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Mi vestido verde esmeralda

Hilario J. Rodríguez

En la casa del escritor Álister Ramírez Márquez, en Manhattan, lo primero que llama la atención es el mobiliario del salón, que él consiguió traer desde Colombia, la patria que abandonó años atrás, para irse a vivir a Estados Unidos, donde hoy trabaja como profesor universitario. Leyendo su libro Mi vestido verde esmeralda, uno adivina que, además de la mesa y las sillas de madera noble donde él come con su familia estadounidense, hay muchas otras cosas ocultas en su memoria, procedentes del pasado que un día dejó a su espalda, al iniciar la aventura que todavía vive en estos momentos. Sus recuerdos son una extraña mezcla de anécdotas vividas, inventadas, escuchadas o aprendidas. También Mi vestido verde esmeralda es algo así. Clara, la protagonista, arrastra a los lectores para que la acompañen en un viaje en el que el equipaje contiene los ropajes de la realidad y de la ficción. Muchas de sus vivencias contienen el eco de algunos de los avatares más significativos de la historia colombiana de las últimas décadas, pero al mismo tiempo reflejan los mitos y las leyendas andinas. La Historia con mayúsculas se mezcla con el folklore; los hechos se confunden con las suposiciones. De igual modo, la tragedia y la comedia se dan la mano, el melodrama y el relato de aventuras… Tradición y modernidad parecen entablar un diálogo en cada página, recordándonos a los lectores que no existe pasado si no hay a la vez un presente, y que tampoco existe un presente si no hay a la vez un pasado. La forma que el autor elige para narrar todo lo anterior sabe contraponer los modos de la narración clásica con los cambios experimentados en la literatura latinoamericana más reciente. Eso le proporciona a la prosa una textura sensual, sin dejar por ello de ser precisa, manteniéndose siempre dentro de márgenes que le permiten ser exuberante y no caer, sin embargo, en el barroquismo hueco.

Álister Ramírez sabe mucho sobre lo que le sucede a un ser humano cuando pierde su hogar y se ve obligado a desplazarse por el mundo. Él es el mejor ejemplo posible, después de abandonar su país cuando le quedaba toda una vida por delante e irse a vivir a Estados Unidos. Pero en Mi vestido verde esmeralda de lo que nos quiere hablar es de un tipo de pérdidas que se producen incluso sin que uno salga de su propio país. La diversidad étnica e incluso lingüística de Colombia es lo bastante grande como hacernos pensar que se trata de un mundo dentro del mundo, que allí una persona de la cordillera andina tiene poco en común con alguien del altiplano, que los habitantes de los pueblos son poco más que intrusos en las calles de las ciudades. Una distancia de unos cientos de kilómetros ya es suficiente para hacer sentir extraños a quienes, como Clara, se ven obligados a huir. La migración interna de Clara nos recuerda a la que sufren en la actualidad miles de mujeres africanas sacudidas por conflictos bélicos. En ella, vemos con claridad los rasgos de las mujeres que han conseguido mantener unidas a las familias a lo largo de los siglos y su particular lucha contra la desigualdad, mientras el mundo, nuestro mundo, iba ampliando sus límites sin que le sucediese algo similar a sus fronteras, que siguen determinando quiénes somos.

Hilario J. Rodríguez | 04 de junio de 2005

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