Se publican aquí críticas de libros que por algún motivo —pequeñas editoriales, escasa distribución, desconocimiento del autor, fuera de modas— no aparecen en los medios y publicaciones tradicionales.
Alberto Haj-Saleh
¿Choque de civilizaciones o crisis de la civilización global?
Roberto Kozulj
Miño y Dávila Editores, Buenos Aires, 2005.
Es un bosque ciertamente complejo y enrevesado en el que ha decidido meterse Roberto Kozulj con este ensayo. El autor argentino comete la valentía (o la imprudencia, según se mire) de no sólo reflejar de manera precisa y detallada el estado de una crisis general de la humanidad en este comienzo de siglo XXI —empresa, por otra parte, ardua de por sí—, sino que intenta dar un paso adelante y proponer ciertas vías de salida para afrontar y superar esta crisis. Ahí es nada.
No puedo evitar la sensación de que en realidad este volumen condensa dos libros completamente diferentes en uno. Tanto es así que la sensación de desconcierto que se produce al pasar de la primera parte a la segunda es equiparable a la de una novela con un giro inesperado de los acontecimientos. En la primera parte el autor da un repaso exahustivo, a veces agotador, a las causas de esta crisis global contemporánea, poniendo énfasis en la sobrecapacidad estructural provocada por un exceso de urbanización, en la política del “temor e inseguridad” como mecanismo de control político y en el papel de los recursos militares-industriales como controlador y gestor de la economía de Occidente.
La sorpresa se produce cuando tras estas más de cien páginas de cifras, datos, gráficas y ecuaciones, el autor deja a un lado la calculadora y se mete de lleno en el meollo del problema, esgrimiendo argumentos más relacionado con piel, entrañas, corazón y alma que con fríos datos estadísticos. Que no se me malinterprete: Kozulj no deja de lado los razonamientos teóricos económicos, es más, los señala con el dedo, pero también expresa su seria preocupación por el “mesianismo científico” y la pérdida de espiritualidad del ser humano occidental. Según el autor, la pérdida de referentes morales y espirituales, de explicaciones del alma, de referentes religiosos, en favor de una supremacía moral y ética de la ciencia y la tecnología ha sumido en la confusión al ser humano y lo ha condenado a una deshumanización tecnológica y urbana donde las relaciones sociales, el sentido de cohabitar con el otro, la vecindad, el factor personal y humano, en fin, han desaparecido del mapa de importancias de Occidente.
El planteamiento de Kozulj es la semilla de una duda: ¿Y si el ser humano se rebela contra esta hipertecnología, este mesianismo científico, este pragmatismo absoluto, esta desaparición del espíritu? ¿No es acaso ese el momento histórico que nos ha tocado vivir en este instante, mucho más después de los atentados del 11-S? ¿No significa esto un choque entre el deseo de la recuperación de la espiritualidad esencial del ser humano y el expansionismo imperialista basado en la protección y la sensación de inseguridad por parte de los EE.UU. y de Europa? ¿Y si arrinconar a la religión completamente en beneficio de la ciencia hubiese sido un error?
Desgraciadamente la empresa que trata de llevar adelante Kozulj es demasiado mastodóntica, y las preguntas que plantea son infinitamente superiores a las respuestas que propone. Su idea principal es la de elaborar una nueva agenda política global que cambie las prioridades de occidente. Una agenda donde preguntas fundamentales —¿Cómo controlar la evolución futura del producto mundial? ¿Cómo redistribuir los recursos y dejar de crear necesidades que justifiquen el desarrollo de ciertas producciones? ¿Cómo definir las necesidades básicas globales mundiales? ¿Cómo afrontar la solución a esas necesidades? ¿Cómo resolver pacíficamente las transformaciones derivadas de esa nueva agenda política mundial? ¿Cómo neutralizar la oposición a estas transformaciones por parte de un poder establecido sin escrúpulos?
Kozulj lo tiene claro: para encontrar soluciones lo primero es sentarse a plantearse las preguntas correctas. Las respuestas deben ser discutidas dentro de un consenso político mundial. La espiritualidad debe volver al hombre, no destronando a la ciencia, sino compartiendo el espacio. Occidente debe recrearse de nuevo, con el espíritu que tuvo una vez, en sus orígenes, basándose en sus logros espirituales y tecnológicos. El desafío ahora es sentar a Occidente a plantearse estas cuestiones.