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Se publican aquí críticas de libros que por algún motivo —pequeñas editoriales, escasa distribución, desconocimiento del autor, fuera de modas— no aparecen en los medios y publicaciones tradicionales.

Chiquita - Antonio Orlando Rodríguez

por

Antonio Orlando Rodríguez
Chiquita
Alfaguara, Madrid, 2008
550 páginas | 19.5 €
ISBN: 978-84-204-7294-2

Hay libros que demoran en llegar a las manos de sus lectores, otros simplemente se leen cuando están todavía en imprenta. Tal es mi caso con Chiquita, del escritor cubano Antonio Orlando Rodríguez, ganadora del XI Premio Alfaguara de Novela 2008, concedido el 25 de febrero en Madrid. En estos tiempos, no es para menos dudar de los certámenes literarios, pero quizás este caso plantee una nueva excepción. El año anterior, una novela, Dime si yo te querré de Luis Leante, retuvo el honor: una historia a todas luces buena, aunque su lectura dejó un extraño regusto, ya que lo tenía todo para ser inolvidable pero se quedó al final bastante corta. Sin embargo Chiquita es un libro que está destinado a viajar por el camino imborrable de los buenos libros para siempre.

¿Por qué leer Chiquita? La novela es una biografía de personaje, desde el año cero hasta el año muerte. Y para que un lector se entregue a una biografía novelada, la vida que se propone retratar debe de por sí ser interesante: el registro existencial de alguien por tiempo y espacio tiene que tener, sin duda, un complejo mecanismo de altibajos, vericuetos y características excepcionales, para que merezca la pena el esfuerzo. Antonio Orlando Rodríguez construye una novela dentro de otra más débil, la del mismo narrador. En realidad, el libro presenta dos narradores: el autor mismo, y otro personaje (vaya a saberse si en realidad existió) quien le cuenta la historia, además de proporcionarle partes escritas de la autobiografía truncada de Espiridiona Cenda del Castillo, la excepcional artista liliputiense cubana (medía veintiséis pulgadas) que brilló en el vaudeville neoyorquino de principios del siglo XX, y no sólo allí, sino también en París y Londres. El narrador, Cándido Olazábal, quien a fines de los años veinte sirvió como dactilógrafo y corrector de los dictados que durante años le hiciera Chiquita en su casa de retiro de Far Rockaway, Long Island, es la voz auténtica de la novela, aunque sin interferir como espectador crédulo y escéptico de la trama. La prosa, rica en alusiones y humor, es lo que quizá impulsa al lector por las 518 páginas del libro, y eso ya es bastante.

Chiquita – Ampliar
Para narrar la vida de un personaje excepcional, como el de Espiridiona Cenda, se necesitaba una historia igualmente excepcional. Muchos sucesos en la vida de la liliputiense históricamente fueron, por no decir otra cosa, mágicos, y de por sí el autor, como un detective o verificador de las versiones tanto de Chiquita como de Olazábal, proporciona suficientes pies de página aclarativos, justo allí donde lo extraordinario parece ya rayar en fantasía. Chiquita, sobretodo, es una historia verídica.

De tantas, una de las características más deliciosas es la minuciosa galería de personajes mundialmente reconocidos del arte de la época: Sarah Bernhardt, el conde de Montesquieu y su íntimo, el argentino Yturri, y hasta el propio presidente McKinley, a quien la liliputiense conoce primero en la Casa Blanca (se verifica por una nota de The New York Times del 13 de febrero de 1901) y luego la liliputiense se ve envuelta en los sucesos que lo llevaron a su muerte en la Exposición Panamericana de Búfalo de 1901 a manos de los anarquistas (con quienes ya Chiquita, previamente, había tenido acercamientos, pero para nada delictivos).

Antonio Orlando Rodríguez
Históricamente, la novela galardonada este año con el Premio Alfaguara ilumina uno de los aspectos más apasionantes de la historia cubana: primero, la Guerra de los Diez Años (1868-1878) contra España, y luego la Guerra de Independencia de 1895-1898, en la que interviene Estados Unidos. De tanto en tanto, célebres personajes de estos eventos, en contacto con la diminuta artista por la causa que podría a ayudar a publicitar desde las tablas norteamericanas, entran y salen y se asoman incluso desde lejos, revistiendo la novela con un matiz político bastante tenue pero apropiado.

