Se publican aquí críticas de libros que por algún motivo —pequeñas editoriales, escasa distribución, desconocimiento del autor, fuera de modas— no aparecen en los medios y publicaciones tradicionales.
por María José Fernández Lloreda
Alber Vázquez
Icuza
Verbigracia, Bilbao, 2006
249 páginas, 14,42 €
ISBN 978-84-934025-9-4
Se puede afirmar sin muchas reservas que Icuza es una novela histórica y psicológica, aunque el lector debe tener la mente abierta a lo que estos conceptos representan, porque lo que Alber Vázquez hace es dar una nueva vuelta de tuerca al modelo de novela. En casi todas las novelas, el eje central es la descripción de la vida observada desde fuera, con ciertos apoyos en el análisis de lo que pasa por la mente de los personajes, en ocasiones —como en las novelas psicológicas— con bastante peso. Pero Icuza es todo lo contrario. Es la descripción de la vida desde dentro de la mente del personaje, con algún apoyo en la descripción de los acontecimientos externos. Con ello el autor consigue que la obra se convierta en algo universal, en una descripción de la vida más allá del hecho histórico y de la propia descripción psicológica de su protagonista.
Es el personaje histórico elegido el que va a permitir al autor acometer con éxito esta empresa. Vicente Antonio de Icuza y Arbaiza, comandante de los corsarios para la Compañía guipuzcoana de Caracas. Un personaje con una vida exterior convulsa, y de la que el lector puede hacerse fácilmente una idea sin que sean necesarios muchos detalles, permite al autor sumergirnos en el proceso de sus conmociones internas. El es el único personaje de la novela; el resto, algunos reales y otros no, son intuidos a través de sus representaciones en la mente de Icuza o en las mínimas referencias que precisa el desarrollo narrativo.
La novela es también un texto sobre la muerte, sobre cómo mirar cara a cara a la muerte, como una continuación sin más de la vida. En un momento de la novela, opera en Icuza un cambio radical y podemos entender que este se produce por una comprensión profunda del sentido de la muerte, de moverse en ella como si fuera parte de la existencia, de lanzarse a la vida a tumba abierta con la seguridad de saberse invencible mientras las fuerzas aguanten.
“A eso le llamaba orgullo. A saberse incombustible, eterno, limpio en las intenciones y brusco en los golpes, inmortal. Inmortal en las batallas decisivas y en las banales. En los enemigos armados y en los indefensos. Inmortal en la intimidad de las ficciones cortas.”
La novela está divida en cuatro partes, que se sitúan físicamente en escenarios distintos y con referencia a cuatro órganos del cuerpo. En ellas podemos reconocer fácilmente cuatro etapas de la vida. Y lo realmente interesante de esta estructura es que no sólo sirve para entender la vida de alguien excepcional como lo es el protagonista, sino que el autor proporciona una descripción del proceso de madurez en la que cualquiera puede reconocerse.
En la primera, las condiciones exteriores son las más duras y, sin embargo, los recursos internos del protagonista son los más sorprendentes. Encerrado en sí mismo, con escasas relaciones con los demás, la diferenciación actúa como motor. El estómago como fuente de vida, un órgano difícil de penetrar por la consciencia y capaz de soportar el aislamiento. El estado larvario en el que la personalidad empieza a gestarse y en el que es fundamental el aprovisionamiento de recursos para el resto de la vida, un proceso que de alguna forma debemos finalmente olvidar:
“Nunca más volvería a hablar. Nunca más una sola palabra, un solo pensamiento o reflexión, brotaría de él. Quedaba silencioso, extinguida su locuacidad, perdido el don de la síntesis. Icuza no lo echaría de menos. Ahora que, de nuevo, se hallaba en libertad, no precisaba reconocerse en conversaciones mantenidas en la oscuridad. No, regresaba a la hombría y renunciaba a la humedad.”
Los recuerdos de la infancia y de los años anteriores al cautiverio son nítidos y reales. El sexo aparece en su representación más cruda, con una crítica profunda a la actitud de los corsarios hacia las nativas. En estas escenas el protagonista permanece al margen, más bien como un observador resignado.
La segunda es la de la gloria, aunque no asistimos a ese proceso, sino que el autor nos hace saber, sin necesidad de mucha información, que estamos ante alguien que ya es importante para la sociedad de su época. Toda conexión con el exterior se produce mediante los ojos. A través de la vista se desencadena, de forma consciente pero bastante instintiva, la actividad. El mar, el movimiento constante, la vida. Los recuerdos son los de otros, los que se pueden conseguir sólo con observar desafiante. El amor como destrucción y origen de muerte. El sexo como fuerza heredada que se impone a cualquier intento por reprimirlo.
En la tercera, la humedad cede ante la aridez de la tierra, representada por la sal, como un aterrizaje en la realidad, en la decadencia del mundo propio, tanto el interior como el exterior:
“Que no se pusiera en pie pues lo que conseguiría sería levantar a alguien que él mismo no reconocía.”
