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Bellón, un quiasmo, un intento y la guerra social

Álvaro Ojeda

Daniel Bellón Serrano, Lengua de signos, Editorial Idea, Colección Atlántica, Tenerife, 2005

La lengua de los signos
En Montevideo julio es mes de vacaciones de invierno. La pantalla del ordenador está algo más quieta, hace frío, un frío surero que ya sintieron nuestros ancestros canarios, tripulantes de Nuestra Señora de la Encina, cuando nos fundaron por 1724. Desde Canarias me llega un libro de poemas de Daniel Bellón, no me llega a mí pero está sobre mi mesa, y como David Hume reconstruyo su periplo y lo hago mío. Leo su título, Lengua de signos, y hago el esfuerzo de imaginar a qué otra cosa sino a signos nos hemos reducido en este mundo de lenguaje reducidor y minúsculo, y me animo a entrar en la propuesta del poeta que, se sabe desde tiempo inmemorial, es una balanza de equilibrios difíciles entre signos y contenidos, cuando no entre símbolo, opaco y misterioso, y denotación, diccionaril y cruda.
Leamos.
Hay una invocación, una primera invocación, que dice que la poesía es palabra calcinada/ resto de café hirviente/ sedimento oscuro /decantación, y esta declaración de principios de la provisoriedad del resto, de lo que queda o mejor, de lo que ha quedado, entre tanta letra en renglones que se publica en el mundo, me alienta para ingresar a la segunda invocación en donde el poeta argentino Jorge Boccanera, es sometido a escrutinio y condenado por demagogo o por mendaz. Leemos a Boccanera en el epígrafe de la segunda invocación, y éste nos informa que el poeta no figura en ningún plan, aludiendo acaso a esa república platónica de la que han sido expulsados, en algún caso para el bien de todos. Bueno, me digo, ahora veremos si Bellón se anima. Y sí se anima y dice algo que es cierto: Una línea tal vez sola en el denso dossier/ pero sí entramos. Hay premios y castigos/ Conviene no engañarse/ Ni engañar. Caramba con el gaditano, canario por residencia, ha dicho verdad de a puñados. Quien haya estado alguna vez en un encuentro de poesía internacional sabe que hay buenas y malas políticas poéticas y una de ellas, una de las que más luce, es la obediencia a ciertos ritos de pavoneo intelectual o de seguidismo político a discursos indefendibles que están más romos que una piedra de molino. Y sí, hay dogmas correctos que se pagan muy bien, pese a que sus casas matrices han quebrado por desfalco, desorientación o esclerosis. A no engañar poetas. Y me asalta T.S. Eliot y su poesía como “juego de rufianes” y dejo la invocación y me meto en el libro.


Quiasmo dices

Territorio / Piel y Piel / Territorio, se llama esta primer parte del poemario y amigos, es un quiasmo el que asoma, el viejo quiasmo latino, la vieja rutina que puesta en signos, en una bandera por ejemplo, da como resultado la cruz de San Andrés, con esa especie de embudo del que no se sale sino por la repetición. Se come para vivir, no se vive para comer, dice el refrán que también es un quiasmo: come-vivir-vive-comer. Un coto cerrado la lengua entonces, digo. Me pregunto cómo es esto posible, cómo el poeta renuncia a la connotación abierta de su mundo y la completud que el lector hará de su obra al leerla, al llevarla por rutas nunca sospechadas por el autor.