Hay escenas inolvidables, como la del manjuarí Cuco, este pez mascota de Chiquita de sus años mozos en Matanzas, que termina (y ya dejo el por qué a que el futuro lector lo averigüe) en las aguas del Sena. O las campañas publicitarias de los empresarios del vaudeville como las de F.F. Proctor, que como se cuenta, en palabras del narrador:

“Para dar a conocer a Chiquita, Proctor pagó anuncios en los principales periódicos y llenó de carteles las esquinas más transitadas de Manhattan, Brooklyn y Queens; pero, además, puso en práctica un plan que a los Cenda, en primer momento, les pareció descabellado. El empresario ordenó a sus asistentes que consiguieran doscientos loros jóvenes y los metieran en otras tantas jaulas doradas; después, contrató a varios profesores para que los enseñaran a decir, con el adecuado énfasis, «Admiren a Chiquita, la muñeca viviente, en Proctor’s», y, por último, sorteó las aves entre los espectadores que acudían al Palacio del Placer.

La estrategia funcionó de maravillas. Los loros, diseminados por todas partes, repetían el slogan incansablemente y de nada valió que sus dueños, hartos de aquella cantaleta, intentaran convencerlos para que dijeran otra cosa. Jubilosas y tercas, las aves continuaron chillando, de la mañana a la noche, el mismo mensaje. La gente comenzó a deshacerse de ellas –regalándolas a cualquiera que pasara delante de sus casas o poniéndolas en libertad en el Central Park y otros lugares públicos-, pero eso, lejos de perjudicar a Proctor, resultó beneficioso para sus planes, ya que su mensaje pudo llegar a nuevos auditorios. Cuando los niños incorporaron el estribillo de los loros a sus juegos, y en los tranvías y los mercados empezó a hablarse de «Chiquita, la muñeca viviente», los matanceros tuvieron que admitir que el empresario era un genio de la publicidad.”

Confieso que dos cosas me aburrieron por instantes de la lectura: primero, la trama de la sociedad secreta de liliputienses que, aunque no descarto la posibilidad de que haya existido, a veces se antoja traída de los cabellos, pues la historia de Chiquita, con sus veintiséis pulgadas de altura hasta su muerte, ya reviste con magia todas las páginas. Y luego, el destino de la fortuna de Chiquita, quien para su muerte era millonaria, y aunque el autor da previamente indicios, no le puso punto final como esperé.

De cualquier modo, este es un libro que merece ser leído, por más desconfianza que se tiene hoy frente a los premios literarios; el Alfaguara, en su caso, es conocidísimo en Hispanoamérica, incluso más que el Planeta, o aquel premio tan remoto a los países latinos del otro lado del charco como lo es el Primavera. Chiquita transcurre en los gloriosos días de una ciudad dorada, de sueños y expansión, la Nueva York de final del siglo XIX, paralelamente a la durmiente y trágica isla de Cuba, en la distancia, sumergida en plena guerra sangrienta de emancipación.

Max Vergara Poeti | 17 de mayo de 2008

Comentarios

  1. Eva Pacheco
    2010-11-18 23:43

    Hola: este libro me agrado desde el primer momento que empece a leerlo y creo que muchas de las vece nosotros mismos somos los causantes de que las personas se sientan tan pequeñas cuando en realidad son mas que uno mismo.

    tambien felicito al autor o autores de esta historia que me ha cautivado tanto.

    gracias por crear este tipo de lectura.

  2. Alejandro Rodríguez
    2011-03-04 23:33

    Que tal, es un libro excelente que te tiene interesado todo el tiempo.
    Ampliamente recomendable.

  3. Betty
    2011-06-27 22:43

    Una biografía fantástica que raya en el realismo mágico de una figura diminuta que vivió a lo grande. A partir de su lectura no volví a percibir de la misma manera a las personas que tienen alguna característica excepcional en su humanidad o que físicamente son extraordinarias.Quienes para unos son llamados “Freaks”, para mi son inspiración.
    Concuerdo con éste artículo respecto del final de la novela, no me gustó la imprecisión.

  4. Andres
    2011-07-10 06:16

    El libro es precioso y muy facil de leer…Increibe la vida de Chiquita. Fue realmente excepcional…Como decimos nosotros los Cubanos, el perfume bueno se vende en frasco pequeño

  5. Carlos Sánchez
    2012-01-03 18:59

    lindo libro de principio a fin. Es de leer sin detenerse, linda historia


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