con ese espíritu de la Ortographía del xviii que abogaba por poner tilde solo donde sea estrictamente necesario.

Otras referencias:
¿No más éste, ése, aquél (a, s) ni sólo? por Antonio Cajero
Tilde diacrítica en el adverbio solo y los pronombres demostrativos por Real Academia Española
Críticos diacríticos en esta misma columna.
La Real Academia o la Academia Mexicana en Revista Justa.

Miguel A. Román | 28 de noviembre de 2012

Comentarios

  1. Fernando
    2012-11-28 12:04

    La be y la uve suenan igual, y la hache no suena, luego si « no hay por qué distinguir con la ortografía lo que no se distingue con la pronunciación»….

  2. Fernando
    2012-11-28 12:09

    Lo que sí está mal es poner cuatro puntos suspensivos en lugar de tres, como he hecho yo; eso no sí que no es opinable.

  3. Juan
    2012-11-28 15:35

    En líneas generales estoy de acuerdo con lo expresado. El objetivo del lenguaje es facilitar la comunicación y tanto la gramática como la ortografía son herramientas adecuadas para conseguir dicho fin. Sin embargo, creo que hay bastantes casos en los que la tilde ayuda más que dificulta, incluso resulta imprescindible a la hora de interpretar un texto…
    Si digo: “Yo solo me he comido un cordero” y no acentúo palabra alguna según aconseja la Academia, ¿Quiero decir que no he necesitado compañía o que aún podría comerme diez más?
    Por tanto, coincido plenamente con el final del artículo: Usemos la tilde en los casos en que esta (y no acentúo “esta” porque no hay lugar a dudas) sea imprescindible para comprender el mensaje en la comunicación.

  4. Paco
    2012-11-28 19:11

    ¡Intelijencia, dame el nombre exacto de las cosas!

    Creo que la real academa actual debe ser bastante juanramoniana.

    Pero yo disiento. Por grande que me parezca el poeta de Moguer, nunca soporté leer intelijencia, por más que suene igual que inteligencia.

    Así que niego la mayor.

    Lo siguiente será no distinguir entre por que y porque, ni entre por qué y porqué, total suenan igual.

    Esto me recuerda un texto que circulaba por email en el que empezaban a prescindir de cosas “innecesarias” como h, c por k, g por j, etc. Y al final quedaba algo ilegible, aunque sonaba igual.

  5. Paco
    2012-11-28 19:51

    Le doy la razón a Pérez Reverte.

    «No hay por qué distinguir con la ortografía lo que no se distingue con la pronunciación», Totalmente falso, como dice Fernando, ¿qué pasa entonces con la h, por poner un ejemplo.

    A Parte de eso, yo con la pronunciación si distingo perfectamente a qué palabra se refiere el que habla, porque para eso está la entonación y las pausas al hablar. Cosa que sí o sí, en los textos escritos se representan con los signos de puntuación.

    La tilde diacrítica es necesaria en muchos de los casos en los que la Academia las ha eliminado, y ahora es imposible saber a ciencia cierta qué es lo que el escritor quiere expresar en realidad.

    Yo sólo sé que voy a seguir escribiendo con tilde estas palabras, y no porque no sepa la nueva ley, sino porque es lo más correcto.

  6. Paco
    2012-11-28 19:56

    Soy el Paco del 5º comentario, sólo era para aclarar que soy distinto del Paco del 4º comentario, aunque estoy 100 % de acuerdo con él.

  7. Aloe
    2012-11-29 16:22

    A mi, todo lo que sea quitar tildes me parece de perlas. Como si las quitan todas.
    Y tampoco me parece mal que se dejen como optativas: ¿hay gente que necesita poner tildes para sentirse feliz?
    Pues que las pongan. Ojalá fuera siempre tan barato complacer a nuestros vecinos.

    ¿No saben, sin la tilde, escribir de forma que se eliminen las ambigüedades de significado?
    Pues tienen un grave problema que las tildes no les solucionan casi nunca. Pero hay que ser tolerantes: si alguna que otra vez les cubren esa penosa carencia, pues eso que llevan ganado ellos y los demás.