Como soy el dueño de mi completud y sé que el poeta lo sabe, me ha dicho en la invocación que nada es inocente en la poesía, olvido el haiku del inicio, no es lo mío, no soy tan lírico, al menos durante el invierno, y me subo a la motocicleta de la chica del poema Muchacha en motocicleta bajo la calima y me apresto a ese viaje onírico —finalmente soy algo lírico en invierno— por el aire oscuro, calima proviene del latín y significa etimológicamente “oscuro”, y es definido por el diccionario como accidente atmosférico. Vaya con el territorio y con la piel. El territorio es oscuro y la piel es la muchacha. Escribe Bellón: Las líneas de la muchacha son la extensión/ del acabado diseño italiano de su moto, lo dicho, la poesía es la apariencia, la forma, el territorio, pero resulta que el territorio se mueve, es una frontera difusa, y eso no conviene a los planes de nadie. Nomadismo. Ingratitud de la distancia que se engulle pero no se acaba. Sigue Bellón y encabalga la lectura como la muchacha que intenta estacionar su moto: Cuando se apoya en ella esperando/ aparcarla en la acera, la muchacha se va, no es algo fijo y seguro, la muchacha como en el tango, tose y te abandona, porque está tuberculosa, porque no le gustas, porque nadie se puede apropiar de ella, porque no tiene dueño, porque su única validez a veces es su diseño. La muchacha, la poesía ahora, es una extensión de su propia forma, una esencia que como Platón, otra vez Platón, quería, constituye una reproducción parcial de una verdad absoluta, y como se sabe, algo de verdad asoma en esa reproducción, no toda la verdad pero algo de ella, aletea en el diseño. Difuminada y fija a la vez que inalcanzable.

Bellón insiste: La curva de una ola/ junto al rompiente del bordillo/la rubia melena desbordando su casco, pero si parece Palas Atenea, su silueta es de una bella inmediatez, de una perentoria fragilidad, un bien fungible la poesía, atractivo diseño, falsa promesa de estabilidad, belleza al borde, al bordillo incluso. Casi diríamos que estamos en la piel del territorio, casi hemos llegado a la primera parte del quiasmo. El remate es sutil, piel femenina de seguro.

La arena en el aire de la ciudad. Según mis amigos Chevalier y Gheerbrant, la arena es símbolo fundacional por su maleabilidad y es tiempo, obviamente, tiempo que gotea desde un diseño de bella dama en la oscura calima, en la engañosa palabra que es territorio y piel, patria y muerte. Lirismo puro. Belleza esquiva. Un engaño veloz. No resplandece el signo en la luz, se marcha en la calima, se lo llevan, se lo lleva ella misma, poema y poesía.
Las dos, una.
La fragilidad del signo poético observado y perdido. De seguro el poeta sabe que la poesía no cotiza, es un instante que no se detiene. Arena y calima en el bordillo de una ola en tierra.


Quiasmo dos

Sigamos con la piel del quiasmo. Y la piel está en el poema Magua, que para complicar la cosa, es palabra que supongo tomada con alguna deformación del portugués y que significa magulladura, machucón quizás, y por extensión algo que nos resabia, una pena que nos hiere, que nos adolece. Bellón ha traspasado la frontera de una lengua y abre el abanico de signos y de consecuencias al lector. Algo nos ayuda sin embargo, porque en el primer verso explica qué es esta “magua”: Siento magua de ti dolor de ausencia/ Copa rota en los labios del bolero/ Espacio desairado y sin concierto. Añoranza entonces, nostalgia de un lugar o de un sistema perdido, ¿arriesgaremos a decir, dolor de una lengua perdida, expresada en otra? ¿Piel que lleva a otro territorio en otro vehículo o en el mismo, si aquella motocicleta deviene en símbolo de la poesía?

Hay alguna clave para cerrar el quiasmo. En las interrogaciones que Bellón se hace, en esa fórmula retórica, se revisa una ecuación de términos que bien pueden ser un mundo cerrado, como en el quiasmo, y abierto a la vez, como en la poesía.
¿dónde es la raíz de este hueco/ en las mismas tripas del corazón?/ ¿es en la fuente del caldero/ o en la coyuntura del barrio/ o en la calle sin armazón de calle/ que cierra el paso de los pastores?
Veamos, caldero, barrio, calles, armazón, pastores, puedo pensar que un paraíso perdido se ha justamente perdido, y los pastores eglógicos sienten magua como el poeta, cerrados a un futuro, a un proyecto, a una vida que es la anterior, la perdida de siempre. ¿Hacia dónde va este quiasmo, hacia dónde va esta motocicleta extensión de bella muchacha y arena al viento?
Tu ausencia es presencia hecha magua, escribe Bellón, y se me ocurre que esa enorme, poderosa nostalgia, ese velo de dolor profundo, sólo se explica en su ausencia acontecida, en su magua poética, en su añoranza irrealizable pero proteica, al fin de cuentas ha dado un quiasmo y poemas, y una guerra social.


