Se publican aquí críticas de libros que por algún motivo —pequeñas editoriales, escasa distribución, desconocimiento del autor, fuera de modas— no aparecen en los medios y publicaciones tradicionales.
Marcos Taracido
Hilario Barrero, De amores y temores, Llibros del pexe, Gijón, 2005.
Escribir un diario es un recurso para eludir el paso del tiempo; para ello, se deja constancia minuciosa de lo hecho, lo acontecido, lo percibido, una Penélope que cada vez que titula con la fecha una nueva hoja engaña al tiempo y, quisiera, elude a la muerte.
Hay que entender el diario como una tarea de doble proceso: está, por un lado, esa tela que se teje y se desteje con cada nuevo amanecer, la plasmación del mundo del diarista en un acto íntimo y consciente; está, por otro lado, el acto de abrir esa intimidad a los demás, publicar —nunca tan literal en su significado— de un modo casi pornográfico esa anotación privada de la vida; y ese acto, no se olvide, requiere una profundísima tarea de selección y corrección, de “manipulación” de lo escrito para hacerlo legible y comprensible al lector extraño. Esta tarea hace al diario, el género más libre, quizás el más difícil, pues siendo trabajo idéntico al del novelista, aquel maneja una materia mucho más cercana y de la que es difícil separarse para buscar la objetividad.
En De amores y temores Hilario Barrero compendia sus diarios de los años 2002 y 2003, y da continuación al del 2001, Las estaciones del día. El título sintetiza a la perfección el contenido del libro, pues el amor y el temor son las dos corrientes que los surcan de principio a fin: amor a su pareja, sutil y constante narratario del libro, y amor a la vida, una sensibilidad que le permite atrapar la belleza de instantes y sitios de apariencia leve, nimia o insignificante: adormilados viajeros del metro, luces imprevistas, pordioseros, ausencias, recuerdos fugaces, humedades…
Con una niebla lenta, apenas una lámina de luz recién lavada, y los árboles con unos puntos rojos, amarillos y ocres que destacan dentro del verde, el paisaje parece haber perdido territorio y retrocede, con la niebla, a una región desconocida que se pudiera llamar otoño.
De amores y temores es un diario íntimo, pero lejos de configurarse desde el epicentro del autor que se mira a sí mismo y narra sus quehaceres vitales y emocionales, Barrero se utiliza como filtro y perspectiva de captación del mundo que le rodea, cediendo el protagonismo a su particular mirada. Así, temáticamente, el Hilario Barrero poeta (_In tempori belli_, 1999) apenas aparece como tal, sino como catador, traductor y lector de versos ajenos; el profesor universitario está presente sobre todo por los alumnos de los que nos va hablando; el Barrero amante, ya lo dije, se proyecta en su pareja, receptor casi siempre de sus reflexiones y meditaciones ante la vida; el amigo, nos regala las presencias contantes de los suyos, con charlas, paseos, comidas compartidas. Lector y amante de la música, los comentarios de óperas o los listados de libros intercambiados con su amigo José Muñoz Millanes son algunos de los pilares que estructuran el libro. La ausencia más llamativa e imperdonable es la del Barrero dibujante, finísimo y profundo con los lápices (véase su columna De cuerpo entero), se echa en falta no ya la referencia a su labor en ese campo —apenas un par de breves textos—, sino que iluminaría el libro la incorporación de garabatos, dibujos y bosquejos al dietario.
Además, Barrero es un excelente narrador. El diario es en cierto modo una novela: cuida los tempos, el ritmo, trabaja los personajes secundarios con mimo (Estelle, su vecina anciana y decrépita, es una maravilla en su caracterización y en sus acertadas apariciones salpicadas a lo largo del libro) y, sobre todo, es exquisito en el uso de la elipsis: el silencio es esencial en el género —novelístico, diarístico—, no ya sólo como argamasa que una las entradas del diario, sino como materia esencial de cada uno de los textos, herramienta robada con habilidad a la poesía que hace callar a tiempo al narrador y dotar de misterio y lirismo a su prosa.
Por último, la descripción. Magníficos son los retratos, abundantísimos, de todo tipo de gente que puebla Nueva York, su ciudad, retratos con los que dibuja su entorno, explica los ambientes, apresa los ánimos, los olores, el miedo, la alegría, el amor y la muerte de los otros, que son también suyos, y que hace nuestros:
En el metro, sentada frente a mí viene una pareja. Él es grande, gordo, calvo, ojos salidos y boca de labios caídos; lleva una gabardina y tres anillos en los dedos pulgar, corazón e índice. Ella es diminuta, pálida, su cara como un cristo románico, grandes ojeras, ojos abiertos, boca temblorosa y va acurrucada, casi metida dentro de él. De vez en cuando ella se incorpora y le da un beso en los labios. Y se sonríen. Tres jóvenes que van sentados enfrente de ellos los miran un poco asombrados. Se baja la pareja en Clark y él es un ciprés con gabardina y ella una alondra asustada.
En el pulso a la muerte que, decía al inicio de este texto, supone un diario, Hilario Barrero, autor, no sale vencedor; sin embargo su libro sí: permanecerá no sólo en el papel de la hermosa edición de Llibros del pexe, sino, y sobre todo, en los ojos y sentidos de quienes lo lean, que degustarán el color, el sabor y el fuego de un poeta y hombre que pinta lo pequeño, lo aparentemente efímero, lo insignificante que, a la postre, resulta esencial.
2007-05-14 12:57
Hay retazos de vidas que merecen ser leídos.
Hilario Barrero, vehículo y pasajero del libro, al sumergirse en las galerías y paisajes de su vida, parece decir que la realidad no existe si no es rodeada, incluso estrangulada, de palabras. No busca escribir en sí, ni desnudarse impúdicamente, busca el sentimiento de la vida en las pequeñas cosas y gestos. Soñador despierto, absorbe a modo de esponja, vive siempre al acecho, sus ojos graban ávidamente, tiene miles de antenas distribuidas por su cuerpo, como un emocionado erizo. La lengua es una garantía de supervivencia. La literatura y el Amor salvan al autor. De principio a final, «De amores y temores» está lleno de luz. Y de enseñanzas.
Hay libros que merecen ser releídos. Para ello he dejado mi ejemplar como el cauce de un río: lleno de guijarros, cantos rodados, palitos rectos y curvados de todos los tamaños y huecos llenos de misterio. Para volver a él.
«¿Por dónde estará el río? ¿Adónde su frescura?
...
¿Dónde estarán las aguas que otro tiempo fluyeron;
las que supieron toda la belleza fragante
de adolescentes muertos hace ya tanto tiempo
que ni sus huesos quedan para decir quien fueron?»
Poesías (Más cierto que esperanza)
Alfonso E. Pérez Sánchez
2007-05-14 18:26
Candi, muchas gracias por tus palabras Lo mejor que le puede pasar a un libro es ser como el cauce de un río: que su agua parezca la misma y que no lo sea.
Te agradezco tu generoso y poético comentario.
2011-12-05 12:04
Un día tonto, buscando información en internet salto tu nombre. He podido leer algunos de tus poemas y me han traido entrañables recuerdos del pasado. Ahora sigo buscando en las páginas de Internet para conseguir leer algunos más, estos poemas desprenden paz y me hacen sentir bien. Enhorabuena