    La ventaja, por otro lado, de dejar algunas tildes potestativas, es que con el tiempo y la costumbre quizá se avenga la RAE a dejarlas así todas, y finalmente nos libraremos de ellas. Ojálá llegue a verlo…

  8. rafa iriarte
    2012-11-30 16:59

    Qué curioso, Aloe, que en tu alegato anti-tilde no te hayas olvidado, creo, de poner ninguna. Más aún, ni siquiera la diéresis de “ambigüedades” has dejado pasar por alto. Soy incondicional defensor de este aderezo por la sencilla razón que, discrepando de ti, lo encuentro indispensable en infinidad de casos para una cabal comprensión de un texto escrito. Eliminarlas sistemáticamente supondría a mi modo de ver un caos. No sirve el socorrido argumento de que el contexto aclararía cualquier posible confusión, porque no siempre una palabra o una frase son susceptibles de ser encuadradas en un contexto más amplio. Un simple enunciado, por ejemplo, puede inducir a error si no está convenientemente expresado. Tampoco sirve aducir que a un lector experto las tildes pueden resultarle obsoletas, por la misma razón. Sin olvidar que, como en todo en la vida, encontraremos lectores y escritores experimentados y otros no tanto. Insisto, si prescindiéramos de la acentuación, tarde o temprano habríamos de topar con alguna frase o palabra que nos indujera a error.
    Imaginemos, valga el ejemplo, que en cierto examen un profesor de literatura entregue a sus alumnos sendas hojas en las que se les pide que escriban un texto con relación a la frase “bebe a bordo”. Me pregunto yo ahora. ¿No cabe la posibilidad de que el trabajo pueda se abordado de dos maneras diametralmente opuestas? Si a todas luces parece que la propuesta cabal y lógica es una, nada habría que objetar si algún alumno optase por la otra. Solo es un ejemplo, absurdo quizás. Pretendo nada más exponer, desde mi humildísimo punto de vista, que, al igual que aquí, se nos pueden presentar mil y una situaciones en las que mis queridas tildes resulten ser igual de imprescindibles por aclaratorias.
    Agur bero bat.

  9. Aloe
    2012-12-04 03:59

    rafa, yo solo tengo opinión y gustos, no conocimiento infalible. A saber si estoy equivocada.
    Pero mi experiencia con la informática es que las tildes tienden a oscilar en sus efectos entre la producción de pesadillas y la inutilidad, pasando por todo un muestrario de molestias intermedias.

    Si me vienes con que allá la informática con sus problemas, y que no debemos ser tan pragmáticos, te recordaré que las tildes no son más que un recurso pragmático de la grafía, sin el cual nos hemos pasado tan ricamente durante cincuenta mil años de hablantes acérrimos.
    El inglés se pasa sin las tildes igualmente. No parece que los anglohablantes sufran de los nervios por ello. Muchas otras lenguas, lo mismo.

    En resumen, que no se hizo el hombre para las tildes, sino las tildes para el hombre, poniéndonos ligeramente evangélicos.
    Y repito que las ocasiones en que las tildes nos salvan de ambigúedades son solo una pequeña fracción de los casos, casos que habrá que resolver, la mayoría de las veces, redactando más cuidadosamente.

    Por ejemplo, beber a bordo es malo cuando se bebe alcohol; beber agua está en cambio recomendado. ¿Lamentamos la ambigüedad de significado del verbo “beber” o nos resignamos a que las lenguas naturales son así, las criaturas, a diferencia de Java (lenguaje, no isla) y gracias a ello tenemos poesía, metáforas y otras gollerías?

    En fin, el letrero “bebé a bordo” se entiende perfectamente sin tildes cuando hace falta, que es pegado a la trasera del coche. En una clase el maestro tendría que explicarlo, lo mismo que ese otro que dice. “No meter el pie entre coche y andén”, que sin contexto no se entiende, a pesar de llevar tilde. La tilde no produce milagros.

    Y sí, yo pongo todas las tildes a pesar de la lata que dan, especialmente cuando defiendo que nos libremos de ellas. Si no, daría argumentos para que me dijeran que las detesto porque no sé ponerlas.
    No saber ponerlas sería también un buen motivo para querer eliminarlas, por supuesto, pero hay gente que no lo entendería así.

