Marcos Taracido

Título: El mensaje
Autor: Filippos D. Dracodaidís
Editorial: Muchnik Editores
Año de publicación: 2001
Traducción del griego: Ersi Samará

Un escritor griego que comienza su narración en Morelos, tierra de Emiliano Zapata. Un libro que no es un ensayo ni una novela; que pudiera parecerse a la Odisea, pero que no se parece; que es poema épico, pero no tiene versos; que es análisis político y social, pero que está lleno del lodo y las entrañas de los cuentos.

El mensaje parte de una orden utópica e irrealizable que Emiliano Zapata da a uno de sus soldados: viajar hasta la Unión Soviética para entregarle a Lenin un mensaje de felicitación por el triunfo de su revolución. A partir de ahí, Dracodaidís nos embarca en un periplo fantasmagórico y real a un tiempo en el que escuchamos las voces de Kafka, de Sade, de Marx o de Kavafis, de Pessoa o de Sócrates, un periplo que tiene a Itaca en el horizonte y que va pisando sobre las huellas que las revoluciones de la historia contemporánea han ido dejando sobre el terreno. Hay narración exacta de acontecimientos, en donde se respira el polvo que levantan los caballos de Zapata o se escuchan las conversaciones densas de Lenin con su esposa; hay glosa de textos históricos, de fragmentos de novelas, de discursos; hay música de las palabras y de las ideas.

El mensajero sigue su viaje. Aunque se diga que los tiempos cambian y que los viajes ya no existen.
Pertenece a una especie extraña, que los hombres no pueden discernir salvo que sean capaces de ver el viento y oler el sonido. Cuando su raza se extinga, dudo mucho de que los museos abran sus puertas para albergar algún espécimen.

El mensaje es la historia de la revolución, una historia comparada en la que los ideales y los líderes son analizados, sin inocencia, por varios narradores y puntos de vista que enriquecen la lectura hasta cubrir un vasto panorama de unos movimientos que han cambiado los modos de vida y los sistemas de todo occidente.

No hay idealismo; no hay exaltación ni ceguera. Hay un cronista no imparcial pero justo; hay la constatación de un impulso irrenunciable, con sus agravios y sus aciertos; hay la belleza de un viaje que, como a Itaca, sólo se llega con el viento de la idea fija de la libertad.