La guerra de los socios una breve digresión

He alterado el orden del poemario y su recuento, porque esta bello socii no encuentra una explicación demasiado clara para el lector, y no quiero su retrogusto amargo en un libro que no merece una detención tan exacta en ciertos nombres y ciertos hechos que aparecen por allí y que desnivelan el olvido humillante que sobre ellos pesa, y debe pesar. Así como en la guerra de los socios en la antigua Roma, el latrocinio y la vejación del vencido perpetrada por los cónsules de turno, ha quedado relegada al sueño de poder que los engulló en la más cruda tutela militar, que fue el imperio, así se desencaja del poemario este sector, muy bien escrito pero aislado.


El intento

El sector Lenguaje/ Barruntos es de agua escapada. Fugada. Su nombre lo denota. Volvemos a movernos en el intento, en la detención del elemento que da como resultado la vida: palabra creadora, agua en corriente, disolución, barrunto al fin que no concreta definición o parte o todo.

Justo donde más la herida duele/ descimentado hueco lugar sin dueño, en ese no-lugar (¿utopía acaso que etimológicamente significa no-lugar, ou topos?) amanece el poema y el poeta. En esa extravagante magua, en ese dolor que no está asignado a lugar concreto o conocido, se afinca, crece, engorda. En la descascarada civilización humana, pared desencalada sol espiral, el poeta se pierde. La pared sin color, el sol volviendo recurrente a su mismo centro, el ciclo que es un no-ciclo, incluso la mano que escribe en el festín bíblico de Baltasar parece asomar a ese mundo de maldición y pesadilla, y allí, torvamente, el poeta encuentra su fuerza. Nítida/ la marca en el no lugar/ sitio/ que más duele, otra vez la Arcadia y los pastores, otra vez la fuga hacia un edén que sólo existe en la heterotopía poética. Allí mis bichos se aposentan/ crían/ y revientan en rabias irresueltas.
Todo acabó, parece, si la resolución fuera cosa humana a practicar siempre porque a ella, a la resolución, se arriba con sólo volición y deseo.

Entonces Bellón se suma a sí mismo, a su quiasmo, y el ciclo se invagina sin perderse en él mismo, como un caracol que se desplaza, no sé, no lo sabe Bellón, si a ciencia cierta el caracol avanza o sólo cede un lugar en el espacio que no está atrás o adelante.

En ese intento Bellón nos ha iniciado. Y lo ha hecho ambiguamente, como corresponde a poeta que se precie de tal. Por eso toda certeza ahuyenta al poeta, por eso no se “entiende” la poesía en el sentido externo a su propio discurso, y aquí caigo yo mismo en la rodada, intentando algo imposible. El fenómeno poético o es comprendido en su clave o es olvidado en otra esencia que no le va, y que nunca le irá.

Valga el quiasmo y el intento y su afirmación en el quevediano posfacio de Bellón, la ceniza será polvo viajero/ y en él se asentarán los nuevos brotes.
Vale.

Álvaro Ojeda | 13 de julio de 2006

Comentarios

  1. daniel
    2006-07-13 11:32

    Alvaro, antes que nada, muchísimas gracias por tu lectura de Lengua de signos. Ahí está el milagro de la escritura y de la lectura como arte en sí mismo. ¿Podrías indicarme tu correo electrónico? Sospecho :-) como ha llegado el libro a tus manos, pero me gustaría hacerte llegar uno directamente. Eso sí, agradeciendo al “intermediario” (Germán, un abrazo) su gestión… Muchas gracias de nuevo. Un abrazo desde las Islas.


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