  10. rafa iriarte
    2012-12-04 21:23

    Aloe, pues, mira, hoy, y nunca antes, he hecho un ejercicio con un texto cualquiera y he visto, que, efectivamente, casi todas las palabras acentuadas podrían prescindir de su tilde sin que se resintiera su significado. Es el apoyo que dan a la palabra en cuestión lo que hace que, al menos en mi caso, me sienta más cómodo o más seguro en la lectura. Tal vez pueda haber en ello algo de pereza mental como lector, y, quién sabe si inconscientemente no exista también una cierta nostalgia de aquellos tiempos de la escuela.
    Es posible que me haya ofuscado en los equívocos que su supresión pudiera generar, y, es verdad, no creo que puedan ser tantos.
    Así es que digamos que si la tilde no es imprescindible en la mayoría de los casos sí resulta muy útil como apoyo en la lectura, más si cabe en un país donde se dice que tan poco se lee. Desde mi punto de vista la lecuta de un texto sin palabras acentuadas significaría un esfuerzo más, que poco motivaría al que ya de por sí es reacio a ello.

  11. Miguel A. Román
    2012-12-05 11:40

    En este enlace se puede comprobar cómo se tildaban las palabras hace tres siglos. No creo que nadie en su sano juicio añore ese prolífico empleo del signo ortográfico pero, por propia experiencia, aseguro que leerlo es aún mayor tortura que hacerlo sin tilde alguna.

    No estoy yo por la abolición completa de la tilde, al menos desde que leí en el obituario de una dama que ella había sido “una triste perdida”, o sea, un pendón, cuando en realidad querían decir que su fallecimiento suponía “una triste pérdida”.

    EL inglés actual no usa prácticamente tildes (el antiguo anglosajón usaba varias), pero también quienes escribían en latín se manejaban bien sin ellas; tiene truco: el acento prosódico está convenido de antemano, pero además no hay polisílabos homógrafos con distinto sentido y el orden sintáctico es enormemente rígido.

    A pesar de lo cual no todo es tan positivo, como denuncia Scott Horne, "arguably the relative lack of diacritical assistance has contributed to the notorious complexity of English orthography. Unlike most other European languages, English can be difficult for readers as well as for writers. The most educated and sophisticated anglophone will occasionally need to consult a dictionary for the pronunciation of a word"; y ya Quinto Horacio se quejaba diciendo aquello de “populus non populi” (“el pueblo, no los álamos”, la primera es esdrújula y la segunda llana).

    Sin embargo, estoy seguro de que si prescindiéramos de las tildes, nuestros descendientes lo asumirían sin problemas insuperables en un par de generaciones.

    De cualquier forma, el argumento del artículo no es contra las tildes en general, sino contra un uso perverso de las mismas cuando se utilizan para diferenciar palabras que se pronuncian exactamente igual, máxime cuando es un uso discriminatorio con otros vocablos que también llaman a la ambigüedad y que no gozan de ese supuesto privilegio gráfico.

    La frase “yo solo me he comido un cordero” sería oralmente aceptable, pero está sonrojantemente mal escrita: la presencia del pronombre “yo” en posición de sujeto, que normalmente va elíptico en castellano, más aún con la ineludible presencia del dativo “me”, solo puede justificarse cuando “solo” oficie de adjetivo (que no puede ir solo). Es distinto:
    Yo solo me he comido un cordero
    de
    Solo me he comido un cordero

    Y, por otro lado, si se quisiera expresar que “solo” es la forma adverbial, debería situarse cercano al sintagma verbal: “me he comido solo un cordero”, aunque lo ideal es emplear la forma completa “solamente” (mejor todavía, la locución “nada más”). Pero, en cualquier caso, si se pronuncia esa frase de viva voz nadie podría entenderla porque, insisto, no hay diferencia de tono en ese vocablo.

    Y, realmente, da igual lo que aquí digamos. Inútiles son las posturas personales, ya heroicas como sumisas. La lengua es un patrimonio exageradamente democrático, así que será el uso en años venideros el que decida. La Academia no prescribe ni proscribe, solo recomienda o tolera, y cada uno escribirá como quiera hasta que la palme si así le place. Lo que pasa es que, según vayan palmando, el número de partidarios irá menguando; como pasó con mi abuela, que escribió “fé” con tilde hasta el último día de su vida.

  12. Aloe
    2012-12-05 19:53

    Con tanto acuerdo y tanto espíritu razonable no va a quedar nada de lo que discutir…
    Querría añadir sin embargo que lo de que la RAE solo recomienda y no prescribe no sé yo si es algo que tenga claro mucha gente.
    E incluso tengo la duda de si en lo que respecta a la ortografía es así del todo, o las normas ortográficas de la RAE van, como quien dice, a misa.
    Por eso a mi me gustaría que las tildes supervivientes se dejasen “oficialmente” como potestativas, al libre criterio de cada uno en cuanto a su conveniencia.

