Se publican aquí críticas de libros que por algún motivo —pequeñas editoriales, escasa distribución, desconocimiento del autor, fuera de modas— no aparecen en los medios y publicaciones tradicionales.
Francesco Spinoglio
Sueños de bolsillo
Eutelequia, Madrid, 2011
192 páginas | 15,50 €
Si el Pequeño Nicolas tuviese una gran dosis de mala leche, posiblemente se parecería al Tomasso Rossi de Sueños de bolsillo, la tercera novela de Francesco Spinoglio (Casale Monferrato, 1983). No es que Tomasso no sea inocente o no tenga ramalazos naive propios de su corta edad; es que el autor no se ha dejado embrujar por la ternura de la edad y ha decidido contar toda la verdad sobre su protagonista, lo que incluye grandes dosis de excentricidad, misantropía, obsesión por el orden, manías incontables y una desagradable tendencia a resolver los problemas a guantazos.
Tal vez eso sea el mejor hallazgo de esta novela divertida y a ratos incómoda de leer. Spinoglio renuncia a la amabilidad y narra con desparpajo y limpieza lo complicada y desagradable que puede ser la infancia cuando no eres un niño demasiado normal. Tomasso está descubriendo el mundo y no le hace ni pizca de gracia la mayoría de las cosas que encuentra en él; su mecanismo de defensa es la palabra, el insulto, la lengua suelta y rápida. Esa frescura se acentúa por la propia prosa del autor, italiano afincado en España desde hace una década, cuyo uso del lenguaje es a ratos excesivamente sencillo y simplificado y a ratos lleno de giros sorprendentes y pintorescos, donde se adivina a veces una traducción literal de alguna expresión italiana pero que encaja perfectamente en la historia que está narrando.
También en esa frontalidad deslenguada de Tomasso está el principal handicap de la novela: allí donde el desconocimiento de la realidad construye a un niño-Tomasso divertido e ingenioso, en el tramo final de la narración nos encontramos a un adolescente demasiado ingenuo, irreal, fuera del mundo. El desenlace se precipita ante el lector sin que aún le haya dado tiempo de despedirse del niño y con una novela tomada ya por un adulto mucho más incomprensible que su versión más joven y cabe preguntarse si, tal vez, no hubiese sido mejor para todos que Tomasso se hubiese quedado en los doce años, al menos hasta el punto final de esta novela.