Es la más cercana a la reflexión, por eso la lengua. En ella aparece de forma completamente original algo que se aproxima a una mezcla entre el inconsciente y otras vidas alternativas que no han tenido lugar (la que sus padres le tenían reservada y él rechazó), pero que de alguna forma están ahí. No como una mera posibilidad, más o menos onírica, sino como una realidad imbricada en la otra. Aquí asistimos al crepúsculo del protagonista, el lugar donde se humaniza, pero este proceso está lleno de acontecimientos interiores extraordinarios. El sexo aparece con una representación atávica, a través del aquelarre. Hay una bajada de Icuza a los infiernos, al infierno interior a través del agua, como no podría ser de otro modo en un personaje cuyo medio natural es el mar:
“Por Icuza, pasaron todas las aguas. Debió filtrarlas y quedarse con aquello verdaderamente importante, aquello que proporcionaba conocimiento y control. Lo que algunas le mostraron, ya lo sabía. Pero, en cambio, otras le abrieron la mente a un abismo de sensaciones opacas y tenebrosas. El miedo se alzaba como el matiz principal, ese del que todos los demás derivaban. El miedo y el horror de su contemplación serena.”
En la cuarta prácticamente sólo aparecen sensaciones, una especie de estado de delirio, el corazón. Es el tránsito a la muerte, con la búsqueda de la constancia de lo que se ha sido o se ha podido ser y la terquedad para decidir el propio final. Recuerda vagamente la sensación de Pedro Páramo, aunque con un enfoque más convulso. En el texto de Rulfo se tiene la sensación de una absoluta tranquilidad, antes y después. En Icuza todo es lucha y pérdida, antes y después.
Hay imágenes que se repiten en varias partes y en cada una de ellas adaptadas al momento que vive el protagonista. Como ejemplo, podemos ver cómo se interpreta la imagen bíblica de la partida de Lot y su mujer en cada parte.
En la primera es cuando se está gestando la auténtica personalidad, por lo tanto, el pasado no actúa como atractor:
“No merecía la pena echar la mirada atrás. Ni un solo instante perdido en el recuerdo.”
En la segunda parte no aparece, puesto que es cuando el presente puede vivirse de forma más consciente, donde no se está esperando lo por venir, pero tampoco se añora el pasado.
En la tercera es donde recupera su sentido bíblico, pero con un matiz diferente; no es la actitud en un momento puntual lo que pierde al que vuelve la vista, sino un proceso largo y voluntario:
“Sólo un sabor salado e insistente turbando los sentidos y tiñéndolos de autenticidad. En la salina de la Tortuga, dieciséis hombres convirtiéndose en sal. Porque habían vuelto la mirada, porque se empeñaban en recordar lo que fueron.”
Por último, en la cuarta, se reivindica de nuevo la firmeza ante la muerte:
“Este es el lugar en que no ha de volverse la mirada atrás: quien lo haga, quedará prisionero para siempre en los garfios que pueblan las paredes de la gran vagina.”
Los saltos del mundo interior u onírico al mundo exterior a veces son sutiles y suaves, con algún anclaje tanto para entrar como para salir, como el recurso a la mirada. En otras ocasiones el cambio se produce a base de sacudidas. Y las más de las veces (como la transición de la tercera parte a la cuarta) el autor proporciona al lector pequeños respiros que le permiten recuperarse después de haber sido brutalmente golpeado por el texto.
Pero cuando una novela se define como histórica o psicológica no puede ser el análisis psicológico de los personajes, ni la historia que se cuenta lo que hace de ella algo excepcional. Debe ser el propio lenguaje del autor, su capacidad para activar sensaciones en el lector, conectar con la emoción y provocarla. Icuza está lleno de esto:
“Sí, el pánico. Habría que descubrir el pánico, él, que jamás se había arredrado ante ninguna situación. Porque el pánico no tenía nada que ver con el miedo. Este iluminaba, avivaba los resquicios de la memoria, de la razón, del discernimiento en el límite. Aquel, cegaba.”
“Como si el dolor llamara a más dolor, como si nunca se alcanzara el final del suplicio y siempre hubiese tiempo para incrementar la densidad del mal, como si todo se percibiera perdido antes de empezar.”
Tampoco defrauda el final.
Icuza es sobre todo un tratado de sensaciones y emociones, como un gran poema convertido en novela, y difícilmente un análisis racional puede hacerle justicia. Podría decir que es una novela difícil para el lector medio, pero no voy a alimentar más ese monstruo: es la novela perfecta para el lector, para el que de verdad sabe y quiere leer literatura, porque Icuza es uno de eso libros que impresiona, es decir, un libro “que conmueve el ánimo hondamente”.
2007-09-18 18:59
Estupenda reseña, María José: dan ganas de leer el libro (menos mal que me hice con él, aunque esté aún a la cola de otros), que es lo mejor que puede hacer por un libro una reseña. De tan bien explicado y tratado que está todo casi me da rabia haberla leído y no llegar virgen a Icuza para descubrirla por mí misma.
Un beso.
2007-09-18 19:44
No Ana, yo no creo que la reseña anuncie nada… creo que su mérito está precisamente en que sin desvelar nada ni estropear futuros descubrimientos del lector, da las claves y pistas necesarias para adentrarse mejor en la novela.
Saludos
2007-09-19 10:48
Claro, Marcos, yo no pretendía decir que María José contara la trama ni nada de eso; pero como la valora y da su interpretación, quieras que no, tendré en cuenta su opinión, a eso me refería. Bueno, no pasa nada, porque es como si hubiera charlado con ella antes de leerla (una charla muy bien elaborada por su parte, sí señor).
Un beso.