    (Lo del cordero: tienes toda la razón. Lo que sonaría bien es “Me he comido el cordero yo solo” o “Solo me he comido el cordero”. Además, en caso de dudas, que puede haberlas, en el lenguej oral empleamos sin pensarlo fórmulas para evitarlas, como podría ser en este caso decir “yo solito me he comido el cordero” o algo así. Los hablantes conseguimos bastante bien el objetivo de hacernos entender, cuando queremos, claro)

  13. Miguel A. Román
    2012-12-05 20:55

    Para el hablante español medio, la autoridad máxima, algo así como el tribunal supremo del idioma, es la Real Academia Española. […] En esta actitud respecto a la Academia hay un error fundamental, el de considerar que alguien —sea una persona o una corporación- tiene autoridad para legislar sobre la lengua. La lengua es de la comunidad que la habla, y es lo que esta comunidad acepta lo que de verdad “existe”, y es lo que el uso da por bueno lo único que en definitiva “es correcto”.
    (Manuel Seco, Gramática Esencial de Español)

    Pese a lo cual: sí, hay bastantes hablantes que llevan a misa lo que dicta la RAE… mayormente cuando les conviene.

    No me canso de insistir en que el habla (literalmente: acto individual del ejercicio del lenguaje) es un contrato privado entre hablante y oyente. Con que el contrato sea eficiente, el habla es correcta. Supongamos una casa donde la señora le dice a su consorte: “Pepe, tráeme el aquello”. Sucedería entonces que el aludido, visiblemente confuso, le replica que el pronombre “aquello” no soporta el uso del artículo “el”, pero que, además, no se ha empleado un referente válido en el contexto. ¿Es eso lo que sucede realmente? Pues no, lo habitual es que Pepe entienda el mensaje y, afectuosamente, se preste a acercarle el “aquello” a su media naranja, fuese lo que fuese. Luego, mensaje entendido, mensaje correcto.

    Claro, cuando el destinatario es un público aceptablemente extenso y sin relación personal directa con el sujeto emisor, caso del autor de un libro, este debería cuidar que el mensaje esté codificado de forma que sea entendido por la mayor parte de la población objetivo de su escrito.

    Y aquí es donde entran las academias, delimitando un aceptable estándar léxico, gramático y ortográfico para que el idioma no sea el rosario de la aurora, pero atendiendo en lo posible a la diversidad siempre que las variantes estén sustentadas por un conjunto considerable de hispanohablantes, al menos más numeroso que Pepe y su señora.

    Pero si el escritor prefiere, por gusto o ignorancia, sembrar tildes a voleo y escamotear las pertinentes, pisotear la gramática como un búfalo y expeler solecismos sin mesura, no es delito y el único riesgo que corre es que sus potenciales lectores decidan que es un nesciente.

    O un genio, que hay gente pa tó.

  14. Aloe
    2012-12-06 00:36

    No, si ya. Yo ya estoy convencida de que la RAE no escribe en el BOE, aunque seguramente quisiera.

    De hecho, me voy a copiar la cita de Seco para tenerla a mano como arma letal definitiva en caso de urgencia.

    Pero yo distingo entre la ortografía y lo demás.
    La ortografia la entiendo como una convención enteramente artificial y arbitraria, y me parece lógico que esté tan codificada y estandarizada como los pasos de tuerca y las clavijas de enchufe.
    Otra cosa es que con una comisión ISO cualquiera nos bastaría y sobraría al efecto, ahorrándonos los inconvenientes de aguantar a la RAE y pagarle encima un pastizal.

    Por tanto, yo si que tengo escrúpulos en no seguir las normas ortográficas en todo lo posible (sin llegar al talibanismo) mientras que no tengo absolutamente ninguno en utilizar léxico y sintaxis como me dé la santa gana.
    (Aclaro que lo que me da la santa gana es aspirar en lo posible a la corrección y claridad, no entregarme al caos)

    De forma que a mi lo que diga la RAE en general me trae al pairo, pero en cuestión ortográfica mi amor a los protocolos estandarizados me traiciona. Quiero escribir con ortografia correcta, pero que la ortografia correcta sea razonable y racional, por Dios. Que le falta un poco de “orientación al usuario”.

  15. rafa iriarte
    2012-12-09 23:09

    Capto la ironía. En fin, son comentarios que enriquecen.


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