Se publican aquí críticas de libros que por algún motivo —pequeñas editoriales, escasa distribución, desconocimiento del autor, fuera de modas— no aparecen en los medios y publicaciones tradicionales.
Manuel Haj-Saleh
Hace algunos meses, paseando por la Feria del Libro de Madrid, me sorprendió ver una larguísima cola dirigiéndose hacia una de las casetas en las que se firmaban libros. Preguntando a quien allí estaba, me enteré de que quien firmaba era Iker Jiménez, presunto periodista y director de un par de programas en radio y televisión acerca de temas paranormales y extraterrestres. Debo decir que me chocó bastante comprobar que había tantísima gente dispuesta a gastarse mucho dinero y tiempo para conseguir la firma de una persona que ha hecho del fraude y la superstición su modo de vida, lo que me hizo reflexionar: está claro que en el propio carácter del ser humano está bien asentado, como mínimo, el deseo de “creer” en algo. Así ha sido a lo largo de los tiempos e incluso hoy día, en plena era de la razón, con todos los avances científicos y técnicos que han surgido en nuestra corta Historia, nos sigue chiflando todo lo que se refiera a extraños poderes, misterios “irresolubles”, conspiraciones de todo tipo y, sobre todo, a atribuir a medios sobrenaturales todo aquello que se escapa a nuestro conocimiento. Como las creencias son libres, hasta aquí nada tengo que objetar. El problema es cuando la fe y la creencia se quieren disfrazar de ciencias y, mucho peor, cuando se utilizan esos disfraces para engañar a los incautos a cambio de pingües beneficios económicos, pues ese y no otro es el principal objetivo de esos embaucadores. Sorprende, entonces, la gran cantidad de seguidores que consiguen aglutinar con sus afirmaciones paracientíficas, hasta el punto de llegar a convertir en una cuestión sectaria algo que, en la gran mayoría de los casos, es fácilmente desmontable. Así, la mentira se disfraza de libertad de expresión y la verdad, el método científico, la razón al fin y al cabo, son presentadas como productos de mentes cerradas o de dictaduras del pensamiento.
Es por ello que me parece de lo más loable la iniciativa tomada por ARP-Sociedad Para el Avance del Pensamiento Crítico y la editorial Laetoli, que consiste en publicar una serie de libros cuya finalidad es combatir, de manera directa y didáctica, dirigiéndose a un público lo más general posible, los engaños de las falsas ciencias. Surge así la colección “¡Vaya Timo!”, dirigida por Javier Armentia, en la que cualificados profesionales de la Física, la Biología, la Filosofía y otros campos ponen su esfuerzo al servicio del cerebro, fijándose como objetivo el poner, al menos, las armas de la duda en manos de los irredentos seguidores de estas supersticiones, atacando de manera concisa y precisa los grandes puntos de fricción que impiden a éstos ser capaces de ver más allá de su propio deseo de creer.
La colección comienza con mucha fuerza y sin complejos: los tres primeros títulos publicados hablan del creacionismo (Ernesto Carmena), los ovnis (Ricardo Campo) y la sábana santa (Félix Ares de Blas), puntas de lanza de nuestros “misteriólogos” favoritos. Tales mitos son diligentemente destrozados en pocas líneas (cada libro comprende unas 130-150 páginas) usando unos argumentos realmente sencillos, pero tan cargados de razón y lógica que parece increíble que, en muchos casos, no resulten tan diáfanos a simple vista para la mayoría de los mortales, incluidos estos “creyentes”. Partiendo de la sana base del escepticismo, que nunca excluye, ni debe excluir, la posibilidad de aceptar los hechos cuando éstos efectivamente lo son, “¡Vaya Timo!” no se limita a contraponer sólidos argumentos a quienes afirman categóricamente la existencia de lo sobrenatural, sino que también saca los colores a estos artistas del engaño, simplemente mostrando a la luz los débiles argumentos de éstos, que exhiben sin tapujos en sus medios de comunicación públicos y cómo, cuando esos argumentos acaban cayendo por su propio peso (o, sencillamente, por pura vergüenza), siempre cierran el círculo con alusiones a “conspiraciones”, “cerrazones” o “dictaduras”, sin tener reparo en indicar que el método científico debe ser siempre puesto en duda… pero negando cualquier posibilidad de equivocación en sus propias y “mágicas” afirmaciones. A mi entender, éste es el mayor logro de estos libros, no tanto el enseñar a pensar (aunque lo hacen), sino el descubrir la desvergüenza de los mercachifles del absurdo. Y lo hacen de manera que pueda llegar a tanta gente como sea posible, evitando un exceso de academicismo pero sin perder jamás el rigor científico ni saltarse pasos en la cadena lógica. La facilidad con que los profesionales autores de los textos se deshacen de todos y cada uno de los incontables misterios “sin/por” resolver, resulta incluso abrumadora. Pero además, y a pesar de su corta extensión, son libros donde hasta el que ya es escéptico puede aprender muchas cosas, ya que los autores se han documentado muy bien tanto sobre el tema que tratan como sobre los diferentes contextos históricos en que las distintas supersticiones y fenómenos se van produciendo. Además de eso, nos ponen sobre aviso: las falsas creencias, las paraciencias, los apóstoles de lo sobrenatural, no son cosa de broma, ya que vivimos en un tiempo donde pensar está cada vez peor visto y, cuando se llega al punto de que en algunos colegios se cuestiona la Teoría de la Evolución o, mucho peor, se pone al mismo nivel que el creacionismo, es que tenemos un gran problema. Por ello son textos que no sólo invitan, sino que casi exhortan a pensar, a usar mínimamente el cerebro para evitar esa cosa tan cómoda pero tan peligrosa que es creerse a pies juntillas todo lo que un grupo de iluminados (o de sinvergüenzas, lo mismo da) nos afirman con la mayor rotundidad.
Quizá eso sea, por su propia naturaleza y ya que nada puede ser perfecto, la principal tara de estos libros: que en cierta medida falla el enfoque. Su lectura es amena y entretenida, y su corta extensión los convierte en elección apetecible en una época en la que los libros gruesos meten miedo al teleconsumidor. Pero en algunos casos el estilo con el que se cuentan las cosas parece estar más dirigido al escéptico ya convencido que al crédulo al que quieren convencer, lo que provoca que en alguno de estos libros la condescendencia, el paternalismo e incluso la burla campen por sus respetos. Y eso, teniendo en cuenta el objetivo perseguido, puede ser incluso contraproducente, porque interfiere con lo verdaderamente didáctico que contienen los textos. Para compensar, he de decir que una de las cosas que más me han gustado es el buen uso de la lengua que en ellos se hace, con escasísimas incorrecciones gramaticales o de estilo y una redacción muchísimo más cuidada que en la mayoría de la prensa que se puede leer o escuchar hoy, todo ello combinado con un lenguaje muy claro y cercano al hablado, sin florituras, lo que demuestra que ambas cosas no tienen por qué ser incompatibles. Y, sobre todo, que es posible hablar de ciencia sin aburrir ni cansar, basta con tener muy claro hacia dónde se quiere ir y no andarse por las ramas. Es, además, muy interesante, la natural fusión que se hace en sus párrafos de la literatura estricta con internet, al incluir tanto referencias como bibliografía encontrables dentro de la red, hoy por hoy el principal lugar de difusión de las falsas ciencias.
En resumen, la colección “¡Vaya timo!” ha empezado con muy buen pie, lo que esperamos que se refleje, si no en las ventas (es complicado, qué le vamos a hacer), sí al menos en su difusión. Muy acertados en el fondo y el objetivo, todavía mejorables en la forma, estos libros de cubierta amarilla han emprendido un camino que deseamos llegue a buen puerto. Es una apuesta arriesgada (y el subtítulo “¡Vaya timo!” es una gran declaración de intenciones, no hay paños calientes) pero muy oportuna. Además, propone implícitamente al lector una interesante tarea: que, una vez arraigada la buena costumbre de pensar y dudar, difunda en lo posible tales hábitos para evitar que la credulidad y la sinrazón se impongan al regalo de la inteligencia.
2006-08-23 11:11
¡Gracias por la reseña, Manuel! Cuando acabe Brooklyn Follies, conseguiré uno de estos libros.