Se publican aquí críticas de libros que por algún motivo —pequeñas editoriales, escasa distribución, desconocimiento del autor, fuera de modas— no aparecen en los medios y publicaciones tradicionales.
Luis Miguel Díaz
Numen Divino
Granada: Editorial Alhulia, 1.ª ed., 2006
Tapa blanda, 222 pp., 13 euros.
ISBN: 9788496641280
Página del autor (donde se ofrecen algunas páginas):
La amenaza más grave que hoy pesa sobre el escritor y el futuro mismo de la literatura es su rendición sin combate a los halagos del poder mediático y a las crudas leyes de la compraventa: el tanto vendes tanto vales que levanta hasta los cuernos de la luna a los fabricantes de “best sellers” y margina a quienes escriben sin anhelo de recompensa y permanecen fieles a la ética del lenguaje. Como escribía en su bello discurso de recepción del Nobel el novelista chino Gao Xingjian, “si el juicio estético del escritor debiera seguir las tendencias del mercado, ello equivaldría al suicidio de la literatura”. Vamos a menos, Juan Goytisolo [Gracias M. T.]Esta novela de Luis Miguel Díaz es una novela ambiciosa, en el estilo y en su intención de plantearnos todos los porqués de la literatura, al menos desde el punto de vista del escritor. No es, ni mucho menos, una novela que se amolde a las «tendencias del mercado»; y en ello puede encontrar el lector de hoy cierta dificultad para leerla.
Luis Miguel Díaz toca en esta obra todos los palillos que tiene a su disposición: la epístola, la narración corta, la poesía, la dramaturgia, la novela, roza casi el ensayo, se adentra en la picaresca… De algunos sale más airoso que de otros, y sin embargo son todos provenientes de una sola voz.
Déjenme que me quede con esa novela global construida en dos partes, una primera epistolar donde los recuerdos de un tal Pedro, cuando niño, se narran ya desde la madurez a su amigo el poeta Lemurmulcíber. Apenas cincuenta páginas de escenas de niñez, de vecindad, de colegio, rotas solo por acontecimientos como la muerte de la abuela.
Una segunda parte con un narrador omnisciente, donde Pedro y Lemurmulcíber se encuentran en una fonda «en aquel pueblo serrano de la infancia [de aquel], San Esteban del Valle».
Es aquí donde entra el juego del autor del cuaderno Numen divino y sus multiplicaciones: Lemurmulcíber, el Poeta, se multiplica, deja fluir, una serie de personajes que son todos ellos creación suya. Entre ellos, dos son su alter ego: el ya conocido Pedro, sensible, callado, cada vez más igual a su imagen de niño, y Cirigallote (que debe su nombre al color y ensortijamiento de su pelo, tal llaman por allí al cabello de ángel), también llamado el Pícaro o Fabián —tras quejarse de lo rebuscado de los nombres—, todo lo contrario de Pedro, un personaje que les reta, que critica la obra que se va escribiendo, que tiene la libertad y la fuerza de manejar y manipular a su gusto a otros personajes.
El capítulo de la crítica de Numen divino por parte del Pícaro, que comienza defendiendo Pedro y termina haciéndolo el Poeta es una crítica del autor a sí mismo, y una defensa.
Hay más personajes que dan juego a más historias (como la representación de la obra por los cómicos, donde el Pícaro es el autor de La venganza de don Lucio, que curiosamente Pedro recuerda haber escrito; la vuelta a las Antiguas moradas, donde los vecinos de Pedro cobran vida o muerte; las historias picarescas, etc.)
Pedro parece ser el pasado sensible, inquisitivo, indeciso, pero al cabo firme en su propósito de llegar a enfrentarse, aun con miedo y cobardía, a sus miedos y sus preguntas. Es el que quiere ir a la cumbre de la escritura, de la literatura, a lanzarse a ese mundo en el que todo escritor busca —no solo pero también— la gloria. De hecho, será él el único que termine el viaje que emprendieron juntos los convocados por Lemurmulcíber.
El Pícaro es, en cambio, el presente, el futuro inmediato, el que reflexiona solo sobre si esa poesía o ese pasaje sobran o fallan —con aciertos a veces, espoleando y mejorando la escritura, pero no dotándola de un sentido ni comprendiéndola—. No le preocupa su origen, ni el pasado, ni los fantasmas: vive y disfruta, hace y deshace. Es la parte más canalla de Lemurmulcíber, sí, también la parte más viva en cuanto a la vida, la menos inquisitiva respecto a la literatura; pero sin él, sin esa frescura, sin esa superación de los traumas infantiles, sin esa despreocupación, quizá Lemurmulcíber sería un autor sin obra, un escritor sin vida, un hombre incapaz de guiar su pluma. No acompañará al Poeta a la cumbre: ¿quién quiere la gloria teniendo la vida?
Y el autor, Luis Miguel Díaz, nos va descubriendo, no cómo se hace, cómo se debe hacer, sino cómo se va haciendo en él esta novela, desde que germina en un niño añorado y comprendido por un adulto.
Una primera obra sorprendente, que se disfruta, con un estilo entre cervantino y quevediano, que introduce en la novela su propia crítica, que se disculpa por algunas licencias que se toma y las justifica —aunque yo considere, como el Pícaro, que deba pulir determinados usos en su poesía, ciertas licencias en su prosa—; una obra, en fin, que nos ofrece páginas para reír, páginas para preguntar y para rondarle de cerca a